Virginia: primera vez con los ojos vendados

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Somos una pareja: yo tengo 38 años y ella, Virginia, 35. Tiene unas tetas muy grandes, mide 1,65 metros y tiene la piel muy blanca. Tiene un culo nada despreciable.

Yo tenía la fantasía de compartirla, pero ella no quería, ponía excusas como que alguien se enteraría, que el otro pensaría, que si yo la mirarían distinto, que si no se animaría llegado el momento, etc.

Estando en la cama con ella, saqué el tema.

—¿Y si lo hacemos y tienes los ojos vendados para que no sepa quién soy y yo tampoco sé quién eres? —le pregunté.

—Pero Horacio no. —Nos conocemos y después me daría vergüenza estar con él. Sé que piensas en él para compartirla conmigo —me dijo.

—Bueno, busco un amigo que no conozcas —le dije mientras acariciaba su concha, ya mojada por la conversación.

—No, no sé, me da vergüenza, amor —me dijo.

—Pero te gustaría hacerlo, ¿no? Como en las películas porno que vemos.

—Las chicas de las películas parecen disfrutar cuando están con dos hombres, ¿no? —me preguntó.

—Sí, amor, ¿no querés gozar también así? Le pregunté mientras nos mirábamos, y seguía tocándome el coño y ella me masturbaba lentamente.

—¿Vas a mirar cómo me cogen? —me preguntó aceptando ser follada por otro.

Me subí encima de ella y se la metí hasta los huevos de una sola vez.

—Sí, amor, cógeme —me dijo caliente.

—¿Te vas a dejar coger entonces por un amigo? —le pregunté mientras la veía a los ojos y le daba más fuerte.

—No sé, aaaaaaaaa aaaaaaa —me dijo a punto de acabar.

Se la saqué y me miró incrédula.

—¿Y te vas a dejar coger, amor? —le volví a preguntar mirándola.

Me miró.

—¿Y si después lo cuenta y se enteran, amigos, amigas?

—Voy a quedar como una puta, cielo.

—Pero cumplimos la fantasía, amor —le contesté y seguí—.

—Y, además, lo negaríamos.

Lo pensó, se puso colorada.

—Bueno, si quieres, me dejo coger, cielo —me dijo.

Se la metí otra vez, estaba muy caliente por su sí.

—¿Cómo te va a coger, amor? —le dije mientras la penetraba muy fuerte.

—Sí, sí, sí —casi gritaba mientras acababa.

Acabamos los dos juntos.

Hablé con Horacio para contarle y, si se prendió, obviamente me dijo que sí.

Quedamos para el próximo sábado.

Llegó el día y Vir estaba nerviosa.

—¿Estás bien, amor? —le pregunté.

—Sí, un poco —me contestó mientras hacía un par de cafés y los traía a la mesa donde estaba yo.

—¿Qué vamos a hacer en un rato? —le dije.

—Sí, cielo —me dijo.

—Estoy nerviosa y emocionada a la vez. No sé lo que querrá hacer mi amigo ni hasta dónde voy a llegar.

—¿Quieres que lo cancele? —le pregunté.

—No sé —respondió—. Siento que si no es hoy, ya llegué hasta acá, y otro día no me voy a animar.

Me agarró de la mano y fuimos a la habitación. Nos tiramos en la cama de costado y nos miramos.

Le di un beso dulce.

—¿No te va a importar que un amigo me coja delante de ti, amor? —me preguntó.

—No, cielo, es un juego de los dos —le respondí.

—Y te voy a filmar —continué.

—También, ¿eh? No, no se me va a ver la cara.

—Estás con los ojos vendados, amor, no se te ve la cara —le recordé.

—Aaaaaa, cierto, tienes razón —dijo y se quedó pensando.

Empecé a acariciarle las piernas y a subir mi mano hasta llegar a su entrepierna; la apartó y apartó su braga, dejando al descubierto su conchita depilada.

—Estás mojada, amor —le dije.

—Y por lo que estamos hablando, y estamos a punto de hacer —me contestó algo agitada.

—Te vas a dejar follar, amor, ¿no? —le pregunté mientras metía y sacaba mis dedos de su concha.

—Sí, sí, sí, cielo, me voy a dejar hacer de todo —me dijo, casi a punto de acabar.

Saqué mis dedos de dentro de ella.

Vir me miró como preguntando: «¿Qué haces?».

Le di un beso.

—Me estás preparando para que me cojan, qué tremendo sooss, amor —me dijo, y me devolvió el piquito.

—Me voy a bañar —continuó.

Se levantó de la cama y se fue a duchar. Yo ya la había hecho antes; en cuarenta minutos llegaría Horacio.

Salió con el pelo aún algo húmedo y un camisón de seda color crema y escotado.

Se acercó a los pies de la cama y me miró.

Yo no le dije nada y me acerqué para ponerle la banda y taparle los ojos.

La agarré de la mano y la puse arrodillada en el centro de la cama. Temblaba.

Le levanté el camisón hasta el cuello y la descubrí: estaba desnuda, con la piel blanca, sus grandes tetas con los pezones erectos y su trasero redondo apoyado casi en sus talones.

Empecé a tocarle los pechos y sus pezones ya estaban duros; pasé mis dedos por su concha, que ya estaba mojada, y jugué con su clítoris.

Ella respiraba agitadamente.

Sonó el timbre.

Vir dio un pequeño saltito y se le humedecció más la concha.

Le bajé el camisón, puse música suave y fui a abrir.

—Hola, Horacio, ¿cómo estás? —le pregunté.

—Caliente, amigo —me contestó.

Y los dos sonreímos.

—Acuérdate de que Vir no sabe que sos vos, así que no hables, ¿sí? —le recordé.

—Sí, sí, amigo, no te preocupes.

Fuimos a la habitación.

Vir seguía arrodillada en el centro de la cama, algo agitada.

Le hice señas a Horacio para que se quitara la ropa.

Hizo caso rápidamente.

Le hice gestos para que se acercara a ella y la acariciara.

Se subió a la cama y se arrodilló detrás de ella.

Comenzó a acariciarle el cuello y los hombros.

Vir dio un pequeño saltito con el primer contacto, quedando dura, pero se fue relajando a medida que pasaban más caricias.

Horacio le bajó lentamente los breteles del camisón hasta dejar sus grandes tetas al aire, mientras le besaba la nuca y el cuello.

Yo ya estaba filmando con mi cámara.

Horacio seguía detrás de ella, arrodillado en la cama, y se acercó más para apoyar su pene en el trasero por debajo del camisón y comenzar a acariciarle muy suavemente los senos.

—Mira cómo le agarra las tetas, amor —le dije a Vir.

—Sí, y me está pasando la pija por la cola también, amor —me contestó.

—Sí, lo estoy filmando, cielo —respondí.

—Agarrarle la pija —le dije.

Vir se dio la vuelta, se puso de rodillas y quedaron uno enfrente del otro. Comenzó a pajearlo lentamente mientras Horacio le chupaba los pechos.

—Te gusta agarrarle la pija, amor? —le pregunté.

—Sí, sí, está dura y me chupa las tetas.

Horacio dejó de chuparle las tetas y le puso la mano en la nuca para llevarle la boca a su pene. Vir se dejó hacer.

—Eres una chupa pijas, amor —le dije mientras seguía filmando.

—Sí, me vas a ver chupando pija, como una buena puta —me dijo.

Y comenzó a chupársela a Horacio con ganas.

—Porque eres mi puta, cielo —le contesté.

Se sacó la pija de la boca.

—Sí, cielo, soy tu puta —me dijo y siguió chupándola.

—Ponela en cuatro, amigo —le dije a Horacio.

Lo hizo y apoyó la cabeza del pene en la entrada de la vagina y se la metió de una.

—Cómo te cogen, amor, cómo te gusta que te la metan —le dije.

—Sí, sí, malo, me está abriendo toda la concha —dijo ella, agitada.

Mientras Horacio le daba cada vez más fuerte, apretando y agarrando sus tetas.

—Voy a acabar, voy a acabar —gritó Vir.

—Aaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaa… No paro de acabar —decía Vir como fuera de sí.

Quedó de costado, cansada, con la pija de Horacio todavía adentro, que ahora se movía lentamente.

—¿Estás bien, cielo? —Le pregunté.

—Sí, amor, todavía la tengo dentro —dijo algo agitada.

—Si veo cómo te la sigue metiendo, cielo —le contesté.

—Porque le gusta tu concha caliente, amor, y todavía no acabo —continué.

—¿Por qué no acabas? —No le gusta, ¿no? —dijo Vir.

—No, porque te quiere dejar la leche en la cola, amor —le dije y miré a Horacio.

Se puso cara de «dale».

—No, no, no, la cola no —dijo, y se movió, sacándose la pija de Horacio de adentro y protegiéndose la cola con una mano.

Seguía de costado.

Horacio le pasaba la pija por la mano que tapaba su culo.

Le tocaba las tetas con una mano y la concha con la otra.

—Me va a doler, amor —dijo Vir casi sollozando.

—No, cielo, te lo va a hacer despacio —le dije.

Me acerqué y le di un beso suave en los labios.

Mientras, Horacio le lubricaba el culo con los jugos de su concha e iba metiéndole los dedos.

—Me está dilatando el culo con los dedos, cielo —dijo Vir como quejándose, pero dejándose hacer.

—¿Y te está gustando, no? —le dije.

No me contestó.

«Acerca la cola a mi amigo», le dije.

Dudó un instante, pero se movió y se la acerco.

Horacio puso su pene en la entrada de su culo y empezó a empujar lentamente.

—Ay, ay, ay, despacio, me duele —se quejaba Vir.

—¡Ay, ay, ay! ¡Me está rompiendo la cola! —seguía quejándose Vir.

Horacio le levantó la pierna para que Vir pudiera filmar cómo se la estaba clavando.

Y no se movió para que Vir se acostumbrara a tener la pija en el culo.

Tenía media pija dentro.

Comenzó a meterla poco a poco.

—Hasta los huevos, amigo —le dije a Horacio.

—No, no me va a reventar, amor —me dijo Vir lloriqueando.

Intentó sacársela del culo.

Pero Horacio la agarró de la cintura y se la metió hasta los huevos.

—¡Ay, ay, ay, me rompe la cola! —gritaba Vir.

—Sácala, sácala —se quejaba Vir tratando de soltarse.

Le hice gesto a Horacio para que no se la sacara y siguiera.

—Ay, ay, ay, me duele —se quejaba Vir.

Pero cada vez luchaba menos por quitarse la pija del culo mientras Horacio le seguía dando.

Hasta que dejó de resistirse.

—¿Te está gustando, ahora, amor? —le pregunté.

—Ay, ay, sí, me duele y me gusta —me contestó.

Y pegó la cola más a Horacio.

Horacio le besó el cuello mientras la seguía bombeando.

Vir dio la vuelta a la cabeza y se sacó el pañuelo de los ojos para ver quién la estaba follando.

—Horacioooooo —dijo asombrada.

—Es idea suya —dijo señalándome mientras le seguía dando.

—Qué linda cola tienes, Vir —siguió, mientras se la metía y le agarraba las tetas.

Vir lo seguía mirando, sin saber qué hacer ni qué decir.

—¡Qué vergüenza! —dijo, y se tapó la cara con las manos.

«Por favor, no se lo cuentes a nadie», casi suplicó mirándolo, pero seguía con la pija clavada en el orto.

—¿Por qué? —preguntó con risita, mientras se la seguía metiendo y sacando lentamente.

—Hayyyy, hayyyy, despacio, ahora —se quejó.

—Si te gusta, vete —le dijo y la seguía bombeando.

—Sí, pero me duele, tío —respondió Vir.

—Hasta que se te dilate bien el orto, amiga —le contesté.

—Tengo toda la cola abierta —le dijo.

—Y te la voy a romper más y llenarte de leche, Vir —le contestó a punto de acabar.

—Me vas a hacer acabar de nuevo —gritaba Vir, agitada.

—Lléname toda la cola de leche, Horacio —le dijo con voz suave y agitada.

Horacio se puso como loco con sus palabras y le daba cada vez más fuerte.

—¡Ay, ay, ay, hijo de puta, me vas a reventar! —gritaba Vir.

—Síííí, por putaaaaa —le decía Horacio.

—Ay, ay, ay, ay —gritaba Vir a punto de acabar.

—Ahí te lleno de leche, puta, aaaaaaaaa, aaaaaaaaa, aaaaaaaaa —gritó Horacio y le llenó las entrañas.

—Me rompes el culo y me estás haciendo acabar otra vez, hijo de puta. ¡Aaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaa! ¡Sigo acabando! —gritaba Vir.

Los dos quedaron cansados uno junto al otro.

Me acerqué a Vir, que estaba con los ojos cerrados, y la besé.

—¿Estás bien, amor? —le pregunté.

Abrió los ojos, me miró, no dijo nada y se puso en pie. Se le veía todo el ano dilatado y rojo, del que le salía leche que corría por su pierna, así como también sus grandes tetas mordidas. Cuando se dirigía al baño desnuda, escuché que se estaba duchando.

Con Horacio nos tiramos los dos encima de la cama, los dos con bóxer, dejando un lugar en el medio para venir, si es que venía después de ducharse.

—La cagamos, amigo —me dijo Horacio.

—Y no pensé que se iba a sacar el pañuelo —contesté.

—Se va a enfadar, y mal —continuó Horacio.

—Pero bueno, ¿la paso bien no? —dije.

—Sí, acabo muchas veces, incluso cuando se dejó follar —me contestó Horacio.

—Al principio no quería, seguí.

—gritaba, pero se notaba que lo estaba disfrutando también —continuó.

Vir salió del baño con una bata de toalla blanca.

Se paró en el borde de la cama.

Nos miró seria, sin decir nada.

Y se tumbó boca abajo en medio de los dos.

—¿Estás bien, amor? —le pregunté.

—No —me contestó seca.

—¿Por qué? —Seguí preguntando.

—Porque me engañaste. Habíamos quedado en que Horacio no iba a venir.

—¿Por qué no yo? —dijo Horacio.

—Cuando decidimos cumplir esta fantasía, pensamos en ti al principio porque ella confiaba en que la ibas a tratar bien, pero después me dijo que le iba a dar vergüenza cuando te viera, así que pensamos en otro —respondí.

—Y me equivoqué, porque no me trató muy bien —dijo Vir.

—¿Por qué? —preguntó Horacio.

Vir se dio la vuelta quedando boca arriba, abrió parte de la bata dejando ver sus pechos y se señaló las marcas que tenía en ellos.

Horacio los miró.

—Uy, perdón, Vir, fue en un momento de calentura —se disculpó Horacio.

Y le dio unos besos cariñosos en las marcas.

—¡No te hagas el vivo! —dijo Vir y lo corrió, pero tenía los pezones parados y duros.

—Y la cola me quedó peor —se volvió a quejar Vir.

—A ver… —dijimos juntos con Horacio.

—No se hagan los vivos —respondió Vir ya no tan enfadada.

—Y me llamaste puta —le siguió recriminando Vir.

—Y tú, hijo de puta, Vir —le respondió Horacio algo risueño.

—Porque me estabas rompiendo el culo, por eso.

—Pero la pasaste bien, amor? —le pregunté.

—Basta —me dijo Vir y me golpeó suavemente en la pierna.

—¿Cuántas veces acabaste? —le pregunté risueño.

—Muchas —respondió.

—¿Y cuando te hice la cola también? —preguntó Horacio.

—Sí, basta —le dijo.

Vir me miró el bulto.

Y, mirándome a los ojos, empezó a tocarse por encima de las bragas. Seguía estando caliente.

Yo bajé mi mano hasta su entrepierna y estaba empapada.

—¿Sigues caliente, amor? —le dije tocándole el coño.

—¿Quieres que Horacio vea cómo te cojo? —le dije.

—Sí —me contestó tímidamente.

—¿Eres mi putita, no, amor? —le dije.

—Sí, amor, soy tu putita —me dijo y empezó a chupar mi pene.

Le levanté la bata para dejarle el culo al aire y que Horacio pudiera acariciarlo.

—Qué cola más hermosa tienes, vir —dijo Horacio.

Acariciándosela.

—Te la dejé toda abierta —continuó Horacio, abriéndole los cachetes y mirándole el ano.

—Porque me la has metido toda fuerte en el culo, Horacio —le contestó.

—Bueno, te doy unos besitos entonces —le dijo.

Le abrió bien el culo y empezó a pasarle la lengua primero por la raya y después por el ano.

—Basta —dijo Vir, pero se dejaba hacer.

Horacio no le hizo caso y metía la punta de su lengua en el ano de Vir, metiéndola y sacándola.

Vir se dejó hacer.

—Te vamos a coger entre los dos, amor, ¿quieres? —le dije a Vir.

Vir me la dejó chupar, me besó, me miró y dijo:

—No sé, me da vergüenza, amor —dijo ella, agitada.

—Ya te garcho, cielo —le contesté.

—Pero no sabía que era él —me respondió.

—Chupamela, Vir —dijo Horacio, dejando de chuparle el culo.

Vir me miró.

—Pero no vas a contar nada de esto, ¿no? —le preguntó Vir.

—Si me la chupas bien, no te lo cuento —le contestó.

Vir me miró como pidiendo permiso, se dio la vuelta, me miró de nuevo y se la empezó a chupar.

—Qué buena chupa pija que sos, Vir —le dijo Horacio mientras le agarraba la cabeza y le usaba la boca como si fuera una concha.

—Aghh, aghh, aghh, aghh —Vir atragantada.

—A ver la colita, amor —le dije y se la apoyé en la entrada de su culo.

—Despacio, amor, tengo el culo dolorido —me dijo al sacarse la verga de Horacio de la boca.

—De tanta pija que te ha dado Horacio, cielo —le contesté.

—Sí, le dejé el culo destrozado —dijo Horacio.

—Basta, Horacio —le dijo Vir mirándolo mientras yo le metía la cabeza de la pija en el culo.

Horacio la besó y le apretó las tetas mientras buscaba su concha con la pija.

—Aquí te metí la cabeza, virgen, ¿te gusta? —le preguntó.

—Aaaaaaa, aaaaaaaaaaa, aaaaaaaaaaa, me están dando por delante y por detrás, guachos —dijo.

—¿Y te gusta, no? —amor —le dije.

—Me estás convirtiendo en puta —respondió.

Mientras Horacio me la follaba por los dos agujeros y me mordisqueaba las tetas.

Vir estaba fuera de sí.

—Cogeme, revienta a esta puta, llenadme de leche —gritaba fuera de sí.

—Me vengo, me vengoooo —gritaba.

—Te voy a llenar la cajeta de leche —gritaba Horacio.

—Sí, sí, sí, sí, sí, sí, hijo de puta —gritaba Vir mientras acababa.

—Ahí te lleno el culo, amor —le dije a punto de acabar.

—Sí, sí, sí, hay, hay, amor, sigo acabando, aaaaaaaaa, aaaaaaaa, aaaaaaaa —gritaba Vir.

—Me mataaaann —gritaba mientras temblaba de los orgasmos que tenía.

Quedé como desmayada con las dos pollas dentro.

Se hizo un silencio.

—Uy, qué tarde, me tengo que ir —dijo Horacio, y se la sacó morcillosa.

Se vistió rápidamente.

—Te sale mi leche de la concha, Vir —dijo Horacio y se la tocó.

—Basta —dijo Vir y le corrió la mano.

—Bueno, no te enfades —le respondió.

—Chau, chicos, puedo salir solo —dijo.

Nos quedamos solos con Vir.

—Vamos a bañarnos —le dije.

Me miró, con cara colorada.

—Bueno —me dijo.

Nos bañamos, limpié bien su cola y su concha, y ella me lavó la polla. Todo en silencio.

La sequé, tenía las grandes tetas rojas por los mordiscos y apretada por la paliza que le dimos con Horacio.

Su ano y su concha estaban muy abiertos, sobre todo su ano, dilatado y rojo.

Fuimos a la cama y ella apoyó su cabeza en mi pecho.

Yo le acariciaba el pelo.

—Amor, me dejaron a la miseria —me dijo por lo bajo, tocándose la cola y la concha para sentirlas.

—Pero disfrutaste, ¿no? —le pregunté.

—Sí, casi me desmayo de tanto que acabó, tenía un orgasmo tras otro y no paraban —me respondió.

—¿Y si cuenta que me cogió junto a ti? ¡Qué vergüenza! Van a pensar que soy una puta, amor.

—No va a contar nada, cielo, sabe que si lo hace no se va a repetir lo de hoy —le contesté.

—¿Me van a volver a coger? —preguntó Vir.

—¿Tú no quieres? —¿Pregunto?

—Sí —dijo Timidamente.

—Pero antes voy a conseguir una amiga, quizá Mara, y te vamos a coger entre las dos hasta que no puedas más para vengarme —continuó.

—¿No te vas a poner celosa? —le pregunté.

—No, no me he puesto celosa, amor. Tú me compartiste y no te pusiste celoso, así que yo tampoco te voy a celar.

Me miró, me besó y se quedó dormida satisfecha a mi lado.

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