Vecina tentación derrochando vitalidad juvenil – I, II
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Capítulo 1.
No la estaba penetrando solo con la intención que nuestros cuerpos se conectaran y que los deseos encontraran una simple satisfacción carnal, mi intención era que, con cada arremetida, las desnudas fibras de nuestras almas encontraran refugio en la íntima calidez del otro.
Aunque la madurez le había cobrado una leve factura al físico de esa mujer, bajo esos sutiles rollitos de carne y tenues marcas de celulitis, yo aún podía reconocer y deleitarme con la exquisita figura que había atrapado mi lujurioso interés desde muy joven.
Ana me llevaba 10 años de ventaja en los afluentes de la vida, y aunque estaba en el intermedio de sus 30s, ya había dado a luz a su único hijo y le había entregado sus mejores años a un hombre que ya no los valoraba, ella seguía derrochando vitalidad juvenil y un interés por seguir descubriendo las alegrías y placeres que el mundo todavía ponía a su disposición.
Creo que eran sus ilusiones y sueños un tanto infantiles, normalmente complementados por su carácter responsable y autónomo, lo que me atraía hacia ella y me hacía orbitar a su alrededor, igual a la interacción gravitatoria entre la tierra y la luna. Y tal como esos cuerpos celestes nunca se separan, pero a su vez, tampoco alcanzan a colisionar entre sí, nosotros habíamos aprendido a edificar nuestra relación de tal manera que las evidentes diferencias que nos habían acercado inconscientemente nunca llegaran a ser una razón para destruir la romántica armonía de nuestra aventura.
Por otro lado, incluso si Ana contaba con una mayor experiencia que yo en ámbitos, donde solo los años te pueden nutrir de ella, ambos habíamos descubierto que, en el sexo, aún había un infinito universo en el cual nos podíamos sumergir juntos a explorar los más insólitos horizontes. Esa era la razón por la que nuevamente habíamos terminado así, sudorosos y enajenados, profiriéndonos mutuo placer en la cama donde alguna vez ella había compartido sus confidencias con un esposo que ahora hacía parte de un capítulo muy lejano de su vida.
Y puede que sea verdad lo que estás pensando, lo sabíamos perfectamente, si nuestra relación se conociera sería muy juzgada a ojos ajenos, pero no era un pecado ni una inmoralidad. Legalmente, Ana estaba separada y no le debía nada a nadie, mientras que yo, era un joven sin responsabilidades más que para conmigo mismo, alguien que simplemente estaba disfrutando de los beneficios que se me habían otorgado tras el gran esfuerzo de conquistar a esta madura que antes de ser pareja, ya se inmiscuía en mis más oscuras fantasías sin ella ser consciente de ello.
Con cada profunda embestida estando sobre ella, podía ver reflejado en esos brillantes ojos achocolatados que me observaban fijamente con deseo, como mis penetraciones sobrescribían sus molestos recuerdos de relaciones pasadas, mientras que con cada gemido y exhalación de placer los remanentes se diluían en el aire entre el aroma que expedían nuestros erógenos cuerpos entrelazados en la oscuridad de la noche.
Ana abrazaba mi nuca, agarrada de ella como si quisiera impedir que pudiera escapar de sus brazos, yo esperaba que ella no creyera realmente eso, pues no había un mejor lugar donde prefiriera estar que entre sus piernas, muy adentro de ella, y por supuesto yo también quería creer que esa mujer no prefería otro refugio que no fuera el que mis elongados brazos le ofrecían aprisionando los sensuales abultamientos de su cuerpo, y sépase que cuando me refiero a ellos lo hago con cariño y deseo, ya que se había convertido en mi adicción, apretar, agarrar, estrujar y jactarme con la deliciosa sensación que generaban sus descomunales tetas, exuberantes glúteos y muslos rellenos dentro de mis manos.
Carajo, incluso encontraba sumamente atractivos esos pliegues extra en su algo pronunciada barriga y cintura, secuelas claras de su embarazo que con frecuencia la hacían sentir un tanto pudorosa frente a mí, yo, por otro lado, siempre luchaba por combatir esas muy entendibles, pero para nada significativas inseguridades, le demostré en más de una ocasión que mi “físico juvenil” también estaba colmado de imperfecciones tales como cicatrices y estrías aún más pronunciadas que las suyas, y así como ella no veía defectos en mi cuerpo, yo por supuesto que tampoco lo hacía en el suyo.
Incontables charlas para discutir sobre los estragos del tiempo en el cuerpo humano nos habían llevado a poder contemplarnos el uno al otro sin el más mínimo atisbo de vergüenza, cosa que agradecí muchísimo, pues el sexo no sería lo mismo si no pudiera aferrarme instintivamente de sus flácidas caderas estando tranquilo de que ella no lo sentiría como algo incómodo, al contrario, ella ahora disfrutaba como lo estaba haciendo en ese momento para introducirme más en ella. Ana juraba que su vagina ya no contaba con la misma estrechez de hace unos años, pero la estimulante sensación de mi glande abriéndose paso por sus muy húmedas paredes internas hasta llegar a las inmediaciones de su útero, era como una declaración contradictoria a sus erróneos preceptos.
Su coño aún podía apretar con fuerza mi pene y hacer de mis penetraciones todo un reto cuando a veces mi miembro se resbalaba por fuera gracias a sus abundantes fluidos. Puede que no se sintiera como una jovencita, pero lo que ciertamente un hombre quiere es una verdadera mujer en toda regla.
Sé que ella inconscientemente batallaba con la idea de que sus mejores años habían pasado hace ya mucho, pero también sé que tanto ahora como cuando era joven, sus muslos, pecho y cara adquirían ese enternecedor tono colorado tras un fuerte corrientazo de placer, yo estaba completamente seguro que los chillidos y gemidos expulsados desde las profundidades de su garganta seguían siendo las mismas a las de su primera vez décadas atrás e incluso cuando los espasmos orgásmicos comenzaban, las contracciones de su interior apretaban mi verga asfixiándola y obligándola a vestir todo su contenido dentro de ella tal como lo habría hecho tiempo atrás.
Más que molestarme la autoflagelación que le dedicaba a la madurez de sus atributos, me irritaba pensar que solo podía imaginarme esas primeras experiencias carnales de ella, la resignación de concebir que otros hombres experimentaron la mayoría de sus primeras veces me desanimaba en ocasiones, eran los únicos momentos donde aborrecía ser una década menor que ella y ni haber coincidido con su versión más joven recreando los acontecimientos de su pasado.
Por suerte esas ideas eran inmediatamente olvidadas con los espectaculares panoramas que me brindaba su desnudes actual, puede que no fuera el primero, pero sí el vigente; el que hoy por hoy podía disfrutar de besarla con pasión abrazando su lengua con la mía tras una eyaculación dentro suyo.
Era yo ahora, en el presente inmediato, quien generaba esporádicos calambres y corrientazos en todo su cuerpo al manosear sus endurecidos pezones casi ocultos dentro de la lasciva masa de carne que componía ese par de gigantes tetas imbuidas en su sudor y el mío sin distinción, y aún más importante, era yo el que actualmente podía disfrutar de la comodidad de su cama y ser quien le proveía un abrazo mientras ella se acurruca en mi costado tras un intenso desenfreno de placer.
– Un año llevamos en esto y sigo disfrutando de hacer el amor contigo tal como el primer día – me dice con una satisfecha voz mientras estremece mis tetillas al sentir su aliento sobre ellas. Me mira con una tierna expresión con la cual por un esporádico momento aparenta ser ella la menor de los dos-. Espero que no te estés cansando de hacerlo con esta vieja.
– Para nada, hermosa… – le respondo calmando sus preocupaciones -. Una mujer que me ve y me acepta tal como soy, que no exige de mí nada más de lo que yo quiera ofrecer, que posee un muy sensual cuerpo prácticamente hecho a mi gusto y con la que puedo hablar de cualquier tema. Si me fuera de tu lado es porque he perdido la razón, aunque pensándolo bien, puede que ya lo haya hecho. Callé el contraargumento que ya comenzaba a formularse en sus labios con un cariñoso beso.
– Sigo pensando que llegará el día en que preferirás a alguien de tu edad o incluso una más joven – sabía que sus palabras no estaban completamente dirigidas a mí.
– Hasta ahora no he encontrado a otra mujer que me brinde lo que tú me das, además, la juventud no es más que un estado pasajero – se lo digo observándola profundamente a los ojos para apartar esas molestas dudas de su pensamiento.
Pasó cierto tiempo y mientras ella trazaba incomprensibles figuras sobre mi pecho con la larga uña de su índice se detuvo de imprevisto.
– Aunque parece ser que esa juventud pasajera sí que tiene sus ventajas. Pronunció con voz seductora mientras agarraba firmemente mi súbita erección-. Pocas veces había podido disfrutar de tantas rondas consecutivas, ¿cómo quieres hacerlo esta vez?
Su perversa mirada provocó que afloraran en mí algunas fantasías un tanto violentas.
Inicialmente, la había posicionado sobre sus cuatro extremidades con su rostro en dirección a la puerta cerrada de su habitación. No pasó mucho desde que introduje mi verga en su palpitante coño para que sus piernas comenzaran a temblar y poco a poco se deslizaran hacia los lados hasta casi dejar posados nuestros genitales en plena labor de coito sobre sus talones recogidos, sus brazos habían cedido al placer y junto a su torso, cayeron sobre la cama, yo no le daba mucha importancia a eso y seguía perforando su sexo con lentas embestidas cargadas de fuerza semental. Permanecía un corto periodo de tiempo dentro de ella para posteriormente sacar mi miembro tratando de alzar el glande con la intención de que rozara todos los pliegues superiores de su conducto vaginal en su salida y luego volver a arremeter con más intensidad.
Mi pubis chocaba con su enrojecido culo, generando un sonoro chapoteo más parecido al sonido de una palmada. En el vaivén de nuestros cuerpos, mis testículos golpeaban su clítoris como si se tratara de un ariete tratando de derribar las puertas de su cordura. Con cada iteración, Ana se agarraba desesperadamente de las sábanas y buscaba algo que morder para acallar sus bulliciosos gemidos que amenazaban con delatarnos ante los demás habitantes de su hogar.
Esa no era mi casa, por lo que no sabía con total seguridad quienes permanecían allí esa noche, pero al ver su reacción supuse que al menos alguien más sí que estaría en ella y no sería bueno que se enterara, pues Ana había querido ocultar nuestra relación a sus allegados para evitar molestos comentarios y situaciones de esa índole.
Me dejé llevar un poco por la emoción del momento y le arrojé una fuerte nalgada en su danzante culo y aun en la oscuridad, vi la silueta de mi mano plasmada en la gran blancura del esponjoso cachete.
– ¡Shhh! Arremetió más a razón del estruendoso sonido de la acción que por algún dolor ocasionado por ella -. No hagas tanta bulla, sabes que me gusta que me azotes el culo, pero no hagas mucho ruido.
Es verdad, a ella le encantaban algunas de esas conductas morbosas y yo lo sabía a la perfección, a la siempre responsable madre le gustaba que a veces se la tratara como a una puta o que hiciera de su cordura un desastre con gestos lascivos y estimulantes.
Si no me iba a dejar golpear sus regordetes glúteos, tendría que proferirle un poco de excitación extra de otra forma. Con ambas manos agarré cada una de las inmensas nalgas que rebotaban contra mis muslos y las abrí hacia los lados, exponiendo el íntimo valle, en él se resguardaba su coño repleto con mi pene y su solitario ano que palpitaba esporádicamente con cada provocación en el orificio adjunto.
Era evidente que no se esperaba sentir repentinamente un dedo introduciéndose con decisión por su ano porque cuando lo ingresé, ella expulsó un orgásmico grito extremadamente audible. Retraje mi dedo en forma de gancho y comencé a palpar y rascar su conducto anal contra el vaginal que ya era estimulado por un órgano de mayor envergadura, intenté juntar ambos conductos en su interior y el roce fue tan estimulante que Ana tuvo que recurrir a sus manos para tapar por completo los sonidos que emitía su boca.
– ¿no me pediste que hiciera silencio? ¿No aplica contigo? Me burlé amistosamente de su regocijo.
Ella no me respondió y en ese momento solo se podía escuchar el leve rechinar de la cama con cada movimiento de nuestros cuerpos y los súbitos lloriqueos de placer que atenuaban las manos de Ana.
Ambos orificios se estrecharon aún más y tanto mi dedo como mi verga se veían aplastados por las entrañas de esa madura, la emoción me obligó a arremeter con mayor ímpetu y tuve que sacar el dedo de su culo para acompañar a mi otra mano en la sujeción de su voluminosa cadera, ya que la fuerza y velocidad con la que la estaba penetrando amenazaba con arrojarla fuera de la cama.
Yo también me desesperé y la agarré de los brazos, la follé una y otra vez con su pecho expuesto al aire y con su cuerpo solo apoyado en sus rodillas. Confiado en el agarre de mis brazos, fui atrayéndola más a mí y posé una mano por debajo de sus pesadas tetas que se bamboleaban como un par de bultos de carne hacia adelante y de regreso, con la otra mano acallé sus alaridos introduciéndole dos dedos en su boca; su lengua jugo con ellos empapándolos y relamiéndolos mientras yo jalaba hacia atrás enganchado a uno de sus cachetes.
Mi excitación fue tanta que la arrojé inclemente otra vez contra la cama y junté sus brazos detrás de su espalda, agarrándolos con una mano como si fuera la sujeción de unas esposas. Incorporé una pierna posando un pie sobre la cama para poderme inclinar un poco hacia adelante, precipitándome por sobre sus anchas caderas, y con la mano libre, atrape su cabello desde la raíz, le sumergí el rostro en el colchón cuidando que pudiera respirar a la vez que se hallaba en una posición de completa sumisión.
- ¿te gusta que te trate así? ¿Qué te coja fuerte como a una perra?
- sí, me gusta cariño, cómeme como a una perra, soy tu perra, ¡soy tu puta! ¡Dame más duro! ¡MÁS DURO!
Mis dedos se adentraban en su largo cabello negro y se perdían en el caótico enredo, lo sujete con mayor fuerza y empuje más su cara contra la cama perforando con bestial frenesí su chorreante vagina.
- sí, ¡así! Más duro, Ah… Ah…
Mi visión estaba centrada en ese espectáculo mórbido de placer y lujuria, pero de repente, por el cenit de mi enajenada visión, pude percibir que algo no estaba bien, la puerta estaba entre abierta, “seguramente no estaba bien ajustada y alguna corriente de aire la fue abriendo” pensé, pero peor fue cuando vi entre el marco y la tabla a medio abrir, un par de pequeños ojos que no parpadeaban, abiertos tan grandes como un par de platos nos veían desde la oscuridad, era Gabriel, el hijo de Ana, un chico con el que yo acostumbraba jugar una que otra vez con sus muñecos o con algún videojuego las veces que iba a visitar a su madre y él se encontraba en casa, en esas ocasiones me había confesado que me veía como el genial hermano mayor que nunca tuvo y pues, estaba ahí, petrificado, viendo cómo su supuesto “hermano mayor” profanaba la sexualidad de su madre y la hacía profesar frases que por más de no alcanzar a comprender en su totalidad, un hijo nunca debería oírlas decir a su madre, y mucho menos ver.
El chico no se movía, no generaba ruido alguno, asombrado y obviamente asustado, solo se limitaba a ver a un hombre encaramado sobre su madre agrediéndola (según como supongo que lo debía de entender él) pero, así y todo, siguió estático en aquel lugar.
Supe de inmediato que Ana no se había percatado de la presencia de su hijo, pues seguía disfrutando de la faena, rogando que la follara con mayor intensidad y la denigrara aún más.
Rápidamente, tomé una decisión y me dediqué a evitar que el trauma fuera para ambos miembros de la familia. Sin soltar su cabello y, por ende, sin permitir que su cabeza se alzara, hice que nuestros cuerpos se desplomaran por completo sobre la cama, ella acostada boca abajo, conmigo encima de ella aun penetrándola, liberé sus manos solo para secuestrar su rostro, puse mi cara junto a la de ella y la acerque a mí para besarla y no permitirle escapar de esa situación, la obligué a centrarse únicamente en la sensación de nuestro beso y nuestros genitales seduciéndose una y otra vez.
Con mi mano libre, traté de estirarla tan larga era, para alcanzar a cerrar la puerta, la acción fue completamente inútil al estar realmente lejos de la entrada. No pude sentir en ningún momento la madera cerca a mis dedos, por lo que alcé la vista para identificar mi objetivo, pero de esta forma pude notar que Gabriel ya no se encontraba allí (quizá haya interpretado el movimiento de mi mano como una orden para que se fuera)
La tranquilidad de que ya no estuviera me dio la satisfacción necesaria para verter mi carga tranquilamente dentro de su madre. Ambos pares de piernas se contrajeron juntas para posteriormente relajarse aún entrelazadas.
Me quité de encima de ella, pero me posicioné a su lado abrazándola mientras aún veía la puerta cerciorándome de nuestra soledad.
- Eso fue mágico – me comentó Ana con un evidente agotamiento en su mirada -. Te amo Bruno.
- Y yo a ti Ana – le contesté tratando de despejar mi mente de la situación con su hijo y me dediqué únicamente a responder sus besos.
Capítulo 2
Han trascurrido varios días desde el intenso encuentro que experimentamos Ana y yo, ese en el que su hijo pudo presenciar en su infantil ingenuidad la desenfrenada lascivia de su propia madre.
Aunque el momento fue muy riesgoso, a su vez, fue extremadamente excitante he de admitir. Adelante, puedes juzgarme, pero quienes se han aventurado a experimentar las mieles del sexo exponiéndose a ser descubiertos en lugares indebidos o ante ojos inadecuados me respaldarán tras asegurarte que pocas cosas te pueden estimular a tal grado, sentir como la adrenalina recorre cada fibra de tu piel mientras caminas al borde de una peligrosa cornisa de la que puedes deslavar en cualquier momento y ver evidenciada toda tu intimidad y la de tu pareja frente a la mirada del mundo. Es como si el éxtasis del riesgo permanente entablara una carrera con el orgásmico placer de los sexos por ver cuál de los dos enajena primero y por completo todos los sentidos de tu cuerpo, tus sensaciones están al límite y tu sensibilidad al máximo; te pierdes en el deseo, pero te obligas a prestar atención a tu alrededor con un falso sentido de seguridad que enmaraña tu conciencia con la engañosa promesa de la impunidad absoluta.
Es un estado alterado, no apto para cardiacos y mucho más si llegas a ser el único en darte cuenta de que efectivamente fueron descubiertos y nada más que por el pequeño hijo de tu pareja.
También debo admitir que me siento un poco mal por Gabriel, la inocencia del pobre niño ha quedado completamente manchada y yo he sido el artífice de la trasgresión, aunque esto no implica que dejaré de relacionarme con su madre, puedo imaginarme el peso que está cargando, pues hasta ahora no le ha comentado nada a Ana y desde mi posición, no me siento el indicado para entablar una conversación de tremenda índole con el pequeño. Por ahora emplearé el cinismo y aprovecharé que mi relación no se ha visto afectada con él, ni con su madre. Y hablando de ella, creo que es justo que les hable de los últimos acontecimientos.
Como es habitual los jueves, yo paso a recoger a Ana a su oficina, ya que esos días su auto tiene restricción de tránsito, ambos vamos por una pizza extragrande y la llevamos a su casa para disfrutarla junto a Gabriel. En un inicio pude notar la incomodidad de Ana al estar juntos en público, donde ella percibía miradas acusatorias, yo solo veía la ingenuidad de la gente al identificarnos como simples hermanos, hasta en ocasiones me atrevería a decir que bajo su perspectiva podríamos haber pasado como tía y sobrino, por suerte la cotidianidad fue normalizando ese tipo de situaciones, aunque ella aún seguía siendo reacia a permitirme invitarla a citas. Es por eso por lo que en días como los jueves corremos a su casa a disfrutar de nuestro pequeño universo en donde somos libres de amarnos sin ningún tapujo, eso sí, siempre que Gabriel no tenga la mirada puesta en nosotros.
La tradición de los jueves consta en llegar a casa de Ana y en primera instancia recibir el efusivo abrazo de su hijo, más emocionado por la llegada de la pizza que los la de su propia madre. Nos sentamos juntos a disfrutar de una agradable cena sintiéndonos como una verdadera familia feliz.
En esta ocasión la dinámica se vio un tanto alterada, esta vez contamos con la presencia de la madre de Ana, una señora de ceño fruncido y autoritario semblante, la mujer se limitaba a emitir las justas palabras en una conversación sin derrochar saliva innecesaria. Por cómo me observaba, estaba claro que la mujer sabía de nuestra relación y me tranquilizó saber de parte de Ana que su madre prefería reservarse su opinión, no sin antes asegurarle a su hija que no se entrometería en nuestros asuntos.
Las comidas pocas veces eran invadidas por silencios prolongados, ya fuese porque Gabriel siempre tenía mil historias que contar o el doble de preguntas preparadas para indagar en mí las respuestas, yo me jactaba de responder con elocuencia a cada uno de sus cuestionamientos mientras me daba a la tarea de entretenerlo y de paso a su madre, misma a la cual notaba diferente cada que mis payasadas y parlan-chinería le arrebatan extensas carcajadas, era como si el aura oscura de cansancio y estrés proveniente de la agotadora jornada cotidiana se extinguiera dándole paso a una mucho más brillante y colorida, colmada de energías renovadas.
Después de comer siempre me ofrezco a lavar los platos, esta vez ganándome lo que parecía ser una tenue sonrisa proveniente del gélido rostro de la madre de Ana, un gesto agradable, pero a la vez escalofriante.
Con frecuencia mientras termino de asear, Ana revisa los deberes de Gabriel y se cerciora de que estén completos, el premio de un buen trabajo es poder jugar conmigo un par de horas a los videojuegos, recompensa a la cual solo pudo empezar a acceder desde mi llegada a sus vidas me cuenta con alegría el niño.
Y cumplidas las dos horas, es tiempo de dormir para los más chicos y el momento de acaramelarse para los mayores.
Normalmente, eso suele significar un poco de besuqueos esporádicos escalando a tenues juegos previos dándole tiempo a Morfeo para que envuelva completamente al niño en su universo de ensoñación y así, darle paso al anhelo de los cuerpos, aunque en esta ocasión y una vez más, la presencia de “Doña suegra” significa un nuevo contratiempo para nuestras rutinas, por esta ocasión nuestros deseos permanecerán debiéndose afecto, las horas de premio para los adultos tuvieron que ser sustituidas por interacciones un tanto más recatadas.
En cuanto la mujer también se retiró a la habitación de visitas, Ana y yo nos acurrucamos en el gran sillón de la sala con un par de cobijas y un gran tazón de crispetas al son de una buena película de terror.
– lo siento por esta noche – su conciliadora voz me extrajo súbitamente de la película -. Sé que este era el tiempo para nosotros.
– y lo sigue siendo, ¿o ves a alguien más aquí? – Traté de tranquilizarla, pues no quería que creyera que solo estaba con ella por las atenciones que me brindaba su cuerpo -. No te preocupes, yo disfruto tanto como cualquiera al estar abrazado con mi novia en medio de una fría noche viendo una buena película, tú sabes que planes como estos son los que también quiero compartir contigo, ir al cine, salir a un restaurante, bares; lo importante es estar juntos.
– Aww… a veces puedes sonar como todo un adulto – se echó a reír.
Esa era una broma común entre ambos, y realmente no me molestaba que se burlara de nuestra diferencia de edad, la seguridad que me daba su fe en mí durante los momentos de mayor seriedad y responsabilidad me demostraba que tras las apariencias, me tenía la confianza necesaria que se le debe de tener a una pareja, de esa forma me podía tomar con agrado las bromas teniendo en cuenta que por experiencia propia he aprendido lo difícil que es para una persona mayor aceptar su vulnerabilidad fiándose de la ayuda de alguien menor.
– Aunque si quiero saber y espero no ser entrometido ¿Por qué tu madre decidió mudarse a tu casa?
– No te preocupes, está bien que preguntes. No será por mucho tiempo – me respondió dedicándome una dulce mirada con su cabeza apoyada en mi regazo -. Gabriel no tendrá que quedarse en sus clases de la tarde durante un par de semanas y el idiota de su padre supuestamente debía recibirlo en su casa hasta que yo saliera de la oficina, pero el muy irresponsable se fue de viaje sin avisarme mientras que mi madre se ofreció a cuidarlo… por lo que lástima para ti, las horas de juego con mami están clausuradas hasta nuevo aviso.
Ese último mensaje fue tan críptico como el epitafio de una tumba. No es como si nuestra relación se basara completamente en el sexo, pero haciendo un poco de memoria, no habíamos parado de hacerlo desde nuestra primera vez, al menos cuatro veces a la semana le dábamos gusto a nuestros deseos carnales y no era todo gracias a mi libido en constante vigilia, la pasión de Ana había sufrido una especie de emancipación y desde que comenzamos con esto su calentura había estado desatada conmigo como si la abstinencia de todos estos años hubiera explotado de improviso.
“Hasta nuevo aviso” se repetía en mi cabeza, era fácil decirlo si no fuera porque recostadas en mi lateral tenía a tan descomunales curvas incitadoras al pecado, tendría que abstenerme por un tiempo indefinido de ese ominoso culo que sobresalía de su silueta marcándose por debajo de la frazada; Aunque lo veo una tarea casi imposible de cumplir, mi boca tendría que recurrir a otro tipo de brebajes hasta que mis labios puedan volver a saciarse con el dulce néctar proveniente del erógeno abismo de su ser.
Como un adicto que tiene que convivir con la cercanía de la obsesión, fuente de todas sus penurias, admiré una y otra vez su sensual cuerpo mientras acariciaba el cabello que se precipitaba de su cabeza acomodada sobre mis piernas. Mi interés claramente ya no estaba captado por la película, el valle que se formaba entre sus carnosas caderas y los laterales de sus senos habían atrapado mi mente y junto con ella, una de mis manos. Agarré su cintura con fuerza y fui bajando, decantando mi mano por sobre su vientre, inferí que ella creía que iría directo por su intimidad al notar por sobre la manta como por reflejo entrecerraba las piernas resguardándose de mis intenciones, lamentablemente para su imaginación, no estaba en mis planes desobedecer sus órdenes. Había esperado por ella largos años de mi vida, unas cuantas semanas no empañarían el panorama, solo quería que mis manos no olvidaran la erógena sensación de esas sugerentes lonjas de piel estremeciéndose al tacto.
-Dame una palomita de maíz – me pidió sin apartar la vista de la película y restándole importancia a mis caricias.
En cuanto introduje el pochoclo en su boca con mi mano izquierda, sus labios atraparon mis dedos y su lengua se aferró a mis yemas. Me sorprendí al inicio, pero al sentir su lengua relamer de manera tan lasciva mis falanges mientras sus dientes las aprisionaban ligeramente entendí que el juego sería bajo sus términos.
Cuando saqué mi índice y mi pulgar, ambos estaban completamente empapados en saliva, tomé otro pororó y nuevamente lo ingresé en su boca, esta vez empujándola con el dedo del medio el cual sufrió el mismo excitante destino que sus hermanos, esta ocasión quise enganchar la parte interna de su cachete con el mismo dedo junto con el anular mientras su lengua se escabullía entre ambos y los envolvía con un húmedo, pero cálido abrazo.
Obviamente, su estimulación hizo efecto en mí y mi otra mano quiso demostrar gratitud aferrándose firmemente al seno derecho. Lo agarré por encima del cobertor, pero el deseo de sentirlo con mayor detalle me llevó a despojarla de tapadera alguna y nuevamente lo sujeté, ahora por encima de la delgada blusa blanca de oficinista, la fina tela me permitió sentir que su pezón ya estaba perfectamente duro.
– ¡Másh adentruo! (¡más adentro!) métemelosh másh adentruo (métemelos más adentro) –suplicó sin voltear a verme.
Y como si la orden fuera interpretada por la mano incorrecta, la derecha se escabulló por debajo de su falda negra, por entre sus medias veladas que aprisionaban esas piernas regordetas, invadió el interior de su vagina resguardada por unas muy empapadas bragas de elevada temperatura; un momento mis dedos estaban secos y al siguiente instante se encontraban completamente empapados y aprisionados por unas palpitantes paredes ondulantes que parecían hervir en fiebre.
A partir de la violación que mis dedos cometieron en esa vulva, su boca se cerró repentinamente como reflejo instintivo, la fuerza aplastó mis otros dedos que incautos se habían aventurado a explorar más profundo en su garganta sin reparar en la dolorosa trampa. Y tal como ya veía venir, su cabeza fue levantándose por el bulto que rápidamente se formaba en mis pantalones.
Por primera vez en un largo rato, Ana apartó la mirada de la pantalla y se apoyó en sus codos para desabrocharme el pantalón, con desespero extrajo de las profundidades de mi entrepierna un venoso falo que se derretía por entrar en alguna de sus lascivas cavidades.
– Disfrútalo mucho porque será la única acción que tendrás hoy muchachón.
Más se demoró en terminar la última palabra que en abalanzarse sobre mi verga e introducirla por completo en su laringe, nunca había sentido un oral tan profundo desde la primera felación. Arriesgándome a decir algún tipo de falacia, se sintió como si desgarrara un himen en su garganta.
La impulsiva arremetida que haló hacia atrás mi prepucio con la eficiente presión de sus labios me obligó a efectuar un pequeño salto, que, a su vez, me obligó a halar fuertemente su vagina con mis dedos estrechando su perineo forzándola a juntar aún más sus piernas hasta casi aplastar mi mano en su interior.
Tras acostumbrarnos rápidamente al placer que nos estábamos profiriendo, el movimiento de su lengua poco a poco se convirtió en una parodia del de mis dedos rasgando las inmediaciones de su útero.
Saqué por un momento mi mano de su coño y me la lleve a la boca para saborear un poco de ese elixir, pues no sabía cuándo podría volver a deleitarme con él Mientras cataba los jugos de Ana, la madura engullía mi líquido pre seminal lustrando mi glande con la parte inferior y laterales de su lengua a la vez que se aferraba al resto de mi verga con ambas manos agitándolas de arriba a abajo, se sentía como si le cortara la circulación e hiciera subir su temperatura, mi miembro se estremecía con el frío contacto de la saliva que emanaba de esa lujuriosa mujer que jugaba con él como si se tratara de un cono de helado.
Al estar hipnotizada por mi pija no noto o no le quiso dar importancia a mis manos agarrando con fuerza desmedida su abultado culo, creo que más bien la cuestión estaba en que poseía un trasero de tan grandes dimensiones que mi apretón apenas representaba un pequeño estímulo. Por impulso alcé mi mano en gesto de palmada, pero mi cuerpo se quedó completamente inmóvil tras ser sujetado firmemente de mis testículos.
– Que ni se te ocurra – inquirió Ana apretando partes que no debían ser apretadas.
– Ok, ok, lo siento, me dejé llevar – dije con voz ahogada.
Fue difícil recobrar el ánimo del momento, pero con el pasar de los minutos mis genitales volvieron a sentirse cómodos con las atenciones de mi mujer. Los dedos que ya no ejercían alguna acción se sintieron fríos y buscaron refugio dentro del cabello de Ana, al tiempo que la mano derecha regresaba a su coño, no sin antes jugar un poco con el oscilante clítoris que se pronunciaba por debajo de la impregnada falda.
-Bájenle un poco el volumen al televisor, van a despertar a Gabriel – una voz de ultratumba se proyectó desde atrás de nosotros, era la madre de Ana quien se acercó a nosotros en medio de la oscuridad y sin que pudiéramos advertir su llegada.
-Claro, mamá, ¿te despertamos? – le preguntó algo nerviosa mientras se sacaba mi pene de la boca y trataba de esconderlo bajo su mentón en lo que parecía ser el inicio de un ataque de pánico.
-No, solo vine por un vaso agua para mis pastillas.
Por suerte, la mujer no volteó a ver a su hija que hacía un patético intento por esconder mi palpitante erección con su propio cabello. Yo, a su vez, intentaba tapar a la mujer lentamente con la manta, evitando que el hedor a sexo fuera muy evidente, afortunadamente la vestimenta de Ana, aunque algo arrugada y empapada, no evidenciaba nuestras travesuras bajo el manto de oscuridad.
Mientras la señora abría el refrigerador y sacaba su tan ansiada agua, Ana hábilmente acomodó su brazo y cabeza sobre mi entrepierna desnuda para ocultar los vestigios del pecado, ambos sabíamos que, si me subía los pantalones, el sonido de la hebilla del cinturón nos delataría.
La mujer mayor terminó sus menesteres en la cocina y cuando creíamos que se retiraría a su cuarto.
-Nunca entendí como te pueden gustar esas películas satánicas, hija mía – La señora se colocó a tan solo un metro de nosotros viendo directamente a la pantalla, pero con nuestra imagen perfectamente en su rango de visión –. Al menos encontraste a alguien más que también le gustan esas cosas.
-sí, madre, soy muy afortunada – le temblaba la voz de los nervios -. Bruno y yo tenemos mucho en común.
Mientras Ana hablaba con su madre, yo hacía todo lo posible por no generar ningún movimiento que pudiera exponernos teniendo en cuenta la poca distancia que nos separaba, aunque la oscuridad nos arropaba y escondía nuestras fechorías, esa mujer era del tipo a la que no se le escapa nada fácilmente y era evidente que desde el rabillo del ojo lanzaba fugaces miradas escudriñando nuestros cuerpos tentada por la desconfianza. Se podría considerar que fallé como humano, más no como hombre, pues bajo su atenta mirada y comprendiendo la surreal situación en la que estábamos involucrados, mi libido me traicionó y con delicadeza fue retornando mi pene a su estado más enérgico, una suave caricia dada a mi testículo izquierdo me confirmó que la adrenalina no era la única responsable por la alteración de mi estado, como si se tratara de una chiquilla traviesa, Ana frotaba mis bolas con su mano a escasos centímetros de la figura de su madre.
– Bruno, ¿hoy vas a amanecer acá? – me preguntó la mujer sin sospechar de las malicias que estaba desarrollando su hija en mi entrepierna.
– no señora, apenas termine la película me voy a casa, probablemente nos veamos mañana – pronunciar cada palabra era un esfuerzo sobrehumano por no liberar un gemido, más aún. Al sentir las uñas de Ana dibujar malintencionados trazos sobre la sensible piel de mi glande, la complejidad de la situación parecía divertirla.
– Me parece perfecto – pronunció mirándome fijamente desde las tinieblas, pude ver sus astutos ojos registrando mi cuerpo del cenit al nadir y cuando pensé que estaba por descubrirnos, un estremecedor grito proveniente de la película nos hizo saltar a todos del susto.
– Cristo bendito, no Ana María, qué horror de película. Me voy a dormir, que descansen.
– Hasta mañana – le respondimos muy, pero que muy asustados, dejamos pasar unos segundos para asegurarnos que la señora se encerraba en su habitación y dimos paso a unas carcajadas nerviosas.
-No puedo creer que se te paró con mi mamá aquí – me increpó burlonamente con una expresión infantil.
– ¿Y a ti cómo se te ocurre hacerme eso frente a ella? – mi venganza no tardó en llegar. Con brío renovado taladré su coño moviendo frenéticamente mis dedos.
-no le queda mucho a la película por lo que me voy a dar prisa – Me avisó antes de inclinarse y devorar nuevamente mi pene.
La emoción nos fue poseyendo a ambos, sus mamadas fueron una más profunda que la siguiente hasta el punto de provocarse múltiples arcadas, los bordes más anchos de mi glande rozaban y se apretaban con las paredes de su garganta mientras su lengua formaba rápidos arcos que envolvían el resto de mi verga.
Mientras tanto, yo me aventuré a rellenar su ano en simultáneo con su vagina con mis dedos y luego, traté de emular la profundidad con la que me lo estaba chupando esa erótica mamá.
Puede que haya sido por la efusividad del momento con su madre, pero yo ya estaba en mi límite y sus contracciones me sugerían que, aunque fuera difícil proferirle un orgasmo, su interior ya estaba gozando de placer con mis atenciones.
El chapoteo resonó, la úvula golpeaba mi uretra con cada penetración en su boca, sus labios no dejaban derramar ningún fluido y la explosión llegó. Me aferré a su cabeza y la obligué a ingerir mi verga por varios segundos hasta que sentí que se ahogaba con ella, la liberé, pero ella misma se forzó a no dejar evidencia de nuestro amorío engullendo hasta la última gota de mi semen, incluso, ingresando una vez más mi miembro en su boca para recolectar todo residuo. Después de lamer lo último que quedaba de nuestros entremezclados fluidos, Ana se encaramó sobre mí y me planto un profundo y pasional beso.
Después de un minuto de tan intensa muestra de afecto me permitió retomar el aire, al parecer fue una pequeña venganza en retribución a lo que yo le había hecho.
Nos quedamos abrazados hasta que se terminaron de reproducir los créditos de la película y con pesar nos separamos, al otro día era seguro que nos volveríamos a ver, pero por el momento, la promesa de un nuevo encuentro pasional quedaba en el limbo de la incertidumbre.
Continuará…
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