Una vida trabajando
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Hola, ¿cómo están? Lo que les voy a contar me pasó hace varios años y fue el inicio de lo que hoy disfruto junto a mi esposa. Pondré un poco en contexto para que vayan comprendiendo la situación. Yo soy un hombre normal de 38 años y mi esposa Aida tiene 35. Ella es de raza negra, tiene las caderas anchas, una cintura pequeña y un buen par de tetas. Hoy en día tenemos dos hijos y yo trabajo en una empresa de venta de automóviles, mientras que Aida trabaja en una empresa multinacional y es subgerente, así que diríamos que tenemos un buen pasar económico. Pero no siempre fue así, y se lo contaré.
Hace diez años, Aida y yo nos casamos y, a esa edad, vivíamos juntos todo el día. Siempre fuimos muy calientes y hacíamos de todo en la cama. Incluso compramos algunos juguetes que usábamos, ella conmigo y yo con ella, para iniciarme en mi bisexualidad. Aunque no teníamos los cargos jerárquicos de hoy, no estábamos mal económicamente. De todos modos, uno siempre trata de mejorar en lo laboral, así que yo me esforzaba en mis tareas. A raíz de eso, el gerente del lugar comenzó a tener más trato conmigo: siempre venía a charlar conmigo o, cuando no había trabajo, me invitaba a su oficina a tomar café y hablar. En nuestras charlas salían todo tipo de temas, incluso los sexuales, y hacíamos chistes de algunos.
Una de las tardes, antes de salir, me pidió si me podía quedar una hora más, ya que venía un cliente a comprar un coche. Le dije a Aida que llegaría más tarde y nos quedamos en su oficina esperando a que viniera el cliente.
Él me pidió que hiciera unas fotocopias en la máquina que estaba al lado de su escritorio. Mientras las hacía, se levantó, pasó por detrás de mí, me tocó el culo con su pene y yo me di la vuelta instintivamente. Seguramente él lo notó, porque se acercó a la puerta, la cerró con llave y volvió. Me agarró de la cintura y comenzó a restregar su pene por mi culo. Solo pude decir un «mmm». Realmente me gustaba. Nunca había sentido una pija de verdad, solo los juguetes que usaba Aida conmigo. Él me dio la vuelta y comenzó a besarme. Yo respondí y empecé a acariciar su pija sobre el pantalón. Se notaba que estaba creciendo. Él la sacó y, por primera vez, probé el sabor de una pija verdadera. No era larga, pero sí bastante gruesa y eso me gustaba. Yo chupaba con todas mis ganas y a él solo se le oía gemir suavemente.
Tras varios minutos chupándomela, me apoya contra su escritorio. Yo me bajo automáticamente el pantalón y pongo mi culo a su disposición. Él lo chupa de una manera increíble y, tras unos instantes, siento que apoya la cabeza del pene en la entrada de mi ano. Al separarle las nalgas con las manos, siento la presión de su pene entrando muy lentamente. Yo me encontraba en la gloria, era la primera polla de verdad que tenía en el culo y no quería que se detuviera nunca; me sentía una quinceañera por primera vez.
Después de esa maravillosa follada, me la sacó y comenzó a pajearse. Sabía que quería que le chupara la leche. Así que me arrodillé y comencé a pasarle la lengua por la cabeza de la pija, esperando ese delicioso néctar que no se hizo esperar. Descargué varios chorros de leche y continué chupando hasta dejarle la pija completamente limpia. Nos arreglamos como si no hubiera pasado nada y, a los pocos minutos, llegó el cliente. Esa noche cogí a Aida como si fuera la última vez. Me sentía una persona totalmente erotizada y con ganas de más y más. Aida no sabía lo que me pasaba, pero lo disfrutaba.
Así fueron pasando los días y las semanas y mi jefe me cogía todos los días en todas las posiciones posibles y en todos los lugares que pudiera. Había encontrado un macho que me llenaba por completo. Yo deseaba contárselo a ella, pero no me animaba, así que me lo guardaba para mí.
Pasaba el tiempo y era el hombre más feliz del mundo, pero sentía la necesidad de que Aida también lo fuera. No sabía cómo lograrlo, pero en una de las muchas fiestas que da la multinacional en la que trabaja ella y a las que asistimos, pude ver que era el centro de atención de la mayoría de los hombres. No sé si por su color de piel o por su cuerpo, pero lo que sí sabía es que a Aida le encanta provocar. Muchos compañeros y jefes la miraban, pero, sobre todo, había uno que no podía sacarle los ojos de encima. No le di mucha importancia y la noche siguió su curso. En un momento dado, vi que esa persona pasaba saludando por todas las mesas, así que le pregunté a Aida quién era. Me dijo que se llamaba Diego, el gerente de la sucursal donde ella trabaja. Cuando llegó a nuestra mesa, saludó a cada uno de nosotros presentándose si no le conocíamos, y como había una silla libre, se sentó. Charlamos con todos y nunca le sacaba la mirada de encima a ella. La verdad es que a ambos nos gustaba que la deseen. Él era un hombre de unos 40 años, bien cuidado. Si bien nosotros rondábamos los 30, él aparentaba nuestra misma edad. Pasamos una linda noche y, como siempre, terminamos cogiendo.
Pasaron unas semanas y Aida llegó con la noticia de que la habían ascendido. Realmente estábamos muy contentos, así que, recordando todo lo de la fiesta de su trabajo, le dije que por qué no invitaba a su gerente a cenar. Mi intención era ver cómo era ella en un ámbito más privado. Ella dudaba porque no quería que se enteraran sus compañeros. Le dije que lo hiciera en privado, que seguramente él no se lo diría a nadie. Cuando volvió del trabajo me dijo que había hablado con Diego y que había aceptado venir a cenar el sábado que tenía libre.
Cuando llegó el día, ella había estado cocinando durante horas y, cuando llegó el momento, Aida estaba increíblemente hermosa y sexy. Se había puesto una minifalda y un top que dejaba ver la mayor parte de su oscura piel. Cuando llegó Diego, lo recibí y lo hice pasar. Al verla, quedó hipnotizado, no podía dejar de mirarla, eso nos excitaba mucho. Arrancamos la cena y charlamos de todo. Aida le agradeció el ascenso y él la llenó de halagos por la cena y por lo guapa que estaba. Sabía que la calentaba.
Saqué una botella de champán para brindar y puse música.
La noche estaba siendo muy agradable y, cuando llevábamos la tercera copa, le dije a Aida si quería bailar.
Acepto y sale moviendo sus caderas. Sus curvas parecían haberse pronunciado aún más, así que, después de unos instantes, le dije a Diego que bailara con ella. Este aceptó muy gustoso, se acercaba cada vez más a ella y le rozaba el pene.
Yo me reía, me causaba gracia la forma descarada en que lo hacía.
En el estado en que estábamos por el alcohol, decidí dar un paso más y me acoplé a bailar con ellos.
La abracé por atrás a Aida y comencé a besar su cuello. Sabía que eso la calentaba.
A medida que bailábamos, yo le apoyaba la pija en su culo cada vez más. Instintivamente, pasé las manos por delante y comencé a acariciar sus generosas tetas. Ella solo se reía, pero, cuando menos lo esperé, noté las manos de Diego acariciándolas también. Yo estaba muy caliente por la situación y Aida no decía nada; no sé si por el alcohol o porque le gustaba la situación, pero, de un solo movimiento, le levanté el top dejando sus tetas al aire. Él las acarició automáticamente y empezó a chuparlas.
Aida solo giró la cabeza hacia atrás, así que la besé. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero él nunca paró de chupar ni un solo instante y ella comenzaba a dar sus primeros gemidos. Al escucharlos, me coloqué junto a Diego y comencé a chupar su otra teta. Ella acariciaba nuestras cabezas en señal de que no parásemos, era una delicia chupar y ver cómo chupaban a Aida. Él, al mismo tiempo, acariciaba su concha por debajo de su diminuta falda. Al verlo, se la subió y, poco a poco, comenzó a bajarle la tanga. Su concha negra y sin un pelo quedó al descubierto. Él metió los dedos y notó lo mojada que estaba. Jugó a su antojo en su concha mientras yo me sacaba el pantalón. Ella agarró mi pene y lo comenzó a acariciar. Después, se arrodilló y comenzó a chupar muy lentamente. Era increíble cómo lo hacía. Diego también sacaba su pantalón y dejaba al aire su pene, que era largo y grueso, verdaderamente grande y lleno de venas. Se puso a mi lado y Aida, mirándome con una sonrisa, comenzó a lamerlo suavemente. Su lengua lo recorría de punta a punta y, cada vez que llegaba a su cabeza, se detenía a chuparla. Intentaba meterlo todo en su boca, pero solo le cabía la mitad; era hermoso verla chupar. Yo me arrodillé junto a ella y comencé a besarla apasionadamente. Tras unos instantes, ella continuó chupando esa enorme polla. Miré fijamente a Diego y él me acarició la cabeza en señal de que todo iba bien. Entonces, agarrando su polla con una mano, se la saco de la boca a Aida y la comienzo a chupar. Nos turnábamos para tragar ese gran trozo de carne. Diego lo disfrutaba muchísimo; se ve que no era la primera vez que un hombre se la chupaba.
Yo lo hacía con todas mis ganas, tragaba todo lo que podía, pero su pene era enorme, muchísimo más que el de mi jefe. Cuando ella lo chupaba, yo lamía sus testículos. Quería hacer todo lo que siempre había visto en las películas porno, así que la dejé chupando y me dediqué a lamer su ano. Eso le encantaba. No sé cuánto tiempo estuvimos, pero lo disfrutamos mucho. Diego estaba muy caliente y quería acostarse con Aida, así que no lo hicimos esperar. Él se sentó en el sillón y ella se subió para cabalgarlo. Él le clavó la pija hasta el fondo de una sola estocada y ella comenzó su concierto de gemidos. Yo podía ver cómo su gruesa pija llenaba toda la oscura concha de Aida y ella largaba una cantidad abundante de jugos. Su blanca y brillante pija hacía un hermoso contraste con ella. Yo solo me masturbaba ante tal espectáculo.
Él, al mismo tiempo, chupaba sus tetas y ella, poco después, comenzaba a tener sus primeros orgasmos. No quería permanecer ajeno a esa fantástica follada que estaba recibiendo Aida, así que me senté detrás de ella para que recibiera su primera doble penetración real. Siempre lo habíamos hecho con juguetes, pero ahora recibiría dos pijas de verdad. Puse la cabeza de mi pija en la entrada de su ano y fui haciendo presión lentamente. La gran pija que tenía en su concha no me permitía ingresar, por lo que presioné con más fuerza y entró casi hasta la mitad de un solo golpe. Ella dio un quejido y luego un suspiro. Supe que estaba lista para lo que venía, así que comencé a meter y sacar muy lentamente para luego aumentar la velocidad. Era increíble la sensación de lo apretado que estaba. Yo estaba en una posición incómoda, pero no me importaba y trataba de que ella sintiera nuestras pijas. De esa forma tuvo varios orgasmos y sabía que Diego deseaba con todas sus ganas coger el culo de Aida, así que, tras estar un buen rato cogiéndola entre los dos, le dije a él que era su turno de probar su culo.
Me salí y la puse en posición de perrito, abrí sus nalgas con las manos y me dispuse a ver el espectáculo, él se acomodó con su enorme cabeza en la entrada del ano y la fue metiendo lentamente. Era glorioso ver cómo ese trozo de carne entraba en el culo de Aida. Ella solo dio un pequeño gruñido y él fue metiéndola cada vez más hasta que entró toda. Comenzó a moverse y era hermoso ver el ano de Aida dilatado al máximo. Él la cogía sin piedad y las nalgas de Aida chocaban y rebotaban contra su pelvis, mientras sus huevos golpeaban su concha de una manera sabrosa. Sabía muy bien lo que hacía, así que me puse al lado de ella para darle a entender que yo también quería disfrutar de ese falo. Comencé a besar a Aida y sentí cómo las manos de Diego agarraban mi cadera. El tacto de su cabeza contra mi ano se sentía caliente y, poco a poco, él la fue metiendo. Era hermoso cómo llenaba todo mi interior con esa gran pija. Yo trataba de no emitir sonidos, pero era imposible.
Cuando me acostumbré a su mete y saca, me sentí en la gloria. Parecía que mi pene quería explotar de lo caliente que estaba.
Estuvimos así unos minutos y me la sacó para volver a coger a Aida. Entre besos con ella, él nos cogía a los dos y me di cuenta de que, interiormente, ambos sabíamos que habíamos encontrado un macho perfecto para nosotros. No tardó mucho en avisarnos de que estaba a punto de acabar, así que ella se puso para recibir toda su leche en la boca, pero fueron tantas las descargas que le cayeron en la piel oscura que era hermosa verla llena de leche blanca. Limpié todo lo que no fue a su boca con la mía y Diego quedó más que satisfecho. Cumplimos lo que tanto habíamos deseado.
Él se convirtió en nuestro macho fijo. Además, yo tenía el mío en mi trabajo. Cada vez que lo deseaba, nos cogía a los dos o a Aida sola. Ella fue ascendiendo en su trabajo gracias a lo buena hembra que era con Diego. Yo me sentía más que afortunado. La cosa fue mejorando e incluso nos compartía con otras personas, pero eso se lo contaré en otro momento.
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