Una vecina sorprendente
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A veces los buenos polvos tienen que ser trabajados, es decir, tienes que estudiar a la presa, analizar las posibilidades, tener el tino de estar en el momento indicado y esperar que la presa ponga algo de su cuota para que ello ocurra. Cuando se es hombre, somos los que debemos de estar pendientes de identificar las situaciones que se presentan y son pocas las veces en que la mujer cambia el rol de presa y toma el papel de cazadora.
Esto me ocurrió cuando tenía 22 años. Nelly, una vecina mayor, algo alborotada y de vida más que licenciosa, era deseada por la mitad de los chicos del barrio, mientras que la otra mitad ya se había acostado con ella. Se comentaba que era una ninfómana. En una oportunidad me la crucé muy de mañana, yo salía con dirección a la universidad mientras que ella recién llegaba con un rostro que denotaba muchas copas de cerveza encima, sin mencionar las ropas que traía puesta. Una minifalda de cuero bastante reveladora, la blusa roja, los zapatos de taco y una de sus pantymedias que se había colocado mal, que asomaba por debajo de la basta de la minifalda hacían suponer que no había tenido tiempo para vestirse bien.
Pero regresemos a lo que me pasó con ella. Estaba yo ese día en unas cabinas públicas de Internet, pues mi computadora se había malogrado y tenía que hacer un trabajo para la universidad. Alquilé una máquina en un cuarto que estaba destinado para eso y en donde había una máquina que permitía hacer llamadas telefónicas al exterior a bajo costo. Me encontraba a la mitad d mi trabajo cuando la veo entrar, su mirada seductora, sus caderas envueltas en su pantalón jean que parecía reventar quitaron la atención de mi trabajo y me dediqué solo a mirarla. Como les comenté, es normal que el hombre vea a su presa y haga los intentos de capturarla, pero esta vez la situación cambió completamente.
Se acercó donde yo estaba con la intención de pedirme un lapicero, para ello se acercó por mi lado izquierdo, y el lapicero estaba al extremo derecho. Cuando iba a dárselo, la muy pendeja colocó su cabello cerca de mi rostro, sus senos a la altura de mi espalda y con su mano derecha cogió el lapicero, eso me excitó mucho pues había sido lo más cercano que había estado de la mujer que llevaba el título de ninfómana en el barrio. Terminó de hablar y para devolverme el lapicero repitió el mismo movimiento, pero esta vez había una nota que dejó junto al lapicero. Cuando se fue la abrí y la leí: Te espero en 5 minutos en la panadería. Sin pensarlo dos veces grabé mi trabajo en un diskette, acomodé mis cosas en mi mochila, pagué el tiempo alquilado y me fui. Cuando llegué allí estaba ella. Estaba comprando el pan de la manera más inocente posible, me quedé afuera esperándola, salió y me dijo:
– Sabía que vendrías.
– Me dijiste que venga y eso hice.
– Qué estabas haciendo?.
– Un trabajo de la universidad.
– Voy a tomar lonche en mi casa, me acompañas? No hay nadie allí.
– Bueno, vamos.
Fuimos a su casa, entramos, dejamos los panes en la cocina y me llevó directamente a su dormitorio, Me cogió de la mano, temblorosa de la emoción, y subimos al segundo piso de su casa, ingresé a su habitación, una habitación cuya ventana daba hacia la calle desde donde una noche de verano escuché sus gemidos salir y romper el silencio nocturno de mi calmado barrio.
Adentro, ella fue la que tomó la iniciativa, mi experiencia en prostíbulos me hacía suponer que ella había sido una prostituta, se desenvolvía como tal, se quitó la ropa, el jean, la chompa, la blusa, los zapatos y quedó completamente desnuda, como si me tratara de un cliente. Su cuerpo era esbelto, sus cuarentaitantos años no habían hecho mucho efecto en su anatomía, por el contrario, se mantenía lozana su piel, duros sus senos, levantado el trasero y apetecible su vagina. Lo que más me gustó de ella fue lo arreglada que tenía su entrepierna. Se había preocupado de mantener afeitado su pubis, estaba perfectamente delineado y los pelitos cortados parecía el pubis de una niña, aunque ella estaba lejos de serla Me acerqué donde ella, me ayudó a desvestirme dejándome a mi también completamente desnudo. Me senté al borde de la cama y se arrodilló delante de mí Cogió mi verga con las dos manos, los generosos 18 cm que me caracterizaban la hicieron suspirar, me confesó que de todas las pingas que se había comido la mía era tal vez la más linda pues era perfecta, larga, gruesa y agradable, no como otras que eran pequeñas, o delgadas o cuya apariencia espantaban hasta a la puta más barata en busca de dinero fácil.
La cogió y me tendí en la cama, desde allí veía como la llenaba de caricias con la lengua, era toda una experta en ese materia. Se la metía toda dentro de la boca, la succionaba, la pasaba por su rostro, de vez en cuando me daba una mordida juguetona para salir del éxtasis y no eyacular. Me tuvo largo rato así. Al estar yo echado en la cama, se trepó sobre ella con la intención de colocar su concha sin pelos a la altura de mi cara. Al inicio dudé un poco, pues me acordé de todas las pingas que esa concha se había comido, pero la lujuria pudo más y le metí la lengua lo más hondo posible. Entramos en un 69 que nos hacía gozar a los dos de placer. La posición tomada era propicia además para lamerle el ano, cosa que hice inmediatamente, de manera torpe al inicio, pero con el pasar del tiempo fue gustándole cada vez más por lo que luego empecé allí mismo a meterle los dedos al ano, también a la vagina, causando en ella una excitación que la hacía gemir de placer como aquella vez que la había escuchado caminando debajo de su ventana.
Cambiamos la posición, se puso en cuatro dándome la espalda, entregándome ese coño tan dulce y depilado, su vagina rosadita era una invitación al pecado, a la lujuria a olvidarse de los prejuicios y dar rienda suelta a la pasión. Puse mi pinga cerca de su vagina, la humedecí con sus propios jugos, y una vez lubricados los dos, se la ensarté de golpe, para que sintiera que no sería un cualquiera más a quien se tiraba, sino que sería alguien, yo, su vecino, al que conocía desde los 14 años, el que la haría ahora sentir lo que es ser penetrada por una verga por todos los orificios que me permitiera penetrar.
El mete y saca era espectacular, la muy perra colaboraba pues de vez en cuando apretaba su vulva para atrapar mi pene, cada vez que hacía eso, se levantaba con la intención de tenerme dentro y no dejarme salir. Se volvía a acostar, y la seguía penetrando cada vez con más fuerza, el sonido de mis muslos chocando con sus nalgas parecían aplausos a un polvo tan bueno que nos estábamos metiendo. Terminamos esa posición y se dio vuelta, lista para recibirme otra vez. En esta oportunidad la penetración fue más calmada, veía en su rostro unas lágrimas, no se si de dolor o de placer, pero no tenía escrúpulos para detenerme. Levanté sus piernas sobre mis hombros, la fuerza con la que entré en su vientre la hizo desprender un grito de dolor, fue tan profunda que el dolor lo sintió a la altura del estomago y no me quedo más que sacarla porque no lo podía soportar. Esta vez me pidió que m echara. Lo hice en la misma posición cuando empezó a chupármela y fue ella la que se sentó sobre mí.
Era la primera vez en la tarde que ella tomaría la batuta en la faena. Sus movimientos eran coordinados, las caderas en forma circular, las piernas de arriba hacia abajo, y yo de vez en cuando cogiéndola de la cadera con la intención de detenerla y meterla una embestida que la haga acordarse de que el que estaba debajo no era uno más, sino el vecino al que conocía de niño y que ahora la estaba haciendo gozar. Sus movimientos eran cada vez más rápidos, lo que estaba acelerando mi proceso de excitación. Como no quería aun eyacular, la saqué de donde estaba, la tumbé nuevamente en la cama pues allí debía estar ella, si la dejaba tomar el control pensaría que era uno más en su lista de conquistas, pero no quería que fuera así. La penetré nuevamente, le hice poner sus piernas alrededor de mi espalda, y con un poco de esfuerzo la levanté, la tenía ahora pegada a mi, unida con brazos y piernas a manera de gancho, yo la cogía de las nalgas para mantenerla así, la penetración de esa forma era más profunda, el dolor y placer que le causaba eran cada vez más notorios lo que no impidió que ella terminara en un satisfactorio y prolongado orgasmo. Yo aun tenía fuerzas y vitalidad para continuar, seguir dándole por la vagina sería repetitivo así que opté por su otro orificio. Su ano se notaba que había recibido muchas pingas en su historia, era un ano ajetreado, se abría fácilmente a la penetración, pero como Nelly dijo, la mía era la pinga más rica que se había comido. Humedecí su ano con la humedad de su vagina, la fui untando como también mi pinga, puse la cabeza a la altura de su orificio con la certeza de que entraría sin problemas, y la empujé con fuerza con la intención de que le duela, no para hacerle daño, sino para hacerle saber que no sería uno más en su lista sino alguien diferente, alguien especial, el chico que la deseaba desde hacía mucho y que había hecho su sueño realidad.
La arremetida hizo que soltara algunas lágrimas, nunca pensé que los gemidos de las películas pornográficas los escucharía en persona, su manera de gemir, de respirar mientras cachábamos me hacía recordar a las actrices de ese tipo de películas. La primera posición para el anal fue ella apoyada sobre sus brazos y piernas, como aun podía seguir la faena, me senté al borde de la cama para que se sentara encima mío. En unos cuantos movimientos sentí que estaba por terminar, la vieja zorra se dio cuenta por mi respiración, se puso de pie, se arrodilló delante de mi y con esa característica costumbre de las películas recibió todo mi semen en la cara, en el cabello, en los senos, metiendo luego las últimas gotas que salían a su boca, y terminando luego metiendo mi verga a su boca para darle el último placer de la tarde. Era delicioso verla jugar con mi pinga, su cara llena de semen, embarrada toda en ese leche calientita y espesa que saboreaba con tanto placer, se notaba que los disfrutaba, recogía un poco de leche de sus pechos y se lo llevaba a la boca, lo disfrutaba enormemente.
Descansamos un momento pues su hija estaba por llegar, nos vestimos, ella se lavó la cara y se humedecido el cabello, le agradecí por la tarde de placer que me regaló esperando que me invitara a vivir una nueva experiencia, pero al terminar me dijo que eran S/.50.00, que dejara el billete en la mesa, y que si no tenía me daba una semana para conseguirlo, porque de lo contrario, ella misma se encargaría de correr el rumor entre sus ocasionales clientes de que era gay, que no podía mantener una erección y que no servía para nada. Si de algo me sirvió esa experiencia fue saber que mi intuición no me había fallado. Esa actitud inicial era la de una prostituta que lejos de pararse en una esquina o poner su anuncio en el periódico, apelaba a sus vecinos para convertirlos en su clientela, la que iba creciendo día a día sin salir, literalmente, de casa.
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