Un polvo realmente bueno e increíble

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Así estaba yo, con una calentura tremenda y sin saber demasiado bien que hacer. Me había masturbado dos veces esa mañana mientras veía unas cuantas fotos eróticas que me había bajado desde Internet y aún me veía con fuerzas y con más ganas de sexo.

Mi nombre es Miguel, tengo 31 años y vivo solo en un piso en un lugar de la Costa del Sol del que soy, por accidente, presidente de la comunidad. No suelo tener demasiada fortuna con las mujeres aunque son mi gran pasión y solo en una ocasión encontré alguna chica que me siguiera el juego en el sexo.

Como iba diciendo estaba bastante caliente y decidí tomar una ducha para así refrescarme las ideas, salir de la situación que mantenía y lavarme un poco de los sudores y demás líquidos arrojados esa mañana. Me dediqué a mantenerme estático frente a la lluvia que caía desde el grifo hasta que mi cuerpo desprendía humo después de casi 20 minutos bajo el agua, en ese momento, me salí de la ducha y cogí una toalla, me la coloque en la cintura y comencé a afeitarme. Cuando acabé, y aún con la toalla en ristre, sonó el timbre de la puerta, el asombro fue total porque no habían tocado antes el portero electrónico y especialmente porque a mi me visita menos gente que a Bin Laden. Así que salí corriendo y miré por la mirilla de la puerta para ver de quien se trataba, pensé que sería algún vecino para hacer alguna reclamación pero pude ver a una chica que esperaba, vestida de rojo, con una flor amarilla en la mano y con una carpeta. Abrí con mucho reparo la puerta del piso ya que no era la mejor manera de recibir a nadie con mi pinta de recién salido de la ducha.

Me saludó amablemente y se presentó como Luisa de una empresa de servicios telefónicos, preguntó si tenia teléfono en casa e Internet, le respondí que sí. Entonces ella me dijo que quería ofrecerme una oferta de bonos muy interesante pero que volvería más tarde, de hecho, si este fuera un relato cualquiera, acabaríamos follando como cosacos en la cama, pero como es real las cosas no pasan así. Le dije, entonces, que si quería que fuese a otros vecinos primero y volviese algo más tarde y con una sonrisa aceptó.

Cerré la puerta y me quedé mirándola por la mirilla, era una magnifica mujer, de aproximadamente 1,69, muy guapa, con una larga cabellera lacia, llevaba un pantalón rojo ajustado que le dejaba marcar un maravilloso trasero y así, vista de espaldas, me empezó a crecer mi arma la que rocé con mi mano. Cuando su figura desapareció por el largo pasillo de mi piso me marché a la habitación y me comencé a vestir. Me puse una camisa y un pantalón de pinzas, cuando me puse unas gotas de colonia y justo cuando me iba a sentar en mi sofá para ver la tele recordé a la vendedora y en ese instante sonó el timbre de la puerta, salté como un resorte hacia la puerta de casa y allí estaba ella. La invité a pasar y la llevé hasta el salón, la invité a sentarse en el sofá y colocó su carpeta en la mesa, me senté a su lado y empezó a explicarme su oferta.

Yo no dejaba de mirarla y encantarme con sus poderosos ojos y unos jóvenes pechos que desafiaban a la gravedad. Le dije que estaba muy interesado en la oferta, sobretodo gracias a su encantadora vendedora, se ruborizó y me dio las gracias por el cumplido. Sacó entonces un contrato y comenzó a preguntarme mis datos para formalizar el compromiso contractual, yo, que no dejaba de reír con su gracejo personal le ofrecí un refresco y me pidió una cerveza, después de que le insistiera mucho. Me levante hasta la cocina y le dije que no se marchara que iba a por la bebida. En la cocina, mi mente solo pensaba en ese cuerpo y en esa simpatía, cuando me puse frente a la nevera y le di la espalda a la puerta apareció ella por detrás y me preguntó:

– ¿Te ayudo?

No esperaba su presencia y me llevé un gran susto.

– Jó, – le dije – me has asustado chiquilla. No te esperaba aquí.

Ella rió.

– Perdóname, no era mi intención. Oye tienes una casa preciosa ¿me la enseñas?.

Y entonces comencé a recorrer el piso junto a ella, le mostré la cocina, el baño, dos habitaciones y acabamos en el salón.

– Yo estoy buscando un piso por la zona con estas características pero los precios son desorbitados.

– Ya lo creo.

Continuamos hablando de cosas banales hasta que le espeté:

– Oye eres guapísima ¿sabes?.

Ella no supo que decir y por vez primera su naturalidad dejó paso a un pudor que no había demostrado en toda su visita, pensé que ya la había fastidiado, que como de costumbre se iba a joder el invento.

– Perdona si te ha molestado, pero es que me gustas mucho.

– Tu a mi también.

Su respuesta me causó un cosquilleo que me subió desde el vientre hasta la cabeza, y tras esa sensación me acerqué a ella y la bese. Fue un beso bello, carnal, intenso y con sabor a rojo carmín. Ella mordió mi labio superior y luego me introdujo su lengua con ardor guerrero, como queriendo tocar mi campanilla. Al tiempo mi mano ya había echo suyo uno de sus pechos, lo recorría por encima de su blusa mientras ellas se abalanzaba sobre mí tumbándome sobre el sofá. Así entre roces y besos estuvimos no sé demasiado bien cuanto tiempo hasta que ella dijo:

– Me tengo que ir.

Yo en una calentura descomunal y con mi miembro pidiendo a gritos ser sorbido por esos labios y esa vagína que había rozado sobre el pantalón con la mano, le suplique que no se marchara y me dejase así, entonces me dijo:

– Quedamos a la noche, y terminamos esto como es debido.

No hizo falta contestación porque se levantó y arreglándose la ropa tomó su carpeta y se dirigió a la puerta de casa. Entonces yo, antes de marcharse le dije:

– No me dejes así, mira como estoy. Le tomé la mano y la llevé al paquete.

Ella rió y se agachó frente a mi, me bajó la cremallera por la que saltó como un resorte mi miembro, introdujo su mano frágil y sensual con las uñas pintadas delicadamente y sacó mis dos testículos para agarrarlos mientras con la otra mano se dirigió el pene hacia la boca. Primero sorbió la punta de ese arma mientras masajeaba hábilmente mis dos testículos, luego empezó a introducirse el aparato hasta el fondo. Yo no tengo precisamente un descomunal miembro, todo lo contrario, es más grueso que largo y sobre todo hábil, muy diestro en el envite. Así siguió con su va y viene hasta que me dijo:

– Quiero que te corras en mi boquita. Dámelo todo. Quiero tu leche mi amor.

Y exploté. Fue oír esa voz y llenarle la boca de semen. Me eche sobre la pared del recibidor de casa mientras ella me limpiaba con suma sutileza y habilidad con su lengua todo el miembro. Se levantó, entonces, fue al baño mientras yo me había guardado mi mojado aparato y cuando volvió me dio un beso húmedo y me dijo:

– Quiero mucho más luego. Quedamos a las 11 de la noche en tu casa.

Pasó el día entero, era sábado, y no podía dejar de pensar en ella. Era normal mi nerviosismo. Llame a mi mejor amigo para contárselo y a medida que se iba acercando la hora de la cita el nerviosismo se hacía más grande.
Preparé un ambiente inmejorable. Velas en el salón con una manta en el centro, incienso de rosas rojas para dar más clima aún, y aguarde viendo un Osasuna – Deportivo de la Coruña en las Autonómicas que no me hizo nada más que aumentar mi grado de concentración sexual hacia Luisa. Eran las 11 y 5 y empecé a dudar si vendría, cuando sonó el portero automático.

Era ella, me quedé detrás de la puerta esperando que apareciera, salió del ascensor y al fondo se apreciaba su silueta femenina, encendió la luz y entonces la pude ver, caminaba segura, traía una falda a la altura de la rodilla, una camisa celeste, y el ruido de sus tacones me llevaron a mirarlos, eran afilados, de aguja, de esos que me quitan el sueño y que colecciono en fotos de chicas desnudas de páginas de Internet. Se acercaba, no llamó a la puerta, ya sabía que estaba detrás, mirándola. Los vendedores de puerta a puerta conocen cuando hay alguien detrás por las sombras. Abrí, ella me sonrió y me dijo:

– ¿Puedo pasar?.

No respondí, solo la miré y pensé en decirle lo hermosa que estaba. Pero ella no me dejó, se coló hasta el salón y me llamó. Me acerqué y nos besamos. Fue este un beso sexual, de esos que solo son para abrir fuego, para disparar los primeros jugos. Con mi habilidad habitual le quité la blusa botón a botón hasta dejar su sujetador a la luz de las velas. Luisa me quitó la camisa mucho más rápido, ávida y frenéticamente, sin quitar los botones, como cuando llegas a casa a las siete de la mañana en una noche de borrachera. Le desabroché el sujetador y pude ver unos pechos esbeltos, con la marca del bikini señalada por la falta de sol y con unos pezones redondos, como una moneda de dos euros y que se enfilaban hacia mí como buscándome. Me abracé a ella y mis pectorales se enfrentaron a dos hermosos senos para juntarse los dos cuerpos, sus pezones se desplegaron en toda su dimensión, incluso los noté rozarse conmigo, fue entonces cuando me acerqué a ella y los lamí, pero fue un ejercicio de habilidad, una de esas tácticas infalibles que tiene todo amante en esos momentos. La mía consiste en ir haciendo círculos desde la zona más ancha del pecho para ir cerrando esa espiral camino del pezón, la fruta que me aguarda como la guinda de un pastel, y ella, como otras mujeres, terminó cogiéndome de la cabeza y apretándome hacia él a la vez que lanzaba un sonoro gemido de pasión.

Esa maniobra duró lo necesario, lo justo para cada uno de los senos hermosos. Entonces me decidí a bajar hacia su tesoro, tomé el camino de su vientre, deleitándome en cada uno de sus milímetros disfrutando del momento y del manjar que me presentaba esa mujer de escaparate. Ella se estiraba para ir quitándose la falda a la vez que yo me acercaba a su chorreante cueva. Entonces dejó al descubierto una braga tanga que tenía incrustada a estas alturas en su culo. Unos pantis negros y sus tacones de aguja quedaban aún en sus largas piernas. Llegué a su Monte de Venus, que no tenia depilado, era normal, ni muy espeso ni esos que aparecen en las películas porno rasurados y que aún no he logrado encontrarme en la vida cotidiana. Le busqué el clítoris con mi mano hasta que di con el y separándolo me lo metí en la boca y empecé a chuparlo como si fuera una gominóla, ella gemía como si se le escapara el alma, me tomaba la coronilla y me empujaba hacia su sexo. Me tomó una mano y se metió en la boca un dedo que dejó mojado, entonces decidí metérselo en su agujero que estaba totalmente húmedo, no hacía falta buscarlo cabían hasta tres dedos consecutivos, entonces empecé a chupar su sexo mientras que me le hacia el amor con los dedos y empecé a oír unos jadeos tremendos y note como arqueaba su espalda para tener un orgasmo descomunal y comenzó a volverse loca diciendo:

– Métemela ya, venga, como puedes estar ahí aun venga fóllame ya…

Entonces me quité de encima y ella se incorporó para comenzar a bajarme los pantalones así lo hizo y me tomó mi pene y se lo colocó entre sus pechos comenzando a pajearme entre sus impresionantes senos y en cada envestida me lamía el prepucio. Acto seguido tomo mi miembro y se lo incrustó por completo en la boca, comenzando una impresionante mamada. Cuando pensó que ya tenía bastante se volvió a tumbar y me suplicó:

– Fóllame… Vamos méteme la polla… la quiero toda… dame.

Me la masajeé un poco y la cogí para hundírsela en su sexo. A cada envestida gemía poderosamente y me animaba a seguir, en una de esas embestidas comenzó a volver a hacer gestos evidentes de tener otro orgasmo. Le levanté las piernas y me las coloqué sobre los hombros con lo que mi pene entraba con mucha facilidad e intención por esa cavidad, tras varios minutos en esa postura Luisa me pidió que me corriera en su boca.

– Vamos… lléname de ti… Correte en mi boca…

Entonces la puse a cuatro piernas y le dije al oído que si se la podía meter por detrás, “si” me contestó “pero espera” dicho esto se mojó el dedo índice y se lo introdujo en el culito, mientras hacia esto yo le metía en su cueva mi miembro. Cuando retiró su dedo me pidió que se la metiera. Entonces escupí en mi pene totalmente erecto y en dos intentos lo metí hasta el fondo. Ella suspiro y volvió a gemir, comencé a moverme frenéticamente hasta que ella se comenzó a tocar el clítoris y a decirme que se volvía a correr. Entonces yo saqué mi miembro de sus entrañas y le di la vuelta corriéndome en su boca, mis chorros le debieron llegar hasta el estomago, fueron intensos, una eyaculación de las que dejan huella.

Así nos quedamos descansando en la alfombra durante toda la noche, en la mañana del domingo comenzó una relación que duró varios meses y que tubo muchas noches de gloria como esta.

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