Terminé tirada en la cama pasada a orine, a escupe, a semen
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Una mujer para todo uso. Esa noche terminé tirada en la cama pasada a orín a escupe a semen. Mi pelo hedía.
En esas semanas con pomadas y analgésicos inicié un camino que no sabía qué fin tendría, fueron días con la sensación de estar atrapada aun, inmovilizada, entre la cama y esa descomunal bestia encima de mí que me asfixia, empotrándome su verga hasta los límites de mi estómago y de mis orgasmos.
Ya conté que mi pareja juega póker y ya escribí sobre cuando perdió y me tocó pagar. Y claro, volvió a suceder. Y yo ya no era premio, era un objeto para hacer lo que no hacían con sus esposas, para experimentar y explorar sus perversiones. Una mujer para todo uso.
Debo mencionar también que Luis mi pareja llevó nuestra relación, que es solo sexual (él es casado) hasta entregarme a un grupo de amigos. Lo que para mí ha resultado sorprendente es que lo acepto, y este sentirme usada, humillada, un objeto desamparado, me provoca una morbosa sensación de miedo y excitación, mientras más expuesta e indefensa he ido quedando entre ellos más intensos son mis orgasmos, mientras más débil más penetrantes las sensaciones.
Una amiga sicóloga, me sugirió una vez que escribiera aquello que me perturba porque así se puede lograr esa distancia necesaria para poder asumir lo que la razón y la moral después niegan. Así que ordenadita comenzaré desde el principio de esta tercera vez. Lo que han hecho conmigo, y que he dejado que me hagan, debo reconocerlo.
Jorge Luis mi parner es un hombre de ya casi 50 años, debe pesar 80 kilos, delgado de un metro y ochenta, serio, casado, es jefe en una minera y está muy bien, con unas manos y ojos de sueño. Yo tengo 50, delgada y bajita, labios, brazos, cuello delgados menos las piernas y un trasero justo, redondo y parado aun que se dan vuelta a mirar y eso me gusta.
La noche que hoy cuento habían venido tres amigos a jugar y al final quedaba mi pareja, el chico nano y uno al que le decía el dealer el que había obligado a Jorge que me compartiera con ellos la primera vez. El cuarto jugador siempre se iba antes.
Era tarde ese viernes y ellos jugaban en la mesa al fondo y yo estaba en el sillón terminando de ver una peli cuando Luis se me acercó, socarrón y me dijo bajito como preguntando lo que yo sabía era una orden:
- Peladita…, vas a tener que repetir… Ya me comprometí. Yo lo miré con cara de odio, entendí perfectamente que era ese “repetir”. Era cerca ya de medianoche. Sus tres amigos me miraban que me comían desde que llegaron, el dealer y el chico seguro se acordaban de esas otras noches en que me usaron.
Si. Si tú lo dices, claro amor, le dije suave, con una falsa sonrisa. Luis era un hombre que tenía momentos en que con su mirada me paralizaba. Esa era mi suerte. Lo sabía y la he asumido. Además no quería que otro hombre me dejara nuevamente como mi ex después de 25 años.
Luis les invito a la sala y dejaron la mesa de juego y se acercaron a los sillones donde yo veía la peli. Era de unos tipos que disfrutaban chocando autos y tenían sexo heridos. Luis me corrió dejándome al medio del sillón grande y se sentó a mi lado.
A mi otro lado se sentó el chico nano. Los hombres después de haber tenido sexo con una mujer se sienten un poco propietarios de ella, se arrogan autoridad sobre una. Con esa confianza me tomó de la mano y me atrajo hacia sí, tenía una colonia fuerte y manos toscas de dedos gruesos y cortos.
Al oído me susurró “de esta noche no te vas a olvidar flaquita, el sueño de cualquier mina”. Su aliento era a alcohol caro y sus dientes impecables. Yo estaba clavada al sillón, en ese momento solo quería que la tierra se abriera y me tragara.
- Estamos de acuerdo entonces -le preguntó a mi pareja por encima mío-, la prestas pa Usarla un par de horitas nada más, no hay que ser egoísta amigo. Yo presentía algo: moreno de ojos verdes, moreno malo. Y chico, chato, y petulante más encima. Pero sabía también que ya era de ellos. Era la presa que ya comenzaban a devorar a mordiscos.
- Nada de fotos ni de marcas, y estamos de acuerdo. -le respondió Luis desde mi otro lado. Allí en medio era un objeto de cambio, como el dinero que pasa de mano en mano. El dealer que estaba sentado al frente me miraba la blusa tratando de adivinar mi escote que tenía una transparencia negra sobre un relleno para agrandar mis pequeños pechos.
- De acuerdo entonces, dijo el chico. Se paró de mi lado, sacó el celular del frutero donde los dejaban al llegar y se fue a llamar al balcón del departamento.
- Escuché que daba nuestra dirección, que hablaba de un examen y un depósito, luego entró sonriendo y se fueron por unos tragos a la cocina y hablaron y rieron entre ellos, el chico les contaba del tamaño de algo.
- Yo continué viendo la peli. Me sirvieron un whisky, el tercero (el tercero generalmente es el de mi perdición) pero sabía que Luis me cuidaba y pensé que para lo que venía mejor un trago fuerte. No sabía que iba a necesitar mucho más que eso.
- Por qué te gustan las minas tan flaquitas
- le preguntó cuándo volvieron a sentarse a la sala.
- Aunque ese culito parado y redondo y la cara de muñequita que esta se gasta calienta a cualquiera. Y volviéndose a mí me preguntó Cuánto mides
- Un metro sesenta. Mentí, mido 10 y unos centímetros menos y pesas
- Cincuenta, y exageré un poquito de nuevo. Lo bueno viene en frasco chico, le dije.
- de tetas nada Una pena flaquita, mas plana que una tabla. Que talla usas de brassier. Y entendí perfectamente que no le interesaba eso sino que era una forma de someterme, de humillarme.
- talla s Por lo menos no se me van a caer con los años, le dije tratando de conciliar.
- tienes cara de mina Pretenciosa, elegante, me dijo mientras me recorría la pierna con su mano por sobre el pantalón. Con cuantos engañaste a tu marido
- nunca, le fui fiel 24 años- dije indignada de verdad. Y no me faltaban oportunidades, agregué.
- y antes de Luis Ya solterita a cuántos te tiraste Porque me contó que llevabas como 6 meses separada cuando le diste la pasada.
- solo a uno Y una vez solamente, en una casa en la playa. Y a Luis me costó darle la pasada como dices porque tú sabes que del banco no podemos salir con clientes, y Luis y tú y todos ustedes son clientes, y casados. Y en esos momentos tocaron la puerta.
- Sí, tenemos una dependencia mutua podríamos decir. Luego cambió de tono y me ordenó: anda a abrir, y supe que desde ese momento estaba completamente en manos de él. En verdad yo sabía que algo así podía pasar alguna vez: quedar sometida a un grupo de hombres
Abrí y de la sombra del pasillo apareció un hombre que no iba a caber por la puerta. La mascarilla solo dejaba verle sus ojos oscuros y unas cejas muy pobladas. El pelo corto y tieso. Los brazos gruesos y peludos asomaban de una camisa manga corta y manos de trabajador.
Las uñas limpias por suerte pensé. Daba la impresión que se había bañado hace unos minutos. Ingenua pensé como buena madre que lo era en la semana, si teníamos monedas Y no traía ninguna pizza, y eran pasadas las doce y había toque de queda.
- Dile que pase, dijo de adentro el chico nano y presentí algo muy malo. Bajé la vista y disminuida me hice a un. El hombre pasó rozando el dintel de la puerta y se adelantó a saludarlos mientras yo atrás cerraba.
- Por un momento pensé en quedarme afuera, pensé que si fuera una mujer normal debía irme, pero algo más poderoso que yo me hizo caminar hacia adentro hasta junto a un sillón y esperar, con las piernas inseguras y la mirada en el suelo.
- El escorpión siempre va a morder a la rana, es su destino pienso hoy cuando recuerdo esa noche.
Princesa sírvele un trago, me dijo Luis. El hombre miraba la sala como buscando algo. Le serví un whisky con hielo y al alzárselo noté que aun con mis tacones altos de zapatos de fiesta le llegaba más abajo de su axila.
Princesa, mira él se llama En realidad nadie sabe cómo se llama pero trabaja una cuadra más abajo en un bar, saca borrachos, acarrea cajas, le decimos el gringo. El tipo se sonrió. “mucho gusto” me dijo y se me acercó y me tendió la mano yo le entregué la mía que se perdió en la de él.
Quedé a su lado y noté lo diminuta que era a su lado, mi boca más cerca de su cinturón que de su cara, mis pechos en su cintura. Y era el doble de ancho que yo.
Anda a ponerte sexi -me ordenó el chico- mientras nosotros arreglamos acá. Cuando dejaba todo a media luz escuché que el tal gringo preguntaba Ella… Ella sola Apuntándome con su dedo.
Entré al dormitorio como los ratones que una vez que el gato los ha atrapado y ya medio muertos los deja libres y corren en círculos, ya no intentan arrancarse, corren entregados a su suerte, así en ese estado saqué un baby doll rojo transparente con un colaless de encaje por delante y me metí al baño, me lavé los dientes, como ratón ya cogido me arreglé el maquillaje, el pelo, no quería ni podía pensar en nada. Luego me desvestí y me puse la transparencia pero antes sequé mi entrepierna porque estaba húmeda, más húmeda de lo normal.
Estaba temblando pero la adrenalina me mojaba. Esta ratona sabía que se la iban a comer y eso le excitaba. Me volví a mirar al espejo, el rímel de las pestañas, a repasar el rouge cuando golpearon la puerta.
Apúrate princesa que otras pagan por mirar y tú, que lo vas a tener entero para ti, te demoras. Hasta te lo podrás servir dijo riéndose el chico. Apagué la luz del baño y salí despacio mirando el suelo sin querer enfrentar con la vista al hombre que ya echado tapaba completamente uno de los sillones individuales.
Y quedaba nuevamente a la entrada de la sala oscurecida semi desnuda frente a cuatro hombres encendidos exaltados y algo borrachos, entregada a ellos.
Ven conmigo princesita, siéntate aquí, me dijo el chico golpeándose sus piernas, lo que no te conté del gringo, princesa, es como se hace unos pesos extras. Y comenzó a meterme mano delante de ese gigante.
Se gana unos pesos extras mostrándoles a las viejas su herramienta en el baño del personal. Yo no le he visto pero dicen que es una monstruosidad jajajaja. Los demás le escuchaban y me miraban entera en silencio, sonrientes, expectantes.
Me enderezó por los hombros me paró y me hizo sentar sobre él nuevamente pero de frente a ese hombre que me miraba lascivo y sonriente, se le notaba la maldad en los ojos. En el extremo del sillón Luis miraba entusiasmado y en el otro sillón de la esquina el dealer no sacaba la vista de mi entrepierna.
Y mientras me contaba como las viejas salían del baño todas cachondas solo porque lo habían visto el chico me magreaba los pechos, ponía a correr ambas manos por sobre mis piernas desnudas desde mis rodillas hasta el colaless, una dos diez veces abriéndomelas para que vieran mi sexo apenas tapado por ese hilo dental en la semi oscuridad.
Dicen que no deja que nadie se lo toque, me seguía diciendo con su boca pegada a mi oído mientras una y otra vez deslizaba ambas manos al tiempo por el interior de mis piernas hasta el borde de mi sexo, las subía por mi estómago manoseaba mis senos y roaba mis pezones. Luego me bajó desde los hombros los tirantes del baby-doll dejándoles expuestos mis pequeños pechos.
Su lengua repasaba mi cuello por detrás mientras manoseaba mis pechos, y sus dedos pellizcaban y estiraban mis pezones rosados que se endurecían y paraban. A ver si se le agrandan Me susurraba y bajaba nuevamente hasta mis piernas recorriéndolas y separándolas. Yo recuerdo que ya me era imposible resistirme.
Me ganaba la penumbra de la sala, el olor a alcohol, las miradas calentonas sobre mí, su respiración en mi nuca. Busqué auxilio en Luis que estaba en el otro extremo del mismo sillón, buscaba su mirada, buscaba su apoyo, pero él estaba encantado viendo como me metían mano y me exhibían abierta así delante de ellos y entre el miedo y la ya inevitable excitación eché la cabeza atrás dejándole expuesta mi garganta.
Me estiró los brazos y entendí: puse mis manos sobre sus piernas en las que estaba montada y me eché adelante y me sacó por arriba el baby-doll y me dejó solo con el hilo dental mientras paseaba sus dedos levemente por los bordes de mi vagina. Soy muy puta princesita, me dijo al oído, te gusta, estay caliente como perra. Yo me mordí los labios. Era cierto. Pero no quería serlo. Pero si quería serlo.
Cerré los ojos y eché la cabeza atrás y casi instintivamente comencé a abrir las piernas. La peli estaba sin sonido y solo se escuchaba mi jadeo en la penumbra de ese expectante silencio. Reconozco que refregué mi espalda contra él y al tiempo que apretaba sus piernas con mis manos sentía entre mis glúteos el duro sexo del chico. Yo era una cosa para Luis, era solo un espectáculo para él ahora y sentía su mirada inquisidora sobre mí.
Luis antes tenía antes una amante de esas que miden 1.80, tienen dos metros de piernas y un xxl de brassier. Pero por algo estaba hoy conmigo, No, con mi casi 1.50 de altura y mis 46 kilos sabía que le daba lo que la otra nunca le dio. Lo que me hace mucho más mujer que esas rubiteñidas, seguro vaquitas echa para la cama, redondas de silicona. En eso razonaba antes, o después de dejarme acariciar delante de ellos.
Doblando mi cintura sobre ese hombre cerraba los ojos para no pensar pero era inevitable por algunos segundos el verme allí desnuda entre ellos vestidos. Bebiendo. Compartiéndome con la película porno que tenía al lado y yo ahí, expuesta, débil, exhibida, cada mirada me degradaba. Luis me regalaba. Para todo uso. Y yo no me podía negar.
Me entregaba a sus deseos y solo me dejaba ir. Ahí, sentada sobre el chico que me habría frente a ellos no dimensioné, no vi que ese descomunal cargador que estaba frente a mi comenzaba a sonreír y a mirarles. Entonces el chico me agarró mi pelo por la nuca, me enderezó hasta dejarme de pie casi colgando delante del gigante ese y le dijo, “ahora toda tuya gringo, está mojadita la muy perra, házmela gritar de gusto”.
Parada frente a él tapada solo por ese hilo dental en medio de la sala me di cuenta en verdad de que me esperaba.
Jorge Luis, el chico nano y el dealer se enderezaron para ver como esa inmensa mano llegó a mi pequeño hombro haciéndome arrodillar frente a su entrepierna. Tenía bajo el pantalón un bulto que parecía manguera de bombero, una anaconda prolongándose por su pierna. Sabía lo que había que hacer y lo hice.
Bajé el cierre, metí la mano y saqué lo que no me imaginaba que existiera. Ahora de soltera nuevamente he visto más de una peli porno pero eso era real, pesaba y estaba caliente, palpitaba y se estiraba libre cobrando rigidez. Estaba asombrada, aterrada y atrapada por esa cosa inmensa en una mano.
Miré a Luis que sonreía con sus ojos abiertos como nunca, obviamente tampoco se lo había visto. El dealer se tapó la boca y se rio. Lo apreté con mis dos manos y cubría la mitad y comencé a masturbarlo. En mi boca entraba la punta de la cabeza, lo pasé por mi cuello, por mis ojos, me lo refregué en la frente mientras le lamía sus inmensos huevos y en pocos minutos lo tenía duro y caliente y sabía lo que venía, lo que continuaba: me iban a empalar.
Y seguro iba a gritar. De dolor porque me iba a partir.
Los dos se pararon y mientras yo de rodillas lo lamía con mis dos manos porque mas no podía el chico sentado en la mesa de centro me hurgaba desde atrás el sexo sobre el colaless, el otro ahora en cuclillas a mi lado me miraba a la cara y me pellizcaba mis pezones y me acariciaba las piernas, solo yo estaba desnuda pero sus paquetes estaban que reventaban y me restregaban mi botoncito que ya estaba duro y lo sentía dilatado entre mis labios. Escurría sin quererlo. Estaba hinchada, hinchadísima.
Mi entrepierna reaccionaba a los que ellos querían. No tenía voluntad en ese momento allí. Hacía lo que sus manos y mi cuerpo entregado pedían. Esa enorme verga en mi cuello, dura, caliente que emanaba un olor espeso y dulzón la pasaba por mi boca porque me decían que lo besara, por mis ojos cerrados, por mi frente porque me lo ordenaban así, dejando mis labios junto a sus bolas pesadas que lamia porque ellos me decían que las lamiera mientras cuatro manos recorrían mis piernas.
Acariciaban mi rajita, tensaban mis pezones y con sus dedos enredados en mi pelo por mi nuca empujaban mi cara contra su entrepierna. Mi cuerpo estaba ardiente frente a ese monstruo que sonreía socarrón frente a mí, hirviendo y el chico se dio cuenta, me agarró del pelo por atrás me paró y me puso delante de él y frente al gringo. Sentí su cuerpo duro que me abrazaba por atrás.
Con una mano me agarraba un pecho y apretaba un pezón hasta hacerme doblar por el dolor y la otra mano la metía brusca bajo el colaless y me masturbaba, las puntas de mis zapatos taco alto apenas tocaban el suelo mis glúteos sentían el sexo duro del chico detrás mío y un apretón de sus dedos raspando mi clítoris me hizo terminar en un inevitable y violento orgasmo que escapó con un insondable placer.
Mis piernas flaquearon y mi bajo estómago cálido como suave calambre se vaciaba, todo me dejaba, en la semioscuridad me corría suelta ya mojándome doblándome yéndome toda por entre mis piernas y si no me sujeta hubiera caído de bruces sobre el hombre. Entonces, cuando más indefensa me encontraba me tomaron para montarme en esa bestia, para empalarme.
Quedé echada, tirada sobre él. Recuerdo que me tomó la cara con sus dos manos me la levantó y me dio un beso en la boca, sus labios ásperos y secos lastimaron los míos y sentí su lengua que me invadía húmeda y deseosa. Me separó la cara de él me la levantó y me dijo con su aliento junto a mi nariz Yo creo que te voy a partir flaquita. Te voy a abrir por la mitad.
Recuerdo que me afirmé de sus caderas y me enderecé apenas, que caminé no sé cómo, pero llegué hasta donde estaba sentado Luis y le rogué que no, que no lo hiciera. Recuerdo que estaba casi oscura la pieza, la peli había terminado, daban los repartos (una piensa esas cosas pero como si no te pasaran a ti, como si pasaran en otra parte) y me arrodille delante de Jorge Luis y le rogué le suplique sollozando bajito que no me lo hiciera, que no dejara que me lo hicieran, tirada en el suelo le imploraba que por favor, que no podría, que no los dejara.
Luis se tomó un trago, me miró como mira cuando se va a enojar, es vidrioso, y me dijo, Entonces llegamos hasta acá. Anda al dormitorio, te vistes y mañana temprano te mando en taxi al aeropuerto y nunca jamás te vuelvo a ver. Al final resultas puro cuento, como todas, Me dijo. Estaba desnuda, solo con el colaless mojadísima doblada en el piso delante de sus pies en la semi oscuridad.
Los otros me miraban y lo miraban a él. Dejó el vaso en la mesa sin mirarme y cedí: Tú vas a mirar cómo me lo hace, vas a estar a mi lado, le pregunté. No dejaré un segundo de ver. Eso me dijo. No dijo De verte, dijo De ver. Móntensela les dijo después y me tomaron de los brazos levantándome y me llevaron casi en el aire hasta tirarme a los pies del gringo que se había sentado en sillón grande y había dejado que su pene aflojara.
Tú sabes cuánto le pagan las viejas por solo mirarle la herramienta al gringo, me preguntó el chico. Y tú lo podís tocar y vai a tener la suerte de tragártelo enterito zari, enterito para ti. Y acuclillada frente a él nuevamente lo tomé y sentí un escalofrío, mi entrepierna me traicionaba.
Volvía a mojarme, a sentir la necesidad en mi otra boca al contacto con ese maldito pedazo de carne. Rápidamente se le endureció, era como el largo de mi antebrazo y más grueso que mi muñeca. Le pasaba mi lengua y masturbaba con la loca esperanza que terminara allí.
Pero nada bueno pasaba esa noche, al rato el chico me metió desde atrás la mano a mi entrepierna y unos dedos dentro de mi vagina y me dijo Soy muy puta zari ya estay caliente de nuevo Y me cortó el colaless que estaba mojadísima y me dijo Te llego la hora. Hora de la crucifixión.
Primero me puse de pie y me le subí de frente a él dispuesta al sacrificio, montándolo, sintiéndolo entre las piernas, pero no me entraba, ni siquiera la cabeza. Parte de ella. Me abrí, me ladié, me apoyé sobre él acomodándolo con mi mano en mi cofrecito, verdaderamente lo intenté al tiempo que me dejaba manosear, levantarme como una muñeca de peluche, restregar mis muslos, que llevara mis pezones a su boca que los mordiera hasta casi partirlos, que me diera vuelta, me invirtiera en el sillón mientras sus dedos hurgaban mi ano, como una criatura de goma.
Me acordé de esa crema adormecedora que me pusiera un amigo la primera vez que tuve sexo después de que me separara en una casa en la playa. Verdaderamente me asusté cuando sentí que el hombre comenzaba a excitarse de verdad y perder un poco el control de su fuerza por su excitación, cada abrazo de él, cada apretón que me daba me descoyuntaba.
Montada en él separaba las piernas, abría mi vagina pero no lograba meter lo suficiente. Me recosté sobre, él besé su pecho, pasé mis mejillas por sus vellos, lamí sus tetillas, le abrasé con ambos brazos y le miré hacia arriba esperando compasión.
Me sacó de encima, me puso sentada en el borde del sillón donde él había estado antes y me abrió de piernas e hincado en el suelo delante mío, se soltó la correa, se sacó pantalón y calzoncillo y se lo tomó con una mano y trato de meterme la cabeza pero empujaba y era imposible.
Yo grité. Grité de dolor al sentir que me partía cuando entraba solo parte de su cabeza. Luis, el chico todos se asustaron Los vecinos Dijeron y mientras el gringo me metía sus dedos en la vagina me pusieron un pañuelo en la boca y sobre él una mordaza. Ahora podís gritar todo lo que quieras putita Me dijo el chico y se río.
Yo tiritaba, las lágrimas me corrían y por momentos separaba con mis manos mis labios y jadeando, sudada, lo guiaba para que entrara de una vez pero era demasiado para mí. El gringo comenzaba a molestarse y temía que empujara con todas sus fuerzas y me partiera de un momento a otro. Estaba tiritando, ni excitada ni consciente solo temblaba entregada sudando, acezaba como animal.
De frente a mi hincado, en el suelo, levantó mis piernas con ambas manos las abrió y apuntando a mi vagina le clavó parte de su cabeza. Yo grité, jadié, asesaba como animal en celo, clavé las uñas en el sillón y mordí una correa que me pusieron en la boca hasta romperla, mientras la transpiración me pegoteaba el pelo en la frente. Entonces el chico me dijo: Yo te voy a ayudar zarina putita. Que Putaza, me dijo mientras me dejaba ir de lado toda disparatada.
Gringo, siéntate en esa silla reclinable, le dijo.
Son muy malos ustedes, les dijo riéndose y se fue sentar en la semioscuridad sin pantalones. Sabís, es que me da pena la flaquita, les dijo, nunca se lo había metido a una mina así. Si quieren no me pagan y lo dejamos acá Me da pena, está asustada. Son muy malos terminó de decir sonriéndose y tomándose un largo trago.
No gringo si le gusta, tú no la conocís. Es puta, tú le metiste los dedos y como salieron Mojados, mojados porque le gusta. Yo convulsionaba en el sillón tirada desnuda, amordazada, quería que se fuera, que todo terminara así ahí, ahora. No más.
Te la querís tirar Le preguntó el chico
Sí, claro que sí, está buenísima y le herramienta ya se aceitó pero, pero la voy a partir, dijo mientras se acariciaba su enorme pene.
Preguntémosle. Si quiere o no quiere que se lo metas, le dijo Jorge Luis, maldito. Pregúntale tú. Y se dio vuelta y me dijo Querís montarte acá encima flaquita, a lo que sea. Miré a Jorge Luis que me miró helado de esa forma que me aturdía.
Pensé en esos momentos en los tantos que había un día despedido en mi trabajo, en los otros que pasé a llevar para alcanzar el puesto que tenía; en que si ellos creían que podía seguro podía, no iba a hacer menos, de lo que era capaz la mujer que se perdió mi ex, eso fue lo que sentí más bien, lo que pasó por mi cabeza cuando intenté decir que sí bajo la mordaza, moviendo la cabeza afirmativamente, desnuda y abierta tirada en el sillón mientras miraba a Luis. Y bastó eso.
Me llenaron de un aceite balsámico de la cocina, le pasaron al aceitera para que se pusiera él y me levantaron cada uno de un brazo, abierta me pusieron sobre el gringo que con su mano sujetaba su sexo parado y yo movía mi cadera para que me ensartara con el mínimo dolor. Mi peso y el aceite permitieron que me fuera rasgando lentamente hasta terminar medio ensartándome.
Me dijo Luis después que a medida que lentos me bajaban yo me acomodaba moviendo la cintura echaba la cabeza atrás levantaba la boca y por la mordaza que emitía como un gruñido mientras me taladraba ese animal caliente y duro. Que les di pena y me sacaron y dejé caer la cabeza de lado, casi ida.
Querís que sigamos flaquita, nos dejas seguir, ya te ensartaste la mitad. Te lo clavamos de nuevo Yo miré a Luis que me besó en la boca sobre la mordaza y asentí con la cabeza y me pusieron encima hasta lentamente irme empalando totalmente. Eran los dolores de parto, estaba tensa, dura. Y ya atravesada quedé exánime e inmóvil sobre su cuerpo.
Mis piernas acuclilladas a cada lado de la silla me sostenían en parte pero no evitaban que como una espada de fuego me atravesase hasta tocar la matriz. Me quebré casi todas las uñas agarrada a los brazos de la silla. No podía hacer nada. El corazón a cien, mi estomaguito que se contaría con ese fuego dentro, la respiración entrecortada y los ojos entrecerrados por el que brotaban mis lágrimas.
La transpiración caía entre mis senos hipersensibles, bajo mi pelo, mojaba mi cuello, jadeaba, puse mis manos sobre su pecho y me eché un poco adelante sudando. El aceite había disminuido el dolor del roce pero sentía que me atravesaba el estómago dejándome una sensación desconocida.
Me partía por dentro, me había abierto, y esa mezcla insoportable de dolor de mi vagina penetrada más allá de lo posible me superaban al punto que me desvanecí sin perder mi consciencia, era insensible a las manos que recorrían mi espalda, mi cuello, a los dedos que lentos hurgaban mi ano y que en un instante comencé a percibir, las manos enredando mi cabello me reavivaron lentamente estaba recostada sobre él y sentía mi clítoris hinchadísimo e hipersensible producto del roce.
Era como asumir algo que estuvo presente pero de lo que no me había percatado, y cuando lo percibí me sentí ahíta de sexo. En algún momento me habían sacado la mordaza, Ya no va a gritar, ahora va a jadear como perra. Hazla aullar Dijo otro.
Palpitaba entera sobre ese cuerpo y sus manos toscas comenzaron a recorrer mi espalda, agarraban mis nalgas y me acomodaban, sus dedos hurgaban mi ano entrando y saliendo, recorrían mis piernas recogidas, se enredaban en mi pelo acomodaba la mordaza en mi cuello y ponía mi cara en su boca que besaba y lamía.
Sentía su cuerpo caliente bajo el mío, yo era una animal que emitía un sonido ronco como un gruñido y su mano en mi nuca apretó mi cara contra su boca y la otra bajó hasta mi trasero que abría y hurgaba, abrió su boca sobre la mía incrustando hasta mi garganta su lengua y con ese remedo de beso un orgasmo me hizo perder el control de mi cuerpo, mi cara rojísima, las orejas amoratadas y mis narices dilatadas, la boca abierta y los ojos que se iban al blanco.
Las uñas clavadas en los brazos de la silla acompañaron el exhalar un profundo quejido, y luego quedé palpitando entera, con espasmos, jadeando. Era la mezcla de excitación y dolor que ya me era propia, necesaria, e intensamente peligrosa. Un orgasmo infinito, no solo de mí bajo vientre, sino de mi pecho de mis piernas, de mi toda.
Cuando comencé a volver hundí mi cara de vergüenza en su pecho babeando sin poder sostenerme en medio de convulsiones que no eran exactamente de placer. Pero también eran de placer.
Levanté mi cara para verle, tenía los ojos blancos decían, ida, clavada sobre el gringo en la silla hasta los mismos riñones, con los brazos colgando abandonados al lado de mi cuerpo y la cabeza floja.
No podía sostenerme recuerdo estaba abandonada allí, sobre la camisa abierta de él, montada ensartada dejé mi cabeza doblada descansar allí y cuando recuperaba el aliento sentí como le palpitaba su monstruo dentro mío, le palpitaba, demasiado estrecho seguro para eyacular dijeron ellos después, pero esas palpitaciones las sentía dentro mío y era como si palpitase con él, como si mi cuerpo y el de él se hubieran fundido en uno solo, sentir ese solo palpitar me volvió a hacer jadear.
No tenía fuerza para abrazarlo pero creo que lo percibió porque puso una mano a cada lado mío las bajó hasta mis caderas y yo inmóvil sentía como mi cuerpo que ya era suyo reaccionaba con ese latido, sus manos llegaron a mis nalgas, me abrieron el ano y un dedo de él comenzó a jugar a su entrada.
Sentí como su sexo imperceptiblemente casi comenzaba a jugar en mi vagina, palpitaba en ella vivo, milímetros seguramente y dicen que yo levanté la cabeza y con mis ojos rojos mirarlo a la cara, con la boca abierta, babeaba, las narices dilatadas y con cara de estúpida jadeaba suave, las lágrimas me resbalaban de impotencia, de entrega, y comencé a irme.
Subí nuevamente los ojos hasta dejarlos blancos exhalando mientras me tiritaban las piernas, los pies, las manos que trataban de llegar a la cara de él sin lograrlo, y los ojos seguían en blanco y yo me contraía, mi estómago, que expelía como vómitos de placer sexual, de un orgasmo inconmensurable que hasta se asustaron de que me quedara así.
No sé cuánto tiempo después, minutos, no sé cuántos en que sentí los hielos chocar en los vasos, el gringo me levantó la cara, se enderezó de la silla reclinable en la que se había sentado conmigo encima y en la cual me empalaron y me llevó en sus brazos atravesada aun por su sexo a la cama donde me tendió boca arriba y recién allí me lo sacó.
Me dejaba vacía, profana y descoyuntada, mi estado de gracia terminaba y mi cuerpo volvía a pertenecerme, ya no era parte, trozo, sección de otro. Luego sentí que me daba vuelta, que me puso boca abajo, puso la almohada y otro almohadón entre la cama y mi cadera levantándomela y mientras los demás de pie miraban curiosos me montó desde atrás.
Esta vez entró brusco y seguro hasta mi fondo casi sin resistencia, me había desgajado y solo sentí que me atravesaba hasta los riñones creo que perdí el control y creo que me orine, sí, me oriné pero no me importo ya, ese dolor me llenaba, llenaba ese inmenso vacío que había dejado. Y si me partía por la mitad como durante el dolor de mis partos era un precio justo y me entregué a él.
Me entró hasta que le sentí en los riñones, me dolía todo dentro pero solo quería sentirlo palpitar dentro mío aunque mi cuerpo aplastado dependiera de ello, de su cuerpo dentro del mío confundidos en uno solo. Aunque me hiciera desaparecer cuando me explotase dentro. Entraba y salía de mí entre sus codos que me rodeaban encerrándome allí en la cama bajo él con su olor como hembra abierta y en liquidación.
No necesite que me tocasen para que me viniese un orgasmo más después de otro entre su cuerpo que aplastaba el mío. Y finalmente lo hizo, explotó dentro de mí pero yo no era yo. Era de él. Era él. Y si él necesitaba explotar y yo desparecer iba a hacerlo. Y explotó y yo desaparecí entre el dolor y el placer y una extraña sensación de gratitud, sí de gratitud. Desaparecí entre ese sufrimiento y ese placer.
Luis me dijo al día siguiente que me había puesto boca abajo en la cama y me montó por atrás y simplemente mi cuerpo desapareció bajo él, que terminó rápido dentro mío. Claro que me tapó, sino le llegaba a las tetillas y pesaba más del doble que yo, después Luis me dijo que yo solo exhalé cuando esa verga me llegó a la cintura y explotó dentro de mí. Yo me desvanecí.
“Estaba entregada”, ahora entiendo lo que significa realmente la expresión esa. Que me partiera, me destrozara por dentro, que postrara mi clítoris y me destruyera allí no importaba, en esos momentos solo quería besarlo, besar cada parte de su cuerpo, lamer sus axilas, acariciar sus pies e introducir mi lengua en su ano si era su deseo, pero se había ido, el momento la epifanía terminaba.
Había hecho que me entregara a él, allí en esa silla en la sala y ahora en la cama del dormitorio. Eso era entregarse a un hombre, algo que Jorge Luis vio y que mi ex nunca sabría, me había destrozado por dentro me había hecho quebrar mis uñas de dolor, pero había hecho que mi cuerpo fuera parte adefesio del suyo.
Quedé tirada en la cama de la pieza oscura, inconsciente quizás, abandonada, mi mente debió estar en otro lugar, porque sentí en la oscuridad de la pieza que ellos hablaban como a lo lejos, hasta que uno, verdaderamente no sé cuál, me acomodó en cuatro en el borde de la cama como rana con su culo parado y mi cara se hundió en el plumón justo sobre el orín y el semen que dejase el gringo, esa lechosidad se me pegó a mi nariz a mis ojos, a las mejillas, era mucha, me entró a la boca, nadie se dio cuenta, estoy segura.
Y disfruté esa leche de ese hombre que me había poseído y había enseñado a entregarme. El otro atrás mío se bajó el cierre y me lo metió por mi ano sin contemplaciones, “te voy a ensuciar lo único que tenis limpio” dijo y eyaculó litros dentro de mío pero yo casi no le sentía, me dio un leve empujón y me dejé caer de lado sobre el plumón.
En ese momento un chorro de semen caliente me golpeó las mejillas, mis ojos, la frente, el otro quizás el dealer se daba su gusto de lejos. Sentí que luego Jorge Luis me puso algo encima. No sentí más.
Al rato después, minutos, horas, no sé, cuando se habían ido volvió Luis y le dije que fuera a dormir al sillón, yo estaba sucia, pasada a orín a escupe a semen, el cobertor estaba mojado, hedía, mi pelo.
Dormí hasta cerca del medio día siguiente. Jorge me llenó la bañera de espuma y sales y me quedé allí reconociendo mi cuerpo, mi nuevo cuerpo me decía. Volví en el último avión del día a mi ciudad y salí a trabajar el lunes, pero en la tarde debí ir a mi ginecólogo, que por supuesto me retó. Tenía desgarros, en plural.
Pasé semanas con pomadas, analgésicos y la sensación aun de estar atrapada, inmovilizada, entre la cama y esa descomunal bestia encima mío que me asfixia, empotrándome su verga hasta mi estómago dándome un placer que cambió mi vida.
Luis me dijo que no jugaría más póker. Y yo aprendí lo que significa estar, quedar entregada.
By: Zarina
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