Te confieso que te puse el cuerno
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Hola, Miguel.
Seguramente te preguntarás por qué desaparecí así de tu vida tan de repente y sin decirte nada. Bueno, simplemente no tenía cara para contarte lo que hice y hacerte daño. Tampoco era capaz de escribirte al WhatsApp porque me daba miedo lo que pudieras responderme, aunque tenías todo el derecho a hacerlo. Por eso te envío este correo electrónico, para que puedas enterarte de todo y poder quitarme este peso de encima.
Sé que nunca me vas a perdonar por eso elegí desaparecer; no hubiera soportado verte destruido si te lo hubiera confesado de frente y hubiera sido algo inútil, pues, como te he dicho varias veces, sabía que nunca me ibas a perdonar.
¿Recuerdas la fiesta de Laura? Esa a la que no querías que fuera, pero a la que terminé yendo. Pues debí hacerte caso, debí quedarme contigo. Aún no soy una mujer que pueda controlar sus instintos, tal y como tú me solías decir. Sé que estabas asustado y nervioso por lo que fuera a pasar y sé que te dije, cuando llegué de la fiesta, que no había pasado nada, además de baile y licor, pero solo lo dije para que estuvieras tranquilo. Ahora ya no puedo soportar la culpa.
—Sí, Miguel. En esa fiesta estaba Diego, el chico que me gustaba antes de aceptarte como novio. Te mentí. Laura lo había invitado porque, al fin y al cabo, también es un excompañero del instituto. Sé que siempre lo detestaste porque alguna vez te confesé que era el único hombre por el que había sentido un deseo sexual casi animal, algo que ni siquiera he sentido por ti, pero a ti siempre te amé con el corazón, con ternura.
Sé que su cuerpo, sus músculos, te hacían sentir inseguro y por eso me pediste que intentara alejarme de él. Pero en aquella fiesta no podía irme sin más, hubiera sido muy descortés con Laura, así que no tuve más remedio que quedarme e intentar estar lejos de él. Sé que te molestaba mucho que él me abrazara en tono amistoso, que te enfadaba mucho cuando me daba una nalgada en tono juguetón y que te frustraba no poder hacer ni decir nada por miedo a quedar como un enfermo celoso frente a nuestras amistades.
Te juro que intenté estar alejada de él en la fiesta, bailar solo con mis amigas y con alguno de mis excompañeros, pero menos con él. Sin embargo, me daba cuenta de que él cada vez intentaba estar más cerca de mí. Le pedí a Laura que me ayudara a ahuyentar a Diego, pero los tragos también ya me estaban haciendo efecto. Perdí toda inhibición con el paso de las horas: entre baile y baile, se fue acercando hasta conseguir bailar conmigo y pensé: «Un baile no hará daño». Sin embargo, la música no ayudaba mucho, pues era lenta y no podíamos bailar separados, así que debíamos agarrarnos.
Le permití poner su brazo alrededor de mi cintura para bailar y, mirándome a los ojos, me preguntó por qué huía de él, por qué me alejaba, qué me había hecho para que lo hiciera. Estaba ebria, Miguel, y por lo ebria que estaba le conté todo a Diego: le dije que tú estabas celoso de él, que lo odiabas por ser guapo y sexy, y especialmente por ser mi crush y mi fantasía sexual desde siempre. Sé que no debería haberlo hecho, pero estaba ebria.
En sus brazos ya no pude contenerme y me entregué a él. Bailamos muy pegados, tanto que podía sentir su pene rozando entre mis nalgas a través de mi vestido. Sí, Miguel, ese vestido corto fucsia que tanto te gustaba, pero que no querías que usara cuando saliera sin ti, a él también le encantó. Me dijo que lucía espectacular, sensual y muy femenina. Sabía que no querías que usara ese vestido sin ti, y menos aún con el conjunto de lencería que me compraste, las medias y los tacones altos, pero te juro que solo me vestí así porque quería sentirme bella para mí misma, para nadie más; sin embargo, a Diego le encantó. Lo siento.
Mientras bailábamos, me daba la vuelta para abrazarme por la espalda y arrimar su cuerpo musculoso y masculino hacia mí. Podía sentir su respiración en mi cuello y en mi oreja; me estaba excitando mucho, no te voy a mentir. Movía su pelvis hacia mis nalgas y su pene duro hacia mi vagina, que se estaba mojando. Metió la mano bajo mi vestido y pudo palpar lo mojada que estaba mi vagina. Introdujo dos dedos y sacó un leve gemido. Luego llevó sus dedos a su boca y me chupó los líquidos.
Sé que para ti debe de ser duro leer esto, pero tengo que ser explícita si no, te vas a decepcionar, además, estoy segura de que me hubieras pedido detalles y no creo que sea capaz de dártelos cara a cara.
Acaricié su pene a través de su pantalón y era enorme, tal y como tú lo suponías y me dijiste aquella vez que peleamos por tus celos. Me gritaste: «Capaz que te mueres por chuparle la verga a ese tipo y capaz que la tiene enorme», y sí, Miguel, la tenía enorme, mucho más grande que la tuya, perdóname.
Laura se fijó en lo que pasaba y, la muy desgraciada, en vez de detenerme antes de que hiciera alguna tontería, prefirió alentarme. Nos dijo que tenía una habitación arriba y que aproveche la oportunidad de por fin acostarme con mi novio. Diego me miró muy coqueto a los ojos y me dijo que él estaba dispuesto y que me deseaba mucho. Al escuchar a ambos, me sentí acorralada y decidí. Tomé su mano y lo llevé yo misma hasta la habitación. Dejé caer mi tanga hasta los tobillos y le pregunté si quería más jugo de mí. Con la cabeza, me indicó que sí, así que caminé hacia la cama y me acosté. Abrí las piernas sin quitarme las medias ni los tacones y lo invité a comerme el coño. Sí, Miguel, lo tenía completamente depilado y perfumado como a ti te gusta, pero lo hice para mí, para sentirme sexy. Nunca pensé que algo así fuera a pasar, pero sucedió.
Diego empezó a chupar mi clítoris despacito, poniéndolo duro, lamía mis labios vaginales y saboreaba los líquidos que salían de mi vagina, introducía su lengua en mi hueco y, luego, usaba sus dedos y su lengua para lamer mi clítoris. Sin mentirte, me corrí como loca. Gimiendo, metí su cara en mi concha y, al sacarla, el chorro de mi flujo mojó mis medias y mis tacones.
Diego se quitó la camiseta y me lancé a morder su pecho musculoso y a lamer su abdomen.
Estaba muy ebria y caliente, no podía contenerme: abrí su pantalón y su enorme pene cayó en mi cara. Al chupársela, podía sentir cómo le latía dentro de mi boca. Notaba sus venas y, para serte sincera, nunca pude introducirlo completamente en mi boca debido a su grosor; la base de su verga era del grueso de mis muñecas. Se la chupé de una forma muy guarra. Se me llenó la boca de sus fluidos y se me llenó de mi saliva. Volvió a recostarme en la cama y empezó a besar mis tetas, estrujándolas con sus enormes manos y mordisqueando mis pezones. Acercó su boca a mi oreja y, después de chupar mi lóbulo, me preguntó: «¿La quieres dentro de ti? » Le contesté que sí sin dudarlo y entonces empujó su glande dentro de mi agujero despacito, sentía cómo rozaba las paredes de mi vagina estirándola, me dolió un poco al principio, tanto que él me preguntó con voz suave, pero extrañado: «¿Acaso eres virgen aún? Estás muy apretadita». La gran verdad es que nunca me había penetrado un miembro tan grande y grueso; tu pene siempre entraba muy fácilmente, lo siento.
Al principio me lo hizo muy suavemente, al ritmo de aquella canción que odiabas porque yo te había dicho que era la favorita de Diego y sonaba en la fiesta. Luego, mi vagina se fue expandiendo y adaptando a su enorme verga. Me embistió con más fuerza una y otra vez, mi cabeza golpeó varias veces con el espaldar de la cama, me excitaba mucho verlo encima de mí, mirándome a los ojos y moviendo su pelvis sensualmente con cada penetración. Todo era un extasis, acabé unas tres veces.
De pronto, me agarró de la cintura y me puso boca abajo. Inmediatamente, levanté el culo hasta sentir la punta de su pene entre mis nalgas y le dije: «Dame por el culo, es todo tuyo». Yo sé que a ti nunca te he dado el culo, pero, como ya te dije, aquella noche estaba muy ebria. Escupió en su verga y luego la frotó con sus manos. Se agachó, le dio un lengüetazo a mi ano y colocó su pija en mi ano rozándolo despacito. Antes de introducirlo, me preguntó por ti. Lo siento, Miguel. Estaba tan ebria que le dije que no me importabas, que mi culo tenía dueño y era él.
Diego empujó despacio mientras yo gritaba. Lentamente, fue abriendo mi culo, llegando bien adentro. El dolor se convirtió en placer. Me dio tan duro y tan rico que casi me corrí un poco, pero a él le encantó. Luego de dejarme bien abierto el culo, la sacó y me preguntó qué quería. Le respondí a gritos: «Dame toda tu leche, mi amor, lléname el culo». Volvió a embestirme con fuerza por el ano hasta que sentí un chorro caliente dentro de mi esfínter y no solo uno, sino varios, tanto que cuando la sacó enseguida empezó a derramarse de mi ano. Diego tomó una foto que te haré llegar luego. Perdón.
En fin, esa noche llegué a mi habitación aún con el semen de Diego en el culo y fue cuando te llamé. Tenía ganas de confesarte lo puta que me porté con el hombre que más odias y envidias en esta tierra, pero luego pensé en todo lo que podría ocurrir.
Ahora me voy, Miguel. Diego me espera en la terminal para empezar una vida juntos. Lamento todo el daño que te hice, pero cuando una mujer se obsesiona con un hombre, simplemente no le importa nada más.
Te quiere, Wendy.
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