Solo con mirarlo y tocarlo estallaron mis deseos ocultos
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De pequeño, mi madre nos dejó a mi padre y a mí por irse con su jefe, con quien trabajaba. Luego, mi padre conoció a una mujer muy hermosa que tenía una hija tres años mayor que yo. Los cuatro vivimos un tiempo tranquilos en familia hasta que mi padre fue trasladado por su empresa aérea a Europa. Nosotros somos latinos y yo tengo veintiun años. Me llamo Aldemar, mi hermanastra se llama Aurora y mi madrastra se llama Elisana. Bueno, pues mi padre solo nos visita cada cuatro meses y nos llama Javier.
Todo cambió en un abrir y cerrar de ojos para mí, poco tiempo después de que mi padre se marchara. La razón fue la llegada inesperada del padrino de Aurora, un hombre corpulento, maduro y algo inquieto, con aspecto de vikingo moderno por un tatuaje en el hombro y unas botas que usaba de calle. En casa solo se ponía una pantaloneta tipo bermuda y usaba sandalias destapadas; era algo excéntrico. Mi madrastra había dicho que solo iba a estar una semana por unos asuntos de negocios, lo cual puse en duda.
Lo que nunca imaginé fue que, a los dos días, mi madrastra y su hija salieron de compras por la tarde y, sin más, Don Laurente salió de su cuarto completamente desnudo, solo llevaba sus sandalias. Por primera vez en mi vida vi a un hombre sin ropa y enseñando sus partes íntimas. Al ver su enorme cuerpo me sonrojé y me puse muy nervioso, sobre todo al ver su gran falo, nada comparado con el mío. No dije nada y él fue a colgar la ropa del patio como si nada hubiera pasado.
Lo miraba sorprendido y temeroso. Lo vi acercarse a mí sonriente, como si fuese lo más natural del mundo. Se dio cuenta de que lo miraba y me dijo que estábamos entre hombres. Se pasó la mano por el pecho y, posando, se dio la vuelta para enseñarme su blanco trasero. Fue a la nevera y sacó una cerveza para beber. Me ofreció otra cerveza, pero le dije que no. Estaba muy nervioso, pero no sé de dónde me venía esa curiosidad al verle. Se sentó frente a mí en el salón con las piernas abiertas. No miento, mientras le veía tumbado ante mí sentí ganas de acercarme a él y tocarlo; solo la idea de que era un hombre me impedía tener esa intención.
Al fin, cuando terminaron la cerveza, fue a vestirse para salir. Nunca dejó de sonreír, pero cuando salí de mi cuarto, quedé anonadado: Aurora estaba sentada en sus piernas, él llevaba puesto un pantalón corto y ella, una falda de tela muy suave que dejaba sus piernas blancas al descubierto sobre los muslos de él. Le daba un abrazo muy cariñoso y él le sobaba la nalga con una mano bajo la falda.
Me senté frente a los dos sin decir nada, mirándoles de vez en cuando mientras veía la televisión.
Aurora parecía entusiasmada. A sus 19 años era toda una mujer y su piel respiraba calor.
Laurente le daba besitos en la mejilla y a ella le gustaba; no sé si inconscientemente, pero lo cierto es que ella lo tocaba por el bulto entre las piernas, aunque sí sé que él estaba empalmado. Todo terminó cuando Elisana la llamó desde su cuarto y Aurora corrió hacia ella. Al quitarse Aurora de las piernas de su padrino, vi que su verga estaba medio fuera de sus bermudas. No sé si ella lo estaba tocando o qué, pero él se dio cuenta de que me había dado cuenta y se recostó en el sofá. Estaba claro que quería mostrármelo. Sonrió y luego me susurró desde su sitio que me acercara.
—¿Qué cosa? Dije y volvió a decirme lo mismo: «Estás loco». Le contesté y se sacó por completo su verga templada.
—Rayos, no sé qué me pasa —le dije—. Vi su falo tan asequible y tan apetecible que me sentí indefenso ante mi propio deseo. No sabía por qué, pero era una verga grande, rosada, con venas, y daba ganas de tocarla. Cuando yo estudiaba en cuarto de primaria, masturbé a un compañero y su verga era pequeña en comparación.
Laurente me volvió a decir que me acercara y lo hice. Entonces me sentó a su lado de un tirón y puso su mano en la mía. Me puso su paquete en ella y pensé: «Rayos, la siento caliente y me gusta sentir su flacidez». Sentí que explotaban mis emociones y deseos a la vez.
—Me hizo masturbarle. ¡Rayos! Fui tomando confianza y le di varios apretones; era un placer hacerlo, como pocos se dan en la vida, pero ¿yo qué estaba haciendo? No importaba, tenía su verga en la mano y a él le gustaba. Laurente me rodeó con la mano la cadera y, yendo por el borde del pantalón corto, me acarició la piel hacia las nalgas. «Dame un besito», me pidió, y lo hice. Luego me dijo que con la lengua, y también lo hice. No me importó hacerlo con la punta de la lengua hasta terminar con su verga dentro de mi boca. Así empecé a chupársela y no paré hasta que me llenó la boca con su leche y se la tragué toda.
Al día siguiente me levanté tarde y pensando en Laurente. Al ir hacia la ducha, sentí que había alguien, me acerqué para ver quién era y, vaya nueva sorpresa, estaba su querida ahijada Aurora chupando la verga de su padrino con ganas, chupándola en cuclillas y sin bragas. Vi cómo la levantaba después y la penetraba hasta venirse en sus tetas. Luego, ella se lo agradeció besándole en la boca y cada uno fue por su lado. Yo, en cambio, estaba que me volvía loco y solo descansé en la tarde en que ellas salieron a la calle y quedé solo con él.
Me desnude y lo esperé en la sala. Cuando salió de su cuarto, lo abracé y él me besó todo el cuerpo. Yo también le besé el pecho hasta su verga y se la chupé un buen rato. Él me untó algo en el culo y luego me penetró. Así estaba cuando me besó en la boca y empezamos a disfrutar de una tarde loca los dos. No sabía que el sexo con un hombre como él podía ser tan espectacular. Laurente me había follado a mí y a su hijastra durante seis meses. Supe que también lo había hecho con mi madrastra durante muchas noches, pero no me importaba, con tal de que volviera otro día.
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