Pedí a un enfermero que folle a mi esposa
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Llevamos casados 15 años. Ella no es muy atractiva, pero es buena en la cama, aunque a veces le lleva tiempo llegar al orgasmo. Yo siempre llegaba antes, dejándola insatisfecha. Siempre me ha preocupado este tema y me he preguntado si sería igual follando con otro. Le he propuesto hacer tríos, pero me ha dicho claramente que no, que jamás follaría con otro estando casada, frustrando mis deseos. ¿Me propuse cambiar esto?
El turno de guardia del hospital era al día siguiente, fin de semana, mediados de mes, un momento aburrido y tranquilo. Me tocó como asistente un enfermero nuevo al que no conocía: alto, atlético, de unos 30 años. Era atractivo y, después, me enteré de que había sido guardameta de un equipo de segunda división.
Paso el tiempo, no había pacientes y empezamos una conversación que giraba en torno al sexo. Su curiosa fantasía llamó mi atención: quería follarse a una mujer sin que esta lo viera; el hombre era muy tímido y no se motivaba si sus parejas lo miraban. Le conté mi problema y surgió una idea. Hicimos un plan, una lista de materiales que comprar y una dirección de hotel. Le pedí a Aníbal, el enfermero, que se hiciera un estudio de enfermedades venéreas, pues con mi mujer nunca usamos condones. Él estaba sano como un roble. Cuando llegué a casa, le propuse a mi mujer un fin de semana romántico fuera de casa: paseo, cena y sexo. Ella, aburrida de la rutina, dijo que sí encantada. Llegó el día: estaba impecable, perfumada, rasurada y depilada al 100 %, como sabe que me gusta; con un vestido bonito. Necesitaba que estuviera muy caliente para poder proponerle nuevas ideas. Treinta minutos después salimos hacia el hotel. En un rincón del hotel esperaba Aníbal con la filmadora. Entraría en la habitación 20 minutos después que nosotros.
Estando ya dentro, desnudos entre besos y caricias, le propuse que, para aumentar los otros sentidos, le iba a tapar los ojos y a atar las manos a la espalda. ¡Mentí! Ella accedió, aunque no muy convencida, y le até las manos con unos nudos imposibles de soltar. Le masajeé las tetas, le lamió el coño, ¡qué bien huele! Le meto dos, tres dedos, el puño entero. Estaba muy mojada, podía pasar un tren entre sus piernas. En eso entra silenciosamente Aníbal, cámara en mano, enciende las luces, sonríe, se acerca y me hace señas de que le abra el coño, porque quiere filmarlo. La imagen de esos grandes labios rojos, abiertos, húmedos y rasurados, junto con los pedidos de mi mujer para que la penetre, lo ponen a cien. Se desnuda. ¡Dios mío! Su pene era enorme, como sus manos: 20 cm. Cuatro de ancho, un cañón, y sus huevos, las ruedas.
Se acerca a la cama, me da la cámara y ocupa mi lugar. Revisa las ataduras de mi mujer, le pone dos almohadas bajo el vientre, su culito queda en pompa y su cuerpo inclinado hacia abajo, apoyada su cabeza en el colchón. Inmediatamente le chupa el coño, que no se enfríe. Ella me pide penetración y él, con rudeza, le abre las piernas al máximo, sacándole quejidos e insultos, mientras él le azota las nalgas. ¡Ay! —Grita.
—¡Desátame! ¡Esto no me gusta, quiero irme a casa!
Forcejea y se mueve, luchando con las ligaduras, tratando de salir de la cama.
Suelta la filmadora y le sujeta los muslos de par en par, dejando su intimidad a la vista. Cuida de no apoyar más de dos manos a la vez en su cuerpo.
—Separo sus nalgas. Ella grita:
—¿Qué haces? Aníbal se relame, apunta rápidamente su glande al coño de ella, que no deja de moverse, y Srupp hunde todo su miembro hacia dentro hasta los huevos, abriendo camino hasta el fondo de su coño.
—¡Ah! —grita ella.
Él entra a moverse dentro de ella, acomodando su pene. Ella se tranquiliza y se queda más quieta, para luego empezar a mover rítmicamente sus caderas, gimiendo (bien pensamos): ¡esta gozando!
Pasó lo peor, la suelto, cojo la cámara y saco espectaculares primeros planos.
Pasan unos minutos y… ¡ahhh! Ella llega a su primer orgasmo, luego el segundo.
—¡Dice más despacio! ¡Que me duelen las piernas!
Esto lo excita más, y él aumenta el ritmo. Es una penetración profunda y su pene pega en el coño de ella, que dice basta, que le duele.—¡No! ¡No! ¡No! ¡Para! —y un ahhhhhhhhhhhh! Ella mueve el culo como para liberarse de ese gran objeto, estos movimientos masajean el pene y, de repente, él se pone tenso, ¡se viene! (acercó el objetivo) y continúa, pero segundos después, un gran grito de ella llena la habitación y se oye fuera de la habitación: ¡Más largo que he escuchado nunca, anuncia la llegada del cuarto orgasmo, acompañado de un splash: una gran cascada de leche caliente que llena su vagina y mancha sus labios de blanco, chorreando por sus muslos y manchando las sábanas de esperma. Un «sí» suyo nos asegura que siente el semen caliente dentro de su ser y piensa que todo ha terminado ahí, pero no. Él pone los ojos en blanco y hace un esfuerzo sobrehumano por ahogar su grito clavando sus manos y uñas en sus nalgas, como si ese polvo hubiera sido insuficiente. Continúa como un animal que pretende asegurarse de que su hembra quede preñada, le abre más las nalgas y sigue bombeando. Entre llantos, ella ruega: «¡Para!». —Por favor, si quieres, te hago una mamada y te corres en mi boca —le dice, ignorándola, y continúa embistiendo.
Sus manos de portero apretaban las tetas de mi mujer como si las ordeñara, y con cada golpe de caderas salpicaba semen de la corrida anterior, hasta inseminarla nuevamente, eyaculando dentro de ella un montón, ¡espectacular! El retira su polla, flácida y goteando, y baja de la cama. Yo sigo filmando. Mi mujer jadea, gime, llora y suda a mares. Huele y chorrea leche. Su coño está escarlata y sus nalgas tienen los dedos marcados. En su culo tiene metido el plug. Está excitado, pero no asqueado. Subo a la cama, le saco el plug y trato de meter mi polla. Ella grita: «¡Basta!». Amenaza con el divorcio, dudo, le digo que solo la penetre un poco, pero Aníbal suelta la cámara, le coje las nalgas, sujetándolas y separándolas, dejando el agujero de su culo a la vista. Con una mirada me indica que no le haga caso y que la encule. ¡Hecho! Los 17 cm para bien adentro. Ella se mueve, muerde el colchón y llora: «¡Aghh!». Pero no demasiado, porque no quiere que el administrador del hotel entre y la pille en tan bochornosa situación por los gritos.
En 2 minutos me corro llenándole las entrañas. Aníbal se va y apaga las luces. La habitación apesta a lefa yo la desato ella entre sollozos, sucia, sudada, agotada y chorreando semen por doquier se duerme.
Al otro día aún el hotel me dijo entre insultos que la había lastimado, para luego admitir que fue la mejor noche de su vida y que había tomado yo para aguantar y rendir tanto que nunca había estado tan sucia? – Dijo que le hubiese gustado quedar preñada esa noche yo cortando el tema le pregunte si haría un trío y otra vez dijo no, a lo que yo enfadado le muestro la cinta, ella entra en cólera, quien es? que me hace, hizo? dejaste que me follara? pero al escuchar sus gemidos, orgasmos y ver esas pollas entrando en su ser se puso cachonda, saltando sobre mí montándome haciendo que me la follara metiendo mi polla en su coño sucio con semen seco y húmedo de Aníbal, corriéndome y ella no queriendo parar.
Al entregar las llaves el administrador con una estúpida y doble intencionada sonrisa pregunta si lo habíamos pasado bien Me pregunto mas detalles de él que no se los di y le pregunte si le había gustado, como la gozo un desconocido? Pero no pude dormir pensando que si el semen de Anibal era tan poderoso como su polla no habría nada que lo detuviera y conté los días hasta que le llego la regla, absurdo verdad?
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