Patricia y Mary, un duo para el infarto
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Estoy a punto de salir rumbo a una nueva noche de trabajo, se que habrá movimiento porque el inicio del mes invita a todos los solteros, divorciados, escapados y otros que tienen intereses varios en mujeres a jugar nuevamente en un fin de semana que promete. Así como los varones se van alistando para el combate, también lo hacen las damas. En la tarde mientras esperaba que llegase mi turno de hacer uso de la sala de informática, una de mis clientas me ha llamado al celular preguntando si estaría trabajando en el taxi por la noche. Eso me aseguraba algo de trabajo tanto con ella como con sus amigas.
Hola, ¿qué tal? Hoy comencé el relato de un modo diferente, para que tengan una idea, esa es la forma en que enfrento cada fin de semana, renovando expectativas y a la espera de nuevas experiencias. Este nuevo relato tiene como protagonistas a tres damas cuyas edades, expectativas y experiencias de vida son notablemente distintas. Hasta el momento sólo dos de ellas han sido motivo de mí accionar post laboral y créanme que realmente presentan características y habilidades diametralmente opuestas.
Las tres amigas en cuestión son:
Pato, 43 años, viuda, rubia a base de tinturas de cabellos, alta (1,75), muy buena figura, sonrisa fácil y con una característica preponderante: una cola que invita a la más bella de las penetraciones.
Mary, 38 años, divorciada, sin hijos, morena por donde se la mire; escaso 1.50 de altura, flaca al extremo, cabellos a los hombros y con menos curvaturas que el cuello de una jirafa. Rasgo distintivo: labios gruesos y carnosos que conforman una boca más que apetitosa y hambrienta.
Lily, la más joven (28), pero la más desprejuiciada. Su desfachatez alcanza grados incontrolables, rubia, con una excelente conformación física, altura media y capaz de arruinar la mejor presentación con el solo hecho de dar rienda suelta a su lengua, despachando toda clase de improperios y con un lenguaje tan chabacano como el peor de los hinchas de fútbol.
Presentadas las damas, daré inicio al relato propiamente dicho.
Estas tres damas tienen por costumbre salir de marcha los viernes y sábados. Habitúes de un boliche de la zona norte de la ciudad, realizan su llamado con la solicitud de movilidad puntualmente a las 21 horas, para asegurarse el servicio a la 1:30 de la madrugada. En principio me sorprendió que fuese Mary quien llamara ya que ese es trabajo habitual de Pato, pero más me sorprendió el horario del servicio 22:30. La dirección de búsqueda no era el habitual, sino otra dirección muy alejada de su domicilio y una recomendación muy marcada: “No te atrases, que debo preparar algo importante para esta noche” tal sus palabras en la comunicación telefónica. Así las cosas, me subí al auto y a las 22:15 me iba aproximando al lugar del encuentro sin saber lo que me esperaba.
Al llegar al lugar, la hallé en la puerta de una casa de apariencia muy lujosa. Vestía una minifalda muy corta, un top ajustadísimo a sus escasos pechos. Tal su costumbre se sentó en el asiento delantero de mi móvil y los movimientos de su ingreso provocaron mi primer sorpresa, la brevedad de su falda me permitió observar la carencia de ropa interior en su parte inferior. No hizo comentario alguno y me estampó un beso en una mejilla, motivo por el cual pude comprobar que llevaba una importante carga de alcohol ya que su aliento la delataba.
Al poco tiempo de circular rumbo a su casa, me comentó que estaba supliendo a una amiga en el cuidado de un adolescente de 18 años que se hallaba convaleciente de un accidente con una moto y que por tal motivo se hallaba enyesado en la totalidad de ambas piernas y postrado en una cama. Solo cumplía esta función desde las 18 hasta las 22, por lo que recibía una suculenta retribución.
Mi imaginación volaba más allá de la simple compañía de un enfermo para transformarlo en un consuelo que incluía todo tipo de atenciones. Al cruzar el parque de la ciudad, metió la mano en su cartera y extrajo una prenda de reducidas dimensiones que comenzó a colocarse desde el extremo de sus piernas para erguirse levemente y calzarla en su cintura. Si, es tal cual lo imaginan un tanga brevísimo. Me miró y con una sonrisa pícara comentó: “El guacho tiene mucha plata y me dejé por 500 pesos, ya me había insinuado algo en los últimos días y hoy le di el gusto por ser el último día de trabajo. Entre el sueldo de dama de compañía y la tarde de hoy, me gané casi 1000 pesos” Reía como loca mientras recontaba el dinero y me detallaba lo que había hecho desde las 18:30 que quedaron solos hasta las 21:30 antes que llegaran los padres del chico.
De más está decir que su relato me estaba calentando demasiado y dada mi abstinencia de 15 días la excitación estaba superando todo límite posible. Para una mujer de sus conocimientos no pasó desapercibido y me dijo “Te tenéis que quedar callado, ya que ni Pato ni Lily sabe nada de esto y hoy salimos, si es que puedo recuperarme de lo que tomé”.Esos dichos fueron el pie de inicio a la extorsión que comencé casi de inmediato.
“Mary, el silencio tiene precio, vos lo sabéis. ¿Lo podéis pagar? le dije. Asintió con la cabeza y preguntó “¿Y cuál es? Mira que estoy bastante cansada y pasada de leche como para seguir ritmos”. Manifesté mi pedido con una frase que había planeado para ella más de una vez: “tenéis carita de cantante, anímate y cántame una canción con la voz tan profunda como Tina Turner”. Se rió y me dijo al oído, mientras me frotaba la oreja con su lengua “Con protección si, caso contrario no hay música”. Entendí su mensaje, detuve el auto entre la arboleda del parque, en un sector oscuro y por tanteo hallé dentro de la gaveta del la caja de preservativos que suelo llevar para ocasiones de apuro. Extraje uno y tras abrir su envoltorio me dispuse a colocarlo en mi herramienta que se hallaba en posición de firme como soldado pronto para la guerra. Me impidió la acción con un rápido movimiento, tomó el preservativo y lo colocó entre sus labios, desprendió la cremallera de mi pantalón y tras liberar a mi “amiguito” de su prisión lo dejó al aire.
Se agachó sobre mi entrepierna y con suma maestría comenzó a chupar el miembro mientras colocaba la protección con sus labios. Jamás me habían puesto un forro de aquella manera y debo reconocer que aceleró mis ansias por llenarle la boca de semen. Sentía la presión de sus labios alrededor de mi pene súper erecto su lengua jugaba con el tronco y la cabeza de forma alternativa mientras simulaba una penetración a su boca.
Extendí mis manos y liberé sus pequeños pechos, comencé a amasarlos y apretarlos con una presión que aumentaba a medida que mi eyaculación se acercaba. Respondió a la presión mordisqueando levemente la punta de mi pene y ya no pude contenerme. Exploté liberando el contenido acumulado de mis huevos, pero pasó algo no previsto. La presión de sus dientes sobre el látex y el excesivo ajuste que había provocado con sus chupadas fueron demasiado para el preservativo, al punto que se rasgó en el extremo superior y dejó correr todo el contenido en su boca hasta ahogarla, ya que había intentado la profundidad máxima de la mamada al llegar el punto culminante.
La reacción no se hizo esperar, tuvo una serie de arcadas que no permitieron el goce tal como lo habíamos previsto. Se vio obligada a tragar parte del fluido y luego con un movimiento brusco abrió la puerta del auto para liberar desde su estomago no solo el semen sino también parte del alcohol que había ingerido.
Tosió reiteradas veces y lentamente se fue recomponiendo. En silencio, cerró la puerta del auto y con un gesto me indicó retomar el camino a su casa. La tensión se cortaba con un cuchillo, al igual que el silencio. Tan solo al llegar a la puerta de su casa dijo en voz muy baja: “Volveis a la una y media, como siempre”. Bajó del auto e ingresó rápidamente a su casa. Mientras volvía a la base, pensaba en lo ocurrido e imaginaba cualquier cosa. Su furia transformada en resentimiento, hasta una nueva llamada anulando el viaje habitual de cada fin de semana. Pero no, nada de eso ocurrió.
A la 1:30 llegué puntualmente al domicilio de siempre y ya estaban Pato y Lily esperándome, de Mary ni rastros. Fue Pato quien ocupó el lugar habitual de Mary en el coche (a mi lado), Lily esperaba junto a la puerta de calle de la casa a su amiga. “Parece que estuvo de joda la petisa, estaba destruidísima. Si hasta parecía que no vendría con nosotras” comentó Pato. “Si, yo la traje como a las 23 y se la notaba cansada” respondí como para sondear el ambiente. “Cansada y pasada, se despacho con el pendejo y la puso por casi tres horas. Está destruida” replicó. Tras ese comentario, comprendí que Pato sabía lo que había pasado con el pibe y que también yo lo sabía, pero mi intriga era si sabía de lo mío con Mary. Sutilmente traté de averiguar lo que sabía Pato. “Te habrá parecido, no creo que haya hecho algo así más si se jugaba el laburo” Le comenté. “Vamos Negro, si te dijo cuanto le cobró al pibe por “el servicio” que le dio. Lo que me sorprendió era lo descompuesta que estaba. La última vez que la vi así fue cuando se separó del marido que la forzó a… ” detuvo sus dichos como notando que se había extralimitado en sus decires.
Mientras conversábamos, Lily desapareció en el pasillo de la entrada a la casa de Mary, para regresar a los 10 minutos. “Está bastante descompuesta y casi dormida. Vayámonos nosotras solas Pato” se despachó Lily. “No, que el Negro te lleve a vos así no te perdéis la noche con José. Anda tranquila, yo me quedo con ella” respondió Pato al tiempo que bajaba del auto y dejaba abierta la puerta para la única pasajera. Subió rápidamente, y sin mediar mucha charla me indicó ir a una dirección que no era precisamente su boliche habitual. Hacia allí fuimos, al llegar pregunté por su horario de retorno, tal como siempre a lo que respondió: “Hoy no vuelvo, quizá mañana por la tarde” y tras pagar, descendió y con una breve corrida llegó a la puerta donde un muchacho la recibió con un beso y una caricia que recorrió su espalda hasta perderse entre sus nalgas. Puse en marcha el vehículo, y tras doscientos metros de recorrida, mi celular sonaba, y el visor indicaba que la llamada provenía de la casa de Pato. “Negro, venirte. Te esperamos.” Dijo la voz de la dueña de casa. Respondí afirmativamente, al tiempo que suponía que todo se trataba de una estratagema para librarse de Lily y concurrir las dos solas a bailar.
Llegué donde Pato, que no estaba como de costumbre esperando en la puerta. Aguardé casi 10 minutos y las vi salir. Ambas con vestidos cortos como lo hacían habitualmente, del mismo modo se sentaron Mary adelante y Pato atrás. Sin preguntar inicié el camino rumbo al salón de baile, pero al llegar a la avenida principal Pato me indican que hoy cambiaban de destino, se dirigían a otro bailable que está atravesando el parque, bastante cerca de la casa donde trabajaba Mary. Tras el cambio de recorrido, traté de hincar alguna conversación con mi acompañante quien giró su posición sobre el asiento y situándose frente a mí dijo: “¿sabéis Pato? Este caballerito me pidió pago a cambio del silencio por lo que había hecho hoy con el borrego”. “No digas, ¿y que pidió? ¿plata?” terció Pato. “No, pidió servicios a los que accedí solo para silenciarlo, pero creo que me equivoqué porque no solo no lo silencié sino que me hizo descomponer” replicó Mary. “¿El servicio con él te dejó así? ¿Qué le hiciste?”. “Le tiré la goma con un forro puesto, pero se reventó y me llenó la boca de leche. Tiene bastante acumulada. Hay que ordeñarlo” Indicó la más ebria de mis pasajeras. “Muy bien, vamos a completar el trabajo socia. Me gusta la idea de compartir todo con vos y esto no será la excepción”. Me dejaron sin habla, no imaginaba algo así. Solo atiné a defenderme con excusas que combatieron con mucha facilidad y decisión. Me indicaron el camino y fuimos a dar a una casaquinta un tanto alejada de la ciudad.
Bajamos, Mary iba delante y abrió la puerta principal, encendió una luz de muy baja luminosidad, mientras Pato me escoltaba propinándome empujones y pellizcos en la cola. Entramos, cerró mi escolta la puerta con llave en tanto su socia se iba despojando de sus ropas y las depositaba sobre un sillón que se hallaba en la primer estancia. Me indicaron que realizara lo mismo y me deje llevar. El temor a que algo extraño sucediese crecía en mi interior. Pato se dirigió a una sala contigua, a la que fui poco menos que empujado por Mary. El panorama visual de aquella sala me devolvió algo de tranquilidad y el miedo fue reemplazado lentamente por inquietud.
Una cama redonda de buenas dimensiones, luces rojizas y un televisor de 29 pulgadas eran el marco para lo que se transformaba en un circo romano donde sería yo la victima y mis clientas quienes me ajusticiaran.
Me tendieron en la cama totalmente desnudo, sujetándome las manos a dos correas dispuestas en uno de los lados y los pies al otro extremo.
Se despojó Pato de sus últimas prendas y se acercó al lecho por uno de los costados mientras Mary lo hacía por el otro. Se arrodillaron a mi lado sobre la cama y sin siquiera tocarme se fundieron en un beso que repartía lenguas y saliva entre las dos damas y yo allí debajo de esa carpa sin poder siquiera tocarlas, tan solo observar como sus montes de Venus se tornaban perlados por los fluidos que comenzaban a segregar. Se frotaban como desquiciadas, arriba y abajo alternativamente mientras me excitaba terriblemente el espectáculo del cual era testigo presencial. Cuando dos de los dedos de Pato comenzaron a entrar y salir de la vagina de Mary, repararon en mí. Quizá mis gemidos, provocados por el dolor que sentía en mi verga, las interrumpió. Entonces comenzaron a ocuparse de mí, me volcaron un líquido muy frío que me contrajo y con risas cómplices volvieron a unirse en el descontrol que estaban llevando adelante. La carpa formada por sus cuerpos cambió de dirección, con el sexo de Mary sobre mi boca y el de Pato sobre mi verga calentísima y parada hasta causar dolor.
Mientras se besaban y acariciaban comenzaron a cabalgarme. La aspereza de los vellos de Mary raspaban mi cara con furia, con un rápido movimiento adelante-atrás y la suavidad de la conchita depilada de Pato resbalaba hasta lo más profundo, llevando mi verga a hacer tope contra los labios. Tras unos 10 minutos rotaron su posición, intercambiando sus ubicaciones. Lo frenético del movimiento de Mary me llevó a un orgasmo rápido pero de poca cantidad de semen ya que irritaba mi miembro con sus vellos ásperos y como contrapartida, propiné mordidas a los labios y clítoris de Pato que gemía alcanzando un orgasmo feroz que inundó mi boca con sus jugos. Allí la furia de Mary se exteriorizó totalmente. Su amiga acababa de manera múltiple y ella no podía llegar por su vehemencia y el exceso de sexo que había tenido por la tarde. Se bajó de mi cuerpo y tomó un gran consolador plástico que enterró en sus entrañas y sacudió hasta acabar con un grito agudo. Pato se dejó caer en la cama y comenzó a mamar lentamente mi verga semiflacida, logrando erectarla y con suavidad llevó a cabo un trabajo profesional que concluyó a los 15 minutos con una eyaculación abundante que llenó su boca y se escapó por el borde de sus labios.
La imagen atrajo a Mary, con quien se fundió en un beso que intercambió saliva, semen y caricias entre las chicas hasta hacerlas calentar nuevamente. Volví a ser espectador de lujo, ambas se besaban y colocaban en el interior de sus vaginas consoladores de buen tamaño, que simulando penes calmaban sus ansias. El espectáculo era dantesco, todo aquel sexo a granel y ser solo un espectador, sin poder aspirar a formar parte de aquel trío. Sin duda la venganza que consumaba Mary con la complicidad de Pato daba sus frutos, ellas gozaban descontroladamente y un servidor ansiaba alcanzarlas con lo que fuera para obtener una porción de aquella gran torta que amenizaba la fiesta. Sus actividades duraron cerca de hora y media, mientras nada pude hacer. Rendidas cayeron sobre mi cuerpo, reían y disfrutaban del momento. El cansancio las fue venciendo, primero a Mary quien cayó en un sueño profundo recostada a mi izquierda mientras su socia se tumbaba a mi derecha y me torturaba con caricias que recorrían toda la longitud de mi cuerpo.
Sus fuerzas flaqueaban, entonces decidió soltar las amarras de mis manos y tras hacerme prometer tranquilidad, me dejó retribuir sus caricias. No lograba excitarla, quizá por su profusa actividad y el sueño que la doblegaba segundo a segundo. Se rindió a los brazos de Morfeo. Aproveché el momento y me libre de mis ataduras. Las observé a ambas, desnudas, brillando en sudor, las comparé y finalmente decidí que sería Pato (la que más me gusta de las tres) quien se ganaría mi contribución a la noche. Me repuse un poco de mi esclavitud y le dedique mis besos y lengüetazos a su raja que comenzó a mojarse, la fui acomodando con delicadeza mientras entreabría sus piernas y me colocaba en posición desde atrás suyo. Comencé a frotar mi herramienta contra su raja prolongando el recorrido hacia mi objetivo: su cola. Cuando la lubricación era intensa, comencé a colocar cada milímetro de mi “amiguito” en su agujero dilatado en tanto cubría su boca con mi mano para evitar que sus fuertes gemidos despertaran a su socia. El movimiento se incrementó y el orgasmo mutuo se aproximaba a pasos agigantados nuestras convulsiones lo marcaban, la penetración plena arrancó un gemido ahogado de ella y una brutal descarga en su interior que fluyó como un río proveniente del interior de mi ser.
Nos rendimos, nos besamos y dormimos abrazados. Fui el primero en despertar, quizá dos o tres horas después de aquello. Aprovechando la pesadez de sus sueños, las até a la cama y en silencio las dejé allí, solas, para que al despertar solo pudiesen observase sin tocarse en lo más mínimo. Regresaría al mediodía, pero eso será tema de un nuevo envió.
Alejandro Gabriel Sallago
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