Pasión en el casting de Operación Triunfo

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Desde que tengo uso de razón quiero ser cantante y durante mis 21 añitos he luchado por conseguirlo, aunque no con demasiada suerte. He estudiado música y canto pero en este mundillo no triunfa el que más estudia, sino el que más suerte tiene, así que estoy esperando mi gran oportunidad. Afortunadamente, ahora, gracias a la tele y a programas como “Operación Triunfo” o “Popstars”, muchos chicos y chicas se están abriendo camino en un espacio tan difícil, así que yo me he presentado a tantos castings como he podido, pero parece que todavía no ha llegado mi hora.

Sin embargo, en uno de esos castings, no triunfé en la selección, pero si en una faceta de la vida que tambien es muy importante. La cuestión es que una de las veces en la que más cerca he estado de ser seleccionada fue aquella vez en la que conocí a Raúl. Aquel día llegué hasta las pruebas de cámara, pero, de repente, me quedé como hipnotizada. Allí estaba yo, súper decidida a que no se me podía escapar esa oportunidad, pero embobada y totalmente empanada y paralizada delante de la cámara por culpa de aquel chico que me miraba con unos ojos brillantes y seductores: ¡El técnico que me estaba filmando era guapísimo y yo no sabía como reaccionar! Por supuesto, y debido a mi bloqueo no artístico pero si emocional, no superé el casting, pero aquel chico encontró la manera de escaparse un momento entre mi prueba y la de la siguiente chica para venir a consolarme y, de paso, invitarme a cenar.

En aquel momento os podéis imaginar que estaba flipando, aquel cámara, rubito, con el pelo un poquito largo y con una pizca de aspecto macarrilla, me había dejado extasiada y ahora ¡me estaba invitando a cenar! Yo, que nunca se me ocurriría irme con un desconocido, en aquel momento pensé: “¿Y por qué no? Tengo que cobrarme de alguna manera que por su culpa no he superado el casting”, así que acepté sin dudarlo un segundo.

Nos intercambiamos los teléfonos y por la tarde hablamos para quedar por la noche. Vino a recogerme a la puerta de casa y ya subida en el coche me dijo que la cena no era en ningún restaurante romántico, sino que lo había preparado en su apartamento. No sé por qué, pero al oír eso me excité y quise acabar con él en la cama.

Cuando llegamos a su casa todo estaba preparado en el salón: la mesa la había puesto en el suelo y alrededor cojines para que nos pudiéramos sentar. Había una fuente con agua, pétalos de rosas blancas y velas flotantes rojas preparadas para ser encendidas, y una varilla de incienso de jazmín que ya se estaba quemando y envolvía el ambiente. Una botella de vino blanco estaba metida dentro de una cubitera al lado del mantel y dos copas que esperaban a ser llenadas. Todo era ideal.

Me ayudó a sentarme sobre los cojines y se fue a la cocina de donde trajo una bandeja llena de ostras. Cuando las puso sobre el mantel dijo: “Dicen que son afrodisíacas”, y yo, que de repente había notado que se me humedecían las braguitas , le respondí a la frase sonriendo pícaramente y sin soltar una palabra de mis labios, porque dicen “quien calla, otorga”.

Raúl abrió el vino, llenó nuestras copas y brindamos por nosotros y por nuestro encuentro, y después del primer sorbo ya nos empezamos a besar como locos. De ese chico sólo sabía cómo se llamaba, que trabajaba en una productora, que me había enamorado nada más verlo y que había preparado para mí la cena más inolvidable y romántica de mi vida, así que tenía clarísimo que quería sentirlo dentro de mí.

Mientras su lengua recorría cada rincón de mi boca, sus manos se movían por todas las curvas de mi cuerpo. Me quitó la camiseta y, sin tan siquiera desabrocharme el sujetador, me lo bajó y empezó a lamer mis pechos hasta poner totalmente de punta mis pezones sedientos de placer. Estábamos súper excitados y eso que ni siquiera habíamos tocado las ostras. Luego me tumbó en el suelo y se puso sobre mí, cogió su copa y la derramó sobre mi vientre. Bebió todo el vino de mi ombligo hasta llegar a la cremallera de mis pantalones, que, como un experto, bajó con sus dientes y sus labios. Para cuando me quitó las braguitas yo ya estaba muerta de placer y aquellos preliminares se me estaban haciendo demasiado largos porque quería sentir ya su miembro duro dentro de mí, pero aún me hizo sufrir un poquito más.

Después de sacar un preservativo, masturbarme con su boca y sus dedos y de hacerme llegar al primer orgasmo sin ni siquiera desnudarse, se levantó y me dedicó el striptease más caliente de mi vida., fue entonces cuando yo saque otro condón, lo puse sobre mis labios y se lo coloqué con mi boca, cosa que agradeció porque noté cómo su pene se ponía todavía más duro.

Luego se tumbó y, cogiéndome de las caderas, me sentó encima de él. Empezamos un balanceo frenético que me llevó directamente a un segundo orgasmo aún más lento y placentero que el primero, pero que tampoco sería el último, porque Raúl le quedaba cuerda para rato. Después de probar cien posturas, de casi una hora y media de sexo y de tres orgasmos, estaba rendida y, claro, el chico también, así que nos quedamos dormidos los dos abrazados uno encima del otro hasta la mañana siguiente, que nos despertamos cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana.

Desde luego aquel día no realicé mi sueño de entrar en un programa de televisión que forma estrellas de la música, pero hice realidad otro: dar con el chico de mi vida.

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