Pasajera de una noche soporta bien mi verga
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Varias veces leí en esta página relatos de distinta índole y nivel, pensando que en algún momento lo mío llegaría a ocupar un lugar. Hoy, se cumple esa situación. Me presento, me dicen Negro, soy argentino y tengo 36 años. Lo que voy a narrarles sucedió hace exactamente 3 horas. Trabajo en dos escuelas haciendo el mantenimiento de sus salas de informática pero como el sueldo no alcanza, me desempeño como taxista los fines de semana.
Hace unas 5 horas se recibió una llamada en la central, solicitando un vehículo para las 22:45 de hoy. El viaje consistía en llevar una señora (a quien llamare Silvia) desde su casa en un poblado cercano (unos 15 kilómetros) hasta la central de colectivos de larga distancia de mi ciudad. Hasta aquí, nada nuevo, lo llamativo llegaría más tarde.
Aproximada mente a las 22:30 me indican que debería cubrir aquel pedido, por lo que me dirigí al garaje y subiéndome al vehículo me dirigí al domicilio indicado. Una vez allí, sale de su casa una dama rubia de unos 45 años con la vestimenta propia de quien habrá de recorrer una larga y tediosa distancia. No lucía en lo más mínimo atractiva. Cargaba 2 bolsos de gran porte y una pequeña mochila de mano. Decidí abrirle el baúl del vehículo para que colocara sus bolsos y la puerta trasera para que ascendiese. Extrañamente, colocó su equipaje en el asiento trasero y se sentó junto a mí en el asiento delantero. Supuse que estaba acostumbrada a viajar de esa forma, por lo que sin mediar alguna objeción acepte la situación.
Iniciado el viaje, es ella quien comienza la conversación comentándome que viajaría rumbo a una ciudad al sur del país a visitar a su marido (marino mercante, él). Le esperaban 16 horas de viaje, para luego reencontrarse con su esposo luego de 4 meses. En ese momento, preguntó si podía encender un cigarrillo (cosa no habilitada en taxis) a lo que accedí si me invitaba uno. No dudó, me extendió uno a lo que respondí encendiendo el suyo.
La conversación se extendía, me contó que si bien su micro partía a las 0:30, le agradaba no demorarse y evitar todo tipo de trastornos en lo que a tráfico e imprevistos se refería. La observé nuevamente, se la veía nerviosa y ansiosa, por lo que indagué sobre el motivo de su viaje y me comentó que su marido le había pedido vehementemente verla, ya que solo estaría en puerto por doce horas y volvería a abordar por 4 meses.
Hablamos de su situación económica, de la mía y el motivo de mi trabajo de éste tipo en los fines de semana.
Sin notarlo, se creaba un ambiente de amistad no tradicional. Llegamos pasadas las 22:50 a la terminal, le restaba más de una hora y media para su partida. Como mi turno llegaba a su fin, le ofrecí hacerle compañía cosa que aceptó.
Fuimos a la ventanilla y retiró su pasaje, le informaron de una demora de 45 minutos en su partida. Se enojó, pero ¿qué más? Debería esperar. La invité un café, aceptó pero pidió que fuese en otro lugar pues la confitería de la terminal estaba atestada. Subimos nuevamente a mi auto, y allí empezó a entibiarse la situación. Involuntariamente, me aproximé a abrirle la puerta que se había trabado, y terminé apoyando mi mano en su cola ya que al girar para indicarme de la trabada giró en forma inversa a la que esperaba y mi mano se encontró con sus glúteos. Debo haberme sonrojado a más no poder, ya que se sonrió y me dijo que no me pusiese así, que era solo un accidente.
Camine en derredor del auto bastante turbado. Subí a él, avisé de mi despedida por esta noche a la central (radio mediante). Luego apagué la radio y traté de colocar un cassette en el equipo. Los primeros sones de música lenta brotaron de los parlantes. Dirigí el auto rumbo a una confitería, en tanto el tema de conversación con Silvia rondaba por los temas de mis pasajeras de fin de semana y su estado al salir de las confiterías y boliches bailables. “Alguna vez recibiste alguna insinuación por parte de las chicas? Es que están muy lanzadas en esta época” fue su pregunta, respondí negativamente aunque recordé a Belén y su intento de sexo oral en medio de una borrachera fenomenal. “Difícilmente alcanza el tiempo, sólo pensáis en manejar y volver al centro de diversión para recoger otro viaje y ganar más dinero” aclaré. Llegamos al estacionamiento de la confitería, detuve el auto y traté de apagar el auto estéreo, pero al agacharme coincidí con ella en movimientos y nos golpeamos las cabezas. “Estás bien?” – pregunté. “Me siento mareada, ayúdame a bajar que debo mojarme la cabeza” respondió.
Bajé y me dirigí hacia su puerta. Abrí y la ayudé a incorporarse, tambaleaba. La tomé por la cintura y mis manos se enredaron en su falda corta, sentí su piel caliente. Ingresamos al bar, y pregunté por el baño de damas, comentado muy rápidamente a la mesera sobre lo acontecido; me indicó el camino y llevé allí a Silvia. Moje su cabeza, parecía reaccionar. La solté por unos instantes para comprobar su estado y casi cae. Me abalancé y la detuve al borde de la caída. Una de mis manos en su cintura y la otra junto a sus pechos. Balbuceó algo in entendible. Con ayuda de la mesera, la tomé por la espalda y coloqué mi brazo derecho debajo de sus rodillas. La levanté en vilo, y la aproximé a mí cara. Se colgó de mi cuello. Al tenerla tan próxima, sentí un perfume extraño, que brotaba de su piel y creí reconocerlo. Le resté importancia a ello y la llevé a una silla donde la coloqué y la mesera me trajo hielo que le puse en la frente a Silvia. Reaccionó en pocos minutos, me sonrió y pidió de volver al auto. Aún cargándola en brazos, la llevé. Noté con que delicadeza se sostenía de mi cuello y aproximaba sus pechos a mí. Aquel perfume volvió a mi nariz y no dude en reconocer su origen. Para ratificarlo decidí deslizar mi mano izquierda hacia su espalda y de allí a sus piernas. No había dudas, ella estaba excitada.
No soy un sex-symbol, soy un hombre normal. Nada de atractivos espectaculares pero sin duda, la próxima reunión de Silvia con su esposo tras cuatro meses la traía más que tibia. Abrí la puerta del auto, le ayudé a sentarse y con la excusa de su mareo le coloque el cinturón de seguridad, con lo que pude acariciar levemente sus pechos. Ella profirió un suspiro que marcaba su estado. Subí al auto y volví a encender la música, al reincorporarme (y sin mediar palabra) le di un beso. Reconozco que se sorprendió pero solo eso, de rechazo nada.
Puse en marcha el vehículo y me dirigí a las afueras de la ciudad. Mis manos aprovechaban de cada cambio de marcha colocado para viajar por las piernas de Silvia. Le sorprendió que al encajar la quinta marcha, mis manos ya no volvieran a la palanca ni al volante, se alojaron directamente en su entrepierna, acariciando levemente sus bragas en búsqueda de su conchita. Recordé la presencia de un motel a escasos 3 kilómetros de donde estábamos y hacia allí me dirigí. Debíamos cruzar el parque de la ciudad y en doscientos metros comenzar un rito que parecía inevitable. Recién en ese momento volvió a hablar, me pidió que apurásemos pues el micro saldría con o sin ella. Entendí lo que pasaba. Detuve el auto en medio del parque, en una zona oscura. Recliné ambos asientos y sin mediar palabra, le arranqué sus bragas. Me enceguecí y comencé a manosearle frenéticamente sus pechos mientras mi mano derecha buscaba desprender mis pantalones. Ella mientras tanto subió su minifalda a la cintura, despejo su conchita depilada y me empujo de cabeza en ella. Al quedar perdido allí, reconocí el perfume. Había estado fluyendo jugos desde que subió al auto.
Su excitación era tremenda, chupé cada milímetro de esa conchita, lo mordisqueé y enterraba casi simultáneamente dos de mis dedos en ella. Al fin me libre de mis pantalones y junto con ellos mis slips. Brotó mi verga, caliente y necesitada de un buen lugar donde guardarse. Comencé a subir mis labios por su cuerpo, ella había liberado sus pechos. Los chupé, mordiendo sus pezones al tiempo que la clavaba violentamente. Ahogué un grito de dolor con mis labios. Reconozco que la violenté al penetrarla, pero así lo sentí y lo hice. Pese a la incomodidad del asiento del auto, logre notar como llegaba a un orgasmo, tembló y me clavo sus uñas en la espalda. Giramos y quedó sobre mí. La incomodidad del espacio nos limitaba, pero volvió a iniciar su proceso de cabalgata sobre mi verga mientras le pellizcaba los pezones. Me tomé de sus nalgas, las abría mientras ella gemía entre bombazo y bombazo. Le mandé un dedo en su ano, nada dijo. Luego dos, y entonces gritó “No, la cola es de mi esposo”. Entendí el mensaje, y seguí con su conchita, me vendría en instantes… se lo avisé y no quiso salir. Llené toda su concha ardiente de leche.
Quedamos rendidos, fueron quizá 30 minutos, pero demasiado intensos. Encendimos un cigarrillo, y comenzamos a colocarnos la ropa nuevamente. El micro saldría en 35 minutos. Le pregunté el motivo de aquel desahogo sabiendo que en 15 horas haría el amor con su esposo y me dijo “Estaba sola en casa, y hallé una película que había alquilado mi hijo. Era porno y me hizo masturbarme por media hora, no quedé satisfecha. Quería sentir una verga”. Me sentí usado, es decir que si hubiese ido cualquiera, también la habría cogido. “Silvia, tenéis que pagarme el viaje. Después de lo que me dijiste, te va a costar más” le dije mientras encendía el motor. “Quédate tranquilo Negro, mientras me lleváis te pago”. En un principio, no la entendí. Pero al cabo de 2 minutos, luego que tiró la colilla del cigarrillo comprendí. Inició una mamada memorable, que llegó a su punto máximo a 3 cuadras de la terminal de micros, cuando se tragó cada centímetro cúbico de leche que le deposité en la boca.
Llegamos a la terminal, abonó su viaje y me pidió la espere. Confirmó su horario de partida, restaban 20 minutos. Volvimos al auto por los bolsos. Me pidió fuego para su cigarrillo y le respondí acariciando su conchita. Aún estaba húmeda, pero muy poco. Dijo: “Ahora no tenemos tiempo, pero volveré a llamar para que vengas a casa. Entonces tendrás mi cola”. La acompañé al colectivo, subimos juntos. Me quedé junto a ella acariciando su conchita bajo la manta de viaje que colocó sobre sus piernas. Sobre el momento de la partida, subieron al micro unas 15 personas. Un hombre de unos 40 años buscaba su asiento que era el que yo estaba ocupando. Lo dejé libre. Salude a Silvia con un beso en su mejilla y baje del micro. En estos momentos, cuando ella ya viaja al encuentro de su marido, yo estoy aquí contando esto y podría asegurar que aquel cuarentón que ocupó el asiento junto a ella va a tener alguna sorpresa de su compañera de viaje. Estoy seguro, pues lleva 4 meses de necesidad que 40 minutos no alcanzaron a agotar.
Alejandro Gabriel Sallago
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