Mujer en venta en pleno matrimonio joven
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Somos un matrimonio joven con hijos. Tanto ella como yo somos muy calientes y liberales. A mi me gusta mucho que se follen a mi mujer pagando y, como ella lo acepta, no tengo ningún problema en satisfacer mis gustos. Me encanta contemplar como otro la besa y la desnuda mientras ella me mira. También me gusta buscarle trabajo para limpiar casas de hombres que viven solos pues, como digo, ella y yo estamos abiertos a cualquier oferta económica. Si se nos paga bien se la puede tener en verano durante toda una semana. Le encanta el mar, las playas nudistas y tampoco le molesta hacérselo con tres hombres a la vez. Es una amante muy obediente, muy discreta, educada, limpia y chupa la polla muy bien sin importarle hacerlo en un coche, un hotel o en un cine. También le encanta que le den por el culo.
Como ejemplo, voy a relatar una de nuestras aventuras. Cuando tenemos los niños en el colegio y me lo permite el trabajo, cogemos el coche y vamos a la zona del Montseny, muy boscosa, y cerca de una fuente follamos como locos. Los dos somos muy calientes y nos gusta el morbo de que nos puedan ver.
Una mañana que estábamos en este lugar, habíamos follado a placer, hice que mi mujer subiera completamente desnuda al coche. Para más seguridad de que iba a cumplir mi excitante deseo, guardé toda su ropa en el maletero. Ella se puso el cinturón de seguridad. Sus pechos parecían aún más grandes con la cinta entres ellos. Se la notaba nerviosa pero también muy cachonda. La miré y a pesar de habérmela follado hacía sólo unos instantes, mi polla, al verla así, con sus gordas tetas, su vientre, su peludo coño, todo al aire, se puso dura a tope dentro de mis calzoncillos.
Antes de arrancar y para aumentar aún más el morbo, le hice abrir las piernas y le metí dentro del coño un gordo consolador. Siempre llevo utensilios en la guantera por si se presenta el caso poder usarlos. Nunca agradeceré bastante el haberme casado con una mujer tan ardiente y tan golfa. Mientras yo conducía, ella misma se lo sacaba y metía del coño, follándose lentamente. Cuando encontrábamos un semáforo en rojo, yo aprovechaba para morrearla y sobarle bien los pechos, pellizcándole los pezones. Fue entonces cuando me acordé que llevaba en la guantera dos pinzas de tender la ropa. Al ver que las cogía, mi mujer me preguntó con ojos brillantes:
– ¿Son para mi?.
Le dije que sí y se las puse, una en cada pezón.
– ¿Te gusta verme así? – insistió.
De nuevo le dije que sí. La verdad es que estaba para comérsela. Seguimos camino hasta que, al pasar por delante de una estación de servicio, me dijo que tenía ganas de ir al lavabo. Aparqué delante de la entrada del de los hombres sin que ella se diera cuenta.
– No puedo bajar así, completamente desnuda – me dijo.
– ¿Por qué no? – contesté con mi polla ya a punto de reventar – No hay nadie y si sales corriendo ninguno de los empleados te verá.
Se sacó las pinzas de los pezones, miró a ambos lados antes de salir del coche y luego, echando a correr acompañada por mi, se metió, como digo y sin saberlo, en el lavabo de los hombres. Cuando hubo terminado y se estaba limpiando las manos, entró en el lavabo un camionero extranjero. El hombre se quedó parado del estupor que le causó ver allí a una mujer desnuda.
Pasada su sorpresa, viendo que ella no hacía nada para cubrirse ni se escondía, y como yo sonreía, me hizo entender con las señales internacionales de las manos, que quería follársela. Yo le contesté haciéndole la señal del dinero con los dedos. El hombre metió mano a su cartera y sacando unos billetes, me los entregó. Me gustó la cantidad y también que sacara, con ellos, un preservativo. Los dos entraron en uno de los reservados y al poco rato la oía gemir de placer. Luego hubo un silencio hasta que, de pronto, mi mujer pegó un grito. Supuse que le estaba dando por el culo. Me metí en otro reservado y me hice una paja. Salimos los tres a la vez. Mi mujer le limpió la polla haciéndole una rápida mamada, él se puso el pantalón, la morreó y se fue. Mi mujer y yo, ella desnuda como estaba, salimos y nos metimos en el coche. Por el camino me contó lo que aquel hombre le había hecho. Me dijo que se había corrido dos veces pero que la tenía tan gorda que cuando se la metió en el culo le hizo daño. Aquel grito que yo había oído era, efectivamente, cuando la enculaba.
Al poco rato vi un gran aparcamiento para camiones, me acerqué y pasé, lentamente, al lado de ellos. Algún camionero le tiró piropos. Realmente era una tentación ver a una mujer desnuda, sin esconder nada de su anatomía, dentro de un coche. Al pasar al lado de uno de ellos, el chofer me dijo que me parara. Lo hice y me dijo que la dejara subir a la cama de su camión. Cuando me entregó unos billetes, ella no dijo nada y subió sin más. El, entonces me invitó a ocupar el asiento del conductor. Aquello fue fantástico. Estuve contemplando con todo detalle como, primero, ella le comía la polla hasta ponérsela dura como una barra de hierro y, después, abriéndole lo que pudo los muslos y montándola, le metía su gorda verga en el coño de un sólo golpe y empezaba a follársela. Yo veía perfectamente como aquella polla entraba y salía del chorreante coño de mi mujer, oía los gemidos que ella lanzaba. Se la follaba despacio hasta que en un momento determinado, a petición de él y de conformidad con mi esposa, le hice fotografías con la cámara que el camionero llevaba, para que él las conservara como recuerdo de su aventura.
Ella se corrió dos veces con aquella vara en sus entrañas y cuando él llenó el preservativo con toda su leche y salió de ella, yo estaba tan caliente que le pedí permiso para usar su cama y follarme también a mi esposa. Accedió. Me saqué la endurecida verga y sin que ella cambiara de posición, le penetré el coño hasta que mis cojones hicieron de tope. Mientras yo me la tiraba, él la morreaba, le sobaba y chupaba los pechos. Cuando ella se corrió otra vez y yo le llené ahora directamente el coño de leche, me pidió la ropa. Se la di, nos despedimos del camionero y nos marchamos. Por el camino y como yo, a pesar de mi tan reciente corrida, seguía muy caliente, saqué una cuerda de la guantera.
– ¿Para qué la quieres? – me preguntó con ojos brillantes y cara de vicio.
– Para atarte entre dos árboles, de manos y pies, follarte y sacarte fotografías – contesté sabiendo que a ella le encanta.
– ¡Venga, vamos! – exclamó muy excitada.
Volvimos al bosque, la desnudé de nuevo y la até entre dos pinos, muy abierta de brazos y piernas. Verla así, tetas al aire y coño ofrecido, mi polla volvía a estar tan dura como una piedra. Mientras la besaba y acariciaba toda, me saqué pantalones y calzoncillos. El pensar que alguien nos podría sorprender así, me excitaba como un loco. Y supongo que a ella también. Antes de follármela le hice unas cuantas fotografías, luego se la metí, primero en el culo pero cuando me iba a correr, se la saqué y lancé toda mi descarga en su coño mientras ella orgasmaba conmigo, chillando como una loca. La desaté, nos besamos y estuvimos de acuerdo en que habíamos disfrutado muchísimo los dos.
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