Mitos que no te permiten ser feliz 3

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La vida militar a pesar de ser tan dura se hacía más llevadera, pues tenía un incentivo que lo compensaba todo; saber que mi hermana estaba esperando con el mismo fervor aquel encuentro, que haría que todos nuestros sufrimientos valieran la pena. En tanto buscaba la forma de lograr un permiso para poder hacer realidad aquel encuentro, tratando de ganar indulgencias con mis superiores en plena formación, atento a aquella voz de mando que nos hacía poner firmes el comandante solicito un voluntario para el fin de semana, pues el sargento Rodríguez necesitaba un colaborador para algunos quehaceres personales. Para lo cual no tuve rivales en el momento de dar mi paso al frente; como fuera tenía que ganarme una licencia para poder visitar a mi adorada hermana.

En las afueras del batallón una voz dulce llamo mi atención era la esposa del sargento Rodríguez que venía a recogerme para acompañarla en sus menesteres. Ella era una mujer de curvas grandes y muy redondeadas abultado pecho gruesas piernas de buen vestir unos centímetros más alta que yo. Abrió la puerta de su nueva camioneta instándome a seguir; para que la acompañara en el asiento delantero preguntó por mi apellido y con tono militar le conteste Monsalve mi señora.

De camino al centro de la ciudad me hacía preguntas estúpidas a las que yo contestaba con monosílabos; tratando de congraciarse con migo soltaba fuertes carcajadas y con cada carcajada me daba un golpe en el muslo izquierdo; dejaba ver su poca cultura, era una de esas mujeres oportunistas que con sus encantos logran escalar peldaños dentro de un círculo social.

Luego de hacer compras me llevo a casa me saco unas botas y unas jinetas para que se las brillara y a cada momento me llamaba para que le ayudara a correr un mueble o cualquier oficio pesado; en resumen era su cocheche por lo cual me sentía humillado pero ya no podía dar pie atrás.

En la noche me envió al cuarto de huéspedes para que descansara, pues había que hacer otras cosas el día siguiente. En la privacidad de aquel cuarto relajado y en ropa interior, recordaba el propósito para con mi hermana fantaseando sobre su inminente penetración empecé una suave masturbación, no podía manchar los tendidos de semen por lo que solo jugaba con mis testículos cuando sorpresivamente golpean a la puerta; era el sargento Rodríguez acompañado de otros militares quienes casi a rastras intentaban entrarle, mientras el balbuceaba grotescas palabras lo entregaron en el sofá parecía ser costumbre; ella en una especie de bata de seda la cual dejaba ver su ropa interior con la sala a media luz dio las gracias a sus compañeros, paso a la cocina y le trajo un vaso con agua le dio una pasta según ella para que no amaneciera con dolor de cabeza.

Yo solo miraba desde la puerta de mi habitación aquel hombre corpulento de 1.80 de estatura espalda ancha brazos gruesos aun con su traje militar. Ella me mira pidiendo que le ayudara a llevarlo a la habitación, estando allí con luz más clara observé su rostro dormido por el alcohol ya no pronunciaba palabra. Ella me dice- ayúdame a desvestirle- tome su bota derecha mientras ella intentaba quitar la izquierda; cada uno tomo una manga de su pantalón y jalamos al tiempo, cuando de repente sin darnos cuenta sus interiores se vinieron pegados al pantalón quedando al descubierto un rollo de carne flácido que me dejo mudo; no podía creer que un ser humano tuviera un pene de ese tamaño y menos que cupiera en la abertura de esa señora parecía el pene de un caballo jajajaj

Ella rápidamente subió su calzoncillo mientras yo aún seguía boquiabierto. Me hizo reaccionar con su risotada diciendo ¿lo asusto el coco? Como idiota intente salir del cuarto pero ella me detuvo del brazo diciendo: luego como lo tienes usted? No le conteste y con su mano izquierda me acerco mientras con la derecha daba un suave apretón a mis partes nobles.

Quede paralizado mientras ella aprovechaba la oportunidad para meter la mano dentro de mi piyama comenzando un suave manoseo que no pude pasar inadvertido provocando mi erección; yo miraba la cara del sargento aterrorizado quien apenas roncaba de la borrachera. Al ver su estado de in conciencia la mire a ella? su perfume mezclado con cierto olor a blanqueador de ropa me excitaba, sus abultadas tetas pegadas a mi pecho me hacían respirar con dificultad. Con su mano derecha tomo mi mano izquierda y la coloco en su entrepierna no pude evitar meter mis dedos para explorar; esperaba encontrar alguna vellosidad pero no fue así; una piel suave y muy bien depilada con gruesos labios a cada lado de su hendidura vaginal, la cual estaba embadurnada de una baba resbalosa y tibia que empezaba a desprender un olor característico pero que no se parecía a lo ya conocido en mi hermana.

Una tos repentina por parte del sargento me hizo detener, pero ella nuevamente tomo el control postrándose de rodillas inicio aquella practica que solo con mi hermana había disfrutado pero que también era diferente: la succión era más fuerte, la presión de sus labios también, y se concentraba con mucha fuerza en la punta de mi glande lo que me hacía perder la concentración y debilitaba un poco mi erección haciendo que retirara mi pene de su boca.

Me dio la espalda mientras bajaba su diminuto calzón me jalo del pene y lo coloco en medio de aquella abultadas nalgas con sus mano izquierda apoyada en la cama; retrocedí diciendo que no estaba bien que de pronto se despertaba y se daba cuenta. Ella no podía perder lo que ya había comenzado me dijo: ya le di una pastilla no se despertara hasta por allá al medio día. La maldita lo había sedado lo cual me tranquilizo; volvió a jalar mi pene colocando nuevamente entre sus nalgas apoyando sus manos en la cama donde se encontraba su esposo hice una leve presión entre sus nalgas sintiendo aquella deliciosa y resbalosa sensación hasta el momento desconocida para mí.

Con movimientos torpes por mi inexperiencia inicie un suave vaivén provocando un palmoteo contra su acolchonadas nalgas, la cual la hacían proferir insultos contra mi pidiendo que lo hiciera con más fuerza olvidándome de todo; una sensación indescriptible, que mezclada a los quejidos, susurros e insultos de aquella mujer la cual podría ser mi madre, pues notaba en sus nalgas las estrías del paso de los años pero que con maestría daba ligeros apretones con su vulva a mi pene lo que hacía presentir mi orgasmo. Tal vez por su experiencia noto mi inminente orgasmo me detuvo diciendo ?espera? lo cual me pasmo intempestivamente.

Bajo el calzoncillo del sargento quedando al descubierto aquel rollo de carne flácido lo llevo a su boca sin soltar mi pene volvió a colocarlo en la hendidura entre sus nalgas volví a envestir pero esta vez no resbaló como ya lo había hecho antes, lo que me obligo a hacerlo con más fuerza; volví a sentir la presión de aquel orificio esta vez más estrecho mientras intentaba mirar con morbo como poco a poco el pene del sargento salía de su letargo lo que hacía que se viera aún más grande de lo que había visto en un principio. Mientras tanto el sargento intentaba abrir sus ojos y levantar su cabeza pero como no lograba enfocar la visión se desgonzaba y volvía dormir como desechando su esfuerzo por despertar. No soporte más al sentir los quejidos y gritos insultantes de aquella maldita zorra provocaron mi orgasmo; mi próstata se contraía con tal fuerza que parecía querer expulsar mis testículos también; saque mi pene a tiempo que un olor a materia fecal inundo la habitación sentí nauseas mezcladas con un terrible complejo de culpa los cuales me hicieron salir de la habitación en busca del baño el único lugar que desde muy pequeño me serbia de consuelo y en el cual note mi pene impregnado de eses, que con asco sobre el lavamanos intenté retirar.

Al volver al cuarto de huéspedes escuche aquellos susurros y quejidos que venían del cuarto nupcial. La curiosidad no me dejo, volví en puntillas intentando ver sin que me notaran lo que sucedía dentro. De rodillas sobre el sargento meneaba su trasero sobre aquel falo descomunal que al parecer le causaba dolor y del cual solo introducía una parte intentando terminar su faena orgásmica la cual yo no había podido completar; entre tanto el sargento inerte como muñeco de hule parecía ignorar lo que sucedía a su alrededor.

En la mañana la muy zorra golpea a mi puerta para advertir sobre mi silencio con lo cual me evitaría problemas y que más bien me recomendaría para que me dieran un permiso por mi buen comportamiento con lo cual me alegre mucho pues conseguirá el tan anhelado permiso.

Días después recibo un boletín en el que se me anunciaba que tendría permiso para el siguiente fin de semana y por lo cual estaba feliz; lo que me intranquilizaba un poco es que tres días más tarde después de haber cumplido con mi deber en casa del sargento una comenzó en el interior de mi pene hacia que constante mente llevara mi mano a la bragueta de mi pantalón en busca de alivio se me hiso extraño y busque uno de los sanitarios mi sorpresa fue tal al ver aquellas manchas purulentas en mi blanco calzoncillo. La muy zorra me había infectado de gonorrea enfermedad muy nombrada por los soldados en esos días.

No tuve más remedio que pasar a la enfermería para que el medico confirmara mis temores y empezara a hacer preguntas sobre donde había estado, con quien había tenido relaciones y que eso se estaba convirtiendo en una epidemia que había que detener, por lo tanto intentaba convencerme de decir dónde o con quien había estado más aun cuando dentro del batallón no habían mujeres. Ahora entendía porque no se encontraban voluntarios para colaborar le al sargento Rodríguez.

Con mis doloridas nalgas víctima de los jeringazos de aquel doctor como prostituta arrepentida y con el permiso en mis manos sentía ganas de vomitar; me sentía sucio despreciable e incapaz de tocar a mi inmaculada hermana.

Días más tarde aquel goteo purulento y asqueroso había dejado de supurar, por lo que aproveche la oportunidad para visitar a mis padres durante ese fin de semana, en la que mis antiguos compañeros se cansaron de invitarme a beber cerveza por cuanto yo aún estaba tomando medicamentos; compartí con mis padres los cuales ya se sentían orgullos de aquel valiente militar. En cuanto a mi hermana quien desconsolada por no haberla visitado, no tuve más remedio que mentirle argumentando que ya era hora de darle la cara a mis padres, que lo nuestro podía esperar.

Continuara.

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