Mi vecina Eugenia desvirgue anal
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Después de nuestra primera experiencia sexual, nuestra relación cambió radicalmente, ya no éramos vecinos sino amantes, Eugenia tenía muchas ganas de recuperar todo lo que se había perdido durante tantos años, quería aprender, experimentar, gozar.
Para mí era todo un reto y a la vez también disfrutar haciéndola mi puta particular. Le di a conocer mis gustos sexuales y a quitarle los miedos y vergüenzas que eran muchas, para ella era como sus primeras relaciones pues desconocía casi todo lo relacionado con el sexo. Le compre lencería sexy, le rasure los pelos de su vagina, le enseñe a utilizar juguetes sexuales, cada día era una experiencia nueva para ella y para mí.
Cuando iba a subir le avisaba para que se preparara y me recibía con una bata de seda bien abierta y me mostraba su lencería que le seguía comprando, nunca supero el comprarla ella, así que podía elegir la que más me excitaba y lo primero que hacía era darnos una buena sesión de lengua, fundíamos nuestras bocas y quitarle la bata me gustaba que fuera en tanga y sujetador por la casa para continuación hacerme una buena mamada que tengo que reconocer que se hizo una adicta a polla.
Los días de nuestros encuentros estaban llenos de novedades para ella, veíamos películas porno sobre todo de maduras que casi nunca terminábamos de ver pues en seguida nos poníamos en faena, una de las cosas que más le sorprendió fue el sexo anal, nunca se había imaginado que le pudiera dar placer y se mostraba un poco reacia así que espere la ocasión para demostrarle que era todo lo contrario. Fue en la ducha después de un buen polvazo, todavía está chorreando todos los fluidos, cuando el agua tibia nos relajó.
La estaba enjabonando por dentro y por fuera, haciendo masajitos en su culo. Le pregunté si le gustaba, y solo dijo: «Uhmm, qué gusto». Así que fui alternando su culo y su clítoris. Los gemidos volvieron a aparecer y mi polla se puso dura, y más cuando sus manos la masturbaban. Cada vez estaba más caliente y su culo, más relajado. Aproveché que se la metí por el coño para meterle un dedo lleno de gel para suavizar el agujerito. Gritó: «¿Qué haces?», a lo que respondí con otra buena sacudida en su coño. Saqué el dedo y seguí bombeando su coño. Le volví a meter el dedo y volvió a gritar.
Le di un cachete en su nalga y le dije que hoy tocaba desvirgar ese culo. «Por favor, despacito que me duele», así que dejé un rato el dedo para que se fuera dilatando; ya no lo sentía cuando lo saqué y metí dos, muy despacio. «Me sigue doliendo», así que volví a sacarlos, pero el agujerito ya tenía su huequecito. Comencé a frotar mi capullo y pude meterlo un poquito. «Me duele, pero sigue, papito». Lo fui sacando y metiendo cada vez un poquito más, hasta que ya estaba medio metido.
—¡Cabrón, qué me estás haciendo! ¡Me vas a romper el culo! —«Sí, mi zorra, eso es lo que voy a hacer: poseer tu culo». Me quedé parado un rato para que se acostumbrara y lo saqué, lo llené de gel y se lo volví a meter. Ya no le dolía tanto.
En un momento dado, fue ella quien empujaba hacia mí hasta meter mi polla hasta el fondo, y cada vez entraba mejor. Cogimos el ritmo, cuando comenzó a gritar, pero ya no de dolor, «Uhmmm, qué cosa más rica, dale más fuerte». Mis huevos chocaban con sus nalgas y mis manos agarraban sus pezones mientras ella se frotaba el clítoris como una loca, meneando la cadena y empujando sus nalgas. «Esto sí que es gusto del bueno, joder, lo que me he perdido, lo tengo que recuperar enseguida», noté que le faltaba poco para correrse y aumenté la intensidad hasta que yo estuve a punto.
Con sus espasmos tan peculiares, comenzó a sacar sus fluidos de una buena corrida. «Dame toda tu leche en mi culo», me dijo, y así lo hice, la inunde con mi leche y allí la deje alojada mi pija hasta que solita se salió. Nos duchamos de nuevo y nos fuimos a la cama a descansar, como siempre hacemos: yo mamando sus pezones y ella sujetando bien la polla.
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