Mi pasajera madura
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Esto que voy a contar es una historia que empezó en plena pandemia. Trabajaba en Uber y un sábado por la mañana recogí un viaje que iba de Palermo a Moreno. Cuando llegué al domicilio, salió ella: una mujer de unos 60 años (me dijo después que tenía 63), bajita; a pesar de ir con una falda larga, se notaba que tenía buen culo. Durante el viaje charlamos muy amenamente. Ella me contó que el lugar al que la llevaba era una casa de fin de semana que tenía y que ese viaje lo hacía todos los fines de semana: iba los viernes o sábados y volvía los domingos por la tarde.
Cuando llegamos a destino, me dijo que había disfrutado mucho del viaje y que estaba buscando a alguien fijo para hacer ese viaje y si a mí me interesaba. La verdad es que era un viaje agradable que no quería dejar pasar, así que le di mi número de teléfono y quedamos en que ella me mandaría un mensaje para coordinar la vuelta. El domingo al mediodía me escribió para decirme si podía ir a buscarla esa tarde, y así empezó una serie de viajes que se hizo habitual durante varios años. En cada viaje charlábamos de todo; la verdad es que era muy agradable llevarla. Entonces me contó que tenía una hija de 37 años y que era viuda desde hacía 7 años; nunca más quiso tener pareja. Debo reconocer que eso me generaba cierto morbo.
Pero no había ninguna señal que indicara que podía pasar algo, eran comentarios que surgían en la conversación. Como les dije, llegamos a tener muy buena relación. Un fin de semana me escribió para decirme que no iba a viajar porque le había dado positivo de COVID. Le respondí que se cuidara y que si necesitaba que le comprara algo me avisara porque yo estaba trabajando y estaba cerca de su casa. Me agradeció mucho y me preguntó si podía ir a un almacén a comprarle algo, así que fui y se lo llevé a su casa. Nos saludamos, le entregué todo y me fui. A los tres o cuatro días le mandé otro mensaje para ver si necesitaba algo y me respondió: «Sos un amor, ayer mi hija me trajo lo que me faltaba, gracias». Intento que se entienda que había una buena relación y que no era solo un pasajero más.
Siempre que íbamos para Moreno era cerca del mediodía y cruzábamos un par de parrillas que hay al costado de la ruta, y siempre surgía el tema de que algún día pararíamos a comer algo y después seguiríamos viaje. Un viernes por la tarde, durante el viaje de siempre, me dijo que le apetecía invitarme a comer. Le dije que cuando quisiera podíamos comer donde quisiéramos y me dijo: «¿Qué te parece si el domingo venís al mediodía, almorzamos y después ya me llevás?». Me pareció una buena idea y así quedamos.
El domingo, antes del mediodía, fui. Ella se puso muy contenta de verme; tenía puesto un vestido suelto, muy de entrecasa, pero bien arreglada.
Después de dos años, entraba en la casa (siempre la dejaba en la puerta y me iba), así que me mostró toda la casa, el jardín, la piscina… todo. La ayudé con cosas de la casa que sola le costaban, trabajos de fuerza, digamos. Almorzamos charlando como siempre y me agradeció que hubiera ido, ya que estaba acostumbrada a almorzar sola. Yo le agradecí la invitación y le dije que siempre era un placer compartir un momento con ella.
Terminamos de almorzar y, con la tele encendida de fondo y una película puesta en la que no prestábamos atención, en un momento los dos nos quedamos mirándola y me preguntó si no nos sentábamos en el sillón, preparaba un café y veíamos la película. ¿Quedamos así? Levantamos los platos y ella se puso a lavarlos; yo me acerqué para ayudarla y me dijo que no, que me sentara.
No le hice caso y me puse al lado de ella, le pasé un plato y, como estaba con las manos en la pileta y todas mojadas, me empujó con la cadera. Le dije: «Si me vas a sacar con todo eso, mejor me voy a sentar». Nos reímos y fui al sillón, mientras ella se quedaba haciendo el café. Tomábamos en silencio mientras veíamos la tele. Había algo en el aire que indicaba que podría pasar algo, pero, después de lo bien que lo estábamos pasando, sentí que, si me mandaba alguna, podría arruinar la situación al malinterpretar todo. Pero la pija ya se me estaba.
Estábamos sentados uno al lado del otro y, en un momento, ella me miró y me dijo: «Quiero agradecerte lo bueno que eres conmigo y cómo me ayudas», y me puso una mano en la pierna. Empezó a subirla y, al sentir mi pene duro, me lo empezó a masajear por encima del pantalón. Los dos estábamos en silencio, solo se oía la agitada respiración de los dos y ella empezó a desabrocharme el pantalón de manera torpe. En seguida sacó mi pene, que estaba duro como una roca, y sin decir nada se lo metió en la boca y empezó a chuparlo de manera torpe, como si estuviera desesperada. La dejé que siguiera en lo suyo. No sé si era por la situación o por la falta de costumbre, pero se notaba que no era muy buena chupándola; yo solo acariciaba su espalda y bajaba hasta su culo.
Mientras ella seguía en lo suyo, levanté el vestido y, al sentir el contacto de mi mano con su piel, su respiración se hizo más profunda. Empecé a acariciar ese culazo que tantas veces había imaginado y, sin que se lo esperara, metí dos dedos, que entraron con facilidad. Entonces, ella dejó de chupármela para emitir un hermoso gemido y, sin dejar de mirarme a los ojos, me dijo: «No pares». Seguí masturbandola y, en menos de dos minutos, empezó a ponerse tensa, lo que indicaba que estaba a punto de acabar. Seguí con más intensidad y, cuando estaba a punto de correrse, soltó un gemido tímido y se tapó la boca. Después de acabar, me sacó la mano y nos dimos un beso de lengua muy profundo y le dije: «Te quiero coger». Ella me miró y dijo: «Espérame, que ya vengo».
Y se metió en la habitación. Un minuto después me llamó para que entrara. La habitación estaba totalmente a oscuras, solo se veía un mínimo reflejo de luz que entraba por la persiana bajada. Ella estaba metida en la cama, tapada, y dijo: «Cierra la puerta y ven». Cerré la puerta y me acerqué a la cama, sacándome la camiseta. Ella me dijo: «Quítate todo y métete en la cama conmigo, me da vergüenza que me veas desnuda». Me terminé de quitar el pantalón y me metí en la cama, donde nos abrazamos y nos besamos.
Mi pene seguía durísimo. Ella la agarró y no dejaba de pajearme, así que yo bajé y empecé a besarle el cuello. Después, bajé más hasta encontrarme con unas tetas no muy grandes, pero con unos pezones bien oscuros y muy duros, que enseguida metí en la boca y empecé a morderlos suavemente. Noté que le estaba gustando porque me apretó la cabeza mientras me mordía con más fuerza. Bajé con la mano y empecé a jugar con esa concha totalmente mojada. Ella me agarró la cabeza y me subió, y nos dimos otro beso, y me dijo: «Estoy muy caliente, cógeme». Como yo estaba más caliente que ella, no me hice esperar y, con lo mojada que estaba, la penetré profundamente. Ella no paraba de gemir, mientras la penetraba le besaba el cuello y le dije al oído: «No te imaginas las veces que te imaginé así». Ella, totalmente sacada, me dijo: «Yo también, amor, te imaginé así». Y, mientras recuperaba el aire, la penetré más profundamente y los gemidos de ella se hicieron más fuertes.
Acabó de nuevo y, mientras recuperaba el aliento, le dije: «No sabes las veces que te imaginé en cuatro. Ese culo es mi fantasía desde hace mucho, date la vuelta». Ella me dijo: «Sí, amor, lo que quieras, pero no me des por detrás, que no me gusta». Y se dio la vuelta y se puso en cuatro. Era un sueño ver ese culo gordo totalmente entregado a mí y empecé a penetrarla. Ya sentía que yo iba a acabar en cualquier momento y se lo dije. Cuando dijo «Lléname de leche», esas palabras me hicieron explotar y quedamos los dos rendidos en la cama, abrazados.
A los 15 minutos reaccionamos y me dijo: «Me quedaría toda la noche aquí contigo. Pero mañana entro muy temprano a trabajar». Así que ella se fue a duchar, yo me cambié y la ayudé a recoger las cosas para volver a casa. Nos despedimos con un beso muy rápido en la puerta de casa, y ella dijo: «No sea cosa que algún vecino nos vea». Esa noche recibí un mensaje suyo.
23:00 h.
Ella: «Hola, ¿estás despierto?».
Yo: «Sí, en la cama, ¿cómo estás?»
Ella: «Yo también en la cama, no puedo dejar de pensar en todo».
Yo: «¿En qué piensas? ¿Estás arrepentida?»
Ella: «Yo no, creo que tú sí».
Yo: «Cómo voy a estar arrepentido? Como te dije hoy, eres una fantasía que tengo desde hace mucho tiempo».
Ella: «Mira, yo sé que no se me da bien el sexo oral. Mi marido nunca me dejaba, porque decía que era muy mala haciéndolo. Pero a mí sí me gusta. Siempre pienso en eso y, cuando te la vi hoy, no lo dudé y me la metí en la boca. Si lo hice mal o te lastimé, perdón».
Ella: «Primero, deja que me quede tranquila, no me has hecho daño. Segundo, permíteme decirte que tu marido fue un tonto. Tenía una mujer a la que le gustaba el sexo oral y, en lugar de enseñarle, le decía que no se lo hiciera más…».
Ella:
—Él era bastante conservador y tampoco le gustaba mucho el sexo oral, era muy tradicional. ¿Me enseñarías tú?
Yo: «Eres una mujer increíble. ¿Qué querés que te enseñe?»
Ella: «Quiero que me enseñes a hacerlo bien. Además, tienes un pene precioso y dan ganas de aprender, jeje».
Yo: «No me digas eso, que hoy me quedé con ganas de más… Si estuvieras aquí, te enseñaría lo que quieras».
Ella: «Me gustaría que estuvieras aquí. Yo también me quedé con ganas de seguir chupándolo y me lo metería todo lo que pudiera en la boca, siendo cuidadosa».
Yo: «El secreto está en que seas cuidadosa con los dientes. Sabes que es muy sensible y puede llegar a doler mucho. Y tienes que usar mucho la lengua. Esa boca que tienes es un sueño».
Ella: «No sabes cómo deseo tenerte aquí. Te cuento algo… Me he tenido que quitar la parte de abajo porque si no la iba a mojar toda».
A los 15 minutos reaccionamos y me dijo: «Me quedaría toda la noche aquí contigo. Pero mañana entro muy temprano a trabajar». Así que ella se fue a duchar, yo me cambié y la ayudé a recoger las cosas para volver a casa. Nos despedimos con un beso muy rápido en la puerta de casa, y ella dijo: «No sea cosa que algún vecino nos vea». Esa noche recibí un mensaje suyo.
23:00 h.
Ella: «Hola, ¿estás despierto?».
Yo: «Sí, en la cama, ¿cómo estás?»
Ella: «Yo también en la cama, no puedo dejar de pensar en todo».
Yo: «¿En qué piensas? ¿Estás arrepentida?»
Ella: «Yo no, creo que tú sí».
Yo: «Cómo voy a estar arrepentido? Como te dije hoy, eres una fantasía que tengo desde hace mucho tiempo».
Ella: «Mira, yo sé que no se me da bien el sexo oral. Mi marido nunca me dejaba, porque decía que era muy mala haciéndolo. Pero a mí sí me gusta. Siempre pienso en eso y, cuando te la vi hoy, no lo dudé y me la metí en la boca. Si lo hice mal o te lastimé, perdón».
Ella: «Primero, deja que me quede tranquila, no me has hecho daño. Segundo, permíteme decirte que tu marido fue un tonto. Tenía una mujer a la que le gustaba el sexo oral y, en lugar de enseñarle, le decía que no se lo hiciera más…».
Ella:
—Él era bastante conservador y tampoco le gustaba mucho el sexo oral, era muy tradicional. ¿Me enseñarías tú?
Yo: «Eres una mujer increíble. ¿Qué querés que te enseñe?»
Ella: «Quiero que me enseñes a hacerlo bien. Además, tienes un pene precioso y dan ganas de aprender, jeje».
Yo: «No me digas eso, que hoy me quedé con ganas de más… Si estuvieras aquí, te enseñaría lo que quieras».
Ella: «Me gustaría que estuvieras aquí. Yo también me quedé con ganas de seguir chupándolo y me lo metería todo lo que pudiera en la boca, siendo cuidadosa».
Yo: «El secreto está en que seas cuidadosa con los dientes. Ya sabes que es muy sensible y puede llegar a doler mucho. Y usa mucho la lengua. Esa boca que tienes es un sueño».
Ella: «No sabes cómo deseo tenerte aquí. Te cuento algo… Me tuve que rapar la parte de abajo porque si no la iba a mojar toda».
Sentí que tenía que dar un paso más y dejé los mensajes y la llamé.
Ella: «Hola…».
Yo: «En serio, estás muy mojada?»
Ella: «Sí, siempre me mojo mucho cuando estoy muy caliente, como ahora. Creo que te diste cuenta por la tarde».
Yo: «Qué rico. No sabes con qué ganas te la estaría chupando ahora mismo».
Ella: «No, me mojo mucho y me da vergüenza. Pero no sabes lo mucho que deseo que lo hagas».
Yo: «No me lo digas así, porque cuanto más te mojes, más te la chuparé. Me encanta hacerlo».
Ella: «No sabes las ganas que tengo de que me chupen el coño, hace tanto tiempo que lo quiero hacer.
Yo: «Te la voy a chupar tantísimo hasta hacerte terminar en mi boca».
Ella: «Si, mi vida, no sabes cómo estoy ahora. Hace mucho que no estoy así de caliente».
Yo: «Y tú no sabes cómo tengo el pene en este momento. Te necesito aquí chupándomela toda».
Ella: «Aahhh, sí, la quiero toda en la boca. Estoy muy caliente, ya no me bastan mis dedos. ¡Aahh, sí! Quiero tu pija, la quiero chupar, quiero meterla bien adentro.
Yo: «Sí, mi amor, quiero que esos dedos sean mi boca. No puedo dejar de masturbarme. Quiero darte toda la leche en esa boca».
Ella: «Sí, quiero tomarte la leche. Acabo sí, sí, aahh…».
Yo: «Sí, no sabes cómo terminé, la cantidad de leche que me sacaste es terrible».
Ella: «Me mojé toda, no me lo puedes hacer así».
Yo: «Qué intenso ha sido esto. Te dejo que te calmes y duermas, así mañana vas a trabajar relajada, jajaja. Mañana hablamos para ver cuándo nos vemos, porque no voy a aguantar mucho tiempo así».
Y cortamos la llamada… Era el comienzo de algo muy intenso.
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