Mi hermana y yo follamos mientras nuestra madre duerme

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Hola, mi nombre es Arturo. Todos mis relatos son 100 % ciertos. En este relato les contaré lo que hicimos mi hermana menor y yo para poder seguir teniendo sexo.

Mi nombre es Arturo, tengo 46 años y mi hermana Marianela, 36. Ella tiene la piel blanca, los ojos negros y grandes pechos. Ya les conté cómo empezamos nuestra relación incestuosa. Después de ese primer encuentro que tuvimos en el baño, planeábamos nuestro segundo encuentro, pero resultaba difícil. porque mi madre siempre estaba en casa y, cuando no estaba ella, estaban nuestros otros dos hermanos mayores.

Pasaron varios días, era un martes, cuando ella se decidió a hacer lo que le había dicho. Pero llegaron unos familiares a visitarnos y se quedarían hasta el domingo.

El domingo hicimos una fiesta. Todos estaban bebidos y los familiares ya se estaban despidiendo de nuestra madre. Eran como las 10 de la noche. Las 10:00 p. m. Pasaron cinco minutos cuando mi madre nos dijo que cerráramos la puerta porque tenía mucho sueño y que iba a dormir en mi cuarto, ya que tiene aire acondicionado. En eso, mi hermana le dijo que ella también quería dormir en mi cuarto. Ayudé a mi hermana a poner un colchón al lado de mi cama. Yo dormiría con mi hermana en el colchón.

Mientras mi hermana se cambia de ropa en el cuarto de mi madre. Entonces, ella sale con una bata rosa, cierro la puerta de mi cuarto, nos acostamos, nos ponemos sábanas y, en eso, le empiezo a meter mano, tocándole su rica vagina. Ella me dice: «No aguanto más». En ese momento, empezamos a escuchar los ronquidos de nuestra madre, Marianela se ha levantado. Mucho cuidado, me dijo que estaba totalmente dormida.

Yo me quité el bóxer y le dije que me lo chupara. Ella me agarró la verga, que estaba bien dura, y empezó a lamerla. Me lamía los testículos y luego se metía toda mi verga en la boca.

—¡Sus, amor, qué rico se siente, te encanta! —dijo mi hermana.

Yo la acosté y le hice una mamada. Ella cerraba los ojos, sí, bebe, hazme venir, me clavaba las uñas y me agarraba. Me hundía la cabeza entre sus piernas para hacerla llegar al primer orgasmo de la noche. Entonces, la puse en posición de misionero y le fui clavando mi verga poco a poco hasta que se me fue metiendo toda. La agarré y nos empezamos a besar mientras yo le daba con todas mis fuerzas.
—Si, amor, dale duro, soy tu puta, solo tú me podrás coger.

La puse en cuatro, le di algunas nalgadas (sí, dale, me he portado muy mal) y seguí penetrándola. Mi verga, hermanita, qué rico lo haces, Arturo. Quiero ponerme encima de ti, como tú digas, amor. Ella me mamó un rato mi verga y se subió y empezó a cabalgar.

—¡Dios, amor, qué rico se siente! Estoy que acabo, ¿lo quieres dentro o fuera? Acábame en tus senos.
Ella se agacha y meto mi verga entre sus grandes senos. Si no me falla, eran como talla 38 C, algo así, y empieza a hacerme una paja cubana.
—Vente, hermanito, quiero tu lechita en mis tetas.

Ya no aguantaba más, solté como cuatro disparos de semen: dos cayeron en sus tetas y los otros dos en su cara. Ella sacaba la lengua para comerse el semen que tenía en la cara.
—Amor, ve al baño a ducharte rápido y luego nos acostamos —le dije.

Mientras se lavaba, me preguntó si yo me estaba acostando con la hija de nuestra sobrina Michel.
—¿Qué? —contesté asustado. Le dije que no porque me lo preguntó, y ella me dijo: «Última palabra, dime la verdad. No me voy a poner brava por eso. Yo le dije que sí, como te enteraste, Rebeca me lo confesó, tú te la coges todos los martes cuando mi mamá sale. En eso, le dije: “¿Y qué opinas, amor? Sería rico hacer un trío”. Yo le dije que tenía que hablar con Rebeca, no te preocupes, amor, déjamelo a mí. Bueno, hasta aquí este relato, espero que se haga el trío.

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