Mi ascenso laboral
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Mi nombre es Graciela y vivo en la Ciudad de México, tengo 49 años y soy madre de dos hermosas mujeres, Mónica y Jimena, cada una de distinto padre.
Actualmente laboro en la Universidad Panamericana de la Ciudad de México como auxiliar administrativa, puesto al que accedí más por favores personales que por logros laborales.
Al ser una mujer atractiva, de buen ver, no me han faltado propuestas e invitaciones para salir, de hombres que laboran conmigo. Poco a poco me hice a la idea de usar ese atractivo a mi favor, así que decidí aceptar las invitaciones únicamente de aquellos que estubieran en una jerarquía más alta que yo.
Comencé a sondear las posibilidades y dispuse que lo mejor sería ir de menos a más. Entonces comencé a ser más atrevida en mi vestimenta (sin romper los códigos, claro) y en mi expresión corporal. Buscaba la manera de atraer la atención de los compañeros. Un día dio resultado y vino una propuesta para salir a comer y después lo que los cuerpos dispusieran. Llegamos a un hotel y pasamos al restaurant a beber algo, la verdad bastaron un par de copas y nos olvidamos de la comida. Fuimos directo a la habitación para dar rienda suelta a los deseos. Valga decir que con el efecto de las copas perdí por completo el pudor.
Aquel hombre comenzó a cachondearme de lo lindo hasta lograr ponerme a tope. Sin perder tiempo las prendas caían al piso una tras otra, hasta quedar por completo desnudos.
Entonces comenzó a darme una rica lamida de coño que yo disfruté al máximo. Estaba completamente mojada. Después de unos minutos de gozo, sabía que era mi turno para devolverle el favor. Me puso en posición de 69 para no dejar de lamer mi coño. Yo le daba una chupada como si fuera a ser la última, succionaba con fuerza y mi lengua se movía con frenesí.
Entonces llegó el momento de la verdad.
Mi coño completamente lubricado fue invadido por aquel pene grande y grueso que me hizo soltar un gemido de placer. Poco a poco el ritmo del vaivén fue acelerando y con el mis gemidos se convirtieron en gritos de gozo. Me puso en las posiciones que quiso y en cada una me hizo gemir y gritar como una loca. Cuando me tenía de jinete invertido, me penetraba tan duro que de pronto sentí ese temblor en los muslos como preámbulo de un ansiado orgasmo.
Después, cuando él iba a terminar, le pedí que bañara mi cara con su cálido semen y terminé dándole una chupada para extraer hasta la ultima gota de ese delicioso néctar.
Así fue mi primera vez con un compañero de trabajo. Obviamente vinieron más ocasiones y con ellas mis postulaciones de ascenso.