“Metamorfosis por Placer”

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El calor sofocante del motel me envolvía, transformando la atmósfera en una mezcla de lujuria y deseo crudo. Mi piel, casi desnuda bajo el delgado bikini negro, era como un lienzo listo para ser pintado con los colores de la pasión que ardía en mi interior. Cada centímetro de mi ser vibraba con una necesidad urgente, una fiebre que me consumía sin piedad.

Los últimos rayos del sol que se filtraban por las cortinas gastadas se deslizaban por mi cabello, dándole un brillo dorado que contrastaba con las sombras que llenaban la habitación. Mis ojos verdes, desde la abierta ventana de mi cuarto, la observaban brillantes y llenos de promesas. Era imposible que no  se posaron en la chica del bikini tendida al borde de la piscina. Su cuerpo de anchas caderas, bronceado y esculpido como una obra de arte, desafiaba la lógica. Cada exagerada curva, cada línea, era un recordatorio cruel de la lujuria que palpitaba entre mis piernas. Sentía mi clítoris hinchado, pulsando con una urgencia desesperada por salir del capuchón, mientras la humedad se acumulaba, resbalando lentamente por mis muslos. La deseaba. Me calentaba.

El empresario, así llamaban al gerente del motel,  irrumpió en la escena, caminando por el pasillo  y su presencia era como una tormenta, inesperada y poderosa. Con su experiencia y su mirada fría, dominaba el espacio como si estuviera diseñado para él. Su cuerpo robusto, marcado bajo el vintage traje perfectamente entallado, emanaba un poder más allá de lo físico. Cuando me habló, su voz era grave, autoritaria, y cargada de un magnetismo que me desarmó por completo.

“A mí también me gustó la rellenita… la de la piscina” dijo apuntándola con uno de sus dedos, y su tono me atravesó como una descarga eléctrica. Cada palabra era como una chispa que encendía un fuego dentro de mí, un fuego que estaba dispuesto a consumirlo todo. Mi mirada volvió a la chica del bikini, ahora aún más provocativa bajo su escrutinio. Su cuerpo se movía con una gracia que despertaba algo primitivo en mí, un deseo que no podía controlar.

El empresario, como le llamaban a Gabriel, en verdad, era un sujeto misterioso. Me observó con esos ojos fríos, como si estuviera desnudando mi alma, leyéndome como un libro abierto. “¿Por qué debería hacerle caso? ¿No se estará sobredimensionando? Le pregunté, intentando mantener el control, aunque sabía que mi voz apenas era un susurro, cargada con la tensión que vibraba entre nosotros.

Sus ojos azules, cortantes como el acero, se clavaron en los míos, y una sonrisa cruel se formó en sus labios, enviando un escalofrío directo a mi columna. “Porque sé lo que realmente deseas, incluso antes de que tú misma lo sepas”, respondió, su voz profunda y grave, cargada de una autoridad que me dejó sin aliento. “No te engañes, tú deseas esto, más de lo que estarías dispuesta a admitir”. Lo que yo te ofrezco es la posibilidad de explorar esos deseos sin restricciones, sin juicios. En ese cuarto, encontrarás exactamente lo que has estado anhelando.

Cada palabra que pronunciaba era un golpe directo a mi núcleo vaginal, un latido intenso que vibraba en mi vientre, extendiéndose por todo mi ser. “Dios, ¿cómo puede saber tanto sobre mí?” me pregunté sorprendida. Acto seguido, mi cuerpo empezó a responder antes de que mi mente pudiera procesarlo, el calor acumulándose entre mis muslos, la humedad creciendo de manera casi vergonzosa. Sentí cómo algo se encendía dentro de mí, un fuego que amenazaba con consumir todo a su paso, y sabía que, por otro lado, no podía ignorar lo que me estaba ofreciendo.

“¿Qué es lo que realmente deseo?” me pregunté en silencio mientras mi pulso se aceleraba, mis pasos hacia el cuarto pesados con la anticipación de lo que estaba por suceder. El aire en la habitación parecía más denso, cargado con una lujuria casi palpable. “Voy a explotar… necesito esto, necesito sentirlo”. Mis pensamientos eran un caos, una mezcla de miedo y deseo que me empujaba hacia lo desconocido, hacia esa puerta que representaba todo lo que había reprimido durante tanto tiempo.

El sonido de la conversación con Gabriel, el empresario, resonaba en mi cabeza. Sus palabras eran una provocación que había encendido mi mente desde ese primer mensaje. “Voy a darte algo que recordarás por el resto de tu vida… voy a darte lo que siempre has deseado… pese… a las consecuencias”. Esas palabras eran como un veneno dulce, un recordatorio constante de lo que estaba a punto de suceder, de lo que él había planeado para mí. La idea de cumplir con esa fantasía prohibida, de entregarme completamente, me hacía sentir una mezcla de miedo y excitación que me robaba el aliento.

El aroma del deseo llenaba el aire, con una mezcla de sudor, sexo, y la colonia del empresario que invadía mis sentidos. “Estoy tan malditamente caliente”, pensaba mientras la humedad entre mis piernas se volvía insoportable. No podía evitarlo, mi cuerpo respondía a cada palabra suya, cada mirada intensa que me lanzaba. Sabía que una vez que cruzara esa puerta, no habría vuelta atrás. “Voy a dejar que me devore… y lo disfrutaré cada segundo”.

“Te espero en mi cuarto”… “No te demores”, me dijo mientras cogía la llave de su bolsillo que abriría la cerradura de la puerta de su cuarto.

Sin pensarlo, cerré la ventana. Le dí una última mirada a la chica y en mi traje de baño negro salí a encontrarme con el deseo.

Al momento de cruzar el umbral de la puerta del empresario, me ofreció su mano, ayudándome a entrar. “Las damas primero” dijo con un gesto caballeroso, pero la mirada en sus ojos dejaba claro que estaba ansioso por lo que venía después. “Claro… pero apuesto a que solo quieres ver el culo que te vas a coger”, respondí con una risita, dándome cuenta de cómo la anticipación hacía que mi cuerpo temblara de excitación.

Dentro de la habitación, Gabriel no perdió tiempo. “Arrodíllate en el piso de cara al espejo,” ordenó, y sentí cómo el calor en mi vientre se intensificaba al obedecer. Me arrodillé, sobre la alfombra confortable, con las mejillas ruborizadas y el pecho subiendo y bajando con mi respiración acelerada. “Estoy tan jodidamente excitada”, pensé mientras lo veía acercarse ahora por detrás, sus manos fuertes agarrando mis tetas, estrujándolas, amasándolas con un fervor que hacía que mi clítoris palpitara de necesidad.

“Mmmm… así…” gemí, echando la cabeza hacia atrás para encontrar sus labios en un beso profundo, el deseo ardiendo en mi interior mientras mi lengua se enredaba con la suya. “Ponte de rodillas y abre tus piernas lo más que puedas,” susurró al terminar el beso, y obedecí de inmediato, inclinando mi torso hacia adelante, lista para lo que sabía que venía.

Después de unos segundos, se posesionó delante mío y la vista de Gabriel me dejó sin aliento. Allí estaba con una erección que parecía capaz de partirme en dos, su cuerpo desnudo brillando bajo la tenue luz de la habitación. “Mierda, estoy a punto de hacer esto… Realmente voy a hacerlo,con “este viejo” pensé mientras el deseo pulsaba entre mis muslos, y la humedad goteaba por mis piernas. Cada fibra de mi ser vibraba con una necesidad que no podía ignorar, una necesidad que sólo él podía satisfacer.

“Ven aquí, cariño… Vamos a hacer que esta noche sea realmente inolvidable”, susurró Gabriel, su voz cargada de lujuria y promesa. Mi piel se erizó ante sus palabras, y sentí cómo mi clítoris se endurecía aún más, enviando ondas de placer a través de mi cuerpo. “No puedo esperar más… Lo necesito ahora.”

Me acerqué a él, mis manos temblorosas pero decididas, mientras me acomodaba de rodillas frente a su impresionante erección. Podía sentir su dureza pulsando contra mi lengua y cuando la pasé suavemente por el glande, saboreando la primera gota de líquido preseminal, fue delicioso. “Mmm… sabe  demasiado bien”, pensé, mientras abría más la boca para hundirlo completamente en mi garganta. Gabriel soltó un suspiro profundo, sus manos encontrando mi cabello, agarrándolo con firmeza mientras se cogía mi boca.

“¿Eso te gusta verdad?” murmuré en silencio bucando retroalimentación.

“¡Cómo sabes lo que me gusta, perra! ¡Sólo yo sé lo que me gusta…! Gimió entre estocadas, con su verga entrando y saliendo de mi boca con una brutalidad que solo alimentaba mi lujuria aún más y más. “Mmm… mmm…” era todo lo que podía responder, mi garganta relajándose para recibir cada embestida suya, mientras mi cuerpo se inundaba de placer. “Me encanta cómo me lo chupas… Vas a hacerme correrme en tu boca, y te lo vas a tragar todo, ¿entendido?”

Las palabras de Gabriel eran un detonador en mi mente, y sentí cómo mi propia humedad se desbordaba mientras lo chupaba con más fuerza, sintiendo su verga palpitar en mi boca. Estaba a punto de comenzar a frotarme el clítoris cuando su orden me detuvo en seco. “No… no quiero que te agarres la concha, pon las manos detrás de la espalda mientras termino de cogerte la boca”. Obedecí sin dudar, sintiendo cómo sus manos me dominaban, hundiendo su verga hasta el fondo de mi garganta. Cada embestida me arrastraba más cerca del borde, mi cuerpo en un frenesí, mientras Gabriel, con sus pantalones apenas bajados y la chaqueta arrojada al suelo, hundía su verga profundamente en mi boca. El aire estaba cargado con el aroma de su colonia mezclado con el sudor salado, un olor que me envolvía mientras su ritmo aumentaba, implacable, reclamando cada fibra de mi ser.

Su semen, espeso y caliente, explotó en mi boca como una ola abrasadora, llenándome por completo. El sabor, una mezcla embriagadora de sal y amargor, se mezclaba con mi saliva, haciéndome desear más. Mi lengua se movía con avidez, explorando cada rincón, saboreando hasta la última gota que escapaba por la comisura de mis labios. “Sí, así… “Tragatelo todo, perra”, jadeó Gabriel, su voz ronca y llena de autoridad, mientras sus manos descansaban firmemente a los lados de mi cabeza.

Sentía su verga latir contra mi lengua, todavía tan dura, tan vigorosa, y me deleitaba en la forma en que su cuerpo se estremecía bajo mi toque. Mis labios se cerraban suavemente alrededor de él, lamiendo con ternura mientras su cuerpo temblaba de placer. Mmmm, qué extraño,” pensé, “aún está tan sensible, tan duro”. Guau, este ‘viejito’ se las trae.”

Mis manos recorrieron sus peludos muslos firmes y resistentes, sintiendo la tensión en sus músculos mientras él luchaba por mantenerse de pie, su pecho subiendo y bajando con la respiración pesada, y la camisa medio desabrochada mostrando la piel perlada de sudor. Lo miré desde abajo, mis ojos encontrando los suyos, desafiantes y llenos de lujuria. Mi lengua dio un último lametón, recogiendo los últimos rastros de su liberación mientras él gemía suavemente, con el sonido vibrando en el aire cargado de sexo y deseo.

“Perversa… eres una guarra”, murmuró, con sus palabras goteando satisfacción, mientras su sonrisa se ensanchaba. “Limpiate” me dijo y me arrojó una toalla. Ahora vamos a seguir, ponte en cuatro, voy a darte lo tuyo. Lo que deseas. La promesa en su voz de más placer, más lujuria, más dominio, me hizo arder por dentro. “El viejo ya estaba listo otra vez”. Mmmm, delicioso. Y mientras me preparaba para lo que venía, no pude evitar preguntarme cuántas veces más podría someterlo a mi lujuria antes de que su verdadera naturaleza se revelara de nuevo. ¿Quién jodido era este señor?

En verdad, se los prometo, no la quería creer, Gabriel ni siquiera tomó tiempo de recuperarse y ya estaba preparado para seguir.

El intrigante bruto se arrodilló detrás de mí, apartando mi tanga hacia un lado, y sentí su lengua caliente deslizarse por mi vulva empapada, enviando una sacudida eléctrica a través de mi cuerpo. “Si me la chupas ahora, voy a acabar,” jadeé, sintiendo cómo el orgasmo se acercaba peligrosamente rápido.

“Ya lo sé, preciosa… Y no quiero que acabes todavía”, respondió con una sonrisa mientras apartaba mi tanga por completo, exponiéndome completamente a su mirada voraz. Sus manos separaron mis nalgas, y sentí su lengua caliente acariciar mi ano, enviando una mezcla de placer y sorpresa que me hizo gemir más fuerte… “Oh, Dios… Qué bien se siente… Mierda, es muy, muy rico”.

Mientras su lengua exploraba mi culo, sus dedos se deslizaron dentro de mi vulva mojada, y mi cuerpo comenzó a temblar incontrolablemente, la mezcla de sensaciones llevándome al borde de la locura. “Voy a explotar… necesito correrme ya”, pensaba mientras mi cuerpo se retorcía bajo su toque. Cada vez que sentía que el orgasmo estaba cerca, Gabriel se detenía, prolongando mi tortura hasta que estuve a punto de rogarle que me dejara terminar.

Finalmente, Gabriel, con extrema flexibilidad, se puso de pie, caminando hacia la mesa de noche, donde sacó un pequeño frasco de aceite de coco. Vertió un poco sobre su verga, y el aroma dulce y tropical llenó la habitación, mezclándose con el olor embriagador de nuestro deseo. Con su mirada fija en mí, supe que estaba a punto de llevarme a un nuevo nivel de placer, uno que nunca antes había experimentado.

“Dios, este viejo, me va a volver loca…” Pensé mientras lo observaba acercarse de nuevo, sus manos firmes separando mis nalgas, mientras dejaba caer el aceite tibio sobre mi ano, masajeándolo con sus dedos hábiles. El líquido deslizándose por mi piel envió un escalofrío de excitación a través de mi cuerpo, mi respiración se volvió más rápida, mis gemidos más urgentes.

“Relájate, preciosa… Quiero que disfrutes esto”, murmuró Gabriel con una voz baja y controlada, pero cargada de deseo. Sus dedos trabajaron el aceite en mi piel, preparando mi cuerpo para lo que sabía que vendría después. Sentía cómo mis músculos se tensaban y luego se aflojaban bajo su toque, mi cuerpo abriéndose lentamente a la sensación, dejando que la calidez del aceite se mezclara con el calor ardiente de mi deseo a punto de cumplirse.

Entonces, sentí la punta de su verga presionando contra mi ano, y mi respiración se detuvo por un segundo, atrapada entre la anticipación y el temor. “Oh, Dios… ¿está realmente sucediendo?… ¿Se está cumpliendo mi deseo? Mi mente corría, y todo lo que podía hacer era concentrarme en la sensación de su miembro, empujando con una firmeza lenta pero constante, abriendo camino centímetro a centímetro.

“Mmm… sí, así… despacio, así está bien” susurré, con mi voz temblando por la mezcla de placer y el leve ardor que comenzaba a sentirse. Cada milímetro que avanzaba, sentía cómo mi cuerpo se adaptaba, estirándose para acomodarlo. Gabriel se movía con cuidado, atento a cada uno de mis jadeos, a cada movimiento de mis caderas.

Cuando la cabeza de su verga finalmente pasó por el estrecho anillo de músculos, un gemido profundo escapó de mis labios. “¡Dios, se siente tan bien!” pensé mientras sentía la presión y el placer mezclándose en una sensación abrumadora. Gabriel avanzó un poco más, llenándome de una manera que nunca antes había experimentado, cada empuje lento y medido enviaba ondas de placer a través de mi cuerpo.

“¿Te duele?” preguntó con una suavidad que contrastaba con la intensidad de la situación. Su voz era un ancla en medio del mar de sensaciones que me inundaba.

“Sí… pero no pares… Por favor, sigue”, jadeé, con mi voz entrecortada por el placer que comenzaba a dominar al dolor. La sensación de su verga deslizándose dentro y fuera de mí, lenta pero firmemente, estaba encendiendo un fuego en mi interior que no podía apagar. Sentí cómo mis paredes anales lo abrazaban con fuerza, mientras él se movía con un ritmo que aumentaba gradualmente.

Gabriel comenzó a moverse con más confianza, empujando un poco más profundo con cada embestida, mientras sus manos fuertes se aferraban a mis caderas, guiándome para que lo recibiera por completo. “Mierda… se siente tan lleno… tan profundo”; mis pensamientos eran un torbellino de deseo y placer, mientras mi cuerpo se movía al compás de sus estocadas.

“Así, preciosa… Toma todo”, murmuró, con su voz ronca por el deseo. La fuerza de sus embestidas aumentaba, y cada vez que entraba en mí, sentía cómo el dolor se desvanecía, dejando solo un placer puro e intenso que hacía que mis gritos se elevaran con cada segundo. “¡Sí, sí, más… por favor, no pares!” gritaba, con mi voz ahogada por los gemidos, mientras me empujaba hacia adelante con cada movimiento de sus caderas y sentía sus bolas duras estrellándose en la redondez de mis mejillas del culo.

El aire se volvía espeso, denso, cargado de sudor, semen y lujuria, mientras Gabriel se movía con fuerza dentro de mí. Cada estocada suya era una promesa de placer más allá de lo que había conocido. Su verga, dura y gruesa, me llenaba completamente, y el calor de su cuerpo presionando contra el mío encendía cada fibra de mi ser. Sentía su piel contra la mía, el contraste entre la suavidad de mis muslos y la dureza de sus caderas, y mi clítoris palpitaba con una urgencia desesperada, necesitando más, siempre más.

Él empujaba más fuerte, más profundo, como si quisiera llegar a lo más recóndito de mi ser, y yo me entregaba a él completamente, sin reservas. El placer subía en espirales por mi cuerpo, como una fiebre que me consumía desde dentro. Mi respiración se tornaba errática; mis gemidos se transformaban en gritos mientras el clímax se acercaba, inevitablemente arrollador. 

El orgasmo comenzó a formarse en mi vientre, creciendo con cada embestida, con cada vez que su verga se hundía más profundamente en mi trasero. “Dios… estoy tan cerca… no puedo más”, mi mente se desmoronaba mientras el placer se apoderaba de todo mi ser, haciéndome olvidar cualquier otra cosa que no fuera la sensación de su verga llenándome por completo.

Finalmente, cuando estaba al borde de un abismo del que sabía que no había retorno, Gabriel soltó un gruñido profundo y me embistió con fuerza una última vez, llenándome por completo. El clímax explotó dentro de mí, sacudiendo cada célula de mi cuerpo con una intensidad que me hizo gritar, mi voz resonando en la habitación mientras mi culo se contraía, con toda la fuerza de mis músculos,  alrededor de su verga, apretándolo con una fuerza que me dejaba sin aliento.

De pronto, Gabriel se congeló por un segundo, su verga aún latiendo dentro de mí mientras su orgasmo se desbordaba, derramando su semen caliente en mi interior. Sentí el líquido espeso llenándome, sus manos aferrándose a mis caderas con una fuerza desesperada, y entonces todo se desmoronó.

¡Oh, Dios, sí… así, más… más! Gritaba mientras el orgasmo me consumía, con mis músculos temblando incontrolablemente mientras sentía su calor llenándome, completándome de una manera que nunca antes había experimentado. Él, sintiendo mi liberación, empujó con más fuerza, sus manos apretando mis caderas mientras a él su propio orgasmo también lo consumía… “¡Sí, así… toma todo!” murmuró con su voz ronca mientras su verga latía dentro de mí, derramándose en mi interior.

“Mierda… esto es increíble”, susurré, con él  tendido extrañamente sobre mi espalda, con mi voz apenas audible mientras trataba de recuperar el aliento, sabiendo que había cruzado un límite, y que no habría marcha atrás. “Esto… esto es lo que realmente deseaba…” pensé, sintiendo la satisfacción profunda de haberme entregado completamente, de haber explorado hasta el último rincón de mi lujuria.

Cuando me di vuelta, para observarlo, quedé aterrorizada. Me di cuenta que su cuerpo, que hasta ese momento había sido la encarnación del poder y la virilidad, comenzaba a ceder ante el peso de los años. Sus músculos se aflojaban, volviéndose blandos y caídos, como si toda la energía de macho bruto se desvaneciera con cada pulsación de su miembro aún chorriando. Su pecho, que hace instantes estaba firme y fuerte, ahora colgaba flácido, con sus pequeñas tetas arrugadas y la piel marcando el paso del tiempo de manera,  inexplicablemente, cruel. 

Las huellas en su cuerpo se hicieron profundas y pronunciadas. Su piel, una vez tersa, se transformó en un manto arrugado y sin vida, mientras su rostro adquiría una palidez enfermiza. Me quedé sin palabras. De verdad, este sujeto era “algo” demasiado extraño.

Cuando, en silencio, comenzó lentamente a subirse los panatalones, no me miraba. Evitaba mirarme a los ojos. Sentí el temblor en sus piernas, que ahora eran delgadas y temblorosas, y su verga, que hace solo un segundo había estado llena de vida, se encogió y marchitó como una flor despojada de su vitalidad. Las bolas, que colgaban pesadas entre sus piernas, parecían un triste recordatorio de lo que alguna vez fue apenas unos breves minutos atrás.

Me quedé inmóvil, con mi cuerpo aún temblando por el orgasmo que acababa de atravesarme, pero ahora la satisfacción se mezclaba con un horror inexplicable. Gabriel, que hace segundos había sido mi amante viril, se había convertido en un anciano decrépito en cuestión de chaquear los dedos, y su cuerpo se desmoronaba en una parodia grotesca de lo que había sido.

Cuando volvió a ponerse la chaqueta que sentí le quedaba grande, comenzó a retirarse; su verga resbalaba en sus calzoncillos con una flacidez humillante, dejando tras de sí una sensación de vacío y desconcierto. Su piel colgaba en pliegues sueltos, con su rostro huesudo en los pómulos y arrugado en las zonas del cuello. Sus ojos lucían apagados, como si toda la vitalidad se hubiera drenado junto con su orgasmo. Mi mente luchaba por comprender lo que acababa de presenciar, pero no podía apartar la mirada de su cuerpo; ahora encorvado y tembloroso, daba la sensación de que apenas podía sostenerse en pie.

El aire seguía más denso aún, cargado de una lujuria perversa que ahora se mezclaba con una sensación de profundo desasosiego. Lo que había sido un encuentro apasionado se había transformado en algo oscuro, inexplicable, y mientras me quedaba ahí, jadeando y agotada, no podía dejar de pensar en el inexplicable misterio de lo que acababa de presenciar.

Mi cuerpo aún palpitaba, con el calor del clímax reciente aún recorriendo mis venas, pero sabía que había algo más. Algo más allá de lo natural, que había ocurrido en esa habitación. Y, lo peor de todo, es que no podía sacudirme la sensación de que, de alguna manera, yo también hubiese estado cambiando en ese momento.

Epílogo

En el momento en que Gabriel se desmoronó frente a mis ojos, múltiples pensamientos oscuros y seductores comenzaron a enredarse en mi mente. “¿Es esto realmente quien es él?” ¿Este anciano débil y agotado es el macho Gabriel? Pero entonces… ¿cómo es que volverá a ser el hombre fuerte y viril que me llevó al éxtasis? Mi mente, atrapada entre el desconcierto y una curiosidad morbosa, se hundió más profundamente en ese misterio.

“Debe haber una manera”, pensé mientras lo observaba, con su cuerpo flácido y envejecido intentando reunir las fuerzas para marcharse del cuarto… “¿Qué lo hará volver tal como lo conocí en un principio”? ¿Es el deseo? ¿Es mi cuerpo el que lo transforma? La idea me excitaba y me aterrorizaba al mismo tiempo. Quizás, Gabriel necesitaba alimentarse de esa lujuria, de esa pasión cruda que me posee, para revertir el efecto de la decadencia que lo consumió tras el orgasmo.

¿Pero cuánto tiempo tomaría? ¿Cuántas veces más necesitaría hundirse en el abismo del placer para regresar a esa figura de poder que me había conquistado? Mi mente vagaba por la posibilidad de que, con cada clímax, se fuera debilitando más, hasta que un día ya no pudiera recuperar nunca más su forma viril. “¿Y si esta vez es la última? ¿Y si no vuelve a ser el Gabriel que conocí?”

Pero había algo en mí que deseaba desafiar esa posibilidad, que quería ver hasta dónde podía llegar. “Tal vez, solo tal vez”, me dije, “si lo incito nuevamente, si lo llevo al límite, si exploro cada rincón de su deseo… tal vez entonces pueda verlo transformarse una vez más en el Gabriel que deseaba”. Quizás ese sea el secreto… No es solo mi cuerpo, sino lo que hago con él, lo que lo reviva. El poder está en mis manos, en mis movimientos, en mi lujuria desenfrenada.

La pregunta persistía, retorcida y tentadora: ¿Qué necesitaría hacer para que Gabriel volviera a ser el hombre que me haga arder de deseo nuevamente? Y lo más importante aún, ¿estaba dispuesta a descubrirlo, a arriesgarme a perderlo para siempre en busca de ese placer prohibido? Los pensamientos me consumían, encendiendo un nuevo fuego  en mi interior, uno que aunque lo deseara, ya no podía extinguirse.

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Gardc Van Cara
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