Me puse caliente porque las ventanas estaban cerradas

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Esa noche estabas más tensa que de costumbre, llevabas estudiando todo el día, el último esfuerzo antes del examen. Hacía mucho calor, no era lo normal para Junio, pero hacía años que el tiempo no era normal. Al estar cerrada en tu habitación para no molestar a tus compañeras el calor se había intensificado y por la ventana no corría nada de aire. Para mitigar esa sensación de calor llevabas puesta una camiseta de tirantes negra y unos pantaloncitos cortos, el pelo recogido sujetado por un lápiz que habías encontrado entre los papeles de tu escritorio.

Tu habitación era un campo de batalla, papeles en cualquier rincón, libros apilados y restos del último café que te habías tomado. La cama aparecía con el edredón echado por encima pero con indicios de no haberse hecho esta mañana. La única luz que tenías en la habitación era la de la lámpara del escritorio enfocada sobre los últimos temas y la que emanaba de la pantalla del ordenador. Estabas pensando en retirarte a la cama para seguir por la mañana cuando decidiste mirar si tenías correo. Al entrar me viste conectada en el messenger, dudaste en llamarme, sabías que necesitabas descansar, pero pudo más la curiosidad. No tardé en contestarte, enseguida me interesé por tus exámenes, cuando me dijiste lo tensa que estabas decidí darte un masaje para relajarte. Entonces estaba en tu cuarto, de pie junto a ti.

Te sentaste en la cama, no podías dejar de sonreír nerviosa. Te abrí lentamente las piernas arrodillándome junto a ti. Te quité las zapatillas de casa y comencé a darte un suave masaje en los píes. Poco a poco ibas relajándote y te reclinaste en los cojines dejándome hacer. Pasaba los dedos por los pies, apretando en las plantas con los pulgares y recorriendo con ellos desde el talón a los dedos y viceversa, firmemente para no hacerte cosquillas. Iba cambiando de un pié a otro, más tarde pasé a los tobillos un poco hinchados por las horas sentada. Mientras mis manos iban recorriendo tus tobillos mis labios besaban tus rodillas. Subía hacia los gemelos, con las palmas de las manos golpeaba de abajo a arriba para soltar la tensión acumulada en ellos. Para darte un mejor masaje te pido que te quites la ropa.

Estas como en un sueño y no dudas, te quitas la camiseta de tirantes dejando ver tus hermosos pechos, libres de sujetador. Una soplo de aire entra por la ventana y tus pezones reaccionan poniéndose duros y morenos. Tengo que resistirme para seguir con el masaje. Lentamente te quitas los pantaloncitos, llevas un tanga negro que decides dejártelo. Te tumbas boca abajo en la cama y saco un bote de aceite, hecho en mi mano, un poco se desliza entre mis dedos y cae sobre tu espalda despertando un ronroneo en tu interior. Froto mis manos con el aceite y voy acariciando tu espalda con ellas, cubriéndola de aceite cada vez más cálido. Una vez que tienes toda la espalda cubierta por el aceite empiezo el masaje por las vértebras de la columna, de abajo a arriba, hasta el cuello donde sigo con el masaje por los hombros. Primero con las manos, para luego seguir con los dedos apretando en cada vértebra, cada costilla, cada punto de tensión.

Me pongo más aceite en la mano y sigo con las piernas, la verdad es que bañada por la luz del monitor eres preciosa. Mis manos recorren tus piernas, intento ser buena y centrarme en el masaje pero no puedo dejar de mirar tus muslos, como se pierden al unirse en el tanga. Mis manos cada vez se vuelven más atrevidas, se acercan más a tus glúteos, y tu te abres un poco para facilitarme la operación. Al acercarme un poco puedo ver como el tanga está húmedo y decido rendirme. Mis manos masajean tu culo, pequeños pellizcos en los cachetes para luego seguir con caricias hacia tu coño. Cada vez me voy acercando más a el, recorriendo todo el muslo, subiendo más y más hasta rozar sus cercanías levemente con los dedos.

– Sandra, quiero más.

Al oírte decir eso sujeto tu tanga con mis manos mientras levantas un poco el culo para ayudarme a quitártelo. Ahora estás completamente desnuda en la cama, brillante y lujuriosa. Me acerco a tu cara para besar los labios, giras el cuello para disfrutar de mi lengua y puedo ver como tus mejillas están rojas de placer. Mientras nos besamos sigo acariciando tu culo y mi mano se desliza entre tu cuerpo y la cama para sujetar tu pecho. Noto como te gusta en la intensidad del beso, mi mano se desliza entre tus cachetes hasta llegar a la humedad de tu coño y sigo con mi masaje, esta vez más íntimo. Mis dedos recorren tus labios, están totalmente humedecidos por tus flujos. Te giró en la cama para poder observarte mejor y acercó mi cara a ellos.

Con los dedos separó los labios para poder ver mejor tu clítoris, se muestra desafiante buscando más placer y yo se lo iba a dar. Acercó mis dedos a tu boca y los chupas con avidez, con ellos acaricio tu clítoris, golpeando suavemente. Cada toque es como un botón que hace mover todo tu cuerpo. El mío tampoco puede más y decido saborear todo el placer. Paso mi lengua por tus labios, me encanta tu sabor, jugueteo con mi lengua como te gusta, presionando un poco y más suavemente al llegar a tu clítoris. Con las manos sigo acariciándote tus muslos, tu vientre, tus pechos. Seguimos disfrutando tu de mis caricias y yo de la sensación de crear tanto placer. Cuando empieza a dolerme la boca de las caricias noto como tensas las caderas levantándolas de la cama. Es entonces cuando sé que tengo que acelerar el ritmo, ayudarme con los dedos acariciando con una leve presión y con mucha rapidez a unos pocos centímetros de tu clítoris.

– Ahora no pares. Me dices y se que no debo hacerlo porque ahora es lo mejor.

Tu sigues tensándote, abriendo la boca en un gesto de completo placer mientras van llegando una a una las oleadas del orgasmo y con cada una de ellas voy degustando su sabor. Unos segundos en los que parece detenerse el tiempo y luego tu cuerpo cae inerte en la cama, deshecha pero plena.

Es entonces cuando satisfecha me despido deseándote suerte en tu examen.

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