Me lo mete el domingo por la mañana
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Sabes cuando has tenido una semana de esas que te desgastan por todos lados, tienes todo cansado, el cuerpo, la mente y el alma.
Es el primer domingo por la mañana que puedo dormir hasta que mi cuerpo me pide despertar. Me levanto, sintiéndome mejor que en las últimas dos semanas. Voy directamente al baño y abro el agua de la regadera, pronto sale el vapor del agua caliente, el agua chorreando por mi cuerpo, lavando todo el cansancio. Me tomo mi tiempo, el tiempo es un lujo, así que lo aprovecho. Me lavo el cabello, lo desenredo, me afeito las piernas y entre ellas. Cuando finalmente salgo del cálido abrazo del agua, me envuelvo con una toalla grande y suave bajo mis brazos y otra para mi cabello mojado. Con la piel seca me echo mi crema humectante favorita que huele a flores de vainilla, me gusta consentirme, me siento renovada después de duchas así.
Cuando salgo del baño te veo acostado en la cama mirando algo en tu teléfono, los niños están entretenidos viendo tele en la sala. Así que busco el body de encaje negro, hoy, después del estrés de las últimas semanas, ya por fin me doy un respiro para lo que yo quiero, y en este momento te quiero a ti, te tengo unas ganas…
Suelto la toalla de mi cabeza, el cabello mojado cayendo por mis hombros, la toalla que cubre mi cuerpo cae a mis pies, eso hace que levantes la mirada de tu teléfono, una pequeña sonrisa alzando la comisura de tus labios.
Me subo el body por las piernas, el encaje transparente negro como una segunda piel, la tela traslúcida deja ver mis pezones erguidos, la humedad de mi deseo ya recubre los labios de mi sexo, la sola idea de lo que vamos a hacer me excita. Me excita seducirte y provocarte, me excita que me mires con esa intensa lujuria en tus pupilas. Me doy media vuelta para que puedas ver el hilo del body metido entre mis nalgas mientras le paso el seguro a la puerta de nuestra habitación.
Cuando termino de pasarle el seguro a la puerta estás de pie frente a mí, aprietas mi cuerpo suave contra el tuyo duro, nuestras bocas se unen, las lenguas enredadas, respirándonos, besándonos, tus manos agarran mis nalgas y suben hasta mis pezones. Pellizcas mis picos duros por encima de la tela efímera de mi lencería, los retuerces entre tus dedos, me haces jadear.
Tu cabeza baja de mi boca hasta mi pecho, bajas la tela que cubre una de mis tetas, envuelves mi pezón entre tus labios y me chupas. Te agarro por la cabeza y me paro de puntillas, presionando tu boca hambrienta a mi pecho. Tu lengua revolotea por mi pezón y muerdes, esa presión de dolor placentero que me recorre entera y va en vía directa, haciendo que mi clítoris palpite entre mis piernas.
Tu rostro contra el mío otra vez, tu lengua y mi lengua, te beso hambrienta y luego te pido que chupes mi otra teta.
Me siento obscena, deliciosamente perversa cuando mis tetas cuelgan fuera de la ropa que llevo puesta, tus manos apretando la suavidad mis pechos mientras el otro pezón está deleitándose con tu lengua, con tus chupadas, con tus mordidas.
- Ponte en cuatro -me dices.
- Espera, primero te quiero en mi boca -respondo y me siento en el borde de la cama.
Sacas tu verga dura e hinchada, me encanta el olor de tu miembro, el aroma de tu cuerpo cuando estás excitado.
Este encuentro no es lento y romántico, tiene un sabor a desespero necesitado.
Me meto tu verga en la boca, me lo meto todo lo que puedo, hasta lo más profundo de mi garganta, hasta que no puedo más, y te lo mamo así una y otra vez, la saliva lubricando tu asta, chorreando por mi mentón, te lo mamo con gula desesperada.
La piel tersa de tu cabeza es diferente, es más suave que la piel de tu tronco surcado de venas, tu verga dura entra y sale de mi boca, alimentando mi deseo.
Tus manos buscan la suavidad de mis tetas, las manoseas y pellizcas mis pezones.
Con una mano sujetando la base de tu miembro mientras lo chupo, no sabes lo que me gusta tener tu verga en mi boca. Me siento divinamente perversa, deliciosamente obscena allí sentada al borde de la cama, mis tetas en tus manos, tu verga en mi boca, mi otra mano ahora entre mis piernas frotando mi pepita excitada.
- Eso es. Tócate bien rico.
Me la froto más rápido, estoy mojada, estoy tan mojada que mis dedos resbalan y patinan sobre mi clítoris y mis pliegos.
- Ahora ponte en cuatro que te lo quiero meter -me ordenas.
Le doy una última chupada a tu miembro tieso y me pongo de manos y rodillas sobre la cama. Ruedas el pequeño hilo que intenta cubrir mi intimidad y metes tu verga de una sola estocada, me dejas totalmente llena, desbordada, que rico me lo metes, es que me das demasiadas ganas.
Arqueo la espalda y ahora me apoyo sobre mis antebrazos en la cama, mis tetas se bambolean con cada brusca empalada tuya, y así mis pezones sensibles rozan las sábanas. Me trago los gemidos que provocas con tu hombría dura y tiesa que entra y sale de mi cuerpo.
- ¡Tócate! ¡Me encanta cuando te tocas! – susurras mientras me coges en cuatro sobre la cama.
Estiro un brazo hacia la almohada, mis tetas ahora presionadas contra el colchón, mi culo en el aire mientras lo metes y lo sacas de mi raja.
Llevo la otra mano entre mis piernas y me la froto, mis dedos patinando sobre la humedad que provocas.
Con dos dedos froto mi clítoris en movimientos circulares, mis dedos cada vez más rápidos. El deseo desesperado, aquella fiera necesitada de tu hombría se hace cada vez más salvaje.
Me agarras duro por las nalgas, me penetras una y otra vez, me lo metes todo, me lo metes hasta el fondo, duro y fuerte como quiero en este momento.
- ¡Cógeme! ¡Cógeme duro que voy a acabar!
Entierro la cara en el colchón para mitigar los ruidos de gozo que quieren escapar de mi garganta mientras el placer más divino del mundo se apodera de mi cuerpo. Mis músculos se contraen una y otra vez, mi sexo te chupa, te abraza, quiero sacarte la leche de las bolas para que me llenes toda.
Cuando ya el orgasmo llegó hasta la cima dejo de tocarme, mi piel hipersensible a tu verga dura que no baja el ritmo, que entra y sale, entra y sale tan duro y tan rico entre mis piernas, hasta que lo siento, siento cuando se prensa y se hincha adentro. Conozco tus sonidos, me encanta oír tus gemidos masculinos mientras tu verga palpita dentro de mí, vaciando tu semilla en mi calor, eyaculando todo tu semen, dejándome llena de tu leche.
Nos separamos jadeando, tengo las piernas temblando, te beso en los labios, te abrazo.
- Qué rico! -te digo, y tu respondes-. Divino.
Me quito el body negro y lo lavo inmediatamente en el lavamanos del baño, lo dejo colgado en la ducha para que se seque, la evidencia de nuestro encuentro desaparecida de mi lencería, pero totalmente presente entre mis piernas.
Me visto, y aseguro de colocarme una compresa en la ropa interior para que tu leche no traspase la tela de mi tanga y deje un pegoste mojado y delatador en mis pantalones.
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