María una chica de 28 años – I

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Soy gigoló, y como vida doble, que en una ocasión me contactó una chica de 28 años. Me escribió a mi WhatsApp para obtener más información sobre mi servicio y le conté todo lo que podía ofrecerle. Ella me contó que tenía un prometido y que pronto se casarían, pero tenía una fantasía: quería pasarla rico con un desconocido. Pensaba que al casarse, esa idea terminaría, pues no creía que fuera correcto hacerlo con un compromiso así de importante.

De hecho, a esas alturas, no sabía si casarse era lo mejor. Yo la tranquilicé por mensaje y le sugerí quedar para hablarlo, y le expliqué que no era necesario tener sexo si no quería que lo tomara como un experimento para saber si quería seguir con su fantasía. Lo importante para ella no era solo que fuera un desconocido, sino también que fuera guapo, limpio y discreto, y sobre todo que le brindara una buena experiencia. Total, que el día que quedamos para conocernos fue en un parque.

Para darle más confianza, me vestí de forma casual, para no abrumarla. Sin perder estilo, claro. Siempre llego temprano a mis citas, pues considero que el tiempo de los demás es valioso, como el mío, y es una grosería hacerles perder el suyo.

A los diez minutos, ella llegó algo tímida e insegura. Me miró y, por las descripciones que le di de mi atuendo, me reconoció. Lucia muy bien: llevaba unos vaqueros azules muy ajustados con una blusa con un poco de escote que dejaba ver unos hermosos pechos, añadiéndole una cintura perfecta y unos muslos bien torneados. A simple vista se notaba que no tenía nada de grasa, que era de tez morena, que tenía el cabello largo y lacio y que lucía unos granitos en las mejillas; su rostro no era hermoso, pero tenía una mirada singular y picara, digamos que su rostro no era su fuerte.

Ella me miraba de arriba a abajo. Noté que centraba mucho su mirada en mis pectorales y brazos. En mi familia somos los hombres muy dotados de aspecto físico, como si fuéramos al gimnasio. La invité a sentarse a mi lado y charlamos.

Me presenté y, a su vez, ella me contó que había mantenido relaciones sexuales con tres hombres en su vida. Había tenido un novio en el instituto, con el que solo fue una vez y no le gustó; posteriormente, otro novio en el trabajo, que resultó ser un patán, y dos veces con su prometido.

Pero hacía tiempo que una amiga le había contado cómo había contratado a un gigoló para darse un festín sexual y que la había pasado bien experimentando sexo bondage y kinky. Al describirme esas cosas, noté que se ruborizaba y me veía la entrepierna. La verdad es que yo también le miraba el escote cada vez que podía, tratando de ser sutil, pues lo primero que demostraría es ser un caballero, pero la verdad es que me ponía caliente, porque la verdad estaba mejor de lo que imaginaba. Luchaba para que no se me parara el pene.

Me contó que esa aventura de su amiga la había excitado mucho y que no quería casarse sin antes vivir algo así. Le invité a tomar una soda. Cuando nos levantamos, pude apreciar su trasero. No lo podía creer: las tenía bien paraditas y llenitas. Eso me excitó aún más, pero no podía hacer nada, pues ella debería dar el primer paso. Yo solo podía inspirarle confianza.

Cuando me agache para recoger las sodas, note su mirada en mi trasero y vi una sonrisa. Aproveché para mirarla y vi que se llamaba María. No revelo su identidad porque es vital para mí no comprometer a nadie. La historia que cuento no revela más que los hechos, no nombres en concreto. Al final de la conversación, ella me dijo: Sabes que, aunque eres mayor que yo, tienes un encanto y tenía mis dudas, pues algunos gigolos son también patanes y vulgares, pero eres diferente.

Me lo pasé bien contigo y me gustaría tener sexo contigo, pero hoy se me hace tarde, tengo que ir a casa, pero te enviaré un mensaje para vernos después. Le sonreí y le di las gracias por su aprecio y respuesta. Le sugerí acompañarla a tomar su taxi o dejarla cerca de su casa, pero no quiso por miedo a que la vieran conmigo, así que, cuando se despidió de mí, me dio un beso cerca de mi labio y me abrazó. Pude sentir sus generosos pechos haciendo presión en mi pectoral cuando me tomaba de la cintura. No pude evitar una ligera erección.

Inmediatamente lo notó, me abrazó más fuerte para sentir más mi erección y me dijo en voz baja: «Qué rico», pero me lo comeré después, lo que me excitó aún más. La vi alejarse moviendo esas curvas. Si les gusto, les contaré lo que pasó después.

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incubo
incubo

Hola soy un maduro que a tenido muchas aventuras sexuales y me gustaria compartirlas

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