Las noches de chicas de Liz

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Un día, una tarde, después de acostarme con mi mujer Liz y charlar sobre cosas subidas de tono, me preguntó:
—Mi amor, ¿nunca se te antoja coger con alguna de mis parientes?

—¿Por qué me lo preguntas? ¿Alguna te ha dicho algo de mí?

Bueno, solo mi hermanita dice que estás muy guapo y, cuando le hago burla diciéndole que quiere que le rompas su florecita, se pone roja y se tapa la cara.

—Hay, amor, está muy chiquita todavía.

Es pequeña, pero seguro que ya está caliente en la secundaria.

Eso me dejó pensando y ahora entendía por qué mi cuñadita, cuando nos visitaba, usaba esos minishorts que parecían tanga o las microfalditas, pero nunca la vi con morbo hasta esta conversación.

—Hay, Liz. Pues sí, se me pone de modo si la estreno, si es que todavía es virgen, pero la que sí se me antoja es tu tía Yamilet, con ese culo más grande que el tuyo, y más cuando se pone esas licras para ir al gimnasio.

Varios días después, llegué del trabajo por la mañana y encontré a Liz como siempre, bien cogida por Manuel. Le empecé a chupar el coño y el culo, cuando ella me empezó a decir…

Amor, ¿qué crees que pasó ayer? (Yo pensando que algún candidato nuevo quería hacerme crecer los cuernos). Anoche, ya estando tomada, vi que Azucena (mi cuñada) no llevaba bragas debajo de sus minifaldas y se le marcaba la entrepierna. Le dije delante de todas:
—Oye, putilla, ponte tanga, aunque sea por si está mi marido y no te quieres exhibir.
Mi tía Yamilet me dijo:
—Déjala, no le digas esas cosas. Las putas vienen de familia, además ni usted se salva. Ya todas sabemos de sus aventuras, pero en su caso mi marido es el que se calienta con su culo. Le invente que, en una ocasión en la que la viste llegar del gimnasio toda sudada y ya estábamos cogiendo, me dijiste su nombre: Yamilet. Azucena me dice, y no te ha dicho mi nombre también a mí. Solo le dio risa y le dijo: «Hija, ya vi que también tienes la enfermedad de la familia», pero si la vi algo pensativa el resto de la noche.

Cuando se fueron, llamé a Manuel y le dije que viniera rápido porque estaba muy caliente. Le pedí que me cogiera por el culo muy fuerte, que me diera patadas y que me dijera «Yamilet, soy yo, el que está contigo». Eso me hizo acabar muy rápido.

Estaba muy caliente, así que le dije a Yamilet: «Quieres verga, Azucena?». Mi esposa paró el culo y me dijo: «Dame duro, papi, que mi sobrina Liz no se entere». Estaba tan excitado que la tomé por el pelo mientras la cogía y le dije: «Esto querías, Azucena (mi cuñadita), que te rompiera el culo, putita, no aguantes más y me vacié dentro del culo de mi mujer. —Mi amor, ¿me das permiso para acostarme con tu tía y estrenar a mi cuñada?

—Sí, amor, cójela; me calentó mucho imaginar que también me pones los cuernos. Te voy a ayudar: hay varias vecinas y madres de los compañeros de tu hijo que también son culisueltas.

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