Las Leyes de Rubita universitaria
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Por aquel tiempo (hace ya unos cuantos años) yo estudiaba en la Facultad de Derecho. Mis compañeros y compañeras de clase eran un puñado de años más jóvenes que yo, ya que me consideraba con orgullo un “reincidente universitario”. El asunto que ahora nos ocupa arrancó una mañana de finales del mes de marzo. La profesora de administrativo había mandado el típico trabajo en grupo, que debía ser entregado un par de días después. Mi equipo lo componíamos cuatro personas: Verónica, Vanesa, Dani y quien escribe estas líneas, Javi. Los problemas surgieron la víspera. Dado que cada uno de nosotros debía hacer una parte del trabajo decidí llamarles por teléfono par ver que tal lo llevaban. Mi parte estaba casi acabada (siempre me falta ese “casi”), la parte de Verónica estaba acabada del todo, pero el Dani estaba en la cama enfermo de gastroenteritis, por lo que no había podido hacer nada. A juzgar por la debilidad de su voz lo más probable era que tampoco pudiese levantarse de la cama en unos cuantos días. De Vanesa nada se supo: en su casa no estaba y Verónica me dijo que no la había visto en la última semana.
Así las cosas parecían que Verónica y yo éramos los únicos que teníamos algo para presentar. Nos vimos al día siguiente por la mañana y comentamos la jugada. Le expliqué que el Dani estaba fuera de juego. Respecto de Vanesa ella dijo que se había echado un novio melenudo y que se pasaba todo el día con él, por lo que lo más probable era que tampoco pudiésemos contar con ella. Delante de dos tazas de café (yo lo tomaba solo y ella con leche) deliberamos sobre lo que íbamos a hacer. Estaba claro que ese dichoso trabajo había que presentarlo dentro de dos días y también estaba claro que nos iba a tocar hacerlo a los dos. Pero el tiempo apremiaba. Eran las 11 de la mañana y propuse quedar aquella tarde en la biblioteca para ver lo que podíamos hacer.
– No nos daría tiempo – objetó ella -. Aunque por la tarde hiciésemos una parte del trabajo luego habría que corregirlo, pasarlo a ordenador, completarlo con legislación… La única forma es ponernos a ello entre los dos e irlo haciendo directamente en el ordenador.
– Tienes razón, sería la única posibilidad – respondí.
– Me habías dicho que vives aquí al lado. ¿Tienes ordenador con Word? – preguntó ella.
– Sí, por supuesto – contesté.
– Entonces no hay tiempo que perder. Vamos allá, que son las once y cinco. Si estamos hábiles y ágiles podemos darle un buen mordisco al tema en lo que nos queda de mañana – propuso ella en un tono que excluía toda discusión -. Voy a coger un Aranzadi de la biblioteca y nos vamos.
La verdad es que tenía toda la razón. Pagué los cafés, me puse la chaqueta de cuero y esperé a que ella volviese, lo cual hizo en un tiempo récord. Es hora de que describa un poco a mi compañera de fatigas.
Artículo Primero: The Girl
Verónica volvió con un grueso volumen del Aranzadi bajo el brazo. Se trataba de una chica rubia natural, con media melena lisa, unos preciosos ojos claros y una sonrisa que yo había visto en muy contadas ocasiones. Era pequeñita y muy menuda. Calculo que no llegaba al metro sesenta (en comparación con el metro setenta y ocho que medía yo) y su peso no excedería mucho de los 40 kilos. La había conocido hace un par de años, cuando ambos empezamos en esto de las leyes. Por aquel entonces tenía 18 años (ella, yo tenía unos cuantos más) y era extremadamente delgada, tanto que su culo no llegaba a llenar sus pantalones y su busto era casi inexistente. Pero ahora con 20 años las cosas habían cambiado. Sus formas se habían redondeado, de tal modo que sus vaqueros se ajustaban ya perfectamente. Sus senos habían ganado tamaño y, aunque pequeños, se me antojaban firmes y rotundos. Su cintura seguía siendo estrecha, pero la curva de sus caderas había mejorado muchísimo.
Aquella mañana del mes de marzo vestía unos vaqueros muy ajustados, que resaltaban a la perfección sus formas femeninas. Los combinaba con una camisa blanca (no sé por qué, pero siempre me han encantado las chicas con camisa blanca) con los dos botones de arriba desabrochados. Completaban su atuendo unas botas con un poco de tacón y un tres cuartos de cuero marrón con cinturón abrochado, que acentuaba la delgadez de su cintura. Como complementos llevaba el pesado tomo del Aranzadi (de inmediato me ofrecí a llevárselo) y una cartera colgada del hombro, que usaba para llevar la carpeta y los papeles, y que además tenía la función de bolso, por lo que suponía yo que allí podría encontrarse desde un móvil (inevitable) hasta todas aquellas cosas que las chicas suelen llevar.
Cuando nos conocimos hace un par de años mi primera impresión sobre ella no fue demasiado favorable. Verónica no era lo que se dice una “chica agradable” y recuerdo que no me cayó excesivamente bien aquella niña escuálida y un poco antipática. Con el trato nuestra relación fue mejorando y entonces descubrí que era una chica despierta, lista y con sentido del humor, lo cual la hizo ganar enteros a mis ojos. A todo esto añadía ahora un físico muy atractivo. En resumen, se trataba de una auténtica “hormiga atómica”: pequeña, menuda, pero con formas cada vez más redondas y sugerentes. Su piel era muy blanca y ya habían desaparecido de su cara aquellos granitos de la adolescencia que tenia la primera vez que la vi. Además, por si todo lo anterior fuese poco, me había fijado últimamente en lo bonitos que tenía los hombros.
Artículo Segundo The Work
Conociendo en lo académico a la Vero (así la llamaban quienes más confianza tenían con ella, cosa que, por cierto, yo también había empezado a hacer sin darme cuenta) calculé que me esperaba una dura jornada de trabajo. Llegamos a mi “apartamento de soltero” en un par de minutos, colgué en una percha nuestras chaquetas y propuse preparar café. Puse la cafetera a calentar y cuando volví me di cuenta que ella ya empezaba a ojear papeles y libros. En lo referente al trabajo no me decepcionó. No me dejó parar ni un segundo. Apenas llegué con el café me mandó que encendiese el ordenador y que me sentara frente a él. Obedecí, ya que no tenía otro remedio, ni me parecía prudente empezar a discutir con ella tan temprano. Empezamos haciendo un esquema de la contratación pública: yo tecleaba mientras ella me iba diciendo los puntos más importantes.
Llevábamos más de una hora en esto y yo ya empezaba a estar hasta el gorro del dichoso trabajito de administrativo. Ella, en cambio, parecía incombustible y seguía buscando artículos de la ley 30/92 y de la ley de contratos, alternando con alguna que otra sentencia sacada de aquel infernal libraco. Se sentaba a mi lado, al minuto se levantaba, consultaba un código de leyes, volvía a sentarse,… Su vitalidad estaba fuera de toda duda. Empecé a preguntarme si aquello había sido una buena idea. Me dolía el cuello y ni la taza de café y el lucky strike lograban frenar mi cabreo creciente. Ella parecía no darse cuenta y continuaba a lo suyo: que si la mesa de contratación, que si la licitación, que si la publicidad, que si la subasta o el concurso… Maldije a la enfermedad del Dani (el pobre no tenía culpa de nada), al novio melenudo de Vanesa, a la profesora de administrativo y a quien redactó todas las leyes que ella seguía leyendo incansable. A las dos horas de trabajo yo ya no podía más. Dejé de teclear y dije a la Vero:
– Cinco minutos de pausa por favor. Si seguimos a este ritmo te vas a quedar sin compañero de trabajo antes de que acabemos.
– De acuerdo – aceptó ella -. Ponme un poco más de café, por favor.
Me acerqué al cuarto de baño y me eché un par de almuerzas de agua sobre la cara, a fin de intentar permanecer despierto el resto de la jornada. Aquella noche no había dormido especialmente bien y me había levantado a las ocho en punto. Con aspecto resignado volví al tajo, sentándome de nuevo frente al dichoso ordenador. Me toqué el cuello, que no dejaba de darme la tabarra y me dispuse a seguir con aquel “apasionante” tema. Sin embargo Vero fue condescendiente conmigo y dijo:
– Vamos genial de tiempo. En dos horas hemos avanzado más de lo que yo pensé que íbamos a hacer en todo el día. Descansa un poco, que te quiero vivo para el resto del día.
Y dicho esto apoyó sus dos manos en mis hombros y empezó a hacerme un delicioso masaje. En ese momento di por supuesto que esos solícitos cuidados se debían a que yo le resultaba útil a efectos académicos.
– Tienes los músculos duros como el acero. Voy a tratar de recuperarte – propuso ella.
– Ya no tengo edad para estos trotes – dije en tono divertido.
– Tampoco eres tan viejo – replicó – y, para que lo sepas, te conservas muy bien.
Esto último era bastante cierto. A mis 28 tacos aún no tenía barriga, aunque había ganado peso en los últimos tres años. El pelo se me había dejado de caer y las costillas ya no se me notaban tanto como antes. Sus palabras amables hicieron que mi mal humor desapareciese de golpe, como por arte de magia.
Artículo Tercero: The Show
En un minuto la rubita eliminó mi dolor de cuello. Paró de apretarme los músculos y yo me temía que eso era la señal para volver al arduo trabajo (permítanme aclarar que yo soy de los que están firmemente convencidos de que el trabajo es un castigo de dios). Sin embargo para mi sorpresa ella dijo:
– Túmbate en la cama, que voy a seguir con el masaje. Ya verás, te voy a dejar como nuevo, como si te hubieras quitado un par de meses de encima.
– A tus órdenes – respondí, mientras me encaminada hacia la cama.
– Espera que te voy a quitar la camisa y los zapatos para que estén más cómodo.
Quedé parado un segundo, buscando en su cara algún síntoma de burla o cachondeo en su expresión. Pero no logré encontrar nada de eso. En su lugar vi su cara sonriente y su mirada concentrada en los botones de la camisa, que fue desabrochando uno a uno. Cuando hubo acabado desató (con mucha habilidad, por cierto) mis zapatos y me los quitó. Mientras hacia lo propio con sus botas me dijo:
– Túmbate boca abajo y relájate.
Desde luego que estaba relajado. Si un cuarto de hora antes me dicen que el trabajo de administrativo iba a tirar por estos derroteros no me lo hubiese creído. Obedecí, no porque no me quedase otro remedio como antes, sino porque la mañana empezaba a ponerse prometedora, y me tumbé como ella me dijo. Sentí que Vero se ponía sobre mis muslos a horcajadas.
– Vamos allá – dijo como si tratase de un cocinero famoso que va a preparar un suculento plato.
Sentí sus manos apoyarse en mis omóplatos. Eran unas manos pequeñas y templadas. Sus palmas apretaron con suavidad y mi tensión (acumulada en las horas previas) acabó por desaparecer. Aplicó los pulgares a la columna vertebral, subió hasta el cuello y fue apretando hasta el borde de los hombros. Desde luego era delicioso sentir esas manitas por mi espalda. Noté que siguió apretando, hasta llegar a las lumbares, deteniéndose un poco allí. En este punto se detuvo, como si dudase, y dijo:
– Creo que voy a quitarte también los pantalones, ya que me molestan para seguir.
– No hay problema – respondí con voz débil.
Solo necesité desabrocharme los cuatro botones de los vaqueros y ella hizo el resto: tiró de ellos por abajo y los fue sacando poco a poco. Después escuché otro sonido de botones que se desabrochaban, miré de reojo y vi que ella también se estaba quitando los vaqueros:
– Yo también estaré más cómoda así – dijo con naturalidad.
Y sin darme tiempo a ver más empujó mi cabeza contra la almohada. Se sentó de nuevo sobre mis muslos y ahora sí pude sentir su piel contra la mía. En un último movimiento me quitó también los calcetines (con lo que solo me quedaban puestos los calzoncillos) y al momento noté en mis pies el roce suave de una tela fina. Me hubiese apostado cualquier cosa a que era aquella camisa blanca que tanto me gustaba. En ese momento es cierto que yo solo conservaba puestos los calzoncillos, pero ella no iba mucho más sobrada: calculé que, como mucho, estaba con bragas y sujetador. Pero en aquel momento y en aquella situación lo mejor sería relajarme y dejar que ella hiciese lo que le viniese en gana. Tratándose de Verónica, así tenía que ser.
Esta vez empezó por los pies, frotándoles con una delicadeza extrema. Noté un suave y placentero hormigueo que subía desde la planta de los pies y ascendía por la columna vertebral. Siguió por los tobillos, las pantorrillas y los muslos. En ellos se detuvo un buen rato, apretando, arañando y sobando. Separó un poco mis piernas y empezó a deslizar sus manos por la cara interna de los muslos.
– Ummmm, que bien lo haces. Sigue un poco más, por favor – dije sin pensar.
Ella no dijo nada y se fue acercando poco a poco a terrenos peligrosos, pero yo la dejaba hacer y solo emitía de vez en cuando algún gemido de aprobación. De los muslos pasó a las nalgas, amasándolas con destreza. Se apoyó finalmente sobre mi culo y volvió con sus manos a mis hombros. Arañó suavemente mi espalda de arriba abajo, desde el cuello hasta la línea de mis slips. Sentí un respingo cuando noté en la médula espinal el delicado roce de algo cálido y húmedo al mismo tiempo. Era su lengua, que recorría mi columna vertebral con precisión y agilidad. Parecía que ella no quería dejar nada sin lamer, ya que sentí su lengua desplazarse por toda mi espalda. Esos lametones lentos, cálidos y precisos eran ya casi más de lo que yo podía soportar. Gemí de nuevo y ella me recompensó cubriendo de pequeños besos mi zona lumbar, al tiempo que sus manos me arañaban de nuevo la espalda.
– ¡Ohhhh, que manos tienes preciosa! Son fantásticas – acerté a decir.
– Tranquilo, que aún queda lo mejor – fue su escueta respuesta.
Artículo Cuarto: The Actino
Justo en ese momento sus uñas acabaron de deslizarse por mi espalda, llegaron al elástico de mis slips. Con ambas manos tiró de ellos y los fue bajando hasta que los sacó por mis pies. En ese momento ya estaba completamente desnudo, tumbado boca abajo en la cama. Sentí ganas de echar atrás mis manos, pero conociendo a la Vero llegué a la conclusión de que era mejor que siguiera dejándola hacer. Ya llegaría mi momento, solo era cuestión de esperar y de no precipitarse. Arañó mis nalgas, ahora con un poco más de fuerza, y pasó los dedos por la raja del culo, provocándome un prolongado suspiro. Aunque esto no fue nada comparado con la sensación que sentí cuando ella estiró una mano y acarició la zona comprendida entre el ano y los testículos. Esa caricia fue la que me acabó de poner caliente. La chica sabía lo que hacía: iba poco a poco tanteando zonas cada vez más comprometidas. Por lo tanto el siguiente paso fue alargar aún más la mano y acariciarme los testículos. Me estremecí, mientras ella jugaba divertida con mis cojones.
– ¡Vaya lo que tenemos aquí! ¡Que dos cojoncitos más juguetones! –exclamó ella, sin parar de excitarme las zonas más sensibles.
– ¡Sigue así! No quiero que pares de acariciarme – acerté a responder.
– ¿Quién te ha dicho que pienso parar? – preguntó ella, en lo que evidentemente era una pregunta sin respuesta.
Al tiempo que decía esto sentí que se tumbaba sobre mi espalda. Su boca me dio un ligero beso en la mejilla y su lengua tomó como objetivo mi oreja, lamiéndola despacio. Notaba sus pezones erectos en la espalda, los cuales se movían en círculos. Era evidente que el sujetador ya no estaba en su sitio. Este roce provocó algunos jadeos en la Vero, lo cual no la impidió deslizar una mano por cada lado de mi cuerpo, introduciéndolas entre la cama y mi pecho. Acarició mis tetillas con tal habilidad que me hizo casi gritar. Mi polla estaba ya dura y, como si ella lo hubiese adivinado, dijo:
– Date la vuelta, que quiero seguir con ese cuerpo tan resultón que tienes.
Giré el cuerpo y la vi. Estaba desnuda y solo conservaba unas braguitas blancas, pero se las quitó al instante. Su cuerpo desnudo me hizo contener la respiración un momento. Sus pechos eran pequeños pero firmes y de una redondez exquisita. En el centro de cada pecho podía observarse un pequeño pezón, apenas de color más oscuro que el resto de su piel (muy blanca, por cierto). Su cintura estrecha y apretada, su estómago perfecto. Las caderas hacían una curva más que provocativa. El vello de su sexo era algo más oscuro que el de su cabeza y me percaté que lo tenía muy recortado.
Se tumbó a mi lado, me besó en la boca y deslizó su mano hasta mi polla, a la que aprisionó con un movimiento rápido y preciso. Al tiempo que su lengua lamía una de mis tetillas, su mano derecha meneaba mi pene y acariciaba mis cojones. Pese a lo exquisito de sus caricias logré llegar con una de mis manos hasta su cuerpo. Toqué aquella piel de terciopelo. Viendo que me animaba, la Vero se colocó de nuevo sobre mi y acercó tentadoramente sus tetas a mi boca. Chupé sus pezones con golosa lujuria, logrando arrancar de su boca algunos gemidos de placer, unos gemidos cortos y rápidos. Sujeté firmemente sus dos nalgas y coloqué un dedo sobre su ano. El cuerpo de ella tembló, mientras decía:
– ¡Sí! ¡Ah, que gusto!
Un minuto después giró su cuerpo, colocando su delicioso coño al alcance de mi boca, al tiempo que agarraba mi polla por la base. La figura del 69 estaba en marcha, aunque de momento ella se concentró más en recibir la comida de conejo que yo le estaba haciendo. Chupé con ganas su canal vulvar, introduje uno de mis dedos por su coño y aplique la lengua sobre su clítoris. A esto ella respondió con algún que otro delicioso apretón sobre mi polla. El sabor de su coño era fascinante. Sus jugos lubricantes tenían ese toque entre ácido y dulce. Sus cortos pelos eran finos y muy rizados. Su clítoris, muy abultado ya, parecía responder a los roces de mi lengua. Ella jadeaba y pedía más batalla, por lo que a las chupadas que la estaba dando agregué la presión de un dedo sobre su delicado ano. Tembló de gusto y, entre jadeo y jadeo, tuvo tiempo a llevarse a la boca la punta de mi polla. Sentí su chupada al tiempo que su mano volvía a acariciar mis testículos.
– Necesito que me folles – dijo de repente -. Voy a poner a tono esta rica polla para que me la claves hasta el fondo y para que me folles hasta que acabe desmayada de placer ¿entendido? – esto lo dijo con un tono que no admitía argumentos en contra.
Apartó el coño de mi cara, se agazapó entre mis piernas y comenzó a chupármela. Yo me había incorporado un poco y observaba con deleite sus maniobras. Empezó a chuparme el capullo con la lengua, como si estuviese comiendo una piruleta. Después fue introduciéndose el miembro en la boca, poco a poco, metiendo y sacando. Con la mano realizaba un suave movimiento de meneo que era delicioso. Por si acaso me recordó lo siguiente:
– No te corras todavía. Recuerda que tienes que follarme.
Cuando ella consideró que el pene que tenía entre manos (y entre labios) estaba “a punto” sacó de su bolso un condón color verde:
– Sabor a menta, para que tenga un toque un poco más picante.
Lo sacó del envoltorio, se lo puso entre los labios y me lo empezó a colocar con la boca. Yo no salía de mi asombro. Reconozco que en muchas ocasiones me había imaginado situaciones como esta con alguna compañera de clase, pero nunca con ella, entre otras cosas porque no me imaginaba yo que la Vero fuese capaz de actuar de la manera en que lo estaba haciendo. Pero lo cierto es que allí estaba ella, desnuda, agachada sobre mi polla colocando el condón. Fue sensacional el modo en que sus pequeños labios apretaban mi pene erecto, al tiempo que sentía el látex deslizarse con suavidad por mi piel. Cuando acabó el trabajito comprobó que el condón estaba bien puesto, para colocarse tumbada en la cama con las piernas abiertas.
– Vamos, fóllame – dijo con aquella energía tan característica.
Me coloqué sobre su hermoso cuerpo y empecé a metérsela. Al principio muy despacio, porque pensé que podía lastimar aquel delicado coño, pero me animé con rapidez, ya que ella colocaba sus manos en mis nalgas y apretaba mi cuerpo contra el suyo. Así se la clavé por completo y Vero pareció sumida en un estado de excitación.
– Así, así. ¡Qué bien me la has metido! – gritó entre jadeos.
Era delicioso follar su encantador coñito y seguí así un rato, mientras chupaba sus deliciosos pezones erectos. Cuando cambiamos de postura pude ver bien el rostro de la rubita. Tenía una expresión de deseo, de placer y de excitación. Se puso de rodillas en el suelo, justo al borde de la cama y apoyó el pecho y la cara contra el edredón de colores. Me coloqué detrás de ella, también de rodillas, muy excitado por los suaves movimientos de su culito, que parecían invitarme al ataque. Penetré hasta el fondo sus blandas y jugosas carnes, y me deleité escuchando sus suaves gemidos. Gemía cada vez que yo se la metía hasta el fondo, mientras con la mano derecha se acariciaba el clítoris.
– Sigue, sigue, sigueee… Es estupendo… – decía con la respiración entrecortada.
Era formidable follarla así. Mi polla sentía la calidez de su coño y la ligera presión que el látex de su condón de menta. Agarrado a sus suaves caderas se la metía despacio, la agitaba un momento dentro de ella y la volvía a sacar.
– Ahhh, es delicioso follarte, me encanta follarte – dije mientras amasaba sus nalgas blandas y redondas.
– Ohhh, siento toda tu polla dentro de mí – fue su breve respuesta.
Probamos una nueva postura, ya que Vero dijo que tenía ganas de “llevar un poco el ritmo del polvo”. Siguiendo sus indicaciones me tumbé sobre la cama y ella, con movimientos precisos y decididos, se arrodilló sobre mí, colocando las rodillas en el borde de mis caderas. Empezó un movimiento de balanceo, bajando su coño y clavándolo en mi polla, hasta el fondo. Su movimiento casi me hace perder el sentido. Se movía de maravilla y yo disfrutaba de aquella sensación. Los pechos de ella, pequeños y graciosos, saltaban al ritmo de nuestro polvo. Vero no paraba de gemir y de jadear por el efecto de mi polla y, además, tomó mis dos manos con las suyas y las colocó sobre sus tetas. Palpé su piel, pellizqué levemente sus pezones y ella gritó de gusto. Fue un grito animal. Noté que sus caderas temblaban, se inclinó sobre mi cara para besar mi boca, dio un par de movimientos más de cadera y gimió pronunciadamente.
– ¡Ahhhh, ya, ya! Mmmm, que orgasmo, que rico – susurró a mi oído.
Cinco segundos más tarde volvió a colocarse en vertical, se movió más deprisa que antes y, con sus suaves manos apoyadas en mi pecho, dijo:
– Ahora te vas a correr tú. Quiero notar como te corres.
– Un poquito más preciosa. Estás a punto de conseguirlo – respondí.
Siguió bajando y subiendo sobre mi polla hasta que ya no pude aguantar más. Noté una explosión en el cuerpo, el condón me apretó aún más la polla y me corrí entre gritos de placer. Vero sonreía satisfecha y, sin sacarse mi polla, preguntó:
– ¿Te ha gustado, corazón?
– Me ha gustado muchísimo nena. Ha sido increíble – respondí entre los últimos residuos de placer -. A ti tampoco parece haberte disgustado mucho ¿verdad?.
– Me he corrido como nunca lo había hecho antes. Ha estado muy bien el polvo – contestó la rubita.
Sacó mi polla de su coño, lo cual yo aproveché para quitarme el condón, atar un nudo y tirarlo a la papelera. Ella limpió mi sexo, aún algo duro, con un pañuelo de papel, mientras besaba suavemente mi estómago. Cuando acabó pude ver su estupenda sonrisa (a la cual yo no estaba acostumbrado). Se tumbó a mi lado, apoyó la cabeza en mi pecho, abracé su menudo cuerpo y, así juntos, saboreamos la deliciosa fatiga que nos invadía.
Artículo Quinto: The Fiesta
Me desperté sintiendo la pausada respiración de Vero en mi pecho. Acaricié levemente su pelo rubio y su espalda, pero no me moví para no despertarla. La verdad es que la chica se había ganado el que la dejara dormir un poco más. Contemplé unos segundos a mi compañera y sentí su suave aroma corporal. Mi brazo izquierdo abrazaba su cuerpo y mi mano descansaba sobre su cadera. Miré al techo y pensé si la chica que estaba conmigo en la cama era la misma Vero que yo había conocido años atrás. Tras reflexionar brevemente llegué a la conclusión de que era cierta la frase que una antigua novia me había dicho en cierta ocasión: “El tiempo pasa, las personas cambian”. Estaba yo en estas disquisiciones intelectuales cuando sentí moverse un poco la mano que la rubita tenía apoyada en mi pecho. Acto seguido noté sus suaves labios acariciar mi hombro.
– ¿Llevamos mucho tiempo dormidos? – preguntó estirándose.
– Casi una hora. La verdad es que pensé despertarte para continuar con el trabajo, pero no pude. Me hubiera dado pena interrumpir tu sueño – confesé -. Por cierto ¿Sabes que estás preciosa mientras duermes?.
– Nadie me lo había dicho, pero con oírtelo a ti tengo suficiente – dijo, en tono pícaro.
– Lo hemos pasado muy bien, pero creo que deberíamos ponernos a lo nuestro – sugerí acariciando su espalda una vez más.
– Tengo que confesarte algo. Prométeme que no te enfadarás – comentó ella con voz susurrante.
– ¿El qué? – pregunté curioso.
– Primero debes prometer que no te vas a rebotar conmigo – insistió Vero.
– De acuerdo, no me voy a enfadar – dije, mirando fijamente sus ojos azul pálido -. Además después de esto ¿Crees que sería capaz de enfadarme contigo?.
– Mira, la verdad es que lo del trabajo de administrativo no ha sido más que una excusa – empezó a confesar, al tiempo que se levantó de la cama.
Su ligera figura se movía de tal modo que parecía no tocar el suelo. El balanceo de sus caderas agitaba con suavidad sus blancas nalgas. Se acercó a la silla donde había dejado su bolso y sacó de él dos discos de ordenador del tres y medio. Yo no acababa de entenderlo, pero la verdad es que no me preocupaba demasiado. La mañana había sido genial y nada lo iba a estropear. Con los discos en la mano volvió a tumbarse a mi lado y dijo:
– ¿Ves estos discos? En este está la parte del trabajo de Vanesa. Lo acabó la semana pasada. En el otro está mi parte y la de Dani. Me enteré hace varios días de que estaba enfermo y me puse a hacer su parte. Así que ya lo tenemos prácticamente todo hecho.
– Entonces, ¿A qué vino toda esa prisa para ponernos a trabajar como máquinas esta mañana? – pregunté con los ojos muy abiertos.
– Esto vino a que tenía unas ganas enormes de follar contigo. Desde hace exactamente seis meses – puntualizó.
– ¿Y por qué no me lo dijiste directamente? – seguí preguntando.
– Sé de sobra que yo no te caía simpática y tampoco quería arriesgarme a que te rieses de mí. ¿Te imaginas que a la salida de la clase de civil te hubiese dicho “Javi, tengo ganar de follar contigo”? – dijo ella al tiempo que daba una palmadita en mi pecho.
– Eres increíble. Solo a ti se te puede ocurrir montar un numerito similar para echar un polvo. Te voy a decir una cosa: no es que tú me parecieses antipática, pero deberás reconocer que en cursos anteriores has sido un poco borde conmigo – comenté.
– Es cierto, pero desde que comenzó este curso en octubre he soñado con algo como esto – dijo, con una mirada satisfecha.
– Bueno, estás perdonada. Y ahora que has tenido lo que querías ¿qué te ha parecido? – quise saber.
– Ha sido una verdadera gozada. Estaba pensando que ahora que tenemos casi acabado el trabajo podríamos dedicarnos a otros quehaceres – sugirió.
Y sin que mediasen más palabras Vero, que tenía la cabeza apoyada sobre mi pecho, empezó a deslizar su suave lengua por uno de mis pezones. La sensación que sentí fue deliciosa y excitante. Su lengua era cálida y húmeda, sus movimientos precisos. Casi me caigo de la cama cuando ella, con la mano que tenía sobre mi pecho, pellizcó mi otra tetilla. Noté que mi cuerpo temblaba, al tiempo que mi polla crecía. Ella debió de adivinar esto último, porque bajó su mano hasta ella y la rozó con sus finos dedos, los cuales empezaron a acariciar mis cojones.
– Ummmmm, como sigas así no respondo de lo que pueda pasar – advertí a la rubita.
– Pues yo diría que tu sexo responde muy bien a las caricias – dijo cerrando de golpe su pequeña mano sobre mi polla erecta.
Acto seguido empezó a menear la suavemente, sin que su lengua dejara de deslizarse sobre mi pecho. Era maravilloso y yo sentía que su polla palpitaba en su cálida manita. Una de mis manos amasó la carne suave y prieta de sus nalgas. Mi gemido se oyó claramente cuando los dedos de ella empezaron a masajear mi capullo. Sentía que la polla me iba a estallar y que la cabeza me daba vueltas. Con mis labios traté de buscar su boca. La lengua de ella rozó mis labios y nos besamos intensamente. Nuestras lenguas vibraron juntas y nuestra saliva se mezcló.
– Te veo de lo más animado. Pide lo que quieras que te haga – dijo ella cuando acabamos de besarnos.
– Me apetece que me la chupes. Hazme una mamada que sea digna de una película porno – dije entre suspiros.
– Eso está hecho – respondió.
Y como si tal cosa me mando sentarme en el borde de la cama, al tiempo que se agachaba y dirigía la boca hacia mi polla. Lamió con tranquilidad mi capullo hinchado, haciendo suaves círculos, mientras sus suaves manos me acariciaban los testículos. Cuando mi capullo ya estaba mojado por su saliva (y por mis propios líquidos, seguramente) ella empezó a cogerlo entre sus labios. Yo estaba excitado sexualmente, pero en realidad muy relajado. Con las dos manos aparté el pelo de su cara, para poder ver perfectamente todas las maniobras que ella iba haciendo. Me miró con sus ojitos chispeantes, sonrió enseñando sus dientes blancos (se notaba que ella no fumaba) y volvió a inclinar un poco el cuello para seguir con su faena.
En ese momento me di cuenta de que el ordenador seguía encendido y que los papeles seguían amontonados por todas partes, pero ya nada importaba. Solo quería sentir su boca cálida y acogedora comiéndose mi polla. Sus chupadas eran cada vez más intensas. Metía en su boca la mitad de mi polla. La otra mitad la tenía agarrada con la mano, dándome una serie de deliciosos meneos. Mis gemidos se fueron acelerando a medida que ella actuaba.
– ¿Te gusta cómo lo hago? ¿Te gusta? – preguntó ella, sabiendo de antemano mi respuesta.
– Sí, ohhh, me gusta muchooo… – contesté -. Pero lo haces demasiado bien. Si sigues así me voy a correr.
– Perfecto, quiero que te corras, quiero sentir tu semen – dijo Vero, excitada ante lo que iba a pasar.
Siguió chupando, un mete-saca cada vez más intenso. No pude aguantar mucho más sus manipulaciones y anuncié a gritos la presencia de mi orgasmo:
– Ahhh, ya, ya , ya. ¡Me voy a correr!
Mi polla se hincho y en un momento el placer se apoderó de todo mi cuerpo. Tuve un orgasmo tremendo, potenciado por la suave succión que ella hacía en mi polla. Sentí el calor de mi propio semen en el capullo, mientras Vero chupaba mi esperma con unas ganas increíbles. Cuando su boca estaba repleta, sacó mi polla y pude ver las gotas de líquido blanquecino que resbalaban por la comisura de sus labios.
– Ummm, ¡está riquísima tu leche! ¡Qué sabor tan genial! – exclamó ella.
– ¡Uffff! No sé como lo haces, pero me tienes en el cielo – respondí respirando fuerte.
Quedé tumbado en la cama, boca arriba, con todo el cuerpo aún muy sensible. Vero, tras limpiar sus labios de mi copiosa corrida, se tumbó a mi lado y dijo:
– ¿No te da pena de mi pobre conejito? Se muere porque le hagan cositas y tú, ni caso.
– Veremos lo que se puede hacer con esa almeja tan rica que tienes. Pon el coño sobre mi lengua, por favor – pedí.
Lo hizo en un abrir y cerrar de ojos, arrodillándose sobre mi cara. Apoyó sus manos en la cama, por lo que nos quedó de nuevo la postura del 69, pero ella no iba a hacer nada: se concentraría solo en recibir placer, placer que yo gustosamente pensaba darle. Bajó su pequeño coño sobre mi cara. Pasé la mano por él y vi que estaba húmedo y algo hinchado. Después pasé mi lengua despacio por sus delicados labios vaginales, mojados y muy sensibles. Me recompensó con un delicioso gemido de placer, como si me invitara a continuar. Saqué los brazos por debajo de sus piernas y abrí sus nalgas. Su culo era perfecto, con dos nalgas blandas y redonditas y un ano pequeño y sugerente. Al tiempo que lamía su coño, disfrutando del sabor de sus jugos más íntimos, pasé el dedo índice por toda la raja de su culo. Ella dio un respingo, pero no protestó, sino que sus jadeos se aceleraron. Metí otro de mis dedos en su coño, sintiéndolo caliente y muy húmedo. Lo saqué y unté su ano con aquel líquido, haciendo suaves movimientos circulares. Ella debía estar en la gloria, porque no paraba de gemir sensualmente.
Moví la lengua sobre su clítoris y ella tembló. A modo de experimento decidí apretar un poco su ano con la yema de mi dedo y pude oír que ella decía:
– Ahhh, sí, me gusta, sigue, no pares.
Volví a meter el dedo por su sexo, cada vez más mojado, y ella jadeó con fuerza y suspiró. Supe que había tenido un orgasmo por la cantidad de deliciosos flujos que sentí en la boca. Con el dedo empapado me dirigí de nuevo a su ano. Presioné ligeramente y empecé a introducir la punta del mismo en su delicado esfínter. Gritó un poco, por lo que me detuve, pero me suplicó que continuara.
– Sigue, sigue, por favor. Ohhh, que gusto, nunca me habían hecho algo así, pero es maravilloso. No pares, no paresss…
Metí en su ano la primera falange y moví el dedo con suavidad. Su ano aprisionaba mi dedo, como si no quisiera dejarlo escapar. Noté que estaba excitado de nuevo: mi polla estaba ya dura de nuevo. Metí un poco más mi dedo en su ano y ella gimió con fuerza, para, acto seguido, agarrar mi polla y empezar a menearla con fuerza. Deslizaba su mano desde los testículos hasta la punta y la sensación era deliciosa. Empujé el dedo un poco más y, húmedo como estaba, resbaló con sorprendente facilidad en su ano, entrando del todo. La chica se estremeció de nuevo al sentirlo, gritó de placer y yo volví a aplicar mi lengua sobre su coño. Ella se lo estaba pasando de maravilla, pero no por eso dejó de menear mi tiesa polla, con una habilidad fuera de toda duda. La chica se moría de gusto y su sensación se incrementó cuando, a un tiempo, mi dedo se movió con suavidad en el ano de ella y mi lengua succionó su clítoris.
– ¡Agggg! Que bien, que gusto, me voy a correr otra vez… – gritó, entre jadeos de placer.
Era evidente que ella iba a tener otro orgasmo, pero eso aceleró su adrenalina, incitándola a aumentar el ritmo de sus meneos sobre mi polla. La paja que me estaba haciendo la rubita era estupenda, por lo que noté que yo también me iba a correr. Sentí su orgasmo una vez más y, casi al mismo tiempo, el mío. Ella chillaba de placer, fuera de sí. Mientras se corría noté que chupaba golosa el semen que salía por mi polla. Saqué el dedo de su ano y ella dejó de chupar. Se tumbó a mi lado y pude ver que los restos de mi semen resbalaban con suavidad por sus labios, por su barbilla y por sus pechos. Con una estupenda expresión de placer en el rostro frotó aquella crema por el pecho y por el estómago, igual que si se estuviera aplicando bronceador para pasar un día en la playa. Con la lengua relamía despacio sus labios, para llevarse a la boca las gotas dispersas de semen que podía encontrar.
– Ha sido demasiado – decía -. Nunca me había corrido tanto y tan bien.
– Tampoco creas que yo tengo muchos días así – respondí divertido.
– Bueno corazón, creo que ya va siendo hora de dar por terminada esta agradable mañana. Si no te importa me voy a dar una ducha antes de irme. Solo tardaré dos minutos – dijo ella.
Disposición Final: The Dreams
Se encaminó al cuarto de baño. Aún tumbado en la cama oí correr el agua de la ducha y un suave canturreo. La verdad es que seguía sorprendido por lo contenta que parecía Vero. Nunca la había visto así desde que la conocía. Debo reconocer que estuve tentado de entrar en el baño para ducharme con ella y frotar su linda espalda. Pero desistí pensando en una de mis frases favoritas: “no abuses de tu suerte”, me dije. En cinco minutos ella apareció de nuevo, envuelta en la toalla del baño, que cubría desde por encima de sus pechos hasta sus rodillas. Seguía estando encantadora.
– Nos vemos mañana en clase. Imprime el trabajo y lo revisamos en la biblioteca ¿vale? – dijo ella mientras dejaba caer la toalla que cubría su cuerpo.
– De acuerdo. Esta tarde me pongo a ello – contesté.
– A partir de ahora volvemos a ser compañeros de clase, pero si tú quieres podemos repetir algún día que otro – sugirió, al tiempo que se ponía las braguitas.
– No hay problema. Ya ves que nos compenetramos muy bien en esto del sexo. Incluso es posible que empecemos a caernos bien el uno al otro – contesté sonriendo.
Me devolvió la sonrisa y acabó de vestirse. Dijo que no la acompañase, que iba a coger el autobús en la parada que había en la esquina. Se marchó y yo me encaminé a la ducha. Disfruté unos minutos del agua templada y después me volvía tumbar en la cama, tras poner música de los Dire Straits. Me costó un buen rato quitarme de la cabeza la imagen de Vero, desnuda y con mi semen resbalando por su cuerpo. Era delicioso pensar en ella.
Sin embargo debo reconocer que la rubita me seguía imponiendo algo de respeto. Pese a ser tan joven y parecer tan frágil, la chica tenía carácter. Me levanté de la cama, metí en el ordenador uno de los discos que ella me dejó, encendí la impresora de tinta y me puse manos a la obra. Iba a hacer un trabajo fino, ya que así tendría más posibilidades de que Vero accediese a compartir otra placentera mañana conmigo. Por supuesto cuando ella quisiera. Si nuestra relación lograba pervivir estaba claro que ella sería quien pusiese las leyes. Yo por mi parte, me encargaría de animar la fiesta. Ya les contaré como siguió el tema.
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