Las irresistibles nalgotas de mis hermanas
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Hola, amigos.
Voy a contarles mis aventuras más pervertidas. Mi experiencia personal puede parecer fantasiosa y exagerada, pero quizá también habrá personas que se sentirán identificadas con lo que contaré. No tengo necesidad de mentir, solo quiero contarles parte de mi vida. Actualmente tengo 50 años, estoy casado y tengo una vida estable. Tengo tres hijos.
Lo que quiero compartir ocurrió hace muchos años. Vivía con mis abuelos mientras mis padres trabajaban en Canadá y solo venían dos veces al año. Vivíamos con ellos mis dos hermanas mayores, a las que pondré nombres diferentes a los reales: Sofía, de 18 años, y Rosa, de 20. Sin mentirles, les cuento que, desde que empezaron a desarrollarse, mis hermanas tenían unas caderas anchas, unas nalgas enormes y eran bajitas de estatura, quizá no pasaran de 1,60 m.55, un poco rellenitas, sin llegar a ser gordas, lo que ahora se dice «gordibuenas», «chaparritas», «nalgonas» y «chichotas».
Resulta que mis hermanas dormían en su cuarto, mi abuela en el cuarto de enfrente y mi cuarto a unos veinte metros. Pero ese año la lluvia intensa derribó el techo y parte de los muros, por lo que mi abuelo me mandó dormir con mis hermanas, ellas en sus camas y yo con mi colchón en el suelo, entre sus camas.
Mis hermanas siempre fueron muy recatadas, jamás las miré sin ropa o mostrando más de lo debido; su vestimenta era muy conservadora y nunca dieron motivos para morbo.
En esos años, obviamente tenía las hormonas al máximo. Días después de compartir cuarto con ellas, me sentía tentado al ver sus cuerpos tan cercanos. Qué me masturbaba solo al ver sus curvas.
Noches después, no resistí la tentación y lentamente me acerqué a la cama de Sofía, que, estando de espaldas, tenía las nalgas a mi alcance. Puse mi mano sobre el cobertor, pero no lo tocó. Era suficiente, me atreví a meter la mano bajo el cobertor e inmediatamente comencé a palpar directamente sus nalgas, solo cubiertas por la tela de su calzón. Me excité sobremanera, llevado por la adrenalina del momento, seguí explorando sus nalgas, mis dedos deslizándose en su raja, entrando en sus nalgas, palpando directamente su intimidad, su culo caliente y sus labios vaginales. Con la otra mano me masturbaba, sacándola de vez en cuando para oler los dedos y disfrutar de ese olorcito a panocha y culo. Eso me incitaba a seguir manoseando entre las nalgas de mi hermana.
Así lo repetí durante seis noches, hasta que un día mi hermana no durmió de espaldas. Esta vez estaba de cara arriba, así que intenté meter mi mano para alcanzar su panocha. Pero estaba envuelta en las sábanas, fue imposible.
La noche siguiente hice lo mismo, pero esta vez estaba envuelta en las sábanas, así que dirigí mi atención a mi hermana Rosa, de 20 años, y aproveché para manosearla bajo el cobertor suavemente. Al sentir el calor de sus nalgas, devorando sus calzones, y recorrer con mis dedos su entrepierna hasta sentir su abultada panocha.
Así pasaban las noches, y yo esperando y explorando la intimidad de mis hermanas dormidas. Algo que tiempo después descubrí: las noches dándole rienda suelta a este delicioso festín, logré subir lentamente la apuesta: metiendo mis dedos, haciendo a un lado el elástico de los calzones, metiendo mis dedos suavemente, deslizándose en su intimidad, palpando directamente su cálida humedad, su sexo y su rugoso agujerito del culo, mientras ellas dormían.
Mi excitación me empujaba a seguir adelante cada noche, mis manoseos y dedadas a su panza y culo eran cada vez más atrevidos. Al ver que no reaccionaban, me atreví a más y más. Cada vez que una noche acariciaba a Sofía, mi excitación me hacía bajar lentamente sus bragas, dejando al descubierto sus nalgas. Mis dedos se deslizaban suavemente entre ellas hasta topar con su panocha húmeda. Me fui acercando lentamente colocando mi pene entre sus nalgas, apuntando a su culo caliente, moviéndolo hacia dentro y hacia fuera. La penetré analmente solo unos segundos, hasta que me vine en un par de minutos dejando mi semen entre sus nalgas y su culito.
Al día siguiente, estaba esperando su reacción y sus reclamos, pero Sofi se comportó como si nada hubiera pasado.
Deje pasar un par de noches y volví a mis andanzas nocturnas: bajé sus calzones y disfruté de su culo y sus nalgas durante tres noches seguidas. Después volvió a cambiar de posición, enrollada en las sábanas, y volví a dirigir mi atención hacia ella. Con Rosa, la mayor, igual que con Sofía, al ver que no reaccionaba, después de frotar mi pene por su vagina peluda y su culo bajo sus bragas, me acerqué, puse mi pene entre sus nalgas abiertas y bombeé suavemente hasta que, en un par de minutos, también me vine en su culo y la entrada de su vagina.
Así repetí varias noches, prácticamente disfrutando de sus nalgas durante dos meses, hasta que una noche estábamos los tres en la cama cuando Rosa encendió la luz y Sofía también se incorporó. Yo no sabía qué estaba pasando hasta que Rosa habló y me enfrentaron las dos, aparentemente molestas por lo que yo hacía en las noches.
Yo me sentía intimidado y avergonzado, pero de repente mis hermanas se echaron a reír. Yo seguía avergonzado y Rosa me dijo:
—No te espantes, baboso. Sofi y yo sabemos todo lo que nos haces cada noche, menos mal, pero no te espantes, tonto. Desde que empezaste a manosearnos, nos dimos cuenta. Solo que, fingiendo estar dormidas, dejamos ver hasta dónde te atreviste a llegar, jajaja, jajaja.
Las dos se soltaron a reír. Yo no sabía qué decir ni qué hacer. Después, Sofía habló y dijo:
—Ya cálmate, baboso. No te Preocupate, Rosa y yo ya lo hablamos y vamos a dejar que sigas con tus cochinadas, pero si quieres seguir adelante no se te ocurra meter tu pito en nuestra panocha, haz lo que quieras, pero nunca por la panocha.
No supe qué decir, así que les respondí que estaba de acuerdo.
Esa noche no dormí, me sentía abrumado y nervioso.
Dos noches después, Rosa me dijo:
—Ándale, ven a mi cama.
Yo no respondí y solo subí. Su cama estaba rosada, tenía los calzones abajo y solo comencé a dedearle la panocha y el culo, viéndome entre sus nalgas en un par de minutos. Después me dormí un rato.
Después, Sofi me hizo subir a su cama. Se bajó los calzones y yo no dije nada, también estaba dedeando su panocha peluda y culo. Apuntando mi pene en su culo, bombeando suavemente sin penetrarla analmente, me corrí entre sus nalgas y culo.
Así lo repetíamos cada noche hasta que, llevados por la excitación, comenzamos a hacerlo de día, tarde y noche. Meses después, logramos hacer sexo oral y terminar con sexo anal con un poco de crema corporal, mientras los abuelos no estaban cerca.
Abiertamente, mientras ellos no miraban, yo manoseaba y sodomizaba a mis hermanas a placer y lo hacíamos. Lo hacíamos escondidos, sin exageración, pero cuando lo hacíamos cada noche en el cuarto se impregnaba el intenso olor a sexo, hasta el punto de que teníamos que abrir las ventanas para ventilar y evitar que los abuelos percibieran ese olor característico.
Así disfrutamos muchísimo tiempo dándole duro al sexo oral y anal. Mis hermanas aún tienen unas nalgas deliciosas.
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