La residencia de mis suegros no se podía esperar sexo
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Un fin de semana en la residencia de mis suegros transformó radicalmente lo que podíamos esperar del sexo. Desde siempre se habían portado bien conmigo, mucho mejor a veces que mi propia familia, contra lo que suele ocurrir. Mis suegros nos han dado un apoyo constante en todos los momentos de nuestra relación y creo que empecé a verlos como amigos casi desde el principio.
Estuviera o no con mi mujer, era frecuente que quedáramos a tomar unas cervezas de aperitivo. Mi suegro siempre ha sido un amante de los bares y de charlar delante de unas cañas. Y mi suegra me invitaba a comer a su casa cada dos por tres, aprovechando que mi trabajo quedaba cerca, estuviera o no su marido. En fin, lejos de portarse de forma posesiva frente al hombre que les había “quitado” a su única hija, me traspasaron todo el afecto que le tenían hasta hacerme sentir de verdad el tópico, tan poco habitual por otra parte, de ser como un hijo para ellos. Y eso que la diferencia de edad era grande. Mi mujer había nacido cuando casi habían perdido la esperanza de ser padres y, si bien es cierto que no habían buscado descendencia hasta no haber exprimido al máximo su relación de pareja, la llegada de la “niña”, con casi cuarenta años, les pilló un poco de sorpresa. De todos modos, su personalidad joven, vital y alegre impidió que fueran los “abuelos” de su hija y, como digo, cuando nos juntábamos parecíamos más dos parejas cómplices pese a la diferencia de edad que unos padres con su hija y yerno. Y sin duda, la más joven de los dos era mi suegra, Mariló, siempre dispuesta para una fiesta, para salir de fin de semana a dónde fuera, para quedarnos hasta las tantas charlando de mil cosas, pues todo le resulta de interés. Un carácter que a mí me ha encantado desde siempre y que acompañaba con una apariencia física también joven y dinámica. Mucho más que mi suegro, José, al que los achaques le habían ido saliendo como hongos desde los cincuenta años.
Los dos se lo tomaban a risa, pero llegó un momento en el que ambos se dieron cuenta de la necesidad de ser atendidos por otras personas para poder vivir con comodidad. Generosamente, no aceptaron nuestra oferta de venirse a vivir con nosotros. Ellos siempre han sido muy independientes y querían que nosotros también lo fuéramos. Así que decidieron entrar en una residencia de ancianos de muy buen nivel a unos ochenta kilómetros de la ciudad en la que nosotros vivimos. Lo suficientemente cerca para poder visitarlos cuando quisiéramos y lo suficientemente lejos para que no nos sintiéramos obligados a hacerlo todos los días. Así lo hacíamos. Ibamos cuando queríamos y pasábamos el día con ellos o, si se nos hacía tarde, pasábamos la noche en algún hotel de cualquier pueblo cercano. La mayoría de las veces íbamos los dos, pero si el trabajo nos lo impedía, íbamos cada uno por nuestra cuenta, pues yo seguía considerando su amistad, la compañía de esa pareja siempre enamorada, como un verdadero lujo. Fue esta pasada primavera cuando me di cuenta de que las cosas entre ellos no marchaban tan perfectas como yo creía.
Era un martes por la tarde y había tenido una reunión relativamente cerca de la Residencia que había terminado antes de lo previsto, así que decidí acercarme. Entré en su edificio, saludando a todo el mundo, ya conocido, y con una sonrisa le pedí al conserje que no les avisara porque quería darles una sorpresa. Llegué a la puerta de su habitación y cuando estaba a punto de llamar escuché a mi suegra pegando gritos. Mierda, están discutiendo, vaya momento para dar una sorpresita, pensé extrañado, pues en estos cinco años de casados, pocas veces les había descubierto el más mínimo enfrentamiento. Quizás por lo inesperado, presté atención a sus palabras; de qué podría estar discutiendo esta pareja feliz,… “¡¡Eres un cabrón!!” Esa era mi suegra. “¡¡Egoista hijo de puta!!” No es que nunca la hubiera escuchado un taco, pero siempre con gracia. Aquello debía de ser muy fuerte para llevarla a un límite así.
“Toda la semana esperando y ahora me sales con que hoy no puedes, que ya te has corrido, que ya se que después de correrte no se te levanta, que si quiero con la lengua y los dedos. Pero qué hijo de puta. Con los dedos ya me lo hago yo todos los días; lo que quiero es una polla, una polla y bien dura, entiendes? O crees que todo lo que me aguanto las ganas es porque quiero,…” A estas alturas, apenas daba crédito a lo que oía. Aproveché la apertura de la puerta para colarme dentro en silencio. Su habitación era como una suite y tenía un pequeño hall de entrada que estaba a oscuras y desde el que podría satisfacer mi curiosidad, excitada al máximo por el tono de la conversación que me llegaba. Todavía sin acostumbrarme a la penumbra distinguí la figura de mi suegro, sentado en la cama, con la cabeza gacha y desnudo de cintura para abajo. Mi suegra, de pie enfrente de él, vestía una bata corta, de verano, completamente desabotonada, dejando ver de vez en cuando sus tetas dentro de un gran sujetador de color negro. “Y encima me dices que no te has podido resistir. Con esa puta del baño geriátrico. Qué cabronazo, pero si no has dejado de buscarle las vueltas desde que llegamos. ¿Y ahora qué, eh? Mírate la polla, inútil, no me sirve ni para rascarme el coño. Y lo tengo ardiendo ¿te enteras? Hoy nos tocaba, llevo pensando en ello desde que me he despertado. Bastante que apenas se te levanta una vez a la semana y ahora vas y le regalas tu corrida a una putita que sólo te ha hecho una paja para divertirse, que es lo que hace con todos los inútiles de este sitio. Pues si te crees que me voy a conformar con una comida de coño o con una paja lo llevas claro. A éste hay que darle lo suyo”. Ahí se abrió la bata y aparentemente le enseñaba el coño a su marido lo que me hizo suponer que no llevaba bragas, pero desde mi posición no podía estar seguro. “Te lo juro, hoy voy a follar con el primero que se me ponga a tiro. No me contestes. Sólo tengo que ver esa mierda de pollita floja para convencerme más. Me voy y te garantizo que cuando vuelva voy a tener el chocho lleno de leche, te guste o no”. Mi suegra empezó a abotonarse la bata y entendí que iba a salir de la habitación, así que me deslicé silenciosamente hacia el pasillo y me escondí tras la esquina para que no me viera ni sospechara que había sido testigo indiscreto de su discusión. Como lo había supuesto, mi suegra salió muy decidida hacia la cafetería de la Residencia, al otro lado de la planta y entonces decidí entrar en la habitación para saber algo más de lo ocurrido.
Podría haberme marchado, pero pensé que al conserje le extrañaría y podría comentárselo a mis suegros. Y además, quería saber más. Ver a mi suegra tan caliente, pidiendo una polla a gritos, me había calentado a mí también. Ella, como mi mujer, siempre han sido muy abiertas y tolerantes con los temas sexuales. Desde el principio, mis suegros aceptaron que mi mujer y yo mantuviéramos relaciones sexuales sin estar casados todavía, e incluso nos gastaban bromas cuando salíamos de la habitación con la ropa arrugada y sudorosos, sobre si nos dolía algo, por los gritos que habían escuchado. Alguna que otra vez, mi suegra me palmeaba el culo y me decía que me guardara algo para más adelante o que su hija había tenido mucha suerte, mientras me miraba el paquete. Sus ojos brillaban mientras me gastaba bromas de doble sentido y yo siempre supuse que entre madre e hija habían conversado más de una vez sobre nuestra vida sexual. Un día que habíamos tomado más copas de las normales y que mi suegro se había ido a dormir, las dos acabaron por confesarme que se lo contaban todo.
“La primera vez que os acostasteis, me dijo mi suegra, Lola volvió a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Me dijo que tu polla le había llenado de tal manera que no creía que su coño pudiera dar más de sí”. Escuchar a mi suegra hablar de mi rabo, mientras su hija se reía medio borracha me lo puso duro al máximo. Y aún más cuando la hija me bajó el pantalón y los calzoncillos de un tirón. “Mira, mamá, no te mentía, verdad que no has visto una polla así en tu vida”. Mi suegra se relamía y sonreía con sorna, pero no podía evitar abrir y cerrar los muslos con nerviosismo y meterse la mano entre ellos para calmar su temperatura interna. “¿Y dices que ahora está a tope?” le preguntó con malicia a su hija. Mi mujer entendió por donde iban los tiros. “Eso sólo hay una manera de comprobarlo ¿no, mamá?” Y acto seguido empezó a meneármela muy lentamente, apuntando con la cabeza de mi polla hacia donde estaba su madre, que seguía el movimiento de sube y baja con la mayor atención posible. Desde luego, si no estaba al máximo, no me debía de faltar mucho. Pero mi mujer continuó, tal y como me temía. “Y ahora, la prueba final, mamá”. Esto último casi no se le entendió porque ya estaba de rodillas con mi polla dentro de la boca.
Mirando a los ojos de mi suegra, sentí la boca de mi mujer calentándome el rabo hasta la base de los huevos. Llenándomelo de saliva, aspirando como si quisiera sacarme toda el semen de una sola chupada. Allí arrodillada, con la cabeza enterrada en mi vientre y mientras yo empezaba a follármela por la boca, ella no podía ver nada de lo que su madre y yo hacíamos.
Mejor, de lo que hacía su madre, porque yo sólo me dejaba mamar y tenía los ojos muy abiertos para contemplar cómo mi suegra se subía la falda un poco, abría las piernas y se apartaba las bragas para enseñarme un chocho peludo y de labios prominentes. Lo abrió con sus dedos y pude ver que le brillaba de flujo, confirmándome su cachondez. Pronto se empezó a meter dedos uno a uno, hasta que casi le cupo la mano entera. La visión de aquella mujer, maciza y cincuentona, con las tetas asomándole por el escote de la blusa y frotándose el coño como una perra en celo me puso en seguida al borde del orgasmo. Cada vez le follaba la boca a mi mujer con más ímpetu.
En silencio, vocalicé una palabra “puta” y sonreí a mi suegra que asintió con la cabeza sin dejar de pajearse. Ahí no pude aguantar más. “Me corro, cariño, tómala toda”. Mi mujer recibió la descarga con el hambre de siempre. Si por ella fuera, se lavaría los dientes con mi semen. Con toda la boca pegajosa, se volvió a su madre y terminó de relamerse, entre risas, mientras veía a su madre llegar a un ruidoso orgasmo, espatarrada sobre la silla del salón. La imagen se me quedó grabada; las bragas por los tobillos, la raja abierta y los muslos temblando. Al día siguiente nadie comentó nada, a mi suegro nunca se lo contaron y creo que un velo de vergüenza ocultó lo que había ocurrido aquella tarde, pero desde entonces, entre mi suegra, mi mujer y yo quedó establecida una complicidad que se dejaba notar en cualquier situación.
Entré en la habitación sin llamar. Mi suegro seguía sentado y cabizbajo en el pie de la cama, en la misma posición que lo había dejado antes. Me aclaré la garganta sonoramente para que advirtiera mi llegada desde el hall de entrada y saludé en voz alta con un disimulado tono alegre. “¡Hola, José, Mariló! ¿Se puede? ¡Hombre, suegro, perdona! Es que la puerta estaba abierta y por eso he pasado sin llamar, pero no esperaba verte en bolas”. Mi suegro había alzado la vista, pero estaba tan abatido después de la que le había caído que ni siquiera mostró un atisbo de inquietud porque le viera su disminuido sexo. “Me salgo para que te vistas”. Me interrumpió. “No es necesario, entre hombres da igual. Pasa y ponte cómodo, que yo ya me pongo los pantalones”. Mientras se vestía, le miré con más detenimiento su polla. No era tan enana como me habían hecho pensar las quejas de mi suegra. Flácida, sí, pero de buen tamaño, al igual que sus pelotas, cubiertas de vello gris. Y el resto del cuerpo no desmerecía, sin exceso de peso, con un fantástico aspecto para sus 65 años. Claro que, de nada le había valido esta tarde si, por lo oído, no sería capaz de empalmarse hasta dentro de una semana. Te noto jodido “¿Qué te ha pasado, algún problema, te puedo ayudar en algo?” Pregunté como recién salido del limbo.
“A mí me lo puedes contar ¿Qué pasa, has discutido con Mariló o qué?”.
Estaba claro que necesitaba desahogarse, porque a mi pregunta respondió con un suspiro profundo y empezó a contarme, aunque más para oirse en voz alta que para que yo saciara mi curiosidad. “Tu suegra no lo entiende, joder. Todo el puto día rodeado de viejas como nosotros y llega una enfermera jovencita, con minifalda, que es amable, cariñosa, sonriente, que no te trata como a un desahuciado, sino como a un hombre,… qué cojones, que ya está bien de hablar de achaques y de recuerdos, hostia y encima es la que te lava, qué esperaba que hiciera, rechazar a una chavala de treinta años. Además, que lo único que hice fue dejarme frotar. Ya me lo decía ella. A ver, vamos a lavar bien ese culito. Y ahora dese la vuelta, Don José, que no hay que dejar nada sin restregar. Bueno, qué tenemos aquí, qué pasa, Don José, pensando en cositas, se reía y se agachaba un poco, dejándome ver sus tetas. Lo noto tenso ¿Quiere usted que el baño de hoy le deje relajadito, eh, muy relajadito? Espere que me voy a poner cómoda, y va y se quita la bata y se queda en tetas y braguitas de esas que llevan hoy las chicas, que no tapan nada, joder, que se le metía entre los labios del coño, la muy… total, que cierro los ojos y me dejo, ya lo creo que me dejé. Digo, José, hoy toca follar con Mariló, pero bueno, no hay nada malo en que esta chica me caliente, lo mismo hasta viene bien y se me pone más dura luego. Así que me dejo frotar, dentro del agua tibia, calentito, ufff, qué gusto, pero la tía no para de hablar y me empieza a poner muy caliente. Uy, esta pollita la guerra que habrá dado, con lo tiesa que se está poniendo ahora, seguro que hasta hace poco daba placer al primer coñito calentito que se le ponía por delante, vamos, la envidia de cualquier niñato, una polla así, y con la experiencia que debe de tener usted, verdad, Don José, y yo no hacía otra cosa que dejarme frotar, ya te digo, pero abrí los ojos y la vi ahí, arrodillada, con las tetas preciosas, levantaditas, joder hace que no veía unas tetas así a un metro de mi cara, años, con esa cara de putita, con la lengua medio salida, como queriendo chupar y la mano subiendo y bajando la piel de mi rabo. Venga, Don José, no se corte, déjeme ver cómo le salta esa lechecita de sus huevos, échemelo todo en las tetitas, quiere. No pude aguantar más, me lo estaba pidiendo, hostia, ni me acordé de Mariló hasta que no empecé a correrme y a salpicarle las tetas mientras ella me estrujaba bien la polla con una mano y con la otra se extendía mi lefa por el pecho”.
“Me quedé sin respiración, como te lo cuento. La paja me había sabido a gloria, casi mejor que el polvo que le echo cada semana a Mariló ¿Sabes? Me dije, qué mierda, por una semana que no follemos no pasa nada ¿no? Me hubiera quedado dormido en el baño, pero entonces la enfermera se puso la bata y me dijo que me saliera, no fuera a pillar un resfriado y que si quería dormir, mejor en la habitación, que estaría más cómodo. Pero cuando Mariló ha venido y me ha encontrado aquí, medio dormido, ha intentado ponérmela dura y, claro, nada de nada. Yo ya no soy el que era, eso lo tengo claro. Y cuando ha visto que ni sus manos ni su boca me la ponían a tono, no veas cómo se ha puesto. Se lo he contado todo, para que no pensara que ya no me gusta y ha sido peor el remedio. Me ha echado la caballería y se ha marchado hace un minuto, más rabiosa que una loba, gritando que se va a follar al primero que pase. Pues por mí, como si se la folla la Legión entera. A estas alturas, no puede pretender compararse con una chica que podría ser su hija”.
Ya estaba más calmado, pero seguía con ganas de hablar, así que me puso al corriente de todo lo que se cocía en el interior de aquella Residencia tan elegante. Por lo visto, aquella paja que le había hecho la enfermera del baño no era lo más fuerte que ocurría. Me habló de cómo eran otros compañeros suyos los que le habían contado que la enfermerita no dejaba pasar la oportunidad de untarse con la leche de los viejitos, a veces, incluso de dos en dos o de tres en tres. Se armaban verdaderas colas para el baño y todos salían muy relajados y con una sonrisa que había hecho entrar en sospechas a las “chicas”. El sexo, aparentemente fuera de la cabeza de los residentes, por su edad, era el pan nuestro de cada día y de cada noche. Los bailes de los viernes se convertían en un verdadero “baile” de habitaciones en las que se daba rienda suelta a todas las pasiones. Tríos, orgías, homosexualidad de uno y otro bando, pajas colectivas viendo la porno del plus en algún cuarto,… a medida que me contaba, no podía evitar que la polla se me fuera poniendo cada vez más dura, lo que mi suegro notó. “Una como esa es lo que le vendría bien a Mariló ahora”. De pronto se paró y se quedó pensativo. “¿A ti, Mariló no te desagrada, verdad?”, me soltó a bocajarro. La pregunta me pilló por sorpresa pero, aunque estuve unos segundos en silencio, mi cara mostraba que la idea se me había pasado por la cabeza, desde luego. ¿Tú me harías un favor?. Nunca lo hubiera imaginado, mi suegro me había dejado helado y, al mismo tiempo, muy caliente. “Mira, yo convenzo a Mariló para que vuelva a la habitación, yo qué se, le digo que aunque no se lo crea tengo ganas de follar. Tan caliente como va, no creo que se resista, y cuando la tenga desnuda y con las patas abiertas, tú te la follas. ¿Qué me dices?”.
Estaba alucinado. Mi propio suegro me pedía que le hiciera el favor de follarme a su mujer, que le pusiera los cuernos a su propia hija con su madre. Era más de lo que podría haber imaginado nunca. Continúo, como si me hubiera leído el pensamiento. “Mira, por mí no te preocupes. Mariló y yo ya nos hemos dado todo lo que hemos podido y ahora ya no estoy para muchos trotes, pero me gustaría que ella fuera lo más feliz que pueda. Además, se que a ella le gustas. Me contó el día que mi hija te la chupó en su presencia (ahí me quedé de piedra, y yo que creía que era un secreto absoluto) y lo caliente que se había puesto. Desde entonces, no para de pensar en tu polla, incluso alguna vez, mientras follamos, me cuenta lo que haría contigo para correrse más a gusto”. Pero,… balbuceé,… “¿y tu hija?”. “Tranquilo, contestó, que ella no va a saber nada y aunque lo supiera, ya sabes tú que es tan caliente como su madre y mientras quede en casa, no creo que proteste mucho. Ella y su madre siempre se han llevado bien. Venga, te animas? No te creas, que Mariló, pese a los años, es una zorra de mucho cuidado. Tiene un coño grande y jugoso y nadie la mama como ella, te lo aseguro”. “¿Y tú qué harás mientras?” Aún no me atrevía a aceptarlo, pero mi polla lo hacía por mí desde hacía un rato. “Pués prepararla y hablarla como si fuera yo el que me la estuviera follando. Para qué darle explicaciones, si ella lo único que quiere es que le den su ración semanal de polla. Venga, espérame aquí, tras las cortinas de la terraza y no te muevas hasta que yo te diga”. Y salió, sin dejarme preguntarle nada más. Los siguientes segundos me quedé ahí parado, sin que lograra creerme del todo aquella propuesta alucinante. Tan pronto creía que se trataba de una broma que me iban a gastar entre los dos como pensaba en salir por piernas, pero la idea de follarme a esa mujer que había visto correrse hacía tantos años, y sobre todo, que era la madre de mi mujer me decidió a arriesgarme. Justo cuando me escondí tras la cortina, escuché a mi suegro cómo hablaba en voz alta desde la entrada del cuarto.
“Créeme, cariño, no te arrepentirás. Se que puedo darte lo que necesitas”. Mi suegra le contestó irónicamente. Se le notaba el enfado reciente. “Ya se lo que me vas a dar tú. Mucha lengua y mucho dedo y ya. Pero no me importa, después de que me comas el coño voy a seguir buscando una buena polla que me folle. Ahora que si quieres pedirme perdón con una buena lamida no te voy a despreciar”. La habitación seguía en penumbra, por lo que sólo podía oirlos. Por suerte, mi suegro iba “transmitiéndome” la evolución de la jugada y mi suegra es una ruidosa a la que le encanta hablar mientras folla. “Mmmm, qué rico hueles; hueles a puta caliente”. “Eso me gusta, bésame en el cuello y en las tetas, me estás calentando. Eso sí que lo sabes hacer, cabrón”. “¿Cómo está ese chochito?”. “Ya lo ves, hijo de puta, chorreando ¿Quieres comértelo como un perrito? MMMffffff”.
“Túmbate así,… eso es,… ábrete bien de piernas, eso, enséñame lo grande que tienes el coño. Te lo voy a encharcar”. “Ahhhh, sí, cómetelo, no pares, eso es, cómeme el coño, aprieta fuerte y fóllame con la lengua,… sssssíiii”. Los ruidos de la comida de coño que estaba haciendo mi suegro me estaban poniendo a mil.
“Mmmm, qué haces, cabrón, no pares ahora ¿por qué paras?”. “Calla, putón que te va a gustar. A ver levanta un poco la cabeza. Eso, déjame que lo ate bien, así,…”. “¿Pero para qué coño me estás vendando los ojos?”
“Tú déjame a mí, verás cómo disfrutas,…”. “Mucha fantasía y muy poco rabo, eso es lo que tienes,… ahhhhhh, pero qué bien comes el coño,… sigue, sigue ahora,…”. “mmmfffff, ssslssssrrpppp”. “Aaaahhhh, estoy a punto, cómo necesito una polla, por dios, quiero que me follen, cabrón,… aaaaffff”. “Vas a tener lo que quieres, zorra. ¿Te creías que te ibas a quedar sin polla, eh? Pues vas a ver.
Ahí entendí que era mi turno de entrada. Salí de detrás de la cortina y la imagen que tuve ante mis ojos casi me hizo correrme en el sitio. Mi suegra tenía su raja abierta y ofrecida como un higo peludo y enorme, por el que desaparecían tres dedos de su mano. La otra mano, en las tetas, pellizcándose los pezones enormes. La boca abierta y gimoteando. Y mi suegro, con la boca brillantosa de flujo, me hacía señas para que me acercara y me desnudara sin dejar de frotarle el clítoris con la mano libre. Me quité los pantalones lo más silenciosamente que pude. Mi polla estaba como un hierro. Si siempre ha sido de buen tamaño, ahora estaba que reventaba, con la piel estirada y doblando hacia la izquierda. José se apartó hacia un lado y dejó de frotar la pipa de su mujer para hacerme sitio. Tal y como estábamos sólo tuve que agacharme un poco y dejar que mi polla fuera absorbida por aquel canal empapado y caliente. Entré como en mantequilla fundida. Por dentro, aquel coño era como una boca carnosa que se adaptaba a mi polla como una esponja tibia.
“Ahhhhhh”, mi suegra dio un grito de sorpresa cuando se la empecé a clavar. Yo me quedé a medio penetrarla, pero mi suegro me animó a que se la clavara hasta el fondo, mientras comenzaba a hablarle, tal y como habíamos quedado. “Esto es lo que querías ¿verdad, zorra? ¿No pedías polla? Pues toma polla. Te voy a reventar ese chochazo de puta en celo”. “Ahhhh, ssssíiiiii, joder, joder, dios, uffffff, ummmmmfffff, dámela, dámela, es la hostia, cómo me estás follando, cómo,… me,… aaaaagggghhhhh”. Empezó a convulsionarse, a moverse como una epiléptica. Las tetas, caídas por los lados, le temblaban, el vientre blando le bailaba, verla correrse era un espectáculo, al que por fin asistía en primera fila, con la polla sin dejar de entrarle hasta los huevos. “MMmmm, sigue,… nnnooo, para, para, me matas, me matas”.
Mi suegro también parecía disfrutarlo, pues le decía todo tipo de burradas sin dejar de sonreir. “Eres la más puta de todas, te voy a prestar a todos los viejos para que te restrieguen la polla y se corran en tu chocho. Te voy a convertir en la puta de esta residencia y vas a estar abierta de patas día y noche, toma, toma, ábrete bien, joder, trágatela toda, hasta los huevos,… mójame bien los huevos con tu corrida, perra,…”. Las palabras de mi suegro me acompañaban en el ritmo de la follada, pero entre la calentura de aquella mujer que no paraba de correrse y lo que le decía José, yo noté que estaba a punto de vaciarme, en el coño del que habia nacido mi mujer. Joder, era tan fuerte, que el morbo estaba acabando con mi resistencia. Le hice señas a José de que me iba, que se me salía la leche. El movió la cabeza de arriba abajo, entendiendo y animándome, mientras seguía fingiendo con su mujer que era él el que se la estaba follando. “Te la voy a dar toda, hija de puta, te voy a echar mi lefa ya, tómala, tómalaaaaahhhhh,…” Yo me estaba corriendo vivo en aquel chocho que no dejaba de palpitar. “Eso es”, seguía diciendo mi suegro, “me estoy corriendo, sácamela toda, escúrreme la polla, así, así, así”. Eran mis últimos empujones y mi suegra los recibió con más ganas que antes. “Sí, dámelo. Fóllame a gusto, córrete en mi coño de puta, dame, dame, ssssíiíííi, me sigo corriendo, cabrónnnn”. Volví a notar en la polla cómo de nuevo se estremecía aquella vagina hambrienta y seguí empujando. Me había corrido, pero no se me aflojaba. Era como si no pudiera parar de mover los riñones y seguir follándome a mi suegra. Y desde luego, a ella no le importaba. Su coño palpitaba como una pequeña boca que tragaba y escupía una pastosa mezcla de semen y flujo al mismo tiempo. A mi suegro no se le acababa la literatura, cada vez más entusiasmado. “Cómo te chorrea el coño. ¿Todavía quieres más? Serás puta. Qué digo, ni una puta se abre tanto por una polla. Eso es, muévete. Cómo te gusta, eh? Seguro que ahora te follarías cualquier rabo que se te pusiera a tiro”. “Sí, sííííií”, gritaba mi suegra entrecortadamente. “¿A quién te follarías, zorra? ¿Al conserje? ¿A ese guarro que se mata a pajas por las noches? ¿Te pondrías a cuatro patas bajo la mesa y te beberías su leche?”. “Sigue, sigue, me estás volviendo… diosssss”. Yo seguía follándomela, pero ahora, sin dejar de alucinar por las palabras de mi suegro. Ya no sabía si ella quería que siguiera empujando yo o que siguiera hablando él, pero imaginarme a mi suegra haciendo lo que le decía José, me estaba poniendo fuera de mí. “¿Al médico jefe también, verdad? ¿Qué te crees, que no he visto como vuelves con las bragas mojadas cada vez que hay revisión? Seguro que le enseñas las tetas en cuanto entras. ¿Se la has chupado ya o sólo te pajeas pensando en su polla? ¿Y a tu yerno? A ése le tienes ganas, verdad putita…”. “Sí, sí, a Julián, cómo me gustaría su polla ahora, me la comería entera, me corrooo de pensarlo, me corrooo, joder, joder, joder,…”
Me pilló de sorpresa. Mientras mi suegra empezaba a correrse de nuevo, él le quitó la venda de los ojos mientras continuaba. “Pues sácale la leche de los huevos. Fóllatelo. Eres la puta más caliente. Te estás follando al marido de tu hija. Tienes su polla clavada hasta los huevos en el chocho”. Mi suegra abrió los ojos y la boca y se quedó callada, sin saber cómo reaccionar. Mi polla estaba clavada entre sus piernas y no podía negar que su coño estaba rezumando jugos como una fuente. Intentó decir algo, pero en cuanto empezó a balbucear no me pude contener y le solté mis chorros bien dentro de su vagina caldosa. “Toma, toma, toma,… “ahora era yo el que hablaba. “Toma mi leche, Mariló, tómala toda, mira cómo me corro en tu raja. Mira cómo me corro, hostias, me corro en tu coño ¿lo notas?”. Ella volvió a sus gemidos, ahora con los ojos muy abiertos, mientras yo me vaciaba por completo. Al terminar nos quedamos quietos. Ahora nadie hablaba. Mi polla se fue saliendo, ya floja, empujada por las palpitaciones de aquel chocho carnoso y encharcado. Mi suegra lloraba y yo sentí una mezcla de vergüenza y lástima. Seguro que estaba pensando en su hija. Su calentura la había llevado a un límite al que no creía poder llegar nunca. O eso pensaba yo. “Tranquila, Mariló, perdona, tranquila, no llores, te prometo que no lo volveré a hacer”. Entonces ella se enjugó las lágrimas, me sonrió y me dejó de piedra cuando me soltó: “Si no lo vuelves a hacer, te juro que te la corto. Déjame que te la limpie”. Y sin darme tiempo a reaccionar, se inclinó, se la metió en la boca y empezó a chuparla con un cariño inmenso, mientras mi suegro se agachaba también y comenzaba a sorberle todo lo que salía de su enorme coño abierto de par en par. Durante un buen rato sólo se escucho el ruido de lamidas y sorbidas de los dos viejos. Hasta que, dejándome a un lado, se besaron con el amor que yo siempre les había conocido y se dedicaron las palabras más bellas mientras sus lenguas mezclaban los jugos del coño de ella y los de mi polla con sus salivas. “Te quiero, amor mío. Quiero que seas feliz”. “Me has hecho muy feliz. Sentía que eras tú el que me follaba”. “Yo también sentía lo mismo. Es tan bonito verte gozar”. Aún confundido, recogí mis ropas y me marché casi sin hacer ruido, decidido a no interrumpir su reconciliación. En el coche, de vuelta a casa, apenas daba crédito a lo ocurrido, y no hacía más que comerme la cabeza pensando si decírselo o no a mi mujer cuando llegara. Al fin y al cabo, eran sus padres.
Por suerte, la preocupación no me duró mucho.
Nada más abrir la puerta de mi casa, mi mujer salió a recibirme con una sonrisa espectacular. “Acabo de colgar con mi madre”, me dijo. Y al notar mi cara de circunstancias, continuó. “Espero que después de probar a la madre, ahora no te olvidarás de la hija”. Y me sonrió con una nueva cara que yo creía no haber visto nunca.
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