La mujer de los cinco hombres. Tremenda puta
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Lo que voy a contar ocurrió sin yo esperarlo aunque, hasta cierto punto, lo deseaba. Ante todo te diré que me llamo Ester, tengo 54 años, soy de estatura media, regordeta, mucho culo y con unas tetas que necesitan sujetadores a medida. En realidad se puede decir que soy como una bola. A mí me cansa cargar con todo ese peso pero a Celso, mi marido, le vuelve loco tanta carne y sobre todo, tanta mama. Celso tiene 60 años, es tan alto como yo, flaco y si la naturaleza me ha dotado de grandes pechos y exuberantes carnes, a él ha hecho lo mismo con su polla. En plena erección le mide 19 cm y es gorda como mi antebrazo, cosa que puedo afirmar que a mí me vuelva loca.
Desde que nos casamos y como no hemos tenido la suerte de tener hijos, en casa somos dos volcanes. Vamos siempre desnudos, nos sobamos y follamos allí donde nos apetece. Lo habíamos hecho todo menos darme por el culo ya que a mí me daba pánico que me metiera algo tan gordo en un agujero tan estrecho. Lo que ahora voy a contar ocurrió hace unos meses. Tenemos una casita en una población costera donde vamos todos los fines de semana y durante las vacaciones. A mi marido le gusta mucho pescar así que solemos invitar a amigos con las mismas aficiones. Eso es lo que hicimos, como digo, hace unos meses.
A las mujeres de esos amigos y a mí misma, la pesca no nos gusta nada por lo que ellas casi nunca vienen, aunque yo si tengo que estar, por ser mi casa y también para hacerles la comida. Esta vez fuimos mi marido y yo junto con José, de 47 años, un tipo bajo y gordo, muy simpático y alegre, de risa fácil y que parece una bola con su carne fofa rebotándole cuando se ríe. Sergio es alto y muy fuerte, tiene la misma edad que José y aunque parece muy serio, en realidad es agradable y muy buen conversador. Tomás es el más joven con sus 39 años, atractivo y simpático y el último es Lorenzo, el mayor de todos nosotros con sus 65 años, estatura media y muy callado.
Entre todos nosotros y con sus mujeres, existe una gran camaradería. Se puede decir que somos casi como hermanos ya que nos conocemos desde hace mucho tiempo. Con unos por ser del mismo pueblo, como Tomás, y con otros por haber estudiado en el mismo colegio. Llegamos a la casa y mientras ellos cogían sus pertrechos de pesca y se iban a la playa a por la barca, yo arreglé las camas para el fin de semana y preparé la comida. Como estaba segura de que no pescarían nada, como solía ocurrir, ya iba preparada. Al rato de estar rondado por la casa y debido a que, por el frío exterior, habíamos encendido la calefacción a tope, empecé a sudar.
Acostumbrada como estaba en ir en pelotas por casa, me desnudé pero dejé una bata al alcance de mi mano para cubrirme cuando les oyera llegar. En las anteriores ocasiones en que estos amigos estaban con nosotros, yo nunca me había despelotado así que, mientras preparaba la comida, teniendo mucho cuidado en no quemarme las gordas domingas que bailaban a cada uno de mis movimientos como dos alforjas que llevara colgadas del cuello, empecé a pensar en que ocurriría si no les oyera llegar y me sorprendieran tal y como estaba en aquellos momentos. Mil cosas pasaron por mi mente, desde que me violaban hasta que pasaban completamente de mí. Imaginé sus pollas metidas en mi cuerpo, me vi chupándolas y tragándome su leche e incluso, que todos ellos me daban, al fin y sin yo quererlo, por el culo.
El resultado final de todo eso fue que me puse cachonda como una perra en celo. Miré a mi alrededor. En el frutero, entre otras frutas, yo había puesto unos hermosos plátanos. No era la primera vez que me masturbaba con uno de ellos. También mi marido me los había metido en el coño. Animada y excitada, cogí el más gordo. Me senté en la silla de la cocina y muy abierta de piernas, me entretuve un rato en pasar la punta del fruto por toda mi raja, ya chorreante. Luego empujé y me lo fui introduciendo hasta que me llenó el coño por completo. Bien espatarrada empecé a follarme lentamente. El placer iba llenándome el cuerpo. Sin parar de mover mi mano, con la otra me sobaba las mamas y me pellizcaba los pezones, largos y duros a reventar.
Empecé a suspirar, notando que el orgasmo comenzaba a aparecer. En este justo instante oí las voces de los hombres en el portal. Aceleré el movimiento pero sus pasos en la escalera me indicaron que no tenía tiempo. Me saqué rápidamente el plátano del coño, lo tiré sobre la mesa y agarré la bata poniéndomela a toda prisa. Justo cuando pasaba el otro brazo por la manga, aparecieron en la puerta de la cocina Sergio y Lorenzo. Pudieron verme perfectamente, sin traba alguna, mis gordas tetas y el peludo coño. Me giré y me sujeté el cinturón mientras notaba como los colores me subían a la cara. Los dos amigos, ya dentro de la cocina y como si no hubiera pasado nada, dejaron sobre la mesa dos pescados.
– Son los únicos que hemos cogido – dijo Lorenzo.
Su media sonrisa, quizá muy inocente, me hizo pensar que no contaba con mi almeja, que acaba de ver perfectamente. Entonces entraron Celso y José.
– ¿Por qué no vais a ducharos y preparar el aperitivo? – les dije.
Salieron todos menos mi marido el cual, acercándose a mí por la espalda, deslizó sus manos por el interior de mi bata y al tocar mi cuerpo desnudo, me dijo sonriendo:
– Eres una golfa y una calentorra, pero me gusta que seas así.
– Me estaba masturbando cuando os oí llegar – le confesé – Pero me lo habéis cortado, así que está noche me tendrás hecha un volcán.
– ¡Pero si estás chorreando, mi vida! – exclamó bajando la mano y tocándome el coño – ¿Podrás esperar hasta la noche?
Le di un beso y empujándolo, lo saqué de la cocina. Una hora después, aproximadamente, estaban todos abajo. Cuando me llamaron para decirme que el aperitivo estaba listo, bajé tal y como estaba, con la bata.
– Perdonarme que venga así – les dije – pero tengo mucho calor.
Ellos también iban ligeros de ropa. Celso y Sergio con camiseta y pantalones. Sergio luciendo su musculatura. José con camisa y shorts, mostrando las gordas morcillas que tiene por piernas, Tomás y Lorenzo también con shorts pero con el torso desnudo. Parecía que estuviéramos en pleno verano. Tomamos el aperitivo, ellos de pie y yo sentada en el sofá. Me sentía muy cachonda. El coño me picaba y me dolían los pezones. Entonces mi marido comentó lo de los pescados diciéndome:
– No son muy grandes, la verdad, pero son los únicos que hemos visto.
Sergio miró a Lorenzo, luego los dos me miraron y el primero dijo:
– Nosotros hemos visto algo muy hermoso… pero se nos ha escapado.
De nuevo sentí los colores subirme a la cara al mismo tiempo que de mi coño manaba una nueva descarga de licores. En mi vida había estado tan caliente. Disimuladamente me removí en el asiento. Había dejado mi copa encima de la mesita baja, frente a mí. Me incliné para cogerla y eché un trago. Entonces me di cuenta de que todos me miraban.
– Se te ve una teta, cariño – dijo mi esposo sonriendo.
Bajé la mirada y efectivamente, cuando me incliné para coger la copa y debido al peso de mis mamas, la bata había bajado y, entreabriéndose, dejó una de ellas totalmente al aire. Permanecí quieta. Las miradas de tantos hombres me ponían a cien, más de lo que ya estaba. Al final y mientras me desabrochaba el cinturón y me sacaba la bata, les dije:
– No puedo más, me habéis cortado el orgasmo, Sergio y Lorenzo me han visto las mamas y el conejo y ahora todos la teta… No puedo más, me quema el coño, necesito que me folle alguien y si no lo haces tú, Celso, dale permiso a alguno para que lo haga.
– Todos tienen mi permiso, querida – contestó mi marido sin perder la sonrisa – Ya hemos hablado de ello y esperaba pedírtelo por la noche pero ya que las cosas se han precipitado…
El morbo que yo sentía era impresionante. Desnuda por completo ante cinco hombres que me miraban, devorándome con la vista y que ya se iban sacando la ropa con el permiso de mi marido. Los cinco se me acercaron. Tenían las pollas tiesas. Me sentí como una tigresa, orgullosa de despertar su deseo. Jamás en mi vida había sentido tanta alegría. Miré aquellas vergas. La de Lorenzo era enorme, 23 ó 24 cm. Sergio la tenía de una medida cercana a los 19 cm, igual que la de José y la más pequeña la de Tomás, con unos 16, pero muy gorda. Cogí la de Sergio y la de Lorenzo. Estaban muy duras y calientes. Se las pajeé lentamente mientras José me metía la suya en la boca. La chupé con ganas al tiempo que mi marido, de rodillas entre ellos, me cogía las ubres, me las prensaba y chupaba los pezones.
Así me corrí por primera vez. Me corrí sin tocarme el coño para nada. Nunca me había ocurrido. Mi placer fue tan grande que empecé a mamar la verga de José con tantas ganas que el hombre, sin poder aguantar ni resistirlo, descargó en mi garganta haciéndome tragar, por primera vez en mi vida, la esperma de un hombre que no era el mío. Cuando José me la sacó, arrugada, de la boca, entre todos me pusieron de bruces sobre un brazo del sofá, dejándome el culo en pompa. Unas fuertes manos separaron mis nalgas para dejar a la vista la raja de mi coño y en el acto algo muy grueso empezó a dilatarme los labios lentamente. Sólo podía ser la polla de Lorenzo. Giré la cabeza y, efectivamente, era él. Agarrándome bien por las caderas, no paraba de empujar para meterme aquel torpedo en el cuerpo.
Me hacía daño y grité pero no pude seguir ya que Sergio me taponó la boca con su verga. Supe que toda aquella estaca estaba ya dentro de mí cuando los cojones del amigo chocaron contra mi carne. Entonces quedó unos segundos quieto para empezar a follarme. Cada golpe suyo mandaba la polla de Sergio a mi campanilla. Tuve varias arcadas pero no podía hacer nada para evitarlas. Justo cuando Sergio eyaculaba con una fuerza increíble en mi boca, tuve un brutal orgasmo con la de Lorenzo tan metida. Aún me estaba agitando por el intenso placer recibido y tragaba el semen de Sergio cuando, sin que Lorenzo dejara de follarme, una lengua empezó, por debajo de mi vientre, a lamerme el trozo de coño que quedaba libre del pollón. Empalmé otro orgasmo al instante y un tercero cuando un torrente de leche ardiendo salió de la polla de Lorenzo y golpeó mis entrañas.
Quedé derrotada sobre el sofá, con el culo al aire y sintiendo como de mi coño bajaban ríos de leche. No tuve fuerzas cuando mi marido metió su verga en este charco que era mi conejo y empezó, a su vez, a follarme. Con todo eso a José se le había vuelto a poner dura así que me la metió de nuevo en la boca. Yo no tenía ni fuerzas para chupar pero los envites de Celso en mi coño se cuidaban de hacer deslizar mis labios por aquella verga. Así estábamos, follándome por la boca y el coño mientras dos de los otros amigos, me chupaban los pezones, cuando mi marido me la sacó y la apoyó en mi ano. Sacando fuerzas de flaqueza, intenté gritar para que no lo hiciera pero de mi boca, amordazada por la polla de José, solamente salió un gruñido. Un dolor intensísimo atravesó todo mi cuerpo cuando el glande de Celso se metió, entero, en mi culo. Luego fue entrando el resto.
Me dolía, incluso lloraba pero nada podía hacer para escapar. Entonces Lorenzo se apiadó de mí. Se colocó bajo mi vientre, como antes había estado José y empezó a comerme el coño. Si había pensado que ya no podría volver a correrme, me equivocaba por completo. Justo cuando Celso descargaba en mis entrañas, reventé en un placer tan grande que creí morirme y pude gritar porque, también en aquel momento, José volvía a llenarme la boca con su esperma. Al sacármela mi marido y sin darme descanso, Tomás me metió su polla en el encharcado coño y no paró de follarme hasta que otra descarga de leche me lo llenó por entero. Eran las cuatro de la tarde de un viernes. Había gozado con cinco hombres y aún teníamos dos días por delante.
Estuvimos, principalmente yo, descansando un buen rato. Luego me fui a duchar y sin que ninguno de nosotros se vistiera, ¿para qué?, empezamos a comer. Mientras lo hacíamos ellos no paraban de sobarme con cualquier excusa. Cuando de pie, les llenaba el plato, una mano me sobaba el coño, metiéndome incluso los dedos dentro, otra el culo y una tercera las tetas. A la hora de los postres y a pesar de mi cansancio y dolor de culo, yo volvía a estar ardiendo y ellos empalmados.
– De acuerdo en volver a hacerlo – les dije – Y desde ahora siempre que queráis, pero, por favor y al menos hoy, que sea con más dulzura, más tranquilidad. Estoy destrozada. Pienso que ya que los únicos que no me han follado el coño son José y Sergio, a ellos les toca ahora estar conmigo pero en mi cama y uno después del otro.
Estuvieron de acuerdo y mientras los demás tomaban café, José y yo subimos a mi habitación. Me sorprendió que un hombre tan gordo y fofo pudiera ser tan cariñoso y dulce en la cama. Me besó entera, me comió las tetas y el coño hasta correrme y luego me folló hasta lograr arrancarme el segundo orgasmo. Al acabar bajó y en el acto subió Sergio. Después de hacérmela chupar, me puso a cuatro patas y como las perras, me folló dejándome el coño lleno de leche y regalándome un fuerte orgasmo que me dejó dormida antes de que él se marchara. Desperté sobre las nueve de la noche, bajo las suaves caricias y besos de mi marido.
– Te quiero – me dijo – Te quiero mucho más que antes, si es que esto es posible. No sabes lo que he disfrutado viéndote gozar con nuestros amigos. Lo único que me duele es haberte hecho daño al abrirte el culo pero era una tentación tan fuerte que no he podido resistirla.
– No te preocupes, amor mío – le contesté dándole un beso en la boca – Así lo tendré abierto también para nuestros amigos.
No hace falta que siga. La continuación es fácil de adivinar. Entre el sábado y el domingo, me follaron por la boca, el coño y el culo los cinco, tantas veces como sus pollas tuvieron fuerza, convirtiéndome no solo en la más feliz de las mujeres sino también en su amante, consentida y dispuesta siempre a recibirlos cuando y como quisieran. En realidad soy, de mutuo acuerdo con mi marido, la mujer de los cinco hombres, incluido mi esposo, que vienen a mi casa a follarme cuando quieren y por donde desean. Todos mis agujeros son enteramente suyos.
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