La imaginación al poder (en la playa)

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Viajar sola es uno de los muchos placeres que necesito tener de vez en cuando. Me gusta la sensación de no estar bajo las expectativas de nadie ni de nada, de ser una extraña e incluso de llegar a imaginar una vida paralela. En uno de mis últimos viajes tomé la decisión de irme a una playa gallega para poner los créditos solares de mi cuerpo a merced del astro. Yo sola, dejé el hotel, estiré mi toalla, y me quité la ropa hasta quedarme únicamente con el tanga. Me embadurné de loción, y me tumbé a tostar mi piel ya morena.

Pasé un buen rato boca arriba, con mis pechos apuntando a las alturas, para que tomaran el aire y un buen bronceado. Cambié de posición, y me puse con el culo para arriba. Al poco, entré en ese estado de somnolencia que produce el sol y el rumor del mar. De repente, sin más, sin haber visto ningún hombre que me excitara, empecé a sentirme muy caliente. Mi cuerpo respondía con los consabidos hechos: mis labios vaginales y mi clítoris se hinchaban; mis tetas reclamaban atención, a pesar de estar aprisionadas contra la toalla; mi coñito, que empezaba a rezumar alrededor del hilo del tanga, había hecho que una parte de esa prenda pasara de tener un color rosa pálido a otro más bien fucsia debido a la humedad.

Entonces, cerré los ojos y dejé hacer a mi cabeza. Me imaginé a mi misma en esa situación, y comencé a entremezclar la fantasía con la realidad. Primero, abrí bastante las piernas, dejando sin pudor que cualquiera que pasara y quisiera ver mi sexo y mi ojete prieto completamente depilados atravesados por la fina línea fucsia de mi tanga, lo hiciera. Yo seguía mientras tanto sintiendo como el flujo pegajoso de mi excitación salía de mi interior para brillar al recibir los rayos del sol. Mi botoncito crecía más y más al imaginar que hombres como tú me observarían y me desearían sin saber muy bien cómo reaccionar ante semejante panorama. Totalmente excitada, mojada, cachonda, alargué una mano para sacar otra toalla de mi bolsa de baño, que puse debajo de mi tripa para que mi culo estuviera bien arriba y pudiera así ampliar mi número de imaginarios espectadores. Todo esto lo hice con los ojos cerrados, nunca supe lo que realmente estaba sucediendo a mi alrededor.

Con mis pezones endurecidos, incluso doloridos, de excitación, empecé a imaginarte a ti, que estás leyendo esto, un desconocido del cual en mi fantasía sólo veía su sexo y sus manos. Tomabas la para mí afortunada decisión de agarrar fuertemente mis nalgas carnosas con tus manos morenas. Después, las deslizabas sabiamente a lo largo del recorrido del hilo rosa, deteniéndote alrededor de mi vagina para juguetear con mis labios húmedos por las ganas de que me penetraras con tu polla. Quería que me frotaras los labios entre sí usando tus dedos, que tu índice me acariciara el clítoris, que me metieras uno, dos, tres dedos en el coño… aaahhhh, que lubricaras mi ano con tus dedos empapados en una mezcla de los jugos de mi coño y tu saliva, que lo manosearas diestramente, y que lo penetraras tímidamente… huummm…, ¡qué placer!.

Mientras esto se me pasaba por la cabeza, en la cruda realidad los músculos de mi vagina se contraían una y otra vez, como si estuvieran reclamando el derecho a tener un buen rabo palpitante allí metido para exprimirlo como si de un limón se tratara. Y de vez en cuando, mis caderas describían movimientos circulares, para que con ellos mi garbancito duro y gimoteante se rozara hábilmente contra la toalla, pero eran demasiado suaves y lentos como para llegar a correrme.

Entretanto, en mis sueños, tú ya estabas hincando en mi culo estrecho un pedazo de polla descomunal, que quedó aprisionada entre las paredes de mi recto. Te movías con una cadencia excepcional, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, mientras con una mano me rasgabas el clítoris como si fuera las cuerdas de una guitarra y ocasionalmente me metías tus dedos coño arriba, batiendo con fuerza mis jugos y explorando mis pliegues con palpos audaces.

Esos masajes imaginarios, ese ansiado rabo duro, enorme y gordo que me estaba reventando el culo en mi fantasía me hacían delirar de gozo, así que de cuando en cuando, yo misma pasaba la mano derecha por mi raja ardiente como para intentar colocarme el tanga, frotándome el clítoris lascivamente con el mayor disimulo posible.

Habías dejado de bombear mi culo ya. Ahora tu picha experta brincaba al borde de mi chocho, resbalando de delante a atrás una y otra vez. A veces metías tu capullo unos centímetros, pero yo me moría porque me jodieras bien hasta agotar la última gota de tu jugo espeso. Por ello, empujé mi culo hacia atrás para atrapar toda tu polla en mi raja hambrienta. Me follabas frenéticamente por el coño mientras tus manos me abrían el trasero todo lo que daba para no perderte ninguna parte del espectáculo. Ahhhhhhh, sí, métemela hasta dentro. Tu verga erecta entraba y salía con unos movimientos bruscos que arrastraban atrás y adelante mis flujos culebreantes; me la ensartabas con tanta pasión que notaba tu capullo enterrado en mi matriz. Sí, sigue, y no tengas miedo de hacerme daño… quiero que me folles. De repente, en mi fantasía, noté que estábamos rodeados por todos tus amigos. Llevando sus bañadores enrebujados alrededor de los tobillos, sus manos afanosas se movían con rapidez a lo largo de sus penes hinchados y mojados.

Estaba terriblemente cachonda y abierta. Cada vez me “colocaba” el tanga chorreante con más frecuencia, notando mi clítoris crecer y crecer como nunca. Tenía que ser obvio que tenía el coño caliente como un horno.

Tú, desconocido sin rostro, estabas a punto de correrte; me bombeabas con furia despiadada mientras tus amigos ya empezaban a derramar su leche sobre mi espalda, mi pelo, mi cara…. Aaaahhhh… Deseaba que escupieras tu leche dentro de mí. Y lo hiciste, me soltaste de repente una descarga larga y tibia que se mezcló con mis propios jugos. Sí, sí, sííííí…

No pude resistirlo más. Me levanté como pude en ese estado febril, agarré mi bolsa de baño, me metí en el servicio del primer bar que encontré y me masturbé hasta que alcancé un orgasmo de película con un pie apoyado en el lavabo. Me corrí de tal manera que llegué a pensar que toda esa cantidad de líquido no podía ser únicamente mía.

¡Ojalá mi fantasía se hubiera hecho realidad! ¿Tú qué hubieras hecho al ver a una joven de veintiocho años con su zanjita abierta frente a ti? Si quieres, puedes contármelo.

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