La fantasía de mi mujer son realmente calientes

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Esto me pasó poco antes de casarme con mi mujer. Es una historia que me gustaría contar para deleite de aquellos lectores que lean este relato. Primero me presentaré, me llamo Pedro y tengo 25 años. Me considero un tío normal, con la diferencia de tener un gusto exquisito para los pies femeninos y todo lo que conlleva, zapatos de tacón alto, medias de todo tipo y colores, uñas bien esmaltadas sobre uñas bien cuidadas, pies tersos y suaves. Siempre he tenido la ilusión de poder preparar unos pies femeninos para mi posterior deleite y placer.

Mi mujer es de Ecuador. Siempre tuve entendido que las mujeres sudamericanas son más cuidadosas con su cuerpo, sobre todo con sus manos y sus pies. Cosa que pude comprobar cuando conocí a mi mujer. Como yo soy muy fijado en esto, pude ver enseguida que tenia unos pies de ensueño, gracias a sus sandalias descubiertas, ya que era verano. La conocí y nos enrollamos. Follamos como locos esa noche. Era sábado. Al día siguiente tomamos café y poco más, ya que yo tenía que marcharme a Barcelona para ir a currar al día siguiente.

Al viernes siguiente quedamos para salir por la noche. Llegué a su casa sobre las diez de la noche. Piqué a la puerta y me abrió su hermana, que vivía temporalmente allí, para ayudarle a pagar el alquiler (todos sabemos los precios como están). Me condujo a la habitación donde estaba y me la encontré que se estaba vistiendo. Llevaba una falda roja bien alta, plisada, un corpiño y unos collares. La saludé con un “Hola nena” y el correspondiente morreo de bienvenida. Ella me dijo a continuación:

– Siéntate ahí mi amor, que enseguida acabo de arreglarme.

Me senté mientras veía un rato como se peinaba y perfumaba, echándome sonrisas pícaras de vez en cuando. Al poco rato ella llamó a su hermana.

– Ñaña, puedes venir un ratito?.

Su hermana entró y entonces le dijo:

– Ay Ñañita, ¿Me haces el favor de pintarme las chuelitas de los pies?.

Entonces su hermana cogió un esmalte fucsia intenso de la mesita de noche, lo agitó bien y le dijo a mi novia:

– Me alzas el pie encima de la cama, Ñañita.

Ella así lo hizo mientras su hermana le iba pintando cada una de las uñas de los pies. Yo estaba ya bien excitado, pues siempre me había gustado ver como mi nena se pinta las uñas, sabiendo que luego podría contemplarlas toda la noche. Acabó de pintarle, estuvo unos minutos sin moverse para que se le secaran, se puso las sandalias de tacón descubiertas y salimos para la disco. Estuvimos toda la noche entre bailar canciones latinas (no se me da mal el baile) y meternos en un rincón a morrearnos y meternos mano hasta los huesos. Yo me ponía más cachondo aún al ver sus pies mientras la magreaba. Llegaron las 5 de la mañana y el garito cerraba. Como ese fin de semana estaba solo en el apartamento de mis padres, le propuse que nos fuéramos allí a tomar la última copa, y si se animaba, se podía quedar hasta el día siguiente. Ella aceptó gustosamente. Llegamos al lugar y nos servimos algo. Nos sentamos en el sofá y ella se descalzó las sandalias, dijo:

– Uf, tengo los pies molidos, te importa que los estire encima de ti?

– Eh, no, quiero que te sientas cómoda.

Puso sus pies encima de mis piernas, pude observar todos los detalles. Me fijé en que llevaba las uñas un poquito largas, pero muy bien cortadas, en forma cuadrada. Me ponía loco pensando como me podría acariciar con los dedos mis pezones y mis huevos… Mientras, ella añadió:

– ¿No tienes crema para masajes? Me gustaría que me dieras un masaje en los pies.

– Si, cariño, ahora voy a por ella. Saque los atuendos, la crema y una toallita.

Lo puse todo a disposición. Extendí un poco de crema por todo su pie y deslicé mis manos por ellos, desde los tobillos hasta sus plantas y sus dedos. Ella hacía gestos de alivio y satisfacción mientras se lo hacía. Yo no pude resistir más y se me empalmó la verga como nunca. Ella sintió mi excitación, y después de dedicarme una sonrisa pícara y deseosa dijo:

– ¿Quieres sacar tu verga y dejar que te masajee yo?

Mientras, me iba apretando la polla con sus pies. Yo no me podía creer lo que estaba sucediendo. No respondí. Me levanté y me quité la ropa, dejándome solo la camisa medio abierta. Me puse enfrente de ella. Yo de pie y ella sentada, cogí por los tobillos y puse ambos pies sobre mi cara. Esnifé todo el aroma que desprendía, una mezcla de sudor y aroma floral de la crema. Entonces llevé el dedo gordo del pie derecho a mi boca y lo empecé a chupar. Pasé mi lengua por la base del dedo, ensalivándolo bien, y luego empecé a jugar con el huequito que queda entre la carne y la uña, ya que como os había comentado, llevaba las uñas largas. Esto último me puso a mil y empecé a meter y sacar su dedo de mi boca repetidas veces cada vez con más rapidez. Ella se retorcía de gusto. Después pasé a sus otros dedos comiéndoselos como un poseso, hasta dejarle los pies bien ensalivados y chorreantes. Entonces ella me dijo.

– Venga cabrón, pajeate ahora con ellos, que ya me los has dejado a punto!.

Dicho y hecho, bajé los pies hasta la altura de mi nabo y cojiendolos por los tobillos puse ambas plantas sobre mi polla, empezando a deslizarla sobre ellos, y sintiendo un inmenso gusto. Aquello era lo más que podía desear. Mientras me pajeaba, ella se sacó los pechos del sostén y empezó a cojerse los pezones, mojándoselos con su saliva y apretándoselos con ambas manos. Estaba disfrutando tanto como yo con la experiencia. Apretaba los dientes como con furia, del gusto que sentía. Estuve así unos minutos, y ella me dijo al final:

– Venga papi, lléname los pies con tu leche, dame hasta la última gota sobre mis pies.

Delante de esta petición no pude más y descargué todo mi semen sobre sus pies, quedando bien cubiertos de leche. Hasta las uñas se veían blancas, en vez de rosas. Después le solté los tobillos, y ella, como contorsionista, se llevo uno de los pies a la boca y chupó como una gatita los restos de leche que le había dejado en sus dedos. Me quedé exhausto del momento vivido y nos quedamos conversado un rato. Tomamos un tentempié para recuperar los líquidos perdidos, mientras charlábamos semi desnudos. Ella me preguntó:

– ¿Así que te gustan mis pies, eh, arrecho mío?

Entonces confesé que me encantaban y que siempre había soñado con aquello. Ella soltó una carcajada de complicidad y añadió:

– Bueno, pues entonces te va a encantar lo que te voy a decir.

Yo me quedé un poco pasmado por aquella frase. Entonces continuó:

– ¿Quieres que te lo cuente o te lo demuestro sobre la marcha?.

Yo me quedé sin saber que decir. Entonces ella se puso a horcajadas sobre mí, me miró con dulzura y empezó a besarme la boca con suavidad. Yo me dejé hacer, hasta que noté que mi verga volvía a empalmarse. Entonces ella me dijo:

– Quiero que me la metas en cuatro patas.

Me gustó la idea. Tiramos los cojines del sofá en el suelo y ella se puso en cuatro. Yo le levanté la falda plisada que tenía, le bajé el tanga y se lo quité. Apareció ante mi un culo hermoso, del cual asomaba también un conejito hermoso. Metí mi dedo índice en su hendidura y comprobé que su chocho estaba más encharcado que una calle en día de lluvia. Acerqué mi capullo a los labios de su almeja, y con un movimiento de vaivén, entro dentro de su conejo si problemas, puesto que ya estaba bien cachonda y lubricada por los juegos previos. Comencé a follarmela en esta postura, primero despacio y luego con más furia, mientras ella abría la boca y respiraba medio gimiendo.

– Uff, que papazote, menuda verga tiene mi papito.

Estuve en esta postura un rato. Después se la saqué me puse de pie encima suyo, y flexioné las piernas para volver a estar a la altura de su sexo (así había visto estas posturas en algunas películas porno). De esta manera parecía estar montándome una perrita, ya que podía abrir bien las cachetas de su culo para penetrarla en profundidad, o bien cojerla de la cabellera y templársela mientras me hundo dentro de su cueva. De lo que no me percaté fue de que en aquella postura mis pies habían quedado muy cerca de su cara. Fue entonces cuando noté algo calentito en los dedos de mis pies. Me fijé en lo que pasaba y no salía de mi asombro de nuevo. Me estaba chupando el dedo gordo mientras me la tiraba en cuatro. Toda una delicia. Entonces le pregunté en plan medio lujurioso:

– ¿Que a ti también me gustan mis pies?.

Ella se sacó el dedo mi la boca un momento y respondió.

– Si papi, esta era mi sorpresa, te gusta, mi arrechito?.

Yo respondí:

– Por supuesto, mi gatita, pero sigue chupando. No pares.

Ella se metió de nuevo mi dedo en la boca y continuó libándolo. Era tal el gusto que empecé a acelerarme en la follada, mientras resoplaba de placer. De pronto volvió a sacar mi dedo y dijo:

– No te corras aún papito, no te corras aun.

Se la saque repentinamente; apretando la base de mi capullo para no eyacular, ella seguía hablando:

– Dame por el culo papi, dame por el culo, rómpeme el culo papito, por favor.

Me estuve quieto medio minuto para bajar un poco mi deseo de correrme. Aquella situación era la ostia. Yo le pregunté:

– ¿Seguro que quieres que te la meta por detrás?.

Respondió sin pensárselo:

– Si, papazote, enculame con tu verga de cabrón… venga, folla mi culo, venga.

No me lo pensé más. Mi novia quería que le rompiese el culo en aquella pose y tenia que cumplir. Así que acerque mi capullo al agujero de su culito, lo rocé unas cuantas veces y dejé caer unos goterones de saliva en su hueco para que la cosa fuera suave. Empujé un poco y ella empujó su culo hacia mí, con lo que en dos o tres embestidas mi verga ya estaba dentro. Ella empezó a morderse el labio inferior y a gemir de gusto.

– Umm… si mi arrecho, ummm mi papazote, como me metes hasta los huevos… joder, no te pares.

Iba diciendo, mientras volvió a lo de antes, se acercó a mi pie derecho y comenzó a lamer mi empeine, y luego se pasó a lamer mis uñas, y comerme los dedos, uno a uno, todo ello sin dejar de meter y sacar mi polla de su culo. El gusto era inmenso. No podía aguantar mucho más sin soltar mi chorro blanco. Como ella notaba que empezaba a tener convulsiones, se aferró más a mis pies, chupando con más fuerza y levantando un poco el culo, como esperando la lechada. La cogí por los pelos, y amorrándola aún más a mis pies, la llené el culo de leche bien caliente, que salió de mi polla en 4 o 5 borbotones.

Después de acabar nos quedamos en esa pose un rato. Yo que estaba lleno de sudor, pero más feliz que nunca en la vida, y ella bien satisfecha y llena de mi amor. Desde entonces supe que mi novia iba a ser la mujer de mi vida, porque una tía así yo no la podía dejar escapar. A los 6 meses nos casamos y… bueno, lo que pasó después lo contaré en la segunda parte de este relato.

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