La alumna, una maestra (III)
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De todas las veces que le hice el amor a María, probablemente la que les voy a relatar sea una de las más simpáticas y atrevidas a la vez. Les recuerdo que la historia es totalmente verídica y solo me reservo el nombre verdadero de la protagonista por no tener su consentimiento para hacerla pública.
María tenía uno de esos cuerpos que se pueden decir espléndidos. Sin ser voluptuoso era exquisitamente proporcionado. A ello se agregaba un rostro angelical que en nada denotaba la naturaleza salvaje de su portadora a la hora de hacer el amor. Hacía tiempo que éramos amantes casi de diario por lo que habíamos decidido dejar de lado el condón y se colocó un DIU para evitar problemas. Cada encuentro amoroso que teníamos culminaba con una fantástica culeada que María disfrutaba con el más absoluto de los placeres. Yo me había acostumbrado a que luego de sus grandes acabadas se le escapara un poquito de pis producto de la presión que ejercía sobre su vejiga cuando mi hinchada verga la inundaba en su culo mientras ella se apretaba el clítoris con un de sus manos o metía el vibrador bien profundo en su vagina al mismo tiempo.
Una lluviosa noche de invierno, me aprestaba a pasar por su departamento cuando recibo su llamada y me cuenta que su hijito tenía un poco de fiebre por lo que no podía dejarlo solo. Aún así me pidió que pasara por su casa a charlar un rato y así lo hice. Toqué al timbre y esperé que bajara por el ascensor. María salió y se metió en el auto para evitar el agua que caía. Estaba vestida como para invierno con un abrigo de media pierna que le cubría hasta el cuello. Cuando entró, me dio un húmedo beso en los labios a la par que se lamentaba que no pudiera subir puesto que había terminado de menstruar y se sentía profundamente caliente. Continuamos besándonos y acariciándonos con la ropa puesta. Ella llevaba por debajo del abrigo un diminuto camisón que yo ciertamente conocía y no llevaba puesta ropa interior ninguna. Pasé mi mano por sus pechos y me dirigí de inmediato a su conchita que estaba depilada totalmente y húmeda como era habitual para ella. María me bajó la cremallera y metió su mano dentro de mi pantalón y tomó mi verga por su tallo sacándola apenas hacia fuera. Luego se inclinó y se tragó la cabeza gimiendo.
– Humm! Cómo la extrañaba por favor!.
Comenzó a subir y bajar lentamente al tiempo que con su otra mano se tocaba el clítoris masturbándose lentamente.
– Estoy muy caliente! Quiero que acabes en mi boca aunque sea! – dijo María.
Yo la detuve y arranqué el auto para moverlo hacia un lugar que había más oscuro. Los vidrios estaban totalmente empañados por la lluvia y el calor que hacía allí adentro. Detuve el auto y me dispuse a disfrutar esa mamada.
De inmediato ella comenzó a correrse por primera vez conteniendo sus suspiros y gemidos mientras me apretaba la cabeza con los labios. Entonces pedí que se subiera encima de mí. La maniobra era dificultosa pues el espacio no era el mas adecuado. Cruzó su pierna por encima de mí y apoyó su espalda en el volante. Luego, en un solo movimiento se ensartó hasta el fondo de su vagina mi verga que estaba durísima. Cuando sentí su útero tocando mi cabeza pensé que no iba a resistir más. Sin embargo, se quedó quieta por un instante mientras me decía al oído.
– Te voy a dar una cogida ahora mismo, porque no aguanto mas!
Comenzó a ondular su cadera y a empujar con fuerza una y otra vez cada vez más rápido, cada vez mas violento. Minutos después acabó encima de mí mojando todos mis pelos con su jugo que manaba interminablemente. En ese instante, su vagina se contrajo presionando mi verga aún mas hasta que solté una cantidad de leche considerable. María acusó recibo en cuanto la leche le tocó el fondo de su cavidad y se sentó con mas fuerza como queriendo quedar pegada a miembro y volvió a correrse esta vez dejando escapar unos gemidos increíbles. Nos fuimos calmando y luego de un momento se retiró. La posición hizo que su vagina largara todo el contenido que fue a parar en parte a mis piernas y en parte al tapizado del auto. Se sentó a mi lado, y me dijo:
– Hoy no hacemos la cola pero esto lo necesitaba.
Dicho esto se vistió, me dio un beso y se bajó del auto para correr hacia el departamento mientras la lluvia continuaba. Arranque y me perdí en la noche con el espíritu alegre y los huevos vacíos.
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