Gozando las carnosas nalgas de mis hermanas mayores

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Fui muy afortunado, desde chico disfrutaba de las nalgas de mis complacientes hermanas.

Amigos lectores, no soy muy talentoso, mucho menos escritor de historias; soy un simple aficionado a la lectura. Si cometo faltas de ortografía en mi relato, espero que me disculpen. Mi interés es solo compartir las experiencias de vida que me tocó vivir, sin ánimo de promover nada ni decir qué es correcto. Sin embargo, mi historia no es la única. Después de tantos años investigando esta situación, veo que es mucho más frecuente en cualquier cultura y país, sin decir que es normal.


Hoy simplemente quiero compartir mi experiencia personal con mis hermanas mayores, a las que pondré un nombre diferente al real. Todo lo demás es realmente cierto y vivido por los tres.

Éramos una familia típica de clase alta de una zona residencial al sur de la ciudad de México. Nuestros padres eran muy exitosos y trabajaban en una televisora muy importante, mientras que la hermana mayor de mi padre se encargaba de nuestra educación y cuidados.

¡Mi tía tenía aproximadamente 45 años en el 85! Recién después del terremoto, en casa solo estábamos yo, de 18 años, y mis hermanas mayores, Luz, de 20, y Martha, de 22. Todos estábamos inmersos en nuestras respectivas responsabilidades académicas y actividades deportivas. Los fines de semana estábamos libres de cualquier compromiso escolar.

Todo marchaba muy normal, como cualquier familia. Sin embargo, tanto mis hermanas mayores como yo teníamos nuestros momentos de lujuria agobiante, cada una en su privacidad. Pero recuerdo perfectamente el día que todo cambió y comenzó una etapa muy especial. Para ser más específico, fue una etapa muy excitante de lujuria y relación incestuosa de hermanos, sucedió en un momento en que no pensábamos lo que sucedería en unas cuantas horas. Mientras mis padres estaban de viaje en Argentina durante dos semanas, mi tía recibió una llamada de mi abuelo, que vivía en Texas, para pedir su ayuda porque mi abuela tenía que operarse de corazón y necesitaba su apoyo. Ese mismo sábado, mi tía nos explicó la situación y se marchó al aeropuerto, pero para nosotros fue un alivio poder estar libres de la estricta vigilancia de la tía, siempre tan mandona y amargada.

Cuando se fue mi hermana, decidimos darle rienda suelta a la vida y sacamos una botella de tequila. Comenzamos a tomar traguitos con Coca-Cola y tequila, algo que ya habíamos probado cuando la tía no estaba en casa. Lo pasamos muy bien, al final de la noche quedamos dormidos en los sillones del salón. Al amanecer, me desperté y vi las luces encendidas y el estéreo con música. Mis hermanas dormían en la alfombra y, sin querer, pude ver que se habían quedado solo con ropa interior. Claramente pude ver sus calzones metidos entre sus nalgas, una imagen deliciosa que, a pesar de mi dolor de cabeza, me excitó.

Más tarde, nos levantamos, nos fuimos a desayunar y después a bañarnos para recuperar el cuerpo. Pero nunca faltó quien pusiera el desorden: mi hermana Martha, al sentirse cómoda y libre, nos propuso hacer un reto con el clásico juego de la botella. Quien recibiera un castigo tenía que beber un trago de tequila. Castigo que, por cierto, aceptamos sin dudar.

Comenzamos a jugar. Las cuatro y cinco rondas consistieron en beber traguitos de tequila, pero después, para evitar beber, comenzamos a mejorar el castigo: seguir bebiendo. Pero entonces las cosas cambiaron y se volvió un juego subiendo de tono: en cada ronda, los castigos eran cada vez más atrevidos: sal en la boca, gritar en la calle «estoy loco» o comer una cucharada de salsa o huevo.

De pronto, pasamos a castigos con prendas de vestir y, en el ambiente eufórico, el nivel de los castigos fue subiendo de tono. Mis hermanas quedaron en calzones y brasier, y yo solo en calzoncillos. Estábamos riéndonos de nervios y excitación cuando mi hermana Luz nos propuso un castigo mayor y los tres lo aceptamos.

Cuando Martha perdió, le ordenó de castigo dos opciones: darme un beso en la boca o tocarme un minuto con la verga. Martha no quería besarme y decidió sacar mi verga y sobarme un minuto mientras Luz contaba los segundos. Después, Martha giró la botella y volvió a perder. Entonces, Luz le ordenó: «O le besas en la boca con lengua o le chupas el pito». Martha dudó y aceptó darme un beso con lengua. Yo no sabía qué hacer, mi cerebro estaba en las nubes y, claramente, los tres estábamos llevados por los efectos del tequila.

Después me tocó perder y Martha me ordenó besarla en la boca con lengua o besarle las tetas. Yo no sabía cómo besar con lengua y preferiría besar sus tetas.

Martha se bajó el top y sus tetas eran preciosas, pequeñas pero firmes. Sus pezones, firmes y respingados, estaban muy cerca de mí, así que me los besé. El juego continuó y, sin más preámbulos, los tres acabamos desnudos.

Lo más excitante y fuerte fue cuando, por un castigo, terminé penetrando sus culos y ellas a mí. Desde ese día, seguimos manoseándonos mutuamente, masturbándonos y chupándonos las pollas y las culiotas.

Los tres sabíamos que estábamos haciendo algo malo. Actuando mal por ser hermanos, pero la excitante sensación y adrenalina del momento era más fuerte.

Durante una semana estuvimos solos y disfrutamos de masturbaciones mutuas y explorando todo nuestro cuerpo. Después todo volvió a la normalidad: mi tía regresó y mis padres también, pero ya teníamos esa semilla del sexo prohibido y, en cualquier momento, aprovechábamos para manoseos y deseos de panocha y culito delicioso.

Un mes después, mi abuela murió y, sin perder tiempo, los tres comenzamos a tener sexo oral y masturbaciones sin ataduras.

Hasta que Luz propuso que, para evitar embarazos, intentáramos el sexo anal con un poco de vaselina. Fui penetrando sus culitos lentamente. Claramente, mi verga era pequeña y delgada, y pude unirla hasta chocar contra sus ricas nalgas.

Mis hermanas se turnaban para sentir mi verga en sus calientes hoyitos, sin exagerar. Pero puedo decir que, en un día, cogíamos cuatro o cinco veces hasta que se agotaba la energía. Después de esos días de sexo tan agradable, mi verga volvió a ponerse dura.

Mi familia y yo seguimos teniendo relaciones sexuales a escondidas, mientras Martha y Luz se acostaban. Para evitar que viniera la tía, Martha vigilaba y yo me acostaba con Luz.

Así pasaron meses y años, aproximadamente cinco años, disfrutando de esos culitos calientes llenos de verga, y solo por mí. Ahora los tres seguimos guardando el secreto.

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Vicbrohter
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