Fisioterapia Extrema

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Lo vi en una página web de masajes terapéuticos.
Era un anuncio discreto. Solo decía:
“Masaje descontracturante profundo – Especializado en lesiones deportivas y estrés muscular.”

Yo venía arrastrando esa maldita lesión en el glúteo desde el último partido de rugby.
Tensión acumulada, rigidez en la cadera, dolor que no se iba.

Así que llamé. Agendé.

Cuando abrí la puerta del consultorio, él ya me esperaba.
Muy alto, fornido, moreno, brazos grandes, manos que daban respeto.
Su voz era grave, seca, directa.

—Vamos a aliviar ese dolor que traes. Túmbate boca abajo, sin ropa. Solo toalla.

Obedecí. Sin pensarlo.
Me recosté sobre la camilla.

Él se acercó.
El primer contacto de sus manos fue en mis hombros.

Eran fuertes, calientes, seguras y mágicas, y sentía alivio conforme me recorrían.

Presionaba profundo.
Deslizaba lento.
Me abría el cuerpo.
Me derretía.

Fue bajando por mi espalda, sin apuro.
Sus dedos se clavaban entre los músculos, y su respiración tranquila me envolvía.

Cuando llegó a la zona lumbar, se detuvo.
Presionó justo donde estaba la lesión.
Solté un gemido seco.

—Ahí… justo ahí siento dolor…

—Lo sé. Voy a trabajarlo profundo.

Sus manos bajaron más.
Se apoyó con firmeza sobre mis glúteos.
Los amasó.
Los abrió.
Me separó las piernas… y ahí sentí el primer roce.

Su dedo rozó mi ano, despacio, deliberadamente.

Me tensé.
Pero su voz volvió, tranquila, dominante.

—Respira. Confía en mí. Te voy a liberar desde adentro.

Siguió amasando mis nalgas y abriéndolas mientras de vez en vez la punta de sus dedos rozaban la entrada de mi ano presionándolo, comencé a sentir un placer indescriptible,

Me separaró más las piernas y sin aviso, con decisión, lo lamió.

Su lengua caliente, gruesa, húmeda, empezó a recorrerme el culo con precisión.
Me lo lamía como si se lo fuera a comer entero.
Me abría con sus dedos las nalgas y me lo taladraba con la lengua hasta el fondo.

Mi cuerpo tembló y en vez de pedirle que parara, alcé las nalgas como puta, abriéndome más para recibir su lengua. Me sentí una perra en celo.

Mi verga… más gruesa que nunca rozando con la cama de masajes.
Más dura de lo que recordaba.

Y lo peor —o lo mejor— fue que mi cuerpo no quería que parara.

—Relájate, que voy a hacer una descontractura profunda.

Y así sin más, se abrió camino uno de sus dedos entre mi ano, y en vez de poner resistencia, gemí de placer al sentir como se deslizaba dentro mío.

Presionó hacia adentro, hacia abajo… y ahí lo sentí.

La próstata.
Mi núcleo.
Mi puto botón de explosión.

Solté un gemido que nunca había emitido.

—Ahhh… joder… ¿qué me estás haciendo?

—Estoy descontracturando tu alma, hermano.

De pronto siento que me abro todo al sentir dos de sus dedos torturándome de placer, los movía con ritmo masajéandome el interior.
Mi culo se abría más.
Mi verga se frotaba sola contra la camilla, durísima y goteando.

Y entonces…
lo sentí apoyarse detrás de mí.
Su verga… caliente… pesada frotándose entre mis nalgas…

La empujó contra mi entrada.
Me la metió.
Lenta.
Gruesa.
Hasta el fondo.

Sentí su pelvis chocar contra mis nalgas como si quisiera meterlo aún más de lo posible.
Mi culo palpitando con punzadas de placer que no podía controlar

—Uff si necesitaba descontracturarte el culo porque lo tienes super apretado.

Empiezo a sentir el movimiento de su cuerpo comenzando a taladrarme el culo cada vez más rápido y mas fuerte, y el sonido de su cuerpo chocando contra el mío y dejándome sentir todo el peso de su cuerpo. Sentía un placer explosivo que no puedo describir.

Me toma con maestría con sus manos fuertes de la cintura y me voltea boca arriba con las nalgas en la orilla de la cama, y me abre las piernas tomándolas de los tobillos.

Me lame de nuevo el culo metiéndome su lengua, y comienza a pasar su lengua entre mis bolas y a mamarme la verga que no dejaba de chorrear.

Su boca succionando como biberón con la verga hasta el fondo.
La punta rozando el interior de su garganta mientras uno de sus dedos se abrió camino entre mi culo.

Con sus manos aún sobre mis tobillos, me abre las piernas y siento la punta de su enorme verga en mi entrada.
Me la metió de un jalón, hasta el fondo.
Gemí al sentir como me abrió todo el culo.
Una pequeño ardor pero repleto de placer al sentirme ahí abierto con una verga metida como perra en celo y sin querer parar.

 

—Mírate… todo un cabrón rudo… y te estás abriendo para mí como si siempre lo hubieras querido.

No pude responder.
Me la metía con ritmo.
Y con sus enormes manos me masajeaba la verga al mismo tiempo.

Me tenía abierto, follado, invadido y dominado.

Y cuando me vine,
fue como explotar desde adentro.

La leche me salió a chorros, caliente, espesa, brutal.
Mi culo apretó su verga.
Y él se vino dentro de mi, rugiendo, pegado a mi espalda.

Nos quedamos así.
Sudados.
Respirando.
Yo, con el cuerpo roto, el alma despierta y el culo punzando.

—¿Eso también era parte del tratamiento?

—No.
Eso fue…
solo la primera sesión.

 

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