En una manifestacion con un muchacho
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Bueno, tengo 65 años y ya conté en un relato anterior que me masajeó un masajista. Descubrió en mí deseos que ignoraba que tenía. A los pocos días tuve que ir a hacer unos trámites. Como había mucha gente en la calle, me acerqué a un muchacho de unos 22 años más o menos y le pregunté qué era aquello, y me dijo que era por un reclamo de empleados que habían despedido. Cuando me iba a retirar, el muchacho me preguntó muy sonriente por qué me retiraba, por qué no ayudaba en el reclamo, y decidí quedarme.
Caminamos unas cuadras hasta que, cuando se empezaron a dispersar, me dijo:
—Lo invito a tomar algo caliente. Como no, le dije, y allí fuimos. Me contó que trabajaba y estudiaba a la vez y nos contamos varias cosas antes de comenzar a caminar. Llegamos a un hotel donde él vivía. Entonces me dijo que me invitaba a tomar unos mates. Acepté. La charla derivó en que me dijo que estaba haciendo ejercicio en el gimnasio y le expliqué cómo tenía que respirar en algunos ejercicios.
Se quitó la camiseta y me la enseñó, y me preguntó cómo iba y si se notaba algo. Le dije que sí, que se notaba algo. Me dijo que le gustaba mucho leer y le recomendé algunos libros. De repente me preguntó si sabía que tenía algo especial que transmitía seguridad espiritual y sabiduría. Me sonreí. «¿Me disculpas unos minutos?», me dijo. Le dije que sí y, al rato, viene envuelto en una toalla y me dice: «Disculpe, pero necesitaba una ducha».
Me mira y me dice: «Si usted fuera mujer, ¿yo le agradaría?». —Eh, sí. Dije que sí, que eres un lindo pibe, cualquier piba se podría enamorar de vos. Me dice: «Seguro que usted lo entiende, porque tengo una ligera molestia en los hombros y en el pecho». Le dije que seguro era algún mal movimiento en el gimnasio. —¿No me haría un masaje? Por fin. No sabía qué hacer y acepté. Me puse detrás de él, me masajee los hombros y me dijo: «Toma, este es aceite de almendras».
Me puse en las manos y le di un masaje en el cuello, los hombros y bajé desde atrás hasta los pectorales. Para mi asombro, noté que tanto él como yo lo estábamos disfrutando. Continué masajeando sus pectorales y me dijo: «Mmm, qué bueno es eso y me excitó. Comencé a jugar con mis dedos en sus tetillas, logrando que se excitara y yo también. Me dijo:
—Discúlpeme, pero me excita mucho.
Tuve que ser sincero y decirle que yo también. Me pasé adelante y con los dedos le apretaba una tetilla, mientras le mordisqueaba la otra. Él se contorsionaba de placer, lo que me excitaba aún más. No paraba de chuparle las hermosas tetillas que tenía y él me apretaba la cabeza con las manos. De repente, me levantó y me comenzó a besar. Me comía la boca y se sacó la toalla y me quité la camisa y me tumbé encima y no parábamos de comernos la boca. Le mordí el cuello y los hombros y él disfrutaba aún más que yo.
Estuve un buen rato chupándole todo el cuello, los hombros, las tetillas y comiéndole la boca y chupándole la lengua. Después, fui bajando con mi lengua y dando pequeños chupones por todo su pecho hasta llegar a su pene, que era muy grande. Jugué con mi lengua alrededor de su glande y luego comencé a chuparlo suavemente.
No podía dejar de chuparlo. Me subió, me volvió a besar y comenzó a chuparme los pechos, enloqueciéndome de placer. No paraba, luego me sacó el pantalón y el calzoncillo y me puso boca abajo. Se subió y me besaba el cuello y los hombros. Luego me besó las orejas. Bajó por toda la espalda y comenzó a morderme los glúteos. Cuando vio que estaba disfrutando mucho, puso una almohada debajo de mí y empezó a penetrarme con la lengua mientras me daba unos besos en los glúteos, enloqueciéndome de placer. Después de un buen rato, me subió y comenzó a penetrarme muy suavemente.
Muy despacio, se apoyaba el pecho en mi espalda y yo apretaba más y más la cola. Él comenzó a chuparme el cuello, lo mordía fuerte con los labios y yo gemía. Me dijo al oído: «Mmmmm, me enloqueces, qué putita hermosa, te gusta mi amor?». —Síí «Me perteneces», me dijo, y le contesté: «¡Sííí!». Y no paraba de penetrarme, morderme el cuello y los hombros y hablarme al oído. —¡Mi amor! —Mi amor —le dije—. Hasta que acabamos juntos. Me di la vuelta y me comió la boca con ganas y me volvió a tocar las tetas.
Nos bañamos y me arrodillé para chuparle el pene. Cuando estaba a punto de acabar, me levanté, me puse contra la pared y me penetró mordiéndome el cuello hasta hacerme acabar. Luego tomamos unos mates y me despedí hasta la vuelta, y me dijo:
—¡Te espero, mi amor!
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