En la playa nudista bronceando mi cuerpo desnudo

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Aquella mañana soleada salí del chalet de mis padres en la costa con destino a cualquier lugar solitario donde pudiese broncear mi cuerpo tranquilamente. Fue una de mis mejores mañanas tal como veréis… Era un jueves del mes de Agosto y salí del chalet de mis padres despidiéndome y cogí la moto con destino a cualquier playa en la que hubiese poca gente. Aquel día deseaba estar sola en la playa sin la compañía de mi novio ni de mis amigos.

Me llamo Berta y tengo 21 espléndidos años. Soy la menor de tres hermanos. Soy rubia con media melena que me cae graciosamente por debajo del cuello. Tengo los ojos color miel y bastante expresivos. Los senos son grandes para mi edad pues gasto una talla 95; la verdad es que a mi novio le vuelven loco. Mis labios son carnosos y jugosos por lo que mi novio no se cansa de comérselos a la menor oportunidad que se le presenta. Pese al tamaño de mi pecho no estoy excesivamente rellenita ya que peso 52 kg que para mi 1.66 no está nada mal. La parte de mi cuerpo que más le gusta a mi novio son mis nalgas las cuales son redonditas y respingonas. Más de una vez había tratado de follarme por detrás pero hasta aquel momento siempre había podido disuadirle.

Mientras conducía por la costa decidí de repente dirigirme a aquella solitaria cala nudista a la que había ido en alguna ocasión con mi novio. Era una cala de difícil acceso y que pocos lugareños conocían ya que estaba bastante escondida. Se accedía a la misma por un camino de piedras por lo que había que dejar el vehículo unos metros antes de llegar a la misma. Necesitaba estar sola para pensar en la discusión que había tenido la noche anterior con mi novio. Estaba celoso de uno de nuestros amigos sin motivo alguno ya que nunca le di argumentos para que lo estuviese. Le quería mucho aunque sus celos hacían que nuestra relación se viese enturbiada con ciertas discusiones de vez en cuando. Cualquier mirada, cualquier sonrisa inocente, cualquier conversación a solas con cualquier chico o con alguno de nuestros amigos hacían brotar sus celos sin poderlo remediar.

Así pues dejé la moto aparcada junto a unos árboles para que le diese la sombra y me dirigí con mi bolsa hacia aquella cala en la que había tenido una tórrida relación con mi novio hacia unos quince días. Fuimos un lunes mañana ya que Gastón sabía que tras el domingo la gente no solía ir a aquella cala a bañarse así que me dijo que estaríamos solos para poder disfrutar de la naturaleza totalmente desnudos. Nunca había hecho nudismo pero animada por mi novio perdí la vergüenza y me despojé del bikini negro que me había puesto aquella mañana. Al desnudarse Gastón no pude evitar dirigir la mirada hacia su apetitosa entrepierna de la que había disfrutado en numerosas ocasiones. Sabía lo que Gastón se traía en mente; estaba segura que acabaríamos fornicando en plena naturaleza. Aquella era una de nuestras fantasías y ambos estábamos deseosos de ponerla en práctica.

Gastón se quedó fijo observando mis duros pechos los cuales le desafiaban con sus duros pezones apuntando hacia arriba. Nos abrazamos con pasión recorriendo cada uno de los poros de nuestros respectivos cuerpos. Mi novio agarró uno de mis pechos con su mano y lo dirigió hacia su boca empezando a juguetear con mi erizado pezón. Empecé a gemir entre sus brazos gozando de las caricias que me estaba prodigando. Apreté con fuerza sus brazos bajando mis manos dejándome llevar por lo que mi novio me estaba haciendo. Me besó el cuello dándome algún que otro chupetón y fue bajando por mi pecho hasta llegar al otro pezón el cual estaba esperando la boca de mi novio con desesperación. Con ese tratamiento no pude menos que bajar mi mano hasta su tallo notándolo excitado entre mis dedos.

Me deshice de él y me dirigí corriendo hacia el agua zambulléndome en ella de un golpe. El agua estaba fría o al menos eso me pareció; creo que la calentura que llevaba hizo que notase el agua más fría de lo habitual. Gastón vino corriendo hacia mí hasta unirse conmigo y empezamos a juguetear dentro del agua. Noté como se apretaba contra mí haciéndome sentir su virilidad golpeándome el muslo. Aquello mostraba ya un aspecto realmente amenazador aunque aun no se encontraba en su máximo esplendor.

– Ten cuidado con eso que te cuelga no vayas a lastimarme – le guiñé el ojo mientras le decía estas palabras.

– Toda la culpa es tuya, cariño. Siempre me tienes listo para darte placer. Tu cuerpo me excita sin poderlo resistir.

Alargué mi mano hasta hacerme con su verga e inicié una lenta masturbación haciéndola crecer entre mis dedos. Vi a lo lejos una pareja de enamorados que estaban tumbados en la arena prodigándose arrumacos y totalmente ajenos a la batalla que estábamos a punto de entablar.

– Se te está poniendo morcillona. Así me gusta, que estés siempre en pie de guerra dispuesto a darme placer. Cariño, vamos a la orilla a tumbarnos para estar más cómodos.

Gastón me tumbó en la arena y se colocó entre mis piernas empezando a comerse mi vagina.

– Así cariño, lo haces muy bien. Me encanta cómo me chupas con tus labios y te comes mi pequeño botoncito. Aaahhhhh, no te pares, sigue amor.

Evidentemente mi novio no tenía la más mínima intención de dejarme escapar y empezó a lamerme con fruición los labios vaginales hasta hacerse con mi clítoris el cual recibió sus labios y su lengua con auténtico deseo. Gastón era un maestro del cunnilingus. Sabía lo que debía hacer para hacerme llegar al clímax. A los dos minutos de estar trabajándome mi rosada vulva empecé a aproximarme al orgasmo. La lengua de aquel muchacho se hizo más osada adquiriendo mayor velocidad sobre mi botón el cual se puso duro y a punto de explotar.

– Para Gastón, para. No lo soporto más. Vas a hacer que me corra entre tus labios. Me corro. Qué bueno.

El goloso de mi novio chupó y chupó hasta dejarme el coñito bien seco. Todos mis jugos fueron a parar entre sus labios. Perdí el sentido con la comida de vulva que me pegó. Tras ese violento orgasmo, tardé unos segundos en recuperar el resuello, respiraba agitadamente pero quedé completamente relajada, prolongando de forma voluntaria el especial estado nebuloso al que me condujo la voluptuosa explosión. Nos levantamos de la mojada arena y fuimos corriendo hasta las toallas. Gastón se tumbó en su toalla boca arriba amenazándome con su túrgida virilidad, que se enderezó como un mástil en su mano. Pasando y volviendo a pasar su velluda mano sobre el rosado envaramiento, me hizo el elogio de su miembro.

– ¿Acaso no es bella? ¿No sientes ganas de tomarla con tu boca, de sentirla moverse en tu coño y en tu trasero?

¿Cómo resistirse a una invitación tan bien formulada por el gesto y la palabra? Caí sobre la flecha y la engullí con glotonería. Gastón se echó hacia atrás, con los brazos en cruz, con un gemido de satisfacción. A cuatro patas, situada entre sus muslos, chupaba deliciosamente el órgano tieso que me golpeaba espasmódicamente el paladar. La repentina transformación de aquel gusanillo en una poderosa barra de acero ahuyentó mi pasajera conmiseración. Me deslicé suavemente por su cuerpo sin poder reprimir mi deseo de lamer su erguido mástil. Mis labios rodearon el miembro, mi lengua acarició el amoratado glande formando círculos a su alrededor. Me hice con sus gónadas chupándolas con fruición tratando de fabricar el semen con el que más tarde me obsequiaría.

– Qué bien la chupas, cariño. Tienes unos labios y una lengua que me enloquecen. Cómetela entera Berta.

Gastón se agarró con fuerza a mi cabello gimiendo de placer. Me gustaba verle sufrir con mis caricias. Aquel estupendo aparato bombeaba sangre sin parar. Me quedé unos instantes adorándolo observando con gran placer cómo se marcaban sus venas las cuales se hallaban a punto de explotar. Cerré los ojos y dirigí la punta de mi lengua hacia aquella culebra empezando a juguetear a lo largo de aquel tallo subiendo y bajando desde sus testículos hasta llegar a la cabeza de ese fenomenal champiñón. Dejé de chupar aquel tesoro por lo cual Gastón se quejó rogándome que siguiera con aquel tratamiento que le estaba dando:

– Berta, no me dejes por favor. Quiero darte toda mi leche y rociarte esa golosa boca que tienes. Estoy a punto de correrme.

Pese a sus ruegos, mis pensamientos se dirigían por otro lado tratando de lograr otro tipo de placer. Me puse sobre él agarrando con fuerza su polla y colocándome a horcajadas sobre Gastón noté cómo aquel eje hacía presión sobre mi coñito tratando de ser absorbido por mi húmeda vagina. Me cogió por las caderas ayudándome a sentarme sobre su monstruoso émbolo. Gemí como una loca sintiendo la entrada de aquella cabeza en mi interior para ir dando paso al resto de aquel músculo del placer. Siempre me ha gustado estar sentada sobre mi novio cabalgándole mientras llevo las riendas de la follada; prefiero adoptar una actitud activa cuando hago el amor. Aquel duro aparato que invadía mis entrañas consiguió que pusiera los ojos en blanco sintiéndolo por completo. Me quedé quieta gozando de aquella penetración hasta recuperar el sentido. Empecé a cabalgar al paso, siguiendo trotando sobre su broca y acabé galopando sobre mi novio como una descosida.

– Clávamela entera hijo de puta. Es tan grande y gorda, me encanta tu pollón. Me destrozas con ella pero me haces volver loca con tu verga. Así, sigue taladrándome hasta que me hagas reventar.

Apoyé mis manos sobre su poderoso pecho para no perder el equilibrio. No pude evitar lanzarme hacia atrás buscando oxígeno mientras engullía aquella zanahoria que me hipnotizaba. Cerré los ojos por completo sintiéndome totalmente llena. Abrí los ojos débilmente y descubrí a unos cincuenta metros de nosotros a la otra pareja de la playa follando sin parar. Aquella muchacha se encontraba a cuatro patas y tenía a su amante situado tras ella dándole por detrás sin ningún tipo de compasión. La estaba enculando con furia arrancándole grandes berridos de dolor. Aquella escena me impresionó favorablemente. Ver a otra pareja follando mientras yo estaba haciendo lo mismo era algo que jamás me había ocurrido. Pese al gratificante polvo que estaba disfrutando con mi novio no pude por menos que sentir envidia ante la visión de aquella muchacha la cual era sodomizada sin remisión por aquel auténtico animal. Aquella pantera aullaba sin poder resistir por más tiempo aquel suplicio. De pronto aquel chico se quedó parado tras su montura y empezó a escupir lefa llenando por completo el interior de su pareja. Aquella chiquilla morena fue recuperando la respiración mientras humedecía sus labios con una cara de viciosa inolvidable.

Empecé a moverme sobre Gastón de forma rotatoria engullendo con furia el falo de mi novio el cual me ayudó en la cópula haciéndose con mis duros pechos los cuales desafiaban la ley de la gravedad apuntando hacia el cielo. Me los masajeaba con fuerza mientras me trabajaba entre mis piernas con su poderoso badajo.

– Sigue follándome, no te pares. Me estás quemando por dentro pero sólo deseo que sigas jodiéndome. No te pares por lo que más quieras. Te quiero mi amor.

El goce que experimenté notando el brutal puñal de Gastón destrozándome por dentro fue tan rápido, que rechiné los dientes y con las uñas laceré hasta hacer sangre en los brazos y en el cuello de aquel macho en celo. El clímax se aproximaba a pasos agigantados pues notaba en la cara de mi novio cómo éste hacía ímprobos esfuerzos tratando de retardar al máximo la eyaculación.

– Me corro Berta, no lo soporto más. Ahí tienes toda mi catarata para ti.

– Sí cariño, dámelo todo. Te deseo, te deseo con todas mis fuerzas. Eres el mejor amante que puedo tener. Te quiero.

Nos relajamos abrazados bajo los rayos del sol el cual había sido espectador de nuestra unión. Cogí su verga con mi mano y con mi lengua empecé a chupar el resto de jugos de su corrida hasta dejársela bien limpia y reluciente. Me encantaba el sabor salado del esperma de mi novio.

Tal como dije dejé mi moto aparcada y me dirigí hacia la playa con mi bolsa colgada en mi brazo derecho. Me deshice de la blanca blusa que me había puesto aquella mañana así como del ceñido pantalón tejano que remarcaba todas mis curvas. Por último me quité las altas sandalias de tacón que tan sexy me hacían. Me quedé totalmente desnuda y llené mis pulmones respirando con fuerza y apuntando mis senos hacia delante. Me metí en el agua dándome un corto chapuzón y con el cabello mojado salí tumbándome sobre la toalla para disfrutar de los rayos solares. Embadurné mi cuerpo con crema solar para no quemar mi suave piel. Eran las 9.30 y sabía que a aquella hora el sol aun no quemaba con fuerza, sin embargo en poco rato los rayos solares apretarían más fuerte. Cubrí mis ojos con unas gafas de sol negras que había cogido aquella mañana y colocando la bolsa bajo mi cabeza a modo de almohadón me dispuse a gozar de aquella mañana calurosa. A los cinco minutos me quedé dormida bajo el calor sofocante del sol.

Una media hora más tarde desperté al notar la presencia de alguien cerca de mí. Levanté la cabeza y entreabriendo los ojos ví a un hombre de color de ébano colocando la toalla a pocos metros de donde me encontraba. Me lo quedé mirando con interés ya que la verdad es que estaba muy bien. Debería tener unos cuarenta años y era fuerte y musculoso. Era una especie de gigante pues mediría cerca de 1.90 según calculé inicialmente. La presencia de aquel poderoso mandinga hizo que mi depilada entrepierna se humedeciese sin poderlo evitar. Sin embargo aun se humedeció más cuando se despojó del blanco tanga que llevaba dejando al aire la larga pitón que le colgaba entre las piernas. Aquello era enorme pese a estar en reposo y no pude menos que pasar mi húmeda lengua a lo largo de mis labios mojándolos con mi saliva mientras imaginaba el montón de cosas que podría hacer con aquel plátano de chocolate.

Aquel guapo muchacho se levantó de repente y se dirigió corriendo al agua haciendo bambolear su polla de un lado a otro. Aquella imagen me tenía totalmente confundida. No podía apartar la vista de él viéndole nadar cerca de la orilla. Me imaginé entre sus brazos siendo amada con desesperación. Me propuse entablar conversación con ese formidable macho con cualquier tipo de pretexto. Cinco minutos más tarde salió del agua mostrando su verga un tamaño aun mayor. Por lo visto el efecto producido por la fría agua sobre su polla había hecho que ésta se endureciese un tanto. Aquel dardo mediría cerca de dieciocho centímetros y eso que aun no se encontraba en plenas condiciones.

Me coloqué mirándole apoyada en los codos y con un silbido llamé su atención. Con una mano le indiqué que se acercara. Mientras se aproximaba no pude dejar de mirar el tremendo colgajo que poseía, escondidos mis ojos bajo los oscuros cristales de mis gafas. Era realmente espectacular. Jamás había visto un espécimen de ese tipo. Al llegar junto a mí se me quedó mirando de arriba abajo sonriéndome con su blanca dentadura. No perdió detalle de mis duros senos los cuales apuntaban hacia arriba buscando con desesperación alguien que los acariciase. Bajó su mirada hasta llegar a mi depilado coñito el cual devoró con sus negros ojos.

Le pedí un cigarro ya que me había olvidado de comprar y con una sonrisa me pidió si podía sentarse conmigo para hacernos compañía. Asentí con la cabeza y se levantó corriendo recogiendo sus cosas y sentándose junto a mí. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que prefería no decírmelo para mantener el secreto entre nosotros. Estuvimos diez minutos charlando de diversas cosas durante los cuales no pude evitar, de vez en cuando, dirigir mi vista hacia su tentadora entrepierna. Aquel hombre me sonreía dándose cuenta del nerviosismo que me embargaba. La verdad es que aquel moreno tampoco perdía oportunidad de traspasarme con su mirada.

Al pedirle un segundo pitillo, aquel fuerte macho se agachó hacia mí ofreciéndome sus jugosos labios entre los cuales extrajo una caliente lengua que recogí entre mis labios dándonos un caluroso beso de tornillo. Nuestras lenguas entablaron una lucha incansable retorciéndose entre sí como dos serpientes y traspasándonos nuestras respectivas salivas. Me sentía en la gloria con aquel hombre y estaba dispuesta a entregarme a él sin ningún tipo de reserva.

Cogió entre sus poderosos dedos uno de mis pechos y dirigió mi excitado pezón hacia su boca empezando a comérselo con gran apetito. Aquella caricia consiguió hacerme gemir por primera vez. Sus labios se unían a mi pezón como auténticas ventosas dándole un tratamiento demoledor. Al mismo tiempo alargó su velluda mano hacia mi candente vulva haciéndome dar un respingo. Separé mis piernas y me dejé hacer. Aquel negrazo sabía lo que se hacía, sabía cómo dar placer a una muñequita como yo. Golpeó con suavidad con sus dedos sobre mi clítoris arrancándome pequeños gritos de placer. Mi botón se puso duro como un garbanzo debido a las caricias que me estaba prodigando. Jugueteó con él durante tres largos minutos logrando hacerme correr dos veces. Aquello superaba con creces el placer que había experimentado con mi novio. Me encontraba entre los brazos de un verdadero hombre el cual me iba a hacer tener los mejores orgasmos de mi vida, no tenía la más mínima duda de ello.

Estaba deseosa de que juntara sus calientes labios a mi almeja y así se lo pedí. Se situó de rodillas entre mis piernas abriéndolas con sus manos y se quedó observando mi vagina. Se pasó la lengua por los labios imaginando el banquete que se iba a dar a mi costa. Subió entre mis piernas lamiéndome con infinita dedicación mis poderosos muslos. No tenía ninguna prisa por llegar al objeto de su deseo. Deseaba hacerme sufrir al máximo. Mi cuerpo vibraba gracias a la caricia de su caliente lengua la cual humedecía mis muslos. Finalmente se hizo con mi ardiente vulva mientras sollozaba sin poder resistir por más tiempo aquel dulce tormento.

– Cómemelo amor. Todo mi coñito es tuyo. Hazme gozar con tus labios, dame todo el placer que puedas. Deseo que me hagas tuya hasta decir basta.

Aquel experimentado hombre me sonrió y se comió mi almeja uniendo sus carnosos labios a los rosados labios de mi vagina. Creí ver las estrellas con aquella caricia. Lo hacía mucho mejor que mi novio. Acariciaba lentamente los pliegues de mi depilada concha logrando hacerme gemir entre sus labios. Arañé con furia sus fuertes brazos haciéndole sangrar. Su ávida lengua exploró mis labios vaginales produciéndome placeres indescriptibles. Sus labios atraparon mi clítoris hasta que lo noté erecto como un pequeño pene. Se apoderó con sus labios de mi clítoris y sus dientes lo mordisquearon con sabiduría. Abrí mis piernas para facilitarle las caricias y aun más, con mis manos separé mis glúteos ofreciéndole mis dos orificios que lamió con gran conocimiento de la sensualidad femenina y de mi necesidad de hembra en celo. Tuve varios orgasmos y mis jadeos y gemidos se oían en toda la playa. Quedé relajada gracias al formidable tratamiento que me dispensó.

Mi amante de aquella mañana se puso de pie ayudándome a situarme de rodillas entre sus piernas. Quedé prendada de aquel brutal aparato que en breves segundos iba a ser todo mío. Tomé su daga entre mis labios y en el interior de la boca, en el paladar, comenzando a azotarlo con la lengua. Su gran tamaño me produjo arcadas pero pese a ello no cejé en mi empeño. Lo sentí crecer junto a mi garganta, tras la caricia bucal. Alargué los brazos, trepando por el vientre sudoroso del negro hasta llegar a su torso, sin soltar la presa de mi boca. Le pellizqué con fuerza las tetillas y la excitación del hombre se tradujo en una mayor dureza del miembro que descansaba entre mis labios. Entonces empecé a moverme, comencé a mover la cabeza sobre su miembro, aproximándome y alejándome, tragándolo y escupiéndolo, una oscilación placentera, chupándolo en toda su longitud, ensalivándolo, mordisqueando el frenillo que sujeta el prepucio doblado sobre el glande a punto de estallar.

Aquel hombre me cogió del cabello ayudándome en el movimiento continuo de mi felación. Deseaba hacerle la mejor mamada de su vida hasta que se corriese en el interior de mi ardorosa boquita. Quería notar cómo iba a brotar la totalidad del elixir con el que estaba segura que aquel negro me iba a regar. Estaba sedienta ya que tenía la garganta seca debido a la comida de rabo que le estaba haciendo. Mi lengua ensalivaba con gran dedicación aquel torpedo humedeciéndolo con ferviente pasión. Lo extraje del interior de mi cavidad bucal y empecé a masturbarlo con furor mientras adoraba aquel oscuro tallo entre mis manos. Aquel potente moreno no pudo aguantar por más tiempo aquel furibundo masaje que le estaba prodigando con mis dedos y mi mano y acabó explotando sobre mi cara yendo a parar su copiosa corrida sobre mi barbilla, mis pechos y mi golosa boca la cual se tragó con deleite aquella ardiente catarata de semen con que me obsequió aquel negro maravilloso. Parte de su corrida cayó por la comisura de mis labios yendo a parar a mis apetitosos senos.

Tras aquella monumental corrida quedé gratamente sorprendida observando cómo aquel animal encabritado no perdía un ápice de su vigor. La virilidad de aquel apuesto muchacho no perdía fuelle invitándome a un nuevo combate.

– ¿No te cansaste? – le pregunté con cara de viciosilla – Tienes un amigo muy malvado que quiere hacerme cosas malas. Habrá que darle una lección para que aprenda a comportarse.

Con aquellas palabras deseaba hacerle desear follarme; en aquellos momentos estaba dispuesta a entregarme a él sin ningún tipo de cortapisa. Me sentía poderosa con aquel hombre a mi lado. Deseaba que me cubriese con su poderosa masculinidad hasta perder el sentido entre sus musculosos brazos.

Mi amante de aquella mañana me ofreció su mano derecha para ayudarme a levantar y, mirándome fijamente a los ojos sin decir palabra, me hizo acompañarle hasta unas grandes rocas donde podríamos amarnos y retozar sin nadie que nos molestase. Colocó la toalla sobre una roca donde podríamos tumbarnos sin problemas. Era una roca plana la cual era perfecta para poder follar como animales. Nos abrazamos nada más llegar allí y aquel hombre se hizo con mis pechos volviendo a jugar con mis ansiosos pitones. Subió hacia mi cuello empezando a darme fuertes lametazos en el mismo logrando hacerme vibrar de deseo. Se entretuvo un buen rato con mi apetitoso cuello hasta situarse a mi espalda dedicándose ahora a chuparme la nuca. De ahí pasó a los lóbulos de mis orejas llevándome a un estado de locura absolutamente maravilloso. Aquel moreno sabía qué puntos de mi anatomía debía tocar para lograr hacerme sentir en la gloria.

Me situó de espaldas a él mostrándole mis nalgas en todo su esplendor. Estaba ansiosa y necesitada de que algo duro y poderoso empezase a darme placer. Me moví un instante hacia atrás y me topé con la presión de su polla terriblemente erecta golpeando contra mi pierna. Me excité ante semejante coloso, sentí que mi coño estaba empapado.

Aquel hombre era muy fuerte. Con una solo mano, me obligó a agacharme apoyando la cabeza sobre la húmeda roca. Me sujetó con tanta fuerza que no pude volverme hacia él. Con la cara pegada a la roca, noté como el moreno deslizaba su mano a lo largo y ancho de mis piernas. Instintivamente traté de cerrarlas, pero al momento advertí que buscaba otra cosa.

Sentí nuevamente la presión de un espléndido lagarto contra mi pierna. Por un momento, quise gritar, pero no logré articular palabra alguna. De pronto, aquel macho liberó mis muñecas y me hizo alargar las manos sobre la roca.

– Tranquila muñeca, no tardarás en comprobar las dimensiones de mi rabo.

Sollocé diciéndole que todavía no estaba preparada y miré con la vista perdida por encima de mi hombro, mientras me agarraba con fuerza a la deslizante roca. Entonces ví al soldado negro. Se movía frenéticamente detrás de mí. Me dio una palmada en el culo con su poderosa mano haciéndome chillar. Volvió a darme varias palmadas hasta ponerme las nalgas de un color rosado.

Noté que estaba fría y húmeda. Sus manos empezaron a sobar mis nalgas a conciencia con lo cual no tardé en entrar en calor. Inesperadamente sentí unos gruesos dedos moviéndose circularmente alrededor de mi ano, acariciándolo con suma delicadeza. Incliné las caderas hacia delante. El contacto de mi estómago con la fría roca me produjo una sensación un tanto extraña. Pensé que si hubiera podido restregar mi coño contra la pierna de mi amante ocasional no hubiese tardado en correrme como una perra. Estaba tan excitada que no podía soportarlo más. Dos manos húmedas y sudorosas se deslizaron entre mis senos sobándolos a conciencia. Mis pezones estaban endurecidos y extremadamente sensibles. Aquellas maravillosas manos siguieron acariciando mis pechos hasta que creí enloquecer de placer.

– Veo que ya estás a punto para sentir mi polla en tu interior.

Pese a no poder negar mi nerviosismo, traté de relajarme y entreabrí las piernas preparándome para la embestida que se avecinaba. En aquel instante, un dedo penetró mi ano. Al principio se introdujo lentamente, pero después entró y salió cada vez más rápido hasta hacerme enloquecer por completo. De repente aquel bastardo deslizó otro dedo en mi dilatado esfínter.

Dos fornidas manos me agarraron por las caderas. El ardiente glande de su grueso tallo rozó el exterior de mi pequeño agujerito. Creí que no estaba seguro de querer penetrarme, pero en una rápida embestida sentí cómo se abría paso en mi interior. Chillé sin poderlo resistir, aquel cabrón me había desvirgado mi agujero trasero sin la más mínima compasión. Lloré ante semejante intromisión en mis entrañas. Abrí los ojos como platos degustando con placer aquella estupenda saeta. Mi cuerpo se movía y agitaba al ritmo de sus acometidas. Arqueé la espalda, arañé con las uñas la roca y contraje la respiración. Los latidos de mi corazón se aceleraron. Aunque había sido follada alguna vez por mi novio, jamás había sido tan brutal ni me sentí tan indefensa como esa vez.

El moreno embestía una y otra vez, sin dar muestras de cansancio y, mientras su verga taladraba mi ano, volví la cabeza. Aquel hombre tenía la mirada perdida y buscaba aire con dificultad. Lanzó un gemido de placer y me embistió con tanta furia que casi me hizo levantar del suelo. Mi vagina estaba empapada, ardía en deseos de sentir en mi coño la palpitante culebra que horadaba mi culito. Estaba tan excitada que supe que no tardaría en correrme. Tan solo era cuestión de segundos. Sentí la acometida de aquel negro mientras invadía mis intestinos. Ladeé la cabeza y contemplé la escena con excitación. Estaba siendo sodomizada sin el más mínimo descanso por aquel maravilloso semental. La escena me resultó tan sumamente morbosa que acabé perdiendo el control de mí misma y me corrí sin remedio.

Mi amante me dejó descansar unos breves momentos para poder recuperar el aliento extrayendo aquella flecha de mi conducto anal. Tenía la verga totalmente endurecida. Mi mirada le ponía cachondo y, unos segundos más tarde, comprobé el tamaño descomunal de aquel músculo demoledor. El hombre empezó a sobarse la polla con sus dedos. Le miré a los ojos y ambos sonreímos. Conscientes de lo que iba a ocurrir, apoyé mi mano en su hombro y me levanté. Mis piernas apenas podían sostenerme.

– Vamos, muchacho, ¿A qué estás esperando? – le dije mientras volví a inclinarme sobre la dura roca y noté cómo los pezones se encabritaban al rozar la fría superficie. Mi coñito húmedo pedía a gritos una buena polla.

El hombre se puso de pie, rodeó la toalla hasta situarse delante de mí y me dijo con voz sugerente:

– Quiero que veas con tus propios ojos lo que voy a meterte por el culo. Ya verás como te gustará, pequeña.

El negro empezó a acariciarse su descomunal barra de hierro. Aquel cilindro se curvaba hacia arriba apuntando hacia el cielo y desafiándome sin reparo. En mi vida había visto un boniato tan grande, sin exagerar diría que aquello mediría cerca de veintitrés centímetros y no pude creer cómo aquello había podido entrar en mi estrecha cavidad. Por suerte estaba circuncidado y no era muy gruesa lo que sin duda la convertía en un aparato ideal para lo que estaba dispuesto a hacerme. Tendida sobre la roca con el culo desnudo, observé cómo aquel macho se cogía la verga y empezaba a masturbarse, corriendo el prepucio adelante y atrás. Cada vez estaba más dura y sólo deseaba sentirla dentro de mí.

De pronto sentí la presión de sus manos sobre mis nalgas. Mis pechos aplastados contra la roca parecían aumentar de volumen al sentir el cálido tacto de unos carnosos labios rozándome la piel. Mi coño empezó a humedecerse y entreabrí las piernas. Inesperadamente, la punta de su lengua penetró lentamente por mi retaguardia.

– ¡Eh, tío!, grité. ¿Qué diablos estás haciendo?

– Te estoy preparando el camino – me respondió empapándome la entrada de mi ano con saliva.

– Ábrete de piernas gatita, me ordenó aquel hombre, ayudándome a hacerlo.

El tono de su voz era tan autoritario que, pese a estar excitada, no me atreví a mover un solo músculo. Sin embargo, presa de curiosidad, volví la cabeza y ví al moreno dirigiéndose hacia mí con su espléndida herramienta negra apuntando directamente hacia mi ano.

– Tengo un regalito para ti muñequita – me dijo rodeándome la cintura con sus fornidas manos mientras me atraía hacia él.

– ¡Métemela hasta el fondo! – grité en un arrebato de lujuria.

Sujetó mis nalgas con las manos, deslizando sus pulgares hasta alcanzar mi ano y luego introdujo lentamente en él la punta de su glande.

– ¡Voy a taladrarte! – exclamó y me penetró violentamente desgarrándome por dentro.

Al sentir su ariete en mi interior, pensé que si no me hubiese preparado convenientemente, no lo habría soportado. Sus acometidas eran cada vez más intensas y, aunque al principio me estremecí de dolor, no tardé en jadear de placer. Al imaginar el aspecto de su terrible falo palpitando en mis intestinos, deslicé la mano por mi abdomen hasta rozar el vello de mi coño empapado, acaricié los labios de mi vulva y moví las caderas hacia delante para notar el tacto frío de la piedra en mi clítoris.

El negro se dejó caer sobre mi espalda. El pecho lo tenía empapado en sudor. Sentí los acelerados latidos de su corazón a flor de piel, escuché sus gemidos entrecortados mientras me penetraba, la presión de su carne desgarrando los músculos de mi esfínter. La follada era cada vez más y más intensa. Notaba cómo sus huevos golpeaban contra mis nalgas sin descanso. Aquella barra candente me quemaba las entrañas; sin embargo era una sensación formidable.

Aunque sabía que estaba al borde del orgasmo, contuve la respiración y empecé a acariciarme el clítoris con el dedo índice, mientras introducía los otros dedos en el interior de mi dilatada vagina. El placer que sentía era tan intenso que me corrí por tercera vez. Quería moverme pero su cuerpo me lo impedía. De pronto, sentí el calor del semen de aquel apuesto negro inundándome el conducto posterior y la fría piedra rozándome el coño. Volví a correrme nuevamente. Mis piernas apenas me sostenían y caí de rodillas sobre el suelo, notando el peso de aquel humano sobre mi espalda.

Cuando pude recobrar el aliento, me incorporé y esbozando una sonrisa, solo pude balbucear:

– Gracias, muchas gracias. Me has hecho la mujer más feliz del mundo.

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