El Primer Amor de MaryCarmen

📋 Lecturas: ️975
⏰ Tiempo estimado de lectura: 27 min.

Hola Mi nombre es MaryCarmen, continuo con el resumen de mi vida sexual, y continuamos en orden cronológico. Si quieren saber más de los detalles de mi vida pueden leer mi presentación y relatos anteriores, probablemente ahí aclare algunas dudas que les puedan surgir con la lectura de este relato, recuerden que durante mis relatos iré mencionando algunos detalles pasados.

Tenía casi 19 años cuando todo cambió para mí. Recientemente había tenido mi despertar sexual, un momento que me llevó a descubrir las maravillas de masturbarme. Al principio, era un simple acto de curiosidad, pero pronto se convirtió en un viaje de exploración y autoconocimiento. Recorrí cada rincón de mi ser, experimentando las sensaciones que emanaban de mí. Fue como si un nuevo mundo se abriera ante mis ojos, y a medida que profundizaba en ese descubrimiento, también comencé a notar cómo me veía y cómo me veían los demás.

Nunca me había dado la oportunidad de resaltar mis curvas. Aunque mi cuerpo era atlético y tenía ciertas formas que podrían llamar la atención, la verdad es que no sabía cómo hacerlo. Mi madre era la típica figura conservadora; siempre vestía faldas largas y nunca usaba escote ni maquillaje. No tenía hermanas ni tías que pudieran servir de ejemplos en cuanto a feminidad o cuidado personal. La única referencia que tenía eran un par de primas, pero, siendo sinceras, tampoco era que ellas tuvieran mucho que mostar.

Así que, en medio de esta falta de guías, decidí tomar las riendas de mi propia imagen. Empecé a experimentar con la ropa, y a encontrar maneras de mostrarme tal cual era, con todas mis imperfecciones y virtudes. Era un proceso aterrador pero emocionante, y, a medida que pasaba el tiempo, me sentía más y más segura de mí misma.

Sin embargo, comencé a buscar inspiración también en la escuela. Observaba a varias de las chicas, incluyendo a mi amiga Andrea. Ellas llevaban pantalones ajustados que resaltaban sus caderas, blusas con escotes sutiles que dejaban entrever las curvas de sus tetas, y algunas incluso se atrevían a mostrar un poco más. Era fascinante ver cómo sus elecciones de ropa les conferían una confianza que no podía ignorar.

Me fijaba especialmente en aquellas que tenían un culo grande y lo destacaban con prendas que hacían que todos los hombres se voltearan a mirarlas. Aquellas chicas sabían cómo jugar con sus cuerpos, cómo resaltar sus atributos de manera que captaban la atención. También había quienes lucían unas piernas espectaculares, exhibiéndolas con faldas escandalosamente cortas que desafiaban las convenciones.

No podía evitar pensar en cómo me gustaría vestirme así, de manera que pudiera mostrar algo de mí, de mi propia esencia. La idea de poder atraer miradas, de sentirme deseada, comenzaba a formar parte de mis pensamientos. Me imaginaba usando ese tipo de ropa y sintiendo la libertad de expresarme a través de mi apariencia. Era un concepto nuevo, pero emocionante, que me empujaba a salir de mi zona de confort y explorar un lado de mí que hasta entonces había estado escondido. 

Lo primero que pasó por mi cabeza fue mi uniforme de voleibol. La licra deportiva ya era ajustada, pero nunca me atreví a usarlas cortas. Así que decidí que era el momento de empezar a usar licras más cortas, de esa manera podría mostrar un poco de mis muslos. Me sentía nerviosa, pero al mismo tiempo, emocionada por el cambio.

Luego, cambié mis blusas de cuello redondo, que usaba regularmente para ir a la escuela, por blusas de botones. Estas me daban la libertad de modificar mi apariencia rápidamente. Podía salir de casa con todos los botones completamente abotonados y llegar a la escuela con uno o dos sueltos, dependiendo de cómo me sintiera ese día. Era una forma de jugar con mi imagen, de explorar un nuevo yo.

Incluso cuando decidía salir con falda, siempre eran faldas que caían por debajo de la rodilla. Sin embargo, al llegar a la escuela, parte de mi falda ya estaba en mi cintura, permitiéndome lucir varios centímetros de piel por encima de la rodilla. Me fascinaba la idea de poder mostrar un poco más de mí, aunque el uso de ropa ajustada que no fuera deportiva no era una opción para mí en ese momento. Cada pequeño cambio me hacía sentir más viva, más conectada con mi cuerpo y mis deseos. Era un primer paso hacia la autoconfianza que tanto anhelaba.

Estaba acostumbrada a las miradas morbosas de los hombres mientras jugábamos voleibol; era parte del juego, digámoslo así. Pero lo que no estaba acostumbrada era a que los hombres voltearan a verme mientras caminaba por los pasillos de la universidad. Esa atención era nueva para mí. Recuerdo que me sorprendía cada vez que algunos me silbaban o me decían “hola” junto con alguna que otra grosería mientras me veían pasar.

Seamos sinceras: ¿a qué mujer no le encanta que la volteen a ver? Al menos yo lo disfrutaba. Sabía que mi cuerpo estaba ahí, presente, y cada vez que notaba la mirada lasciva de alguno de los chicos, sentía una pequeña chispa de emoción que me calentaba un poco. Era una sensación extraña, una mezcla de nerviosismo y empoderamiento.

Había miradas que decían más que otras; esas eran especiales. Las podía identificar fácilmente. Eran intensas, cargadas de deseo, y me hacían sentir como si fuera el centro del universo por un breve momento. Esa atención me daba una nueva perspectiva de mí misma, y poco a poco, comenzaba a darme cuenta de que podía ser más que solo una estudiante en la universidad. Podía ser deseada, admirada. Eso era algo que nunca había experimentado, y no podía evitar que me emocionara.

Así, me di cuenta de que mi nuevo estilo no solo transformaba mi apariencia, sino también cómo me percibían los demás. Mis amigas, en particular Andrea, empezaron a comentarlo, y en un instante me sentí como el centro de atención. Disfrutaba la idea de ser observada, de que cada mirada tuviera un significado. También estaba Sergio, mi compañero de estudios, él no decía mucho, sin embargo podía notar sus miradas furtivas hacia el escote, cuando estábamos en la biblioteca,  miradas intensas hacia mis piernas cuando estábamos en el salón y yo llevaba falda y cruzaba las piernas, definitivamente no se perdía ninguna de mis juegos de voleibol, y si a todo esto sumamos mi excelente cambio de humor debido a las constantes masturbaciones lo cual me hacía lucir radiante, estar junto a mí para él debió haber sido algo bueno. 

Sergio era un chico de 19 años ya cumplidos en ese entonces. un par de centímetros más bajo que yo, un chico delgado, pero sin el tipo deportista, realmente él no hacía deporte.  se mantenía delgado por su gran metabolismo, ojos cafés. cabello castaño, piel blanca, facciones agradables, sin ser el gran adonis, su cara remarcada por unos anteojos de excelente gusto, un chico guapo, aunque muchos lo desdeñaban por considerarlo un nerd, para mí era el un gran amigo.

Como pasaba gran tiempo en la escuela con Sergio, era recurrente encontrarlo o sorprenderlo viendo una parte de mi cuerpo, como lo dije antes, para ese entonces no me molestaba que lo hiciera, las cosas comenzaron a intensificarse cuando, sin planearlo, empecé a jugar con la atención que recibía. Era un juego sutil, un tira y afloja que me llenaba de emoción. Cuando nos encontrábamos en la biblioteca, a veces me acercaba un poco más de lo habitual, dejaba caer un libro cerca de él, o me inclinaba un poco más al hablar, buscando que sus ojos se fijasen en mí.

Era un desafío constante; yo era la actriz de esta obra, y él, el espectador cautivo. Aunque no decía mucho, sus gestos lo delataban. Podía ver cómo su mirada se iluminaba cuando me veía llegar. A veces, cuando nuestras miradas se cruzaban, sentía una conexión especial, una chispa que me emocionaba.

Todo esto, por supuesto, era nuevo para mí. Nunca había estado tan consciente de mi propio poder, y la idea de que un chico como Sergio pudiera estar interesado en mí, aunque no lo expresara con palabras, me hacía sentir un torrente de adrenalina.

A menudo, notaba cómo su mirada se deslizaba de mis ojos a mis labios, y luego, inevitablemente, descendía hacia mi escote. En esos momentos, sentía una mezcla de poder y emoción. Era como si, de alguna manera, yo tuviera el control de la situación, y eso me hacía sentir increíblemente bien. Aunque nunca se atrevía a decirlo en voz alta, estaba segura de que mi cambio de imagen y mis esfuerzos por lucir más atractiva no pasaban desapercibidos para él.

Por otra parte, las masturbaciones se volvieron más frecuentes, lo que también aumentaba mi deseo de jugar y coquetear con Sergio. Era una especie de ciclo; cuanto más me excitaba, más deseaba llamar su atención, y cuanto más notaba su interés, más disfrutaba de la atención que le daba. Era un juego de seducción que ambos parecíamos estar disfrutando sin que nadie lo dijera abiertamente. Sin embargo, había un límite, una línea que nunca había cruzado con él, y eso lo hacía aún más emocionante.

Una tarde, después de la escuela, acordamos ir a casa de Sergio, junto con Andrea, para terminar un trabajo que teníamos que entregar la siguiente semana en la materia de planeación estratégica. Durante el camino, la conversación fluyó naturalmente entre los tres, riendo y compartiendo anécdotas. El ambiente estaba ligero, y me encantaba la compañía.

Al llegar a casa de Sergio, una vez más, lo sorprendí mirándome de una manera especial. Mientras charlábamos, pude ver cómo sus ojos se detenían entre los botones de mi blusa, alcanzando a vislumbrar el sujetador negro que llevaba puesto. Esa mirada insistente me provocó una mezcla de nervios y excitación, un sentimiento que ya había experimentado en ocasiones anteriores.

Decidí que necesitaba un momento a solas. Con una sonrisa juguetona, le pregunté: 

—¿Puedo usar tu baño?

Sergio asintió, su mirada aún un poco perdida, y eso solo me excitó más. Entré al baño, cerrando la puerta tras de mí con un suave clic.

Una vez dentro, baje la tapa del retrete y me senté sobre ella, bajando mis pantalones . Dirigí mi mano hacia mis bragas y pude sentir la humedad que ya había acumulado, así que pasé mis dedos por la tela de mi braga, sintiendo cómo el deseo comenzaba a aflorar. Cerré los ojos un momento, disfrutando de esa sensación que me invadía.

Con cuidado, dejé que mis dedos exploraran más allá de lo habitual, internándome en los pliegues, disfrutando de esa sensación gelatinosa que empezaba a fluir. El contacto con mi piel era eléctrico y cada pequeño movimiento provocaba escalofríos que recorrían mi espalda. Mi pulgar se centró en mi clítoris,  que me traía tanto placer, y me perdí en ese momento, olvidando el mundo exterior por un instante.

Sin embargo, no quería quedarme allí demasiado tiempo, así que me contuve justo antes de alcanzar el clímax. Tenía una idea mejor en mente. Me levanté del retrete, tomé un poco de papel y me limpié, los jugos que ya empezaban a correr hacia  mis piernas, una pequeña oleada que me hizo sonreír.

Acomodé mi ropa interior y mi pantalón, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Luego, decidí que era un buen momento para cambiar un poco mi apariencia. Desabotoné por completo mi blusa y me la quité, después de eso me quité también el sujetador con cuidado, sintiendo la frescura del aire en mi piel. Volví a ponerme la blusa, esta vez asegurándome de abrocharme un botón más, sin querer que Andrea se diera cuenta de lo que estaba planeando.

Doblé el sujetador con cuidado y lo guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón antes de salir del baño. Mi corazón latía con fuerza mientras me preparaba para regresar, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción al saber que jugaría con el deseo, tanto mío como el de Sergio.

Tenía una sonrisa dibujada en mi cara mientras caminaba hacia la sala de la casa, una sonrisa traviesa que no podía evitar. Aún sentía la adrenalina recorriendo mi cuerpo por cómo me había tocado en el baño. Me dirigí de inmediato a mi mochila, usando como pretexto  sacar mi lapicera y libreta, pero en ese momento, aproveché para sacar el sujetador que había escondido en mi bolsillo y lo guardé en la mochila, sintiendo un cosquilleo de emoción.

Me acerqué a donde estaban Sergio y Andrea trabajando. Ellos parecían concentrados en sus tareas, discutiendo los detalles del trabajo escolar. Durante aproximadamente una hora, intercambiamos ideas y opiniones, sumergiéndonos en la materia. Cada vez que Sergio hablaba, me robaba miradas furtivas, y me encantaba esa mezcla de atención y deseo que había en su forma de mirarme.

Finalmente, llegamos a un acuerdo sobre cómo abordar el proyecto, y cada uno comenzó a trabajar por separado. Andrea se concentró en hacer la presentación, mientras que Sergio se enfocaba en la documentación necesaria. Yo tenía la tarea de preparar una maqueta, así que me acomodé en la mesa, sacando todos los materiales que necesitaba.

 Mientras trabajaba, no podía evitar robarle algunas miradas a Sergio. Había algo en su forma de concentrarse que me resultaba increíblemente atractivo. Cada vez que levantaba la cabeza y me atrapaba mirándolo, sentía que la conexión entre nosotros se hacía más intensa. En ese momento, había un aire de complicidad que me emocionaba, como si ambos supiéramos que había algo más allá de la amistad, un deseo latente que esperábamos explorar.

Me esforzaba por mantener la concentración en la maqueta, pero mis pensamientos se dispersaban, regresando siempre a Sergio. La atmósfera estaba cargada de una energía que me resultaba difícil de ignorar, y me preguntaba si él también lo sentía. La tarde avanzaba, y aunque estábamos enfocados en el trabajo, el silencio estaba lleno de promesas no dichas.

Casi quince minutos antes de que termináramos, voltee a ver a Andrea, quien seguía completamente concentrada en la presentación. Aproveché ese momento para soltar el botón que normalmente dejaba desabrochado, esta vez sabiendo que no había un sujetador debajo de la blusa. Estiré la tela hacia abajo para que bajara lo suficiente, revelando más de mi piel.

Me puse de pie y tomé el silicón, inclinándome sobre la mesa y sobre la maqueta. Era plenamente consciente de lo que esa posición dejaba ver. Unos segundos después, sentí una mirada intensa sobre mí y me percaté de que Sergio estaba viendo lo que tanto deseaba que viera. Sus ojos estaban completamente abiertos, hipnotizados, fijados dentro de mi escote, y tan absorto estaba que no se dio cuenta cuando levanté la mirada y lo atrapé observándolo.

Me quedé ahí, disfrutando de su reacción, sin intentar bloquearle la vista. Pasaron varios segundos hasta que finalmente me miró a los ojos; en ese instante, sus mejillas se sonrojaron por completo. Solo atinó a decir “ahora regreso” antes de salir apresuradamente y subir las escaleras de la casa.

Una vez que desapareció, aproveché para abotonar nuevamente mi blusa, sintiendo una mezcla de emoción y satisfacción. Volví a concentrarme en la maqueta mientras esperaba a que regresara. Sin embargo, él tardó más de diez minutos en volver. Su ausencia me pareció eterna, y el aire en la habitación se sentía denso con la tensión que había creado.

Finalmente, cuando Sergio volvió, nos apresuramos a terminar el trabajo. La dinámica se había alterado un poco, pero al mismo tiempo había un aire de complicidad en el ambiente. Andrea continuó trabajando en la presentación, mientras que yo y Sergio intercambiamos miradas furtivas, como si ambos supiéramos que algo había cambiado entre nosotros. Al finalizar, nos despedimos, y al salir, una sensación de emoción y nerviosismo me acompañó, consciente de que esa tarde había dejado huella en nuestra amistad.

Sobra decir que esa tarde, al llegar a casa fui directamente a masturbarme, tuve el mejor orgasmo que había experimentado en el mes. Me sentía sexy, deseada y completamente excitada. Sabía lo que había provocado en Sergio, y la verdad es que eso me ponía a mil. Recordaba su mirada hipnotizada, el rubor en sus mejillas, y todo eso encendía un fuego en mí.

Después de recuperarme del intenso orgasmo, mientras aún disfrutaba de la calma posterior, caí en cuenta de que, debido a mi calentura, no había pensado en lo que sucedería después. Simplemente se me había hecho fácil provocar a Sergio, y lo había conseguido muy bien. Pero ahora, un nuevo dilema se cernía sobre mí: ¿qué pasaría con Sergio? ¿Cómo afectaría eso a nuestra amistad? ¿Qué le diría cuando lo viera en la escuela?

Me quedé sumida en mis pensamientos, analizando la situación por alrededor de media hora. La incertidumbre me inquietaba, pero al mismo tiempo, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo. En parte, disfrutaba el juego que había iniciado, pero el temor a romper la dinámica que teníamos como amigos me hacía dudar.

Llegué a la conclusión de que no sabía qué hacer, y eso me dejó un poco inquieta. Sin embargo, lo hecho, hecho estaba, y el placer indescriptible que había sentido me hacía recordar que, aunque había un riesgo, había también una posibilidad de que todo esto llevara nuestra relación a un nuevo nivel. Esa noche, me dormí con la mente llena de preguntas y el cuerpo aún vibrante por la excitación del día.

La semana siguiente hubo cierta tensión entre Sergio y yo. Sin embargo, decidí no darle demasiada importancia y continué tratándolo como si nada hubiera pasado. Trataba de olvidar lo ocurrido y procuraba ser un poco más decorosa delante de él; al final, era un buen chico, bastante agradable, y me caía muy bien. No quería arruinar nuestra relación por un arrebato de calentura.

Llegó la fecha de la presentación del trabajo, y el profesor nos pidió corregir algunas cosas que no estaban bien. Definitivamente, era algo sencillo, algo que podíamos corregir en un par de horas de trabajo, tal vez menos. Así que decidimos hacerlo ese mismo día. Fuimos al lugar de siempre: la casa de Sergio. Era el sitio más adecuado, ya que sus padres trabajaban hasta tarde y él era hijo único, así que nadie podía molestarnos.

Al terminar las clases, Andrea nos comentó que se retiraría antes, que tenía algo importante que hacer y que nos adelantáramos, que ella llegaría después para terminar el trabajo con nosotros. Aceptamos sin problema, y subimos al auto de Sergio. Mientras salíamos del estacionamiento, la tensión volvió a aparecer. Noté nuevamente el nerviosismo de Sergio en sus manos, que apretaban el volante de una manera un poco tensa.

Decidí bajar un poco mi falda, recordando que había decidido ya no molestarlo más. Aunque me esforzaba por mantener un comportamiento más conservador, la situación me ponía en una posición bastante difícil. La idea de estar a solas con él, en ese ambiente íntimo y conocido, me provocaba una mezcla de emociones; por un lado, el deseo de continuar el juego, y por el otro, el temor a que todo pudiera salir mal.

Al llegar a su casa, ambos nos instalamos en la mesa del comedor, donde normalmente hacíamos nuestras tareas. Sin embargo, la atmósfera era diferente; había una especie de electricidad en el aire que me hacía sentir nerviosa, pero al mismo tiempo emocionada. Intenté concentrarme en el trabajo, revisando los apuntes, mientras Sergio se movía a mi lado, su atención alternando entre la computadora y yo. La cercanía entre nosotros era palpable, y aunque trataba de ignorar el pequeño cosquilleo en mi estómago, era imposible no sentirlo.

—¿Quieres algo de tomar? 

Aunque no era raro que Sergio fuera tan atento, la pregunta me sorprendió. No íbamos a tardar mucho haciendo el trabajo, y entre más pronto comenzáramos, más pronto terminaríamos.

—No, gracias —le dije, volteándome para dejar mis cosas sobre la mesa.

En ese momento, escuché que él daba un par de pasos hacia mí, dispuesto a ayudarme con el trabajo. Cuando me giré, lo que encontré fue su cara, a escasos 20 cm de la mía, con esos ojos encendidos, mirando directamente a los míos. Mi ritmo cardiaco se aceleró en un instante, un tanto por la sorpresa y otro tanto por la certeza de saber qué era lo que se venía. Y efectivamente, mi instinto no falló. En menos de un segundo, los labios de Sergio se posaron sobre los míos.

Sus manos se situaron sobre mi cintura, atrayéndome hacia él, y otro segundo después sentí su lengua intentando abrir camino hacia mi boca. Y lo consiguió. Nuestras lenguas empezaron a jugar como dos niños alegres en un parque. Mis manos se posaron en su espalda, mientras las suyas alternaban entre mi cintura y cadera.

Por Dios, ese beso… ese dulce momento, lleno de sorpresa y emoción, me hizo sentir como si el mundo se detuviera a nuestro alrededor. La conexión era intensa, y en ese instante, todo lo demás se desvaneció. Estábamos allí, en un rincón de su casa, explorando un nuevo terreno que hasta ese momento había estado oculto entre miradas y risas. La tensión que había estado presente durante días se convirtió en un torrente de sensaciones que no podía ignorar.

Lo único que podía pensar era en lo que significaba ese beso, en cómo todo había cambiado de la nada, y en cómo me hacía sentir deseada y viva. Desearía que ese momento no terminara jamás.

Después de un par de minutos en los que nuestras bocas se saboreaban, Sergio entrelazó sus brazos detrás de mi espalda, juntando nuestros cuerpos aún más. Fue en ese instante que pude sentir, en toda plenitud, la erección que habitaba por debajo de su pantalón. La sensación fue excitante. En un intento de corresponder a su movimiento, entrelacé mis manos detrás de su cuello.

Sergio no dejaba de besarme, y ahora, mientras lo hacía, comenzó a dar pasos cortos hacia atrás. Yo lo seguía, aunque no entendía qué era lo que él buscaba. Finalmente, se detuvo. Estábamos a un costado del sofá. Sin dejar de besarme, puso una rodilla sobre el sofá y, suavemente, me tumbó sobre él.

Por Dios, no pensaba detenerse; quería ir más allá. Y para ser sincera, yo también lo deseaba. Probablemente lo deseaba más que él. Pero ¿quién piensa en esas cosas en esos momentos? La adrenalina y la pasión se apoderaron de mí, y todo lo demás se desvaneció en un mar de sensaciones.

Sentía el calor de su cuerpo contra el mío, y el deseo de explorar cada rincón de esa conexión me invadía. Las manos de Sergio comenzaron a moverse lentamente por mi cintura, mientras mis dedos jugaban con su cabello, atrayéndolo aún más hacia mí. Era un momento de pura entrega, donde cada caricia y cada roce encendían la chispa de algo que hasta ese momento había permanecido oculto entre nosotros.

Todo lo que quería era seguir perdiéndome en ese beso, en ese momento, sin pensar en las consecuencias o en lo que vendría después. La incertidumbre se desvanecía ante la certeza de que, al menos en ese instante, éramos solo él y yo, entregados a la magia de un deseo recién descubierto. 

Reacomodé mi pierna izquierda, subiéndola al sofá y dejando la rodilla medio flexionada. Mi intención era evitar que el peso de su cuerpo recayera sobre mi pierna, pero eso le abrió la puerta para algo más. De repente, el acceso a mis muslos se volvió sencillo, y su mano derecha comenzó a acariciarlo por la parte externa.

En ese momento, ya estaba rendida; no había nada más que pudiera hacer. Me sentía completamente abandonada a lo que él quisiera, a la corriente de deseo que fluía entre nosotros. Como prueba de ello, comencé a tirar de su camiseta hacia arriba, sintiendo cómo la tela se deslizaba suavemente sobre su piel. En cuestión de segundos, su camiseta quedó tirada en el piso a un costado de nosotros.

Su mano salió de entre mis piernas, y lo primero que hizo fue buscar los botones de mi blusa. Comenzó a soltarlos uno a uno, con una sola mano, su atención completamente centrada en mí. Mientras él lo hacía, mis manos se movieron en busca de su cinturón, desabrochándolo con una mezcla de nervios y excitación. Mis dedos continuaron su camino hacia el botón de su pantalón, que también cedió bajo mi toque.

Finalmente, cuando él terminó de abrir mi blusa, su bragueta ya estaba abajo, y ese gesto me llenó de una mezcla de anticipación y deseo. La atmósfera estaba cargada, y el mundo exterior se desvanecía a nuestro alrededor. Todo lo que existía era la conexión que habíamos forjado, el deseo palpable y la promesa de lo que vendría.

Se separó un poco de mí para observarme. Menuda estampa la que vio: ahí estaba yo, con la blusa completamente abierta, la falda arremangada hasta la cintura, las piernas semi abiertas y la respiración agitada. Pero fue su cara, su expresión, la que en ese momento terminó por derrumbar cualquier resto de duda que pudiera haber en mi ser. Su mirada estaba llena de deseo y asombro, y eso encendió aún más mi propia necesidad.

No pude resistirlo y rompí el momento. Terminé por bajar sus pantalones, y me lancé nuevamente a su boca, saboreando cada instante. Mi mano derecha cruzó la frontera que imponía el resorte de sus calzoncillos, y lo encontré ahí: un pene de considerable tamaño. Lo acaricié un poco recorriendo con mis dedos toda su longitud, sintiendo como de vez en cuando palpitaba, mientras sentía que su respiración se aceleraba a mil por hora, el ambiente se tornaba cada vez más eléctrico.

Mientras mis dedos exploraban, su mano se perdió por detrás de mi espalda, buscando el broche del sujetador. Intentó una, dos y tres veces, pero era imposible para él hacerlo con una sola mano. Así que decidí ayudarlo. Solté el nuevo juguete que había encontrado y puse mis manos en mi espalda, buscando el broche. Con un movimiento rápido, lo solté y luego me quité el sujetador, que fue a caer justo sobre su camiseta.

Él me miraba con la boca abierta, la sorpresa y la lujuria entrelazadas en su rostro. Yo volví mi mirada hacia el juguete que había soltado, que, al retirar mi mano, había quedado por encima del elástico de sus calzoncillos. Allí estaba, erecto, duro como piedra, con un brillo en la punta que reflejaba la luz de la habitación. La tensión aumentaba y el momento era irrepetible.

Lo que sucedió a continuación fue un torbellino de sensaciones y emociones. No duró mucho esa vista; naturalmente, él buscaba algo más. Después de admirar mis pechos, dirigió su boca y su lengua hacia ellos, mis pezones alegremente lo recibieron, endureciéndose con el contacto de su cálida boca. Cada movimiento suyo hizo que un gemido de placer escapara de mis labios, un sonido que parecía animarlo aún más.

 Sentí sus dedos deslizarse entre el elástico de mis bragas, comenzando a jalar hacia abajo. Levanté la cadera para facilitarle el movimiento, y las bragas  terminaron en el otro extremo del sofá, olvidadas en el momento. Era mi turno de corresponder, así que mis manos bajaron sus calzoncillos hasta sus rodillas. No hubo tiempo para más; la urgencia del momento nos envolvía.

Con sus pantalones en los tobillos y los calzoncillos en las rodillas, Sergio fue en busca de mí, y yo lo recibí gustosa. La humedad de mi vagina  se unió a la firmeza de su pene, haciendo que todo fluyera de manera natural. Sin pensarlo, él embistió una vez, y luego otra, y otra vez más, aumentando la intensidad y el ritmo con cada embestida.

Era un baile salvaje y ardiente, un intercambio de energía y deseo que llenaba el espacio entre nosotros. Sus ojos nunca se apartaron de los míos; había una conexión profunda en esa mirada, una mezcla de pasión y exploración que intensificaba aún más la experiencia. Cada golpe de cadera resonaba en mi cuerpo, llevándome a un estado de placer que nunca había imaginado.

 Era enloquecedor ese momento. Mientras el me penetraba con fuerza la electricidad empezó a recorrer mi cuerpo, que se arqueaba buscando en cada envestida su contacto, que llegara más profundo, más fuerte,  y llegó el instante en que ambos explotamos entre gemido y bufidos de placer. Nos fundimos en un abrazo, sintiendo el calor de nuestros cuerpos entrelazados, y permanecimos así durante un par de minutos. Finalmente, nos separamos, y el encuentro se selló con un tierno beso. Sergio sonreía, y yo también lo hacía, con una mezcla de satisfacción y sorpresa por lo que acabábamos de compartir. Aunque ninguno de los dos estaba completamente desnudo, había llegado el momento de volver a la realidad y vestirnos.

Tomé mis cosas y corrí al baño. No sabía muy bien por qué lo hice, pero decidí vestirme allí, como si eso pudiera ayudarme a procesar lo sucedido. Mi justificación era que necesitaba limpiarme, pero en el fondo sabía que era también una forma de recobrar algo de control. Cuando finalmente salí, él ya estaba vestido y había comenzado a acomodar el desorden que habíamos creado en la sala.

Sergio me recibió con un beso, ese gesto tan sencillo, pero tan lleno de significado. Decidimos ponernos a trabajar, como si nada hubiera pasado, aunque ambos sabíamos que todo había cambiado entre nosotros. Andrea no tardó en llegar, y efectivamente, apareció 20 minutos después, con su energía habitual, lista para continuar con el proyecto. A medida que ella se acomodaba y comenzaba a revisar el trabajo, un aire de normalidad regresó, pero la tensión sutil entre Sergio y yo seguía presente, latente, como un secreto compartido que solo nosotros conocíamos.

Al día siguiente, Sergio hizo las cosas como él consideraba prudente, me compro una rosa blanca, se acercó y me pidió ser su novia, a lo cual yo acepté de manera gustosa, duramos juntos poco más de 2 años y medio, juntos aprendimos mucho sobre sexo, experimentamos y más. Ahora puedo decir que, si bien Sergio no fue mi primera experiencia sexual, sí fue mi primer gran amor, aunque la naturaleza es fuerte y la carne es débil, y tiempo después sucedió lo inevitable, ahora entiendo que sí que fue inevitable

Gracias por leerme y recuerden que sus comentarios son bienvenidos. Besos 

MaryCarmen 

Compartir en tu redes !!
MaryCarmen
MaryCarmen

LOca y enamoradiza, me gusta charlar, si me quieres decir algo manda un correo a [email protected]

Artículos: 4