El hermano de mi madre, 3 años mayor que yo
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Por asares del destino tengo un tío, Ramón, hermano de mi madre, que es 3 años mayor que yo. Mi madre es la mayor de 9 hermanos y mi tío Ramón, el menor de todos. Actualmente tengo 19 años y mi tío Ramón tiene 22. Ambos nacimos en el mismo mes con una diferencia de 3 años.
La familia de mi madre posee un rancho agrícola y ganadero, y una extensa huerta de árboles frutales. Estando construída la casa familiar en medio de esta huerta donde siempre han vivido mis abuelos maternos; En esta casa nacieron todos sus hijos y a sus hijos, mis tíos, y a sus hijos, mis primos nos es fascinante pasar nuestras vacaciones en este campo, al aire libre, donde aún se percibe el olor a tierra mojada, a siembras y a ordeña mañanera. Aquí se vive aún el agradable ambiente del campo, tan diferente a las ciudades llenas de humo, de prisa, de deshumanización, de falta de comunicación, y también, porque no decirlo, de mucha violencia.
Al rancho de mis abuelos lo hace más atractivo el plateado río que lo humedece y a donde, desde niña, me gusta ir de vacaciones a acompañar y a jugar con mis primos. En nuestra familia sucedió el asar de tener dos tíos casi de nuestra edad, pero en este relato juega un papel protagónico Ramón, el menor de los dos, a quien ni mis hermanos ni mis demás primos, ni yo, nunca llamamos tío, sino siempre ha sido Ramón para todos nosotros. Esto más que nada se debió a nuestra casi paralela edad y a que crecimos juntos en juegos, en tareas domésticas, en labores escolares, etc.
Ramón es de la edad de mi hermano mayor. Desde niña admiré a Ramón por su madera de líder: Era quien nos ayudaba a resolver los “dificilísimos problemas” que nos presentaba nuestra niñez, además de que posee una habilidad nata para tocar la guitarra, inventar juegos, enseñar actividades, es de elocuente conversación y aborda con facilidad y una voz muy varonil todo tipo de temas. Aunado a todo esto, las actividades del campo que su padre, mi abuelo, y sus hermanos, mis tíos, le han enseñado, y en la ciudad en el gimnasio, lo llevaron desde muy niño a adquirir un cuerpo atlético y bronceado. En nuestras vacaciones escolares, que siempre acostumbramos pasar en este campo, la casa de los abuelos se llenaba de los gritos, risas y llantos de todos sus nietos niños, adolescentes y jóvenes.
A mí, en lo personal, desde niña me gustó levantarme junto con mi abuela a ayudarle a preparar el desayuno de toda la familia y de los trabajadores del rancho que se tenía que servir por turnos, dado que somos un número muy considerable. Una vez terminadas estas habituales tareas, me gustaba, y me sigue fascinando ir a bañarme al remanso del río a donde siempre me acompañaba Ramón, ya que desde siempre he sido su admiradora. Nos acompañaban mis hermanos y varios primos.
En esos inolvidables días, Ramón me enseñó a nadar. Y precisamente al recibir sus instrucciones fue cuando empezó a cambiar por amor y deseo mi admiración a él: siento que lo amo desde que yo tenía como 10 años. Ramón, entonces de 13 años, pero ya bastante bien desarrollado, me tomaba en sus ya muy fuertes brazos y me enseñaba a mover los pies y las manos para que yo me sostuviera en el agua. Conmigo lo hacía igual que con todos. En él nunca existió la menor mala intención. Fui yo quien empezó todo, ya que no obstante que pronto aprendí a sostenerme nadando, ante Ramón siempre aparenté ser torpe para que él me tomara en sus brazos. Así pasaron 2 años más.
Cierta noche, en el rancho, se celebró la fiesta de 15 años de la hija de uno de los trabajadores. Ramón, la acompañó como su chambelán. No había en el pueblo quinceañera que no quisiera que Ramón ocupara este puesto, ya que se había transformado en el apuesto galán deseado de todas las adolescentes y envidiado de muchos jovencitos. Fui a esta fiesta en la que aparenté una felicidad que estaba muy lejos de sentir, ya que mi interior hervía de coraje, que con el tiempo comprendí eran profundos celos. Mi edad y las costumbres de la familia me impedían bailar a mis 13 años. La fiesta terminó y todo mundo se fue a sus casas. Yo a dormir a la habitación junto con todas las niñas. Quizá mi coraje y los celos que por primera vez esa ocasión experimenté me hicieron soñar que Ramón era mi novio, que me besaba, que acariciaba y tocaba todo mi cuerpo. Para esos días yo ya estaba cambiando de niña a mujer e incluso, por instinto, había recurrido a la masturbación.
Empecé a buscar la forma de estar sola con Ramón. Le pedía me acompañara al río y nos bañábamos juntos. Para ello, bajo mi ropa, previamente me ponía mi traje de baño. Ramón continuaba impartiéndome las clases de natación: Al yo moverme en sus brazos tocaba “accidentalmente” sus partes y sentía que su pene se ponía duro. Debo decir que esos “accidentes” me llevaron a adivinar que también tenía el atributo de haber sido muy bien dotado. Me gustaba también ver de reojo que sobre el elástico de su short salía un hilo de vellos negros que terminaban en su ombligo, además, en el centro de su pecho empezaban brotar pelos y en sus axilas ya era abundante.
Una mañana, después de estar practicando con él mis “Clases de natación” y que toqué “accidentalmente” en varias ocasiones su entrepierna, Ramón me dejó en la orilla del río diciéndome que lo esperara unos momentos, ya que tenía necesidad de ir a orinar. Ramón se retiró un poco de mi presencia dirigiéndose atrás de unos espesos arbustos, como tantos que crecían en la orilla del río. Lo seguí con sigilo y pude percatarme que no se había retirado a orinar como me había dicho, sino que se estaba masturbando. Su pene estaba muy desarrollado (estimé que le mediría no menos de 18 cms. de largo, bastante grueso y muy recto) y tenía mucho vello púbico.
Sin que Ramón se percatara de mi presencia, acaricié mi clítoris, hasta que él se corrió expulsando grandes chorros de semen. Entonces en silencio me dirigí a esperarlo al lugar donde él me había dejado. Volvimos a meternos al agua. Al rato llegaron mis demás primos y amigos y se unieron a nosotros. A partir de esa fecha mi deseo por Ramón fue mayor y más procuré estar a solas con él.
Una de esas noches, Ramón tomó su guitarra y solo se dirigió a la huerta donde permaneció varias horas tocando y cantando. Las canciones hicieron volar mi imaginación pensando que Ramón me llevaba serenata. Los más niños ya se habían dormido, los primos mayores que yo se habían retirado a platicar sus cosas a la plaza del pueblo, algunos de los adultos descansaban y otros conversaban de sus cosas en el comedor.
Me levanté en silencio y en la obscuridad de la noche, guiándome por el sonido de la guitarra, me dirigí al lugar donde estaba Ramón. Lo encontré sentado en el tronco horizontal de un árbol, que no obstante haber sido derrumbado hacía años por un fuerte viento, aún permanecía verde. En silencio me senté a su lado.
Ramón no dijo nada. Siguió impasible, aunque percibí que le agradó mi presencia. Acerqué mis labios a su mejilla derecha y le di un beso dándole las gracias por su música. Fue cuando me di cuenta que yo no le era indiferente: Ramón se excitó un poco, extendió su brazo derecho y me abrazó con fuerza, sellando mi boca con un apasionado beso como únicamente los había visto en las películas. Me dejé llevar por el momento y dejé que me acariciara como en el sueño que había tenido aquella noche de la fiesta de 15 años. Ramón y yo, olvidando nuestra relación familiar acariciamos mutuamente nuestros cuerpos. Desde esa noche, Ramón de 15 años, y yo de 13, en secreto nos hicimos novios. Siempre buscábamos la soledad para acariciar nuestros cuerpos, para besarnos, y durante 3 años, no obstante que los dos lo deseamos, no llegamos a más.
Con el correr del tiempo y de la vida al aire libre, Ramón a sus 18 años se convirtió en un apuesto hombre: Alto, viril y fuerte, y se trasladó a la ciudad a continuar sus estudios universitarios, donde, por su liderazgo nato y su presencia física siguió siendo muy asediado por las mujeres. Yo, a mis 16 años era una jovencita delgada y decían, que de muy buen ver. Y aunque la mayoría de nuestros amigos ya tenían sus novios o novias, Ramón y yo estábamos felices por no tener compromisos de esta índole y siempre disimulábamos nuestros juegos, que eran muy constantes.
En la ciudad, Ramón vivía en casa de otros tíos que solo tenían hijos hombres. Un fin de semana, mis padres salieron de la ciudad con mis hermanos. No pude acompañarlos debido a que era época de exámenes en la escuela preparatoria a la que yo asistía. Además, no era la primera ocasión que me quedaba sola en casa. Ramón llegó a visitarnos y se encontró con la sorpresa de que me encontraba sola. Dimos rienda suelta a nuestras pasiones guardadas por tanto tiempo. Ramón me besó como nunca y nuestras caricias llegaron a tanto que sin darnos cuenta de pronto ambos nos encontramos desnudos en el sofá de la sala de mi casa. Nos besamos, Ramón besó como nunca mis pezones y tocó mi clítoris con suma delicadeza y me hizo correrme en dos grandes orgasmos casi seguidos. Ambos desnudos caímos a la alfombra. Pude, por fin, con toda libertad palpar su enorme, recta y gruesa lanza que había alcanzado una dimensión de aproximadamente 21 cms. de larga y estaba coronada por un rojo glande. Mis dedos índice y pulgar no alcanzaban a tocarse sus yemas al palpar su grosor.
Ramón separaba con sus fuertes brazos mis piernas y con sus dedos mis labios vaginales y dejaba al descubierto mi clítoris. Sin separar sus labios descendió por mi pecho y luego por mi estómago hasta llegar y tocar mi clítoris con su lengua. Fueron indescriptibles los orgasmos que experimenté en ese momento. Ramón me transportó a un mundo, para mí, desconocido. En uno de estos gratos éxtasis me tomó en sus brazos y me trasladó a mi cama donde continuamos el juego. El gran momento había llegado: al fin sería poseída por mi tío Ramón.
Me acostó y sin dejar de besarme se subió sobre mí. Acomodando su cuerpo abrió mis piernas sobando mi vulva con su pene que estaba más duro que el tronco donde Ramón tocaba su guitarra. Puso una almohada bajo mis caderas lo cual hizo que mi vulva quedara un poco levantada. Con sus dedos separó mis labios vaginales y dirigió la punta de su dura lanza al pocito que Ramón y yo solo habíamos tocado con nuestros dedos. Empujó con firmeza y sentí como era penetrada. Por el placer que sentía ahogué un grito de dolor que pude haber prolongado, durante los aproximadamente dos minutos en que lentamente fui penetrada: Mi himen fue roto con paciente amor y mis carnes se abrieron poco a poco hasta que sentí que los abundantes pelos de su pubis tocaron mi clítoris y sus pelotas mi trasero.
Ramón sobre mí inició un cadencioso y delicado mete y saca, en tanto yo experimentaba un lacerante dolor mezclado con un placer infinito que me hizo correrme incontables veces. El dolor que experimenté la mañana en que fui penetrada por primera vez hizo que mis uñas quedaran marcadas en la bien torneada espalda de Ramón. Ese día y esa noche hicimos el amor varias veces, así como en los días siguientes, hasta que poco a poco, el dolor que produjo el rompimiento del himen desapareció dando cabida solamente a un placer indescriptible.
Actualmente, Ramón a sus 22 años tiene su novia, y yo, de 19, también tengo novio. Nuestras respectivas parejas desconocen nuestra relación incestuosa, que hemos mantenido en secreto. Verdaderamente tememos ser descubiertos por nuestros padres. Ni siquiera quisiéramos imaginar la reacción de toda la familia.
Hasta la fecha, Ramón y yo seguimos practicando el sexo con mucho placer escapándonos de la escuela o inventando mil pretextos para salir solos, a lo cual nos ayuda el hecho de que vivamos en casas separadas.
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