El día que vi a mi mujer con otro
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El día que vi a mi mujer con otro tipo entrar a un motel creí que me iba a morir. Me dio un vació en el estómago verla en brazos de un hombre algo más fornido que yo y mucho mayor que ella, que de seguro se la tiraría con toda la maestría de su experiencia.
El hombre ya me la había arrebatado de mis narices una noche que salimos a bailar, y yo la deje ir sola al baño. Otro la saco a bailar cuando ella regresaba y no se negó, ni siquiera me consulto. La vi bailar, y en algunos lapsos desaparecer entre las sombras de la muchedumbre en la pista. Las luces estaban bajas, recuerdo, pero reconocía a mi noviecita por su silueta. Yo llevaba con ella saliendo ya casi cuatro meses, y mis amigos decían que al quinto mes podía quitarle su virginidad. Pero se me adelantaron esa noche. Yo que la estaba guardando en mi mente para después de casarnos, para hacerla mi mujer y amarla virgen, y ella se lo dio a otro la misma noche en que lo conociera. A mí me dolió mucho, así que empecé a hacer todo lo que ella quisiera con tal de que no me dejara.
Ella no me despreciaba pero tampoco me daba el respeto que yo me merecía, se iba con cualquiera que le gustaba y gozaba sin pena la muy perra. En aquel entonces, yo era muy joven y todavía tenía mis sentimientos nobles e inocentes. Mientras yo le escribía poemas, ella retozaba con otros. Incluso a veces con mis propios amigos. Yo la seguía y como aquí tenía comida y techo, se quedaba mientras encontraba con quien perderse o que la perdiera.
Es muy guapa, siempre lo ha sido, con un trasero precioso y unas piernas morenas hermosas, una mata de pelo liso que cae en gajos hasta su cintura de avispa. Tenia las tetas del color y tamaño del durazno, no tan pequeñas y bien firmes. En sus ojos, mas que nada, se veía que era bien zorra. Y los machos que reconocían en ella la lujuria y las ganas de follar constantemente se la gozaban a plenitud, se la bebían, se la almorzaban, se la comían, y a veces la venían a buscar bien de noche un par de machos en un carro y se la llevaban por el fin de semana. Después volvía, toda despeinada y con las telas de su vestimenta desgarradas, toda zarandeada, ultrajada, con una mirada de saciez a quedarse en mi casa. Entraba y salía cuando quería, y si lo quería me buscaba, casi siempre para pedirme dinero o para decirme que un amigo suyo venia a quedarse con ella.
Yo le rogaba y le pedía que por favor no trajera a desconocidos al hogar, que respetara un poco, y ella sacaba una penca de cuero grueso que tenía detrás de la puerta del armario y me azotaba. Yo bramaba de dolor, y ella me afligía con mayor potencia. Yo me arrodillaba en cuatro como una perra, y ella con su flageo me laceraba la piel. Después de unos cuantos azotes, se iba a buscar un pene ortopédico de nueve pulgadas y me follaba el culo por lo menos quince minutos. Algunas veces cuando llegaba a casa me invitaba a su recamara, y me traía un regalo, a veces un macho bisexual que me clavaba rico, y otras veces a una hembra hermosa para sodomizar entre ambos. Ella era la que cazaba, y siempre establecia las reglas a los demás, como si fueran clientes, les decía que la experiencia valía tanto y tanto otro. Algunos se negaban a pagar, y se la metían igual, yo la oía sofocada contra el borde de la cama, embestida. Ella se dejaba prostituir y a veces era perra gratuita, pero en la casa no hacia falta dinero. Además, yo trabajaba cuatro días por semana y aportaba algo. Nos dedicamos a ver hasta que grado de humillación podemos llegar.
A veces soy yo quien trae a un amigo, y ella en vano sale corriendo, porque sabe lo que le espera. La llevábamos al sótano, y la sodomizamos. Ella sabe que yo la dejo hacerme lo que quiera y que haga también lo que se le venga en gana, siempre y cuando sea mi puta esclava una vez al mes. Creen que hacemos mal? Incluso mi mujer quiere que le escriban a [email protected], el email que ambos compartimos y nos digan lo que piensan. Aunque no creo que cambiemos mucho, estamos a merced de la sugerencia de otros.
La hice mi mujer en ley, porque la quiero asegurar un poco mas, degradarla y que me humille y me siga trayendo a todos los machos y hembras que quiera. Cada vez que la escucho desgarrada por una verga suculenta, y me vengo a montones sobre mi mano, soy consciente de que nací para ser cornudo y para ser infiel, y que no me voy a negar a ser quien soy por todas las normas que quiera imponer la sociedad. Yo seguiré feliz haciéndola feliz a ella, y ella me hace muy pero muy feliz con su felicidad.
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