El Casero

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Siempre me atrajeron los hombres grandotes, esos primitivos, de las cavernas, con muchos pelos por todos lados, ya que esos chicos de gimnasio de cuerpos esculpidos nunca fueron lo mío
Siempre me sentí a gusto en una familia patriarcal donde el hombre fuera el macho de tomar decisiones, el que defienda a su hembra y jamás me incomodó verme como ama de casa para que él proveyera los alimentos.

Carlos era ese tipo de hombres, lo conocí por casualidad en un empleo temporario de esos días, era solo una pasantía de mi parte para obtener mi título terciario y él, necesitaba por un tiempo una asistente para acomodar el exceso de trabajo que tenía sobre sus hombros.

Recuerdo que nos sentábamos frente a frente escritorio de por medio, sus compañeros lo trataban como a un machista de una época pasada, sin remedio.

Usaba barba en esos días, parecía un tipo intimidante, me llevaba algunos años y no tardé en enterarme que estaba en temas judiciales de divorcio de la que era en esos tiempos su esposa.

Me sentí en confianza con él, y cuando él poco a poco se abrió conmigo, descubrí un tierno, un dulce, un osito, y supe que ese machismo primitivo era solo una coraza para no dejarse ver cómo era.

Esa pasantía temporal duraría solo tres meses y en esos tres meses me acostumbré a su presencia, a sus charlas, a su rostro, a su sonrisa y entendí qué tal vez fuera recíproco, y si bien cada tanto solía halagarme, nunca pasaba más de ahí.

En los últimos días tuvimos que ir a un depósito apartado a hacer un recuento de stock por un inventario, no había nadie, solo nosotros y nadie vendría, y mientras él contaba cajas y más cajas yo me mordía los labios imaginando situaciones.

Solo lo tomé por sorpresa, me arrodillé a sus pies, desbroché su cinturón y los botones de su pantalón, saqué su verga que se me antojó enorme y le día una terrible chupada, bien profunda, hasta el fondo y solo dejé de hacerlo cuando sentí toda su melaza pasar por mi garganta.

Aun puedo recordar mi sonrisa pícara y el rostro desencajado e incrédulo del que en esos días era mi jefe.
No habría retorno, terminé mi pasantía, dejé ese empleo, pero nunca me separaría de Carlos, fuimos novios, amantes, pareja.

Llegaría mi primer embarazo, el segundo, el tercero, pasaron los años, y nos encontramos con nuestros hijos terminando sus estudios primarios, estoy un poco más vieja, Carlos ya no usa esa barba con la que lo había conocido, él está un poco pelado y ganó kilos, arriba de cien, sique siendo ese macho primitivo del que me enamoré y también ese osito tierno en la intimidad

A la hora del sexo, personalmente prefería los horarios nocturnos, pero Carlos, ya estaba un tanto mayor y le costaban las erecciones nocturnas, sin embargo mi esposo, siempre estaba en su mejor momento en cada mañana al despertarnos, justo cuando los chicos aun dormían, su pija dura era toda una tentación y había tomado ya como rutina darle un regalo para que tuviera una buena jornada, me encantaba masturbar su sexo duro usando en general mis manos, y tomarle sus jugos hasta la última gota, mi desayuno preferido, cada día, todos los días, como esa tarde en el empleo, como esa primera vez
Carlos bromeaba mucho con esa situación, solía hacer comentarios jocosos sobre la cantidad de leche acumulada en mi cuerpo, y que jamás tendría problemas con el calcio cuando mi edad avanzara.
Creo que tiene la mejor pija que pueda tener, y creo que beber sus jugos cada mañana es para mí tan necesario como respirar, y obvio, él jamás pone resistencia a mis perversiones

Sería nuestra primera salida sin los chicos, nuestros hijos estaban ya mayorcitos y podrían sobrevivir en la ausencia de mamá y papá. Tomamos una semanita en un lugar apartado, lejos del mundo, lejos de las noticias, lejos de todo y por cierto un momento para reencontrarnos como pareja, para permitirnos volver a enamorarnos.

Sería sin dudas una experiencia única e irrepetible, donde pudimos animarnos a hacer todas las locuras que normalmente no se pueden realizar en un entorno familiar
Viajamos temprano, habíamos reservado una cabaña en un pequeño complejo, en la nada misma, ermitaños, apartados del mundo, fuera de temporada, solo necesitábamos estar nosotros dos y el ruido de la naturaleza

Llegamos al atardecer, y el sitio prometía más de lo que habíamos visto por fotos, un silencio absoluto era interrumpido por el trinar de los pájaros y un ruido lejano de alguna cascada de agua, el verde césped era cortado por las cabañas en madera y el fondo era una postal de montañas que poco a poco se elevaban en lo profundo de la escena
La piscina estaba cubierta con una lona, lamentablemente, fuera de temporada no estaba habilitada, la recepción estaba a un lado y parecía el único rincón con vida en todo nuestro entorno visual

Conoceríamos a Emilio, el casero, en esos momentos, un tipo de rostro bonachón, de no muchas palabras, lucía muy campesino, con sombrero, pañuelo anudado al cuello y botas de goma a la rodilla, eso si, tenía dos celulares sobre la mesada.

Nos llevó a nuestra cabaña, nos dijo que no era la que habíamos reservado, que esa era mas costosa, pero no había nadie en esos días, así que bueno, tenía mejor vista y estaríamos más cómodos.

También nos dijo que volvería una vez al día, para ver que todo estuviera en orden, y que si necesitáramos algo, pues el siempre tenía ambos móviles encima, día y noche.

Antes de retirarse por el polvoriento camino de acceso, nos dio alguna indicaciones más sobre el lugar en general, y algunas despensas cercanas donde podríamos comprar alimentos.

Así comenzaron nuestras eternas horas de ocio, Carlos y yo empezamos a reencontrarnos y ese amor que la rutina mantenía en estado vegetativo, pareció revivir de repente, recordé lo que tenía entre mis piernas y que una mujer que se siente amada y protegida, puede hacer las cosas más locas que se puedan imaginar.

Día a día, roces, miradas, toques, caricias, palabras, fantasías, todo se permitía en medio de la naturaleza, incluso Emilio, el casero que apenas veíamos de tanto en tanto, se había colado en nuestras sábanas
Y nos permitimos todas las cosas que siempre habíamos reprimido, y nuestro arcoíris se llenó de colores

Llegaba la última noche, cenamos a la luz de la luna con un dejo de nostalgia, al despernarnos al día siguiente, llegaría Emilio para entregarle las llaves y volver a nuestra vida de cada día, para meter la cabeza en los problemas, en la rutina, y esa situación se haría notoria en mi esposo, quien no podría darme la despedida soñada por su falta de erección, pero no me importó, no todo era sexo y le agradecí por los días que habíamos compartido.

Esa noche hacía demasiado calor, abrimos los ventanales por completo, nos desnudamos, él siempre jugaba con esa idea de dormir desnudos, nos abrazamos y nos pusimos a ver la televisión. Sus ronquidos me dejaron saber que él ya estaba en otra cosa, así que apague todo y me acurruqué a su lado, dejando que la serenata de los grillos me endulzaran los oídos hasta quedarme dormida.

El ronquido complaciente de Carlos me despertó antes de lo habitual en esa mañana templada, él dormía boca arriba y yo estaba acurrucada de lado sobre su cuerpo, cruzando una de mis piernas sobre la suya mientras mis dedos inquietos jugaban con los vellos enrulados y entrecanos de su pecho.

La sensación de haber dormido con nuestros cuerpos completamente desnudos sin haber hecho el amor la noche anterior era demasiado sensual, me gustaba sentir el roce de mis pezones sobre su brazo y acomodar mi vulva rasurada sobre su cadera, mientras él parecía ajeno a todo.

Miré por sobre su pecho el gran ventanal que daba al sur, completamente abierto, desprovisto de rejas y de cortinados, dejaba entrar un frescor que aplacaba las altas temperaturas y los primeros rayos de la luz de un nuevo día. Era todo muy cálido, en la gran ciudad jamás hubiera sido posible tal sensación de absoluta libertad, la excitación de que cualquier extraño pudiera habernos observado, o ingresado al dormitorio como si nada, era una tentación embriagadora. No hay maneras de poner en palabras ese morbo de imaginarnos invadidos, de estar desnudos y más a mi como mujer, imaginarme seducida por un extraño, aunque solo estuviera observando, potenciaba todos mis sentidos.

En esa atmósfera tan íntima, que erotizaba cada célula de mi cuerpo, mi mano que acariciaba el pecho de Carlos bajó hacia su intimidad, como cada mañana, sus casi veinte centímetros de carne dura y gruesa estaban en su mejor momento, solo lo sentí enorme, con ese glande rosado y desnudo producto de la erección llegando casi a su ombligo, solo lo toqué suavemente desde las lustrosas bolas hasta la punta, en un interminable recorrido de placer, haciendo que mi esposo dejara de roncar y pareciera saborear en sus labios lo que yo estaba haciendo.

Me dije a mi misma que sería la despedida, era temprano y Emilio tardaría en llegar, habría tiempo suficiente.

El ya estaba en esos segundos entre dormido y despierto y justo fueron los segundos en los que yo tomé la iniciativa y antes de que él tuviera plena conciencia ya estaba acomodada entre sus piernas, con su pija erguida entre mis dedos y mis labios dispuestos a saborearla.

El sexo oral me sabía bien, era muy buena en ello, era mi parte favorita del sexo y las penetraciones profundas eran mi especialidad, para mí era casi natural engullirme una verga por completo, hasta la base, por más larga que fuera, mi garganta parecía acomodarse sin problemas y era de esas pocas mujeres que triunfaban donde la mayoría fracasaban, y por supuesto, cada hombre, incluso mi marido, sabían ser agradecidos de mis cualidades.

Así su mirada vespertina se posó sobre mi rostro y mis cabellos, mientras yo solo descendía comiéndome lentamente su terrible pija hasta, milímetro a milímetro, hasta llegar a los bellos de su pubis, la sentía en lo profundo de mi garganta, y su rostro de placer parecía rendirse en esos momentos, me sentía poderosa, sabía que tenía el control, y eso me excitaba mucho, me calentaba, y solía mantenerme ahí, con toda su carne en mi boca, jugando con su glande incrustado y usando mi mano para acariciar sus bolas.

Intercambiaba mi mirada entre su rostro y el entorno, en especial ese enorme ventanal abierto que daba al pie del cerro y que me hacía sentir peligrosamente desprotegida, ante la posibilidad de que algún extraño pudiera llegar y observar lo que sucedía, porque no había absolutamente nada que pudiera evitarlo, mientras yo seguía con mi juego amatorio.

Y todas mis fantasías se harían realidad, la figura de Emilio el casero, pareció paralizarse en la ventana, atraído por lo que sus ojos incrédulos veían en el interior, el destino quiso que él viniera más temprano de lo pactado, mi reacción me llevó a interrumpir el juego, pero Carlos, mi esposo, me mantuvo casi a la fuerza para que siguiera haciendo lo que estaba haciendo, y pasados esos instantes iniciales, solo me dejé llevar y seguí chupándosela muy rico, solo que ahora mientras lo hacía miraba a Emilio, quien al otro lado solo se refregaba su entrepiernas por encima de sus prendas.

Solo empecé a acariciarme los pechos, puesto que la situación me calentaba más todavía, y peor para nosotros cuando el casero sacó su rica verga y comenzó a masturbarse

Era todo muy loco, muy bizarro, que un casi extraño me observara completamente desnuda dándole sexo oral a mi esposo era algo no permitido en mis barreras mentales, pero esta vez solo me excitaba y casi en forma inconsciente empezaba a tocarme mientras llevaba esa enorme verga más y más profunda en mi garganta ante la mirada pasiva de Emilio al otro lado de la ventana.

Carlos empezó a eyacular en lo profundo de mis entrañas, pero esta vez preferí poco a poco dejarlo caer por lo largo de su tronco para que el observador de turno tuviera esa dimensión porno de verme jugar con el semen, que poco a poco chorreaba por toda la sexualidad de mi esposo, por su pubis, por sus bolas, y también por mis labios y por mi lengua, sentí unos ricos orgasmos producto de tanta excitación y hasta me pareció orinarme encima por el desbordado placer, aunque solo fuera una sensación.

Pasó algo que no pensé que pasaría, Emilio tomó la iniciativa, pasó una pierna a través de la ventana y luego la otra, para dirigirse directo a la cama, a medida que dejaba caer su pantalón poco a poco para arrodillarse a su lado y dejar su verga cerca de mi rostro, fue natural, sin palabras, pero todavía tenia con una mano la verga de mi marido aun chorreando leche, me estiré un poco para empezar a chupar la que ahora me convidaban.

Por cierto, no era tan larga ni tan gruesa como la de Carlos, situación que me favorecía para comérsela toda hasta topar con su vientre y sentir como el casero empezaba a enloquecerse con la complicidad de mi marido.

Y fue el quien le dijo en tono desafiante.

A ver cuántos polvos le echas sin sacarla a esta puta regalada…

Emilio me llevó de lado, casi en cuatro, mi rostro quedó sobre el pecho de mi amor, casi cara a cara, lo sentí refregar un par de veces su glande caliente sobre mi raja húmeda, pasando por mi clítoris, haciéndome desear, hasta que al final me la metió toda hasta el fondo, y empezó a moverse muy rico, y no tardaron en llegar mis gemidos de placer que enloquecieron los oídos de Carlos, quien seguía con su verga dura y solo atinaba a masturbarlo con mi mano sin mucha concentración, puesto que mis sentidos estaban con la cogida que me estaban dando.

Cada tanto me estiraba a darles profundos besos en la boca a mi hombre, aún tenía los labios embardunados con sus jugos y el aliento lleno con el pecado de habérsela chupado a Emilio, y eso me enloquecía.

Emilio no tardaría en eyacular en mi interior, creí morir en placer al sentirlo, y tal cual el desafío de mi esposo, solo siguió y siguió para mantener la erección.

Al terminar esa mañana, Carlos había acabado por segunda vez excitado por todo lo que ocurría, Emilio lo había hecho en un maratón de cinco veces seguidas en mi interior antes de rendirse exhausto, su semen había chorreado por todos lados, y yo, yo solamente perdí la cuenta de todos los orgasmos que había tenido.

El sol ya daba sobre nuestras cabezas, mi esposo y el casero cerraban el tema, devolviendo llaves y terminando de cargar las cosas en el coche, preparando nuestro regreso. En esos instantes, me di cuenta que ya era la mujer de la ciudad, la correcta, la perfecta, ya me habían abrumado todos los problemas, mis hijos y supe que mi sexualidad volvería a quedar adormecida, en segundo plano, y hasta me daba vergüenza mirar a los ojos al casero, a pesar de tener aun la conchita llena de sus jugos.

Escribo desde el recuerdo, porque ya no volvimos a ese sitio, ni siquiera volvimos a tomarnos unos días, mi esposo también regresó a su mundo y no hablamos mucho más de lo ocurrido, se que para él también la situación fue parte de lo mágico del momento, puesto que se que es un hombre celoso y le molestan las comparaciones.

En fin, solo un consejo, para las parejas, no pierdan la oportunidad de sentirse vivos, espero que mi historia los motiven a animarse a un poco de locura.

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