El beso perfecto debe terminar en sexo
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Realidad, ficción, virtualidad, presencia… Incluso se podría hablar de fetichismo a la vieja usanza. En cualquier caso, invito al lector a presenciar este siguiente relato desde la virtualidad del hogar. Con todo mi corazón, para mi “amiga” Isabel, donde quiera que esté.
Era uno de esos días de Agosto que amenazaban con dar la triste bienvenida a un prematuro otoño que albergaría un frío final del año dos mil. Fue a finales de aquel verano, cuando una joven de unos veinticinco años entró en el negocio de mi madre ofreciéndole un servicio telefónico supuestamente más económico que el que usábamos en casa. Sin éxito, la chica abandonó el inmueble dirigiéndose hacia arriba, perdiéndose en el horizonte. A los pocos segundos, decidí ir a comprar algunos productos en el supermercado de la misma calle y me llevé una grata sorpresa cuando a la hora de pagar, tenía justo delante, la mencionada chica, que demostró ser muy educada conmigo. Empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, dejando patente que entre ambos subyacía cierta química que me obligaba a pedir su teléfono como fuera. ¡Quería volver a verla!. Surqué una excusa, como que quería trabajar en la misma empresa que ella, o algo así. Di por sentado que, tratándose de una firma de tanto renombre, siempre estarían buscando trabajadores para laborar como comerciales o teleoperadores. Ella comprendió “mi situación” y no se negó a darme su móvil. Nos despedimos con dos besos que postulaban cierta ansia de contacto y, después de una sonrisa, se fue hacia la línea cuatro del metro, que la llevaba a su casa.
Al día siguiente le mandé un SMS agradeciéndole su amabilidad por facilitarme la dirección de la compañía para la que trabajaba, pero el puesto no me interesaba. Le pedí para salir a echar un café. Ante mi alegría, accedió y la cita tuvo lugar en una plaza céntrica de Barcelona para aquel Sábado.
Llegó el día y yo estaba francamente ilusionado. Medio año atrás yo lo había dejado con una chica después de casi catorce años de relación y el final, que no viene al caso, fue de lo más espantoso, como gran parte de nuestro noviazgo.
Así pues, esa chica se presentó al lugar acordado y fuimos a tomar un café. El local era agradable, aforaba poca gente, cosa que ambos agradecimos, dado que nos encantaba la tranquilidad. Una vez pedidas las consumiciones, nos pusimos a charlar. Poco a poco vi que quizás me había apresurado a calificar aquella chica de “ideal”. No hacía más que hablar de sí misma y alzaba demasiado la voz, como si estuviéramos en un bar de copas repleto de gente y música estridente. A pesar de ello, tampoco era cuestión de estigmatizar la conducta de esa persona por tan corta relación. Ella seguía siendo amable y yo quería saber hasta dónde quería llegar.
Salimos a dar una vuelta, el día era espléndido para pasear con una chica. Fuimos por la catedral, caminamos por el Gótico hasta llegar a parar al parque de la Ciutadella, frecuentado por gente amante del deporte, enamorados…Vimos un árbol situado en el césped. Decidimos estirarnos bajo su fresca sombra. Seguimos charlando, esta vez más relajados. Nuestros cuerpos estaban muy cerca, de hecho, parecía que en cualquier momento podíamos besarnos. Sin embargo, opté por acariciar su pelo hasta poco a poco, deslizar mi mano por su cara. Se mostró muy insegura, pero tampoco emanó atisbo alguno de enojo. Su voz, a medida que iban pasando los segundos, se perdía en un hilillo de entre timidez y excitación. La verdad es que la educación de esa muchacha era más bien de corte católico y decidí apartar mi mano de su blanco rostro y posponer el galanteo para cuando nos conociéramos mejor. Nos despedimos y yo me fui a comer a un restaurante solo. Durante el ágape, pensé si realmente esa mujer podía serme interesante de cara al futuro. Lo que tenía bien claro es que no quería hacerle creer cosas que yo no podía sentir. Eso me hubiera convertido en un tipo muy ruín.
Transcurrida media tarde, me llamó con el móvil de una amiga. Su número quedó memorizado en mi teléfono. Pasaron dos días y recibí un mensaje. Parecía ser de alguien que se equivocaba de número. Pero fácilmente pude comprobar que se trataba de la amiga de mi “medio ligue”. Le contesté haciéndome el sueco y así nos pasamos toda la tarde mandándonos mensajes a móvil. Los días se iban sucediendo y yo no cesaba de seguirle el juego a esa chica. La verdad es que me estaba gustando, me sentía acompañado de alguien que, a pesar de la lejanía, podía notar como virtualmente se sentaba en mi regazo y profería bellas palabras en mi oído. Me había olvidado de su amiga e incluso mi antigua novia parecía perder peso en mi memoria.
A pesar de todo, llegó el día en el que se descubrió el pastel y decidí confesarle saber quién era. Se quedó chasqueada, quería incluso dejar de comunicarse conmigo. Le advertí que me parecía una solemne desfachatez, yo me lo pasaba bien con ella e Isabel (ese era su nombre) tampoco parecía aburrirse conmigo.
Así que al cabo de un mes, me compré un ordenador y nos pudimos comunicar mediante e-mails al principio y con el Messenger a posteriori. Nuestra relación era bella, al menos así lo sentía yo. Mis fantasías con ella se iban sucediendo cada vez más. Sin embargo, la virtualidad albergaba ese dualismo entre lo erótico y lo que no deja de ser simplemente un nuevo tipo de amistad.
Pasados muchos meses, decidimos quedar para vernos. Fui hacia su sector. A los pocos minutos de espera, llegó ella. Nos reconocimos por fotos que nos habíamos mandado a lo largo de nuestra relación. Fuimos a una terraza. Me pareció una joven realmente encantadora, culta y su educación rozaba la exquisitez. Lo que más me gustó de su aspecto físico fueron sus labios; carnosos, sensuales. Me sugerían dulzura de alta repostería. Fuimos caminando hacia otra zona. No lo he dicho, pero durante nuestra estancia en la cafetería estábamos un tanto nerviosos. A partir del paseo, incluso nos tomábamos la licencia de gastarnos alguna que otra suave broma. La acompañé a la biblioteca(era estudiante de psicología, todo un “coco”) y me fui.
Después de aquel encuentro, pasé el verano en la Costa Brava, pero siempre nos mandábamos e-mails o SMS´s. Después del periodo estival, le fui perdiendo la pista, pues se había enamorado de un hombre de Sta Coloma. Acepté su decisión estoicamente y sólo recibía misivas de Isabel ocasionalmente.
Llegó un día, empero, que me llamó por teléfono y pude oir su jovial voz, digna de teleoperadora o de dobladora de películas. La suya era una voz relajante, que transmitía sobriedad, bienestar. Yo, como siempre, mostraba inseguridad, puesto que hablar por teléfono no es lo mío.
Al cabo de unos días nos conectamos por el Messenger y chateamos como en tantas ocasiones habíamos hecho antaño. Salió el tema sexo y me dijo, una vez más, que su fantasía era que la forzaran (sin pasarse, claro). En una ocasión, cuando hacía apenas un mes que nos conocíamos, me contó que había soñado que un desconocido de sombría apariencia la forzaba ,rompiéndole la blusa, el sujetador, la falda y las bragas hasta penetrarla salvajemente. Le miró la cara a ese siniestro personaje cayendo en la cuenta de que dicho individuo era el narrador de esta misma historia. Por el contrario, siguiendo con el chat, yo le comenté que mi fantasía era un trío, pero con mucha sensualidad, desmarcándose totalmente del sexo ofrecido por las pelis X. De súbito, Isabel me confesó estar provista de webcam. Me preguntó si me gustaba la idea de verla de nuevo.
– ¡Por supuesto! – contesté con un ataque de euforia.
Acto seguido, pude ver a Isabel mediante la cámara. No cesaba de sonreír y eso me satisfacía horrores.
– ¿Te gustaría que estuviéramos en algún pub en vez de comunicarnos a través de este chisme? – me preguntó divertida.
– ¡No,qué va! – Ironicé.
Vi que llevaba una bata que tapaba todo su cuerpo y me preguntó si quería ver el top que llevaba debajo del atuendo. No hace falta que diga que la respuesta fue afirmativa. Se desechó del albornoz y mostró un bello top amarillo. Se iba acercando poco a poco hacia la cámara, de modo que se podía advertir un bello busto bajo esa sexy prenda íntima. Le dije que estaba muy bien dotada, que tenía unos pechos realmente bellos a pesar de su grandeza. Agradeció el piropo, una vez más, mostrándome sus bellos labios, que dibujaban una sonrisa cuya belleza era tal, que podía mesmerizar a cualquier hombre. Le dije que me sabía mal no poder contar yo también con una webcam. Me contestó que le daba igual, que lo bueno se hacía esperar y que tenía ganas de verme. También me comentó cuánta ilusión le hacía que pudiésemos escribir juntos un cuento erótico. Yo le confesé que me hacía ilusión cenar una noche con ella. Se puso muy contenta, parecía una colegiala que nunca hubiese salido con un hombre.
Pasaron unos días y recibí un mail suyo. Me citaba en un restaurante. Aquella noche, me preparé a base de una crema exfoliante, una mascarilla y una colonia amaderada y fresca a la vez.
Llegué al lugar de la cita y resultó ser una suite. “Ésa va preparada” pensé un tanto nervioso. Me senté en la mesa y al cabo de unos minutos de espera, llegó Isabel con un bello vestido negro que ofrecía un bello escote. La mesa era redonda y pequeña, como la de los cafés de París. Pude reconocer que su perfume era el mismo que utilizaba la Monroe. Apareció un camarero, que nos sirvió un vino tinto de Rioja, gran reserva del ´99. Me deleité con el maravilloso brebaje, paseándolo por el paladar mientras observaba los labios de Isabel, que me provocaron una dulce y suave erección. La cena terminó y yo notaba como me iba mareando, quizás el vino me hizo una mala pasada. Mi visión iba perdiendo nitidez mientras mi amiga se iba desabrochando el vestido.
– Has caído en mis redes – exclamó jocosamente.
Se levantó, quedándose sólo en un tanga rosa y un sujetador amarillo. Tomó mi mano y me llevó directamente a la cama, que para más inri, era de agua.
– ¿Por qué ese sujetador amarillo? – Pregunté todavía más mareado.
– En homenaje al top del otro día… – Me recordó mientras me lamía el cuello hasta llegar a la oreja.
– ¿Y el tanga rosa? – quise saber.
– Es un símbolo, no te lo voy a contar.
Contestó tajantemente mientras me desabrochaba el cinturón con los dientes. Le ayudé a quitarme el pantalón de pinzas. Recuerdo que llevaba unos calzoncillos boxer grises. Se podía apreciar una gran erección, que no tardó segundos en comentar alegremente. Mi borrachera era muy suave, pero a la vez muy intensa. Parecía drogado. Me quitó la ropa interior, dejándome con el pene al aire cuya erección iba en aumento. Yo estaba tumbado boca arriba y ella, de cuclillas sobre la cama mirando hacia mi persona. Se quitó el sostén dejando al aire unos hermosos pechos, grandes, pero firmes. Se avalanzó hacia mi, lamiendo mi pecho, todo el cuello. Quise quitarle el tanga, pero no me dejó.
– Podemos hacerlo igualmente con él puesto – Aseveró bruscamente, como si sólo pudiera haber ese trato. O eso o nada.
Proseguimos los juegos de amor y yo me iba mareando cada vez más. Isabel recorrió con su hábil lengua todo mi cuerpo hasta alcanzar el objetivo deseado: Mi rabo. Comenzó a lamerlo sabiamente, el capullo primero, el tronco después. No cesaba de chupar y menear mi picha con su mano, hábil y descarada. Yo seguía tumbado como antes he mencionado y ella se dispuso a masturbarme con sus bellas tetas. Dado el tamaño de su busto, no le fue difícil complacerme con una excitante cubana. Por la cara que yo hacía, Isabel sospechó que iba a correrme y dejó de meneármela de inmediato, ofreciendo sus bellas tetas a mis labios, sedientos de lujuria corpórea. Sus pezones, pequeños y dulzones, iban endureciéndose a medida que se los iba chupando. Mi amiga me hizo una señal como que me levantara. Yo me sentía cansado, muy borracho y mareado, pero hice un sobresfuerzo y cambiamos de posición. Se puso a cuatro patas, separé la tira trasera de su tanga rosa y empecé a penetrar su sexo. El camino no estaba demasiado dado y decidí llenar su coño con mi saliva, lamiéndoselo hasta tener un orgasmo clitoriano. El suyo era un coño cuyo sabor era suave, afrutado. Acto seguido seguí penetrándola. Esta vez su bonito sexo no mostró hostilidad alguna hacia la entrada de mi polla.
– Ahora quiero que me des por culo – Ordenó sin dudar.
Dicho deseo se convirtió en una hermosa acción tantas y tantas veces soñada. Cambiamos de posición y me folló estando yo, otra vez tumbado hacia arriba y ella, cabalgando mientras se tocaba los pezones.
Eyaculé y caí en un profundo sueño, antes de recibir lo que más anhelaba de ella. Un beso de sus dulces labios. Me desperté y ella no estaba. No quedaba ni rastro de mi amante Isabel. Del servicio de habitaciones me advirtieron que tenía que abandonar la suite en escasos minutos. Me sentía chafado como si me hubiese pasado la noche tomando hipnóticos y ansiolíticos.
Tomé un taxi y llegué a casa. El portero me dio un paquete. Al llegar a mi piso, lo abrí y vi que había su tanga rosa, que olía al perfume de la Monroe y una carta que confesaba haber gozado mucho conmigo, pero en leyendo su mensaje, ella ya se encontraría en Canarias, con su futuro esposo. Por esta razón, según ella, no se podía quitar el tanga rosa; puesto que sólo quería desnudarse por completo ante su prometido. Me deseó toda la suerte del mundo, pero que no nos veríamos nunca más. En lugar de la firma, dejó sellados sus labios en la hoja de papel. “Sin dudas, es el beso perfecto. El beso de la muerte de una amistad”, pronuncié entre mis dientes.
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