Doña Eugenia y familia

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Como os conté en mi anterior relato, mis relaciones con mi vecina Eugenia eran maravillosas. Un día, cuando le estaba perforando su hermoso culo, apareció su hija mayor, de 44 años. Tenía un cuerpo semejante al de su madre. La situación fue impactante: ella, en la puerta de la habitación, viendo cómo su madre follaba como una loca. Ninguno de los dos supo cómo reaccionar. Eugenia ni se había dado cuenta, se echó las manos a la cara y se marchó. Como podéis imaginar, mi polla sufrió un bajón, cosa que molestó a mi puta, pero enseguida lo arreglé dándole una buena mamada y así terminé descargando toda mi leche dentro de su culo.

Estuve unos días pensativo, puesto que ya se había descubierto nuestro secreto y le preguntaba a Eugenia si sabía algo de sus hijas. Al principio, ella se extrañó de ese interés, pero nuestras vidas y nuestra relación siguieron siendo espléndidas, pues mi alumna era muy aplicada.

Una buena tarde, estaba en casa leyendo relatos eróticos que me encantan cuando llamaron al timbre. Sabía que no era Eugenia, pues se había marchado de viaje para ver a unos familiares. Cuando abrí la puerta era Isabel, la hija que nos había sorprendido mientras culeaba a su madre. Me preguntó si podía pasar para hablar conmigo; la verdad es que no quedaba otra que afrontar la situación. La hice pasar y le preparé un café para intentar romper el hielo.

Cuando estuvimos sentados, comenzó a llorar y no sabía por dónde empezar. Después de un café y unas copas de orujo de hierbas, se tranquilizó un poco y me dejó muy sorprendido al darme las gracias por lo mucho que cuidaba de su madre. Me contó que había cambiado mucho: se arreglaba todos los días, salía más de casa, se mostraba cariñosa y la veía feliz. También me dijo que ahora se explicaba ese cambio. Tan apenas sabía qué decirle, pero también estaba muy bien con las atenciones que recibía.

De nuevo comenzó a llorar y me contó su vida. Me dijo que ahora lo que lo estaba pasando muy mal era ella, porque su marido se había ido con una jovencita, su hija se había ido de casa con gente mala y ella también se sentía muy sola, casi tenía envidia de su madre. Me recordó la escena que había presenciado y, al principio, se enfadó, pero por la noche, en su cama, se imaginaba que era ella y no su madre la que estaba siendo follada, y se hizo una buena paja como nunca.

La miré a los ojos y la besé en la frente, pero ella buscó mis labios, nos fundimos en un enorme beso y su lengua sí que sabía actuar; uno con más de una semana sin sexo estaba bien caliente. Continuamos acariciándonos como locos. ¡Qué hambre tenía Isabel! Quiero que me comas toda, que me folles bien follada, no me penetra nadie desde hace mucho, así que se quitó la blusa y aparecieron sus tetas al aire con unos pezones desafiantes que atacé con toda mi ansiedad. Los pezones duros me vuelven loco. Ella apretaba su cabeza contra sus tetas mientras mis manos entraban entre sus bragas para encontrar una vagina bien mojada.

Nos desnudamos mutuamente y tenía la cara como una fiera en celo. La tumbé en el sofá y fue directamente a mi polla. No hubo que darle indicaciones, cómo la comía la muy zorra se la tragaba toda. En unos instantes estábamos haciendo un 69 brutal. Después de mamarnos mutuamente un buen rato tumbados para coger un poco de aire, se puso encima y se clavó mi polla en su coño comenzando a cabalgar, moviendo su culo, mientras yo amamantaba sus tetas con ansiedad, hasta que tuvimos un orgasmo descomunal. Comenzó a besarme las tetas y nuestras lenguas se fundieron de nuevo.

Estuvimos un rato en silencio recreándonos con el polvo que nos habíamos dado cuando, al oído, me dijo: «Quiero que me rompas el culo como a mi madre». La bese y nos fuimos para la cama. Sin decirle nada, se puso a cuatro patas, le metí los dedos en el coño para mojarlos y le introduje un dedo por el culo. Estaba muy estrecho y me dijo que suavecito que era virgen de ese agujerito. Así que comencé a acariciar su clítoris mientras lamía su espalda.

Poco a poco fue entrando un dedo; ella decía que le dolía un poco, así que le respondí con un buen pollazo en su coño, cosa que agradeció. Así que la follaba mientras ya entraba el segundo dedo mojado con sus jugos y los míos. Ya tenía huequecito para que entrara el capullo. Lo apunté, lo comencé a meter y gritó que le dolía mucho, así que esperé a que se acomodara y lo fui metiendo poco a poco. Paré para que lo sintiera y se fuera relajando.

Cuando noté que era ella quien apretaba, que ya no le dolía y que estaba sintiendo un gusto especial, eso me animó para seguir bombeando. Ya entraba con más suavidad, cosa que le encantó. Comenzó a gemir y a gritar: «Sigue métela toda hasta los huevos». Así que continué a buen ritmo, mis huevos chocaban con sus nalgas y, agarrado a su cintura, le di bien duro hasta que estuve a punto de venirme. Quiero tu leche ahí dentro, dámela toda, no pares, que yo también me estoy viniendo. Noté cómo corrían sus fluidos y exploté dentro de ella. Así hasta que se desplomó en la cama.

La saqué de su culo y me la limpié sin dejar rastro de nada. Tenía la misma cara que su madre: relajada, satisfecha y llena de lujuria. Me dijo que no le dijera nada a nadie, y menos a su madre, que a partir de ahora vendría a visitarla más, pero que antes pasaría a recoger su regalito.

Así que ahora tenía que planificar para poder atenderlas a las dos y no sabría decir con cuál de las dos disfrutaba más.

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