Crónicas de un chico travieso – La mariposa
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Mi primer experiencia sexual fuerte se dio de una manera muy poco convencional y por mucho tiempo fue motivo de vergüenza. Por lo que no me resultaba agradable contarlo, pero hoy ya es cosa más que superada y hasta me genera mucha excitación recordar y relatarlo a otros. Así que aquí les traigo mi primer relato sobre incesto.
Mi primer relato sobre la relación pervertida que mantuvimos por mucho tiempo con mi madre.
Aunque hubo tiempos en los que no la pasamos bien por este motivo, después de aceptarlo y convivir con ello, pudimos realmente disfrutar muchísimo de nuestra relación, al punto de que hoy somos pareja de amantes estables. 🤣😁
En un comienzo no supe bien por dónde enfocar la primer historia, por dónde arrancar. Fueron muchas experiencias. Y después de debatirlo lo suficiente decidí empezar contándoles nuestra primer experiencia de sexo explícito, que fue mi primera vez también. Y desde allí trataré de tirar hilos hacia cada experiencia reveladora, hacia cada situación en la que pasaron cosas. Cosas fuertes.
En esta primer presentación les traigo “Mariposa”, que fue la imagen que me quedó de esa primera vez en la que experimenté el placer de una penetración. Así que sin más le cuento. Aquí vamos.
Mariposa
Desde hacía más o menos un año entero que no miraba ya sus fotos y que no la veía de manera inapropiada. Un poco por amor propio y también porque ella se estaba cuidando de no pasarse de la delgada línea del descuido casual y hogareño a un exhibicionismo fetichista. Expuesta por una amiga sobre sus habituales exhibicionismos en presencia mía, había intentado dejar de hacerlo por cuidarme. Pero la semilla del deseo prohibido había sido plantada hacía tiempo ya y una planta de raíces fuertes había crecido ya. El complejo de Edipo era una realidad tanto mí cómo en ella.
Ese día yo estaba que volaba de la calentura que tenía. Andaba como perro alzado, con la pija parada y unas ganas tremendas de sentir esa sensación extraordinaria al acabar.
Como parte de una promesa estúpida y personal, había dejado incluso de masturbarme, cosa muy extraña entre mis pares adolescentes. Por esos días era todo un bicho raro. Trataba de dejar ciertos vicios atrás, cosa que me estaba costando mucho. Demasiado diría yo. El tema fue que después de tanta abstinencia un nuevo descuido por parte suya me dejó súper caliente. Me voló la cabeza.
El fin de semana que pasamos en familia en una cabaña en el sur, yo quedé herido de guerra por una serie de descuidos muy groseros por parte de mi mamá. En esos días estuvo fatal.
Ella siempre fue muy desinhibida a la hora de mostrar su cuerpo. Petisa y voluptuosa, no le importaba mucho si otros veían demasiado sus curvas o sus partes privadas inclusive. Embanderada con la liberación femenina y con conceptos muy progresistas, su idea sobre el exhibicionismo era radical. Lo practicaba de forma cuidada en casa y un poco más reservada cuando salíamos. Pero siempre mostrando algo demás.
Así, desde pequeño conviví con el hecho de encontrarla en situaciones embarazosas. Tenía una facilidad admirable de cargar el ambiente con sensualidad. Mostraba casi todo, tapando apenas lo que permitía imaginar de todo. Pero para mí todo eso era parte de la vida cotidiana. Era habitual ver ese tipo de descuidos.
Como me había criado en ese ambiente saturado de sensualidad, yo lo veía como algo totalmente normal. De hecho, las madres o hermanas de algunos amigos también solían mostrar demás estando yo en su casa. No tanto como los topless de mi vieja, pero si ellas usaban bikinis diminutas o camisones muy de entre casa que dejaban ver mucho. En esas situaciones se me iban los ojos, pero podía controlarlo. Por lo que era una situación común y nada fuera de lugar en el ambiente en que me movía. Igualmente en nuestra casa era más grotesco.
Mi obsesión por su cuerpo comenzó un día en particular. Ese día, estando solo, me puse a buscar unos chocolates que nos habían traído de regalo. Mi vieja los escondió muy bien y anduve un buen rato tratando de encontrarlos. Para mi sorpresa, en el último lugar en donde los buscaba, encontré unos álbumes de fotos en el fondo del cajón de su ropa interior.
Me llamó poderosamente la atención ver esos álbumes allí. Que hacían fotos en ese lugar? Teníamos la biblioteca llena de esos, pero estos dos estaban acá fondeados. Los tomé para ver de que eran y entonces un golpe de knockout me dio en la pera. Quedé inmóvil.
Mientras pasaba las fotos totalmente anonadado, sin poder creerlo, fui viendo a mi mamá posar en diferentes posiciones y situaciones en las que mostraba a cámara todos sus atributos de forma indecente.
En un principio, esa situación me produjo automáticamente un rechazo tremendo y dejé esos álbumes en su lugar. Los volví a tapar con sus bombachas y corpiños y me fui contrariado y refunfuñando hasta el patio. En ese primer momento me sentí muy mal. Esas fotos me repugnaban. Cómo podía ser que ella se deje fotografiar de esa manera? Un asco. La verdad.
Pasaron unos días en los cuales yo miraba a mis padres con recelo. Como podían hacer semejante cosa? Cochinos. Estaba muy enojado y lo estaba haciendo saber. Pero una noche todo ese asco que me repugnó en un principio se convirtió en mi primer sueño mojado. Esa noche soñé cosas realmente sensacionales y al despertarme sentí esa humedad en el calzoncillo y una sensación de satisfacción extraordinaria. Era una nueva satisfacción que no conocía. Y me gustaba mucho.
Pasaron los días y otra vez tuve ese tipo de sueños, en los cuales mi mamá me acariciaba o me permitía tocarla y así llegaba a mi éxtasis en medio de la noche. Y con esos sueños, sumados a sus habituales descuidos, comencé a mirarla con ojos encendidos, con ojos lascivos. Ojos que eran de un hijo, eran de un hombre excitado. Miradas muy indecentes. Eso me generaba una batalla mental en la que la moral y los deseos luchaban encarnizadamente.
Mis emociones iban desde la euforia de ver sus tetas pasar rebotando con gracia por delante mío, a sentirme el ser más despreciable por estar deseando a mi propia madre. Luego, sus nalgas resaltaban más aún por la tanga turquesa que se perdía gloriosamente por su raya. Allí, mientras ella planchaba meticulosamente la ropa de mi padre o arreglaba las plantas del patio.
Si bien todavía no era un deseo sexual explícito, no podía ser que sienta ese hormigueo en el vientre por ver a mi vieja caminar de un lugar a otro de la casa. Por más mal vestida que esté.
El tiempo pasó y mi cuerpo comenzó a sufrir transformaciones cada vez más evidentes, entre ellas en mis genitales. Todavía sin saber bien que me sucedía, me asombraba el nuevo tamaño de mi pene. Y además, cada vez que se me endurecía se sentía muy bien, más que nada cuando mi mamá cometía algún acto exhibicionista al cual yo accedía de forma privilegiada en primera fila. La adolescencia me estaba haciendo cambiar mucho y ella no reparaba en lo mas mínimo.
La charla con amigos pasó a ser de autitos y bicicletas a hablar inocentemente sobre sexo. Culos, tetas y vaginas eran nuestros nuevos descubrimientos y sobre ello hablábamos tiernamente. No teníamos ni idea. Pero con el tiempo las experiencias fueron nutriendo las charlas hasta que la inocencia del comienzo quedó atrás y los comentarios comenzaron a ser cada vez más reveladores. Y fue así como descubrí ese acto tan humano y adolescente como es la masturbación. La paja en criollo.
Al principio me costó un poco, no acababa nunca. Pero le fui agarrando la mano y cada vez me salía mejor. El problema allí no era ese acto tan particular de un jovencito excitado alcanzando un orgasmo, sino con que me estaba excitando.
Mis amigos usaban recortes de fotos o revistas que conseguían de contrabando. Incluso uno de ellos tenía la suerte de que su padre coleccionar revistas playboy. Ese era el sensei de la paja, jajaj. Un privilegiado. Lo que me diferenciaba de ellos era que mi actriz porno, la que me hacía saltar la leche mientras mostraba sonriente sus tetazas, era mi propia madre. Sí! Yo estaba usando la pornografía casera que mis padres producían para alcanzar mi éxtasis. Esto era totalmente reprochable y a la vez sumamente excitante.
Un día vuelvo de jugar a la pelota con mis amigos y mi vieja estaba esperándome con rostro vetusto. Ni bien entré a casa la ví con esa mirada penetrante y enseguida me dí cuenta de que algo estaba mal. Cuando me digné a cruzar hacia mi habitación ella me paró en seco y me mostró un recorte de revista que tenía escondido entre mis cosas. Justo ese día se le había dado por acomodar mi habitación y los había encontrado debajo de mis carpetas del colegio.
Primero me dio un sermón y hasta se emocionó de la angustia por el hecho de que yo esté utilizando ese tipo de cosas chanchas. Cómo podía ser? Yo pensaba que me estaba jodiendo, si ella misma se sacaba fotos en bolas y me venía a decir esas tonterías. Pero bueno, me comí el reto y me quedé sin material para la paja ese día. Para colmo me dijo que la próxima se lo decía a mi papá y ahí se me armaba la podrida. Mi viejo era de pocas pulgas con algunas cosas y no quería que me ande retando. Así que me quedé sin el pan y sin la torta.
Después de un tiempo de estar en abstinencia, volví a ver si todavía tenía escondidas esas fotos entre sus cosas. Con cierta frustración llegué a la conclusión de que las había escondido demasiado bien o que las había tirado, pero para mí asombro, sí, todavía las guardaba en el mismo cajón e incluso había aumentado de cantidad.
Yo estaba convencido de que viendo una teta o un culo al desnudo en fotos me iba a excitar lo suficiente como para acabar. Tratando de quitar de mi mente de que era el cuerpo de mi mamá, me comencé a masturbar frenéticamente mientras pasaba una por una las fotos tapando su cara con un dedo. Pero, irónicamente, lo que me pareció más atractivo de todo fue ver su rostro sonriente y con actitud permisiva al mostrar su desnudez.
Una foto en especial fue la que me cautivó. Era una en la que ella mostraba en primer plano su empanada apretada por sus nalgas quemadas por el flash. En ese momento no comprendía muy bien el porqué su vulva brillaba tanto, pero lo que me llamaba poderosamente la atención y me encantaba , era su expresión facial.
Su cara aparecía detrás de una de sus glúteos, sonriente y encantadora. La satisfacción se podía ver en su rostro y mi realidad se mezclaba con ese momento íntimo, anterior y fuera de contexto. Pero la foto sirve tanto para contextualizar como para lo contrario. Y el efecto en mí fue justamente el de ver a mi mamá sonreírme mientras yo me hacía la paja viendo sus partes íntimas.
En ese momento se sucedía una situación muy particular en la que se producía una conexión sexual entre ella y yo. No era en vivo y en directo, no era en persona, pero al sacarse la foto y dejar de que yo tenga nuevamente acceso a ellas, mi mamá me sonreía a distancia mientras yo me masturbaba. Ese poder tiene la pornografía. Es increíble.
Esto se daba de forma irracional hasta que comencé a sentir un hormigueo que subió desde los pies hasta mi vientre y experimenté un orgasmo tremendo. Súper intenso. Hasta ese momento nunca había tenido una sensación tan fuerte y placentera.
Salpiqué todo con leche: piso, puerta del armario, los cajones. La ropa que colgaba. No me importaba nada. Esto era fantástico y no había manera de parar.
Así, de esa forma fue que comencé a entablar una relación incestuosa con mi mamá en mi mente, en secreto, y ella conmigo también. Aunque en ese tiempo no lo sabía, al igual que me pasaba a mí, el fetiche que tenía conmigo la carcomía día y noche. Era más fuerte que ella y no sabía cómo lidiar con eso. Así que perdiendo cada batalla frente al deseo, se dejaba llevar por sus instintos. Y no los de madre justamente, sino los de mujer ardiente e incestuosa.
La euforia que sentí al acabar viéndola sonreírme fue súper intensa. Por un instante se creó una conexión entre los dos, entre su foto y yo, pero que calaba hondo en mi psiquis y en la forma en que yo la miraba. Estar haciendo algo tan indebido era muy excitante. El sabor que le daba estar transgrediendo todos los límites era espectacular. Se sentía muy bien. Un gran momento.
Lo que no se sintió muy bien que digamos fue la sensación de angustia que me generó haber hecho lo que hice. Cuando dejaba el álbum en el cajón y me disponía a limpiar el enchastre que había en la puerta del ropero, me embargó una tristeza difícil de explicar. La culpa por haberme masturbado mirando a mi mamá era muy grande y se me hacía pesada. Era un degenerado.
Al rato mis emociones iban y venían. Al llegar ella del trabajo, se desvistió cómo era costumbre cuando hacía mucho calor, quedando en bombacha y corpiño buscando un poco de agua en la heladera. Al verla así, el pito se me paró automáticamente y anduve toda la tarde así. En serio, tuve la pija parada durante casi seis horas seguidas.
Sin saber si se podía hacer y con el mito de que más de una paja al día hacía mal, me la aguanté hasta la mañana siguiente. Una vez verificado que me encontraba solo en casa, como un perro en celo, volví a hurgar entre sus pertenencias y me masturbé por segunda vez mirando esa misma foto. Allí comenzó mi gran obsesión por ella.
Pasaron los días, las semanas y los meses hasta que llegó un momento en que no pude más de la culpa y la vergüenza, y me prometí nunca más volver a ver esas fotos y desear de esa manera a mi vieja. Hacerlo me hacía sentir estupendo, pero, una vez consumada la paja, me caía encima el peso de una culpa tremenda. Cada vez más insoportable.
Por esos días el clima ayudaba, ya que el otoño daba paso al invierno y las exhibiciones eran escasas, aunque se las rebuscaba para siempre tenerme con la mirada atenta sobre ella. Digo esto porque, aunque le costó mucho también reconocer su oscuro fetiche conmigo, mi mamá se exhibía delante de mí para tener la atención que creía no tener de mi padre o de otros hombres.
Traumada por una madre muy forra, ella se creía una mina que no llamaba la atención, primera falacia, y por eso pensaba que nadie la miraba, segunda falacia. Por un buen tiempo no reparó de que yo la miraba con lujuria, hasta que se dio cuenta y ya fue tarde para volver atrás. Incluso, esa revelación le generó un fetiche muy fuerte hacia mí y rápidamente se convirtió en una acosadora compulsiva. Me dominó sexualmente con su erotismo diario.
Tenerme siempre con la atención puesta en ella le generaba un placer muy especial. Y con el paso del tiempo fue aumentando cada vez más el nivel de erotismo y sensualidad hacia mí. Hasta que un día todo desbarrancó y lo que nunca debía haber pasado, pasó.
Fue una noche en la cual hacía frío, mucho. Mi papá no volvía de viaje esa semana y la soledad, más un despecho por haber descubierto el verdadero motivo de la duración del viaje de él hicieron que el cóctel Molotov de la soledad y los cuernos estallara su cama.
Antes de acostarme escuché su llamado desde la habitación. Fui esperando que me pida el habitual té de manzanilla que le preparaba todas las noches, y aparte de eso me pidió que le haga compañía. Que esa noche me acueste con ella en la cama porque se sentía muy sola y tenía frío.
Con la mente bastante limpia, sin pensar siquiera en lo fuera de lugar que era pedirme eso, le preparé el té y me acosté a su lado. Leímos un rato y después apagamos los veladores y nos dormimos. Pero a los minutos de cerrar los ojos sentí que ella se me pegaba al cuerpo y me cruzaba una pierna sobre la mía.
Al principio eso solo me molestó, porque al no haberse preparado para la vueltap mí papá, los canutos de las piernas me pinchaban y eso me incomodaba bastante. Se lo hice notar a lo que me respondió que tenía demasiado frío, cosa que era verdad. Esa noche helaba y sus piernas parecían dos barras de hielo. Que incómodo fue esperar a que se le calienten. Realmente me resultó molesto.
Entonces, en ese estado de somnolencia: un roce. Hubo un roce por parte de ella que encendió todas las alarmas.
Acomodando la sábana para taparse mejor, mi mamá descubrió de que yo tenía el pene totalmente duro. Me costaba aceptarlo, pero desde el momento en que entré en su cama el pito se me paró. No lo podía controlar. Hice malabares para que no se me note al leer sentado y cuando apagamos las luces me sentí muy aliviado al poder descansar sin estar pendiente de mi erección.
La pija dura generó que mi mamá se caliente de forma instantánea y que reaccione de manera totalmente desubicada: se aferró con su mano a mi verga y me hizo un comentario subido de tono sobre mi erección.
Desde ese momento recuerdo poco y nada. Besos, caricias y jadeos. Los aromas también y el ruido. Ese ruido de las maderas de la cama rechinando mezclado con ese sonido tan particular que hacen los sentones sobre el pubis.
Todo fue en penumbras, con la luz tenue y amarillenta del velador de su lado. Pero lo que recuerdo muy bien, como si fuese ahora, es su concha devorando una y otra vez mi verga blanquecina y brillante, su cavado decorado con una especie de flecha de bello púbico y por último, sus piernas abiertas como una rana a punto de saltar. Parecía una gran mariposa aleteando sobre mí.
Sus manos me apretaban el pecho y hacían que por momentos pierda el aliento. Noe dejaba respirar bien Ella estaba saltando sobre mí intensamente y yo trataba de soportar como podía. Todo pasaba a gran velocidad y los sentidos crispados. Lo recuerdo como flashes. No tenía ni idea de todo esto y ella obviamente si. Así que le hacía caso en todo lo que ella hacía. Sin chistar.
Algo que recuerdo era su olor a teta. Ese aroma que yo solía buscar como un sabueso entre sus corpiños ahora lo tenía impregnado por todo el rostro. La sensación de sentir el roce interno era increíble y después nada. Un lapso de estupor y silencio en el cual recibía sus caricias y solo reaccionaba fisiológicamente.
Después, el sabor de sus besos, el aroma de su pelo o el ruido del roce de los cuerpos entre las sábanas. El tic tac del reloj en la mesa de luz y una foto de ellos dos observando impávidos como el acto más prohibido se daba en su propio lecho matrimonial. Y otra vez un momento oscuro, del cual no recuerdo nada. Solo esa sensación que sentí. Un ardor y un cosquilleo que me estremeció, no mucho más de lo que me venía pasando, pero algo especial había pasado.
Una vez que la penetración comenzó a liberar una espuma espesa, como una crema, fue allí donde mi vieja exclamó sorprendida de que yo ya había acabado. Automáticamente una angustia tremenda me estrujó el corazón por el terror de haberla dejado embarazada. Mientras ella me besaba en la boca y me felicitaba tiernamente. Yo no entendía nada. Hasta solté un sollozo por el miedo de haber cometido el acto aberrante de inseminar a mi propia madre y recibía las caricias mas tiernas y cariñosas.
Su aliento dulce después de tanta pasión me resultó un bálsamo agradable que me dejó extasiado. Sus tiernas caricias y la seguridad con que me decía que no me haga problemas me fue relajando hasta aceptar de que todo estaba bien.
Después de eso me hundió la cara entre sus tetas y me quedé dormido plácidamente. Fue algo fantástico.
Bueno. Espero les haya gustado. Comenten que le gustó más o que les interesa saber, así les respondo con otros relatos calientes sobre esta relación incestuosa.
Buena paja y nos vemos en la próxima.
By: Lucho 😁🤣
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