Cogimos con otro que termino llevándose a mi mujer

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Mi mujer se fue con el hombre del trío unos meses después de que lo invitáramos a acogérsela delante de mí. La idea era que yo también participara, pero apenas ambos se vieron empezaron a desnudarse, comiéndose y chupandose uno al otro, y se olvidaron de mí. Yo trate de tocar a mi mujer, como siempre lo había hecho, tal cual si fuera un pétalo de rosa; pero, ante las embestidas animales y los porrazos que le aventaban al rostro, no pude, estaba demasiado prendida la escena del macho que se gozaba ahí delante de mí a la que fuera mi mujer por cuatro años, la montaba, la ultrajaba como a una cualquiera, le decía cosas sucias y la agarraba del pelo, la bofeteaba, le daba sus buenas nalgadas, la pellizcaba rico, la chupaba, como si fuera una cosa de la que saciarse.

Lo que me encontré más raro es que a ella le encantaba, y tanto que me renegó a mí cada vez que tuve alguna iniciativa agresiva, ahora la veía con una mirada de lujuria liquida, le zarandeaba el cuerpo para que se le mecieran los tetones y tenia una mirada de perrita traviesa y sumisa que a mi nunca me dio, ni siquiera ahora me miraba. Apenas le había mencionado la posibilidad de estar con otro hombre nuestra vida sexual mejoro, aunque ella solo permitía que se la metiera por delante y muy rara vez me la mamaba. Este macho, en cambio, se la había dado a mamar antes de metersela, y después la puso contra el filo del sofá y se la metió primero por detrás. Con el glande enorme de su verga la abrió, y mi buena mujer bramo, como si se le hubiera roto un cántaro entre las piernas, lloro enterrando la cara en la almohada mientras el macho se la enterraba por su dilatado culo. La piso fuerte para que no se zafara, y le dijo:

– ¿Este cabron no te metió la polla por atrás, verdad?

– No, papi, yo no lo dejo – contesto mi mujer mientras el se la acomodaba otra vez adentro de su trasero.

– ¿Tu le has montado los cuernos muchas veces antes, verdad? – le pregunto el macho.

Al ver que ella no contestaba, le dio una bofetada que resonó fuerte y después le arrojo un escupitajo que le cruzo el rostro lacerado.

– Al que le debes temer no es a el, sino a mí, puta! Ahora, dime, ¿Le montaste cacho?

– Si se los monte…

– ¿Cuantas veces?

– Uf, ya perdí hasta la cuenta – dijo la muy sinvergüenza, y entonces caí en la cuenta de que ciego había sido.

– Puta – le dijo, repetidamente, hasta que estaba a punto de venirse y se la saco para echársela en la boca -Traga, perra.

Mi mujer no solo se lo trago y se lo dejo bien limpiecito, sino que se lo siguió mamando hasta que el macho tuvo otra erección. Era un pene formidable, algo deforme por lo inflamado y grande que era, y a mi mujer apenas le cabía la mitad pero ella forzaba un cuarto mas de esa verga en su garganta como una maestra. Lo lamió con gusto, enjugándoselo en la boca, besándolo, hablándole, diciéndole “papi”, embelecida con su juguete, coquetona.

Yo mientras tanto trataba de rehacer el rompecabezas de infidelidades de mi mujer. Ella tenia sus noches libres, y siempre llegaba antes de las tres de la madrugada. Tomada, si, oliendo a cigarrillos sociales que ella solo fuma cuando otros fuman. Ella me contaba sus anécdotas y otras veces prefería echarse a dormir sin compartir nada. En una ocasión, me contó que otro hombre la había sacado a bailar y que bailo unas cuantas piezas, y al volver a la mesa, sus amigas la habían abandonado. Me contó que el tipo se ofreció a traerla a casa. Las amigas, sin embargo, la habían llamado la misma noche a casa muchas horas antes de que ella llegara con el cuento de que se habían ido sus amigas y tuvo que llegar a casa en el auto de un desconocido. Yo le pregunte si le había agradecido el viaje, y ella me dijo:

– Si, se la mame y se corrió en mi cara.

Yo me había quedado perplejo, sin pulso, pero excitado, y la embestí contra el mueble de la sala, aunque ella me pidió que la tomara con calma. Yo le pedí detalles, y ella me los dio todos. Me dijo que el macho la tenia tan grande que se le doblaba en dos, y que solo la mitad de su envergadura le llegaba a la garganta. Algunas noches habíamos imaginado posibles escenarios con otros, y desde entonces ella me decía que si quería que me contara sus aventuras con otros machos inventados. Los creaba y los recreaba hasta que volvimos a salir de parranda con la esperanza de que bebiera lo suficiente. Acordamos hacer nuestros sueños realidad, al menos por una noche de parranda, y salimos a bailar con la esperanza de encontrar a alguien.

Apenas entramos al club nocturno, mi mujer fue asediada por un tropel de machos que estaban en la barra cuando la vieron entrar con su despiadada minifalda a ras de culo, sus zapatillas altas y negras con lazos de cuero que subían hasta la altura de sus rodillas, y un escote algo pronunciado para la época del año. Yo me incline contra la barra para pedir un trago para mí y algo de beber para ella. Ella pidió una Coca Cola con hielo. No se había tomado una Coca Cola cuando otro tipo la saco a bailar delante de mis narices y ella sin siquiera mirarme acepto. El tipo se la llevo por la pista hasta el rincón más oscuro, y por sus siluetas sabia que el tipo se la estaba arrecostando a mi mujer. La manoseaba con discreción, la sentía en sus brazos, le chupaba la oreja. Eso me encendió. Yo les lleve los tragos a lo largo de la noche, pague por ambos, y ellos bebían y pedían más. “Más, cabrón!” me dijo el mientras se sentaba a mi esposa entre sus piernas y le ponía una mano en la entrepierna. Yo me apure a traer los tragos, y debajo de la mesa se podía notar de que la estaba manoseando y metiendole dedo. Ella con una cara como si nada, y media hora antes de que cerraran, salimos los tres rumbo a casa.

El tipo se detuvo a comprar hierba para fumar, y después al llegar a la casa, le dio a mi mujer para que fumara. Ella tomo el pito e inhalo profundo. Así estuvieron hasta que empezaron a bailar a la música que yo les había puesto y bebiéndose los tragos que yo les había preparado. Y verla ahora, semi-esclava, tan sierva, tan perra, tan poca cosa, me hace ver que yo todavía soy menos que ella. Y que lo se, ella me puede montar el cacho que quiera porque yo no tengo la fuerza de voluntad de dejarla. Además, a mí me encanta que me torture porque soy bien cabrón. El amante de ella ahora se la deja adentro, se la va hundiendo bien despacio mientras la mira a la cara, sentado sobre el sofá y ella meciendose sobre el, suave, tragándose esa verga entera. La verdad me hicieron muy feliz esa noche, pero al final de la parranda y el sexo, ambos tirados por la alfombra de la sala, ebrios de gozo, el macho dijo que esa noche volvería, a pesar de que eso no formaba parte del trato.

Esa noche vino, y yo, sabiendo de antemano que vendría, me había dado a la bebida en la espera. Al abrir la puerta, vi que estaba ahí de pie, como si yo no existiera, y me pregunto mirando detrás de mí:

– ¿Dónde esta la hembra, cabrón? – me dijo y antes de que le contestara, me aparto, y viendo que estaba ebrio, me tumbo fácilmente al suelo.

Tenia la fuerza de un animal, y eso que yo no soy nada debilucho. Venia con unas ganas que me dijo:

– Si no encuentro a tu hembra, te la voy a calzar a ti.

Así que apurado y la busque, y ella salió toda arreglada y recién bañada, y el dio su mirada de apruebo. Antes de que se fueran, quise preguntarle a mi mujer adonde iba sin mí, y me miro y me dijo:

– Yo voy a donde el quiera.

Me quede esperando la noche entera, y nada. Paso el día siguiente, y ni una llamada, la casa sola, y yo masturbándome nada mas de imaginar la tirada tan suculenta que le estarían dando a mi mujer.

A los tres días de aquello, regreso, a media noche. Yo me desperté feliz, creyendo que regresaba, pero solo venia en busca de unas prendas de vestir y al verme despierto me pregunto si tenia dinero. Yo le di lo que tenia. Después, justo antes de irse, me dijo:

– Yo vuelvo.

Le pregunte cuando, pero solo oí el portazo al salir. No la he vuelto a ver desde entonces y ya de eso hace mas de una semana.

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