Mi relación con él diría que fue tormentosa

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Si tuviera que definir en una sola palabra cómo había sido mi relación con él diría que ?tormentosa?. Es cierto que, al principio, como probablemente todos los principios, iba todo rodado. Quedábamos, nos reíamos juntos y el sexo era estupendo. En definitiva, lo pasábamos bien. Con el paso de los meses, la distancia entre nosotros se fue haciendo mayor y era obvio que ya ninguno era la prioridad del otro. Las discusiones eran frecuentes y me crispaba su manera de entender el mundo, tan lejana a la mía.

Ya no me gustaba él, pero no podía evitar acordarme de esos tórridos momentos entre las cuatro paredes de su habitación. Recordaba su cuerpo, su boca impaciente recorriendo el mío y su miembro penetrándome como loco. Me ponía mala solo de pensarlo.

Ardía en deseos de volver a meterme entre sus sábanas y que me devorara y yo devorarle a él. Era la primera vez que sentía que lo único que quería de él era sexo. Ni caricias ni romanticismo ni cariño, nada de eso. Puramente sexo. También era la primera vez que era tan directa en el Whatsapp. No me apetecía quedar con él en un bar y charlar distendidamente como amigos. Quería ir a su casa.

Me abrió la puerta en cuanto escuchó el ascensor detenerse en su planta. Nos saludamos de forma poco efusiva, con dos besos, como amigos convencionales y me invitó a pasar. Me preguntó qué quería beber y, después, se sentó en el sofá a mi lado. Nos pusimos al día, fingiendo mostrar interés en lo que decía el otro.

Él se arrimaba poco a poco con disimulo y me miraba fijamente, pero no hacía nada más. Cansada de su indecisión, decidí tomar cartas en el asunto y me lancé a su boca. Sus labios me recibieron muy cálidos y devoradores. Estuvimos largo rato en el sillón comiéndonos bien. Me recosté sobre un cojín y él, sobre mí, apartaba mi camiseta para sobar mis pechos. Mis pezones estaban receptivos a su lengua y a sus succiones. Toqué aquel bulto que sobresalía en su entrepierna, duro y apetecible.

Me arrodillé en el suelo y le bajé los pantalones hasta contemplar su pene erecto frente a mí. Tenía los testículos rasurados, como acostumbraba, y jugué con ellos, lamiéndolos con ganas. Miré su semblante excitado y me abalancé sobre su erección hasta que desapareció entera en mi boca. Él me sujetaba la cabeza, moviéndomela a su antojo cada vez más rápido, hasta que me pidió que parara.

Se levantó y me cogió de la mano en dirección a su habitación, sin parar de engullirnos. Me puso de cara a la pared y me quitó lo que quedaba de ropa. Pegó su polla a mi trasero y me la metió. Flexioné un poco las rodillas para acoger sus embestidas. Iba lento, la sacaba, para luego penetrarme hasta el fondo.

Después, pasamos a la cama y me puse a cuatro patas. Mi postura favorita con él. Primero, las penetraciones eran suaves, lentas, sintiendo cómo entraba, hasta que fue subiendo la intensidad. Me agarraba a sus sábanas tratando de digerir esas acometidas tan salvajes y tan placenteras. Me azotaba cada vez más fuerte y yo solo podía jadear como si se me fuera la vida en ello.

Nos desplomamos en su cama, extenuados. Conversamos sobre banalidades y nos despedimos hasta la próxima, sabiendo que muy probablemente no la habría. Adiós baby, un placer.

Anónima

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