Enriqueta cumple mis deseos

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Todo comenzó un caluroso día de verano de 1992, año olímpico, cuando una sesentona señora se cruzó en mi vida por casualidad. En aquella época yo tenía 24 años y pensaba en sexo continuamente. Les cuento como conocí a Enriqueta, que así recuerdo se llamaba esta vieja y lujuriosa mujer. Estaba en mi vivienda soportando un calor infernal, dando vueltas y más vueltas por los pasillos y estaba también algo excitado después de haber visto en televisión una película con algunas escenas de contenido erótico.

Para aliviarme del pegajoso calor y quitarme un poco la excitación de mi calenturienta mente, decidí acercarme hasta una piscina pública con la idea de darme un refrescante baño y de paso en sus amplias zonas ajardinas tumbarme sobre mi toalla y terminar la lectura de un libro de Navokov, concretamente su famoso libro Lolita. Desde mi casa hasta la piscina el recorrido era corto, y en cinco minutos ya estaba en la taquilla en donde pagué mi ticket y con algo de impaciencia entré en las instalaciones. Tenía por los alrededores de la piscina una buena zona plantada de césped en donde no había demasiada gente tumbada al sol, ojeé bien el lugar y me dispuse a instalarme debajo de la sombra de un gran pino, allí estaría estupendamente, me dije.

Después de organizarme un poco dejé bien esparcida la toalla y encima de ella mi libro, luego me fui corriendo a nadar, pues el calor me tenía las axilas y la entrepierna de lo más sudorosas y ya no aguantaba más. Me introduje en el agua de cabeza sin pasar por la ducha, y me dispuse a hacer unos cuantos largos nadando en el estilo de braza. Estuve bastantes minutos braceando y mientras nadaba tenía que sortear y esquivar a los bañistas que por allí chapoteaban que en su mayoría eran un estorbo para mi avance. Con la cabeza en un continuo mete y saca y gracias a mis gafitas acuáticas podía ver perfectamente por debajo de la superficie y el observar por debajo del agua como se desplazaban tripas, piernas y pechos de mujer me tenía excitadísimo y más aún cuando recordaba las escenas de la película que acababa de ver en mi casa.

Mientras nadaba todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que llegó un momento en que mis brazadas se vieron frenadas en seco cuando una mano se posó sobre mi zona testicular. Al cogerme por sorpresa el tocamiento en esos momentos no sabía muy bien que era lo que me estaba pasando y atribuí todo a un molesto calambre, pero décimas de segundo después me di cuenta que tenia una mano posada sobre mis testículos. Saqué histéricamente la cabeza del agua, para ver quien me estaba cogiendo de esa manera y cuando miré a mis espaldas, mi vista, la cual se escondía detrás de las gafas, se cruzó con la mirada de una mujer madura de unos 60 años que con una mueca maliciosa me guiñaba un ojo. La señora llevaba puesto un gorro negro de natación de la marca Speedo que la cubría por completo el pelo de la cabeza y la hacía parecer un tanto ridícula y ñoña. Lógicamente le dije a esta señora que me quitara la mano de encima, pero ella no contenta lo que hizo fue apretarme con más fuerza. Protesté y grité con rabia pues me dolía. El tremendo grito llamó la atención de los socorristas y también de toda la gente que por allí nadaba y tomaba el sol. Uno de los socorristas para colmo de mis males me regañó y me dijo que saliera del agua y que dejara de molestar a la señora.

Pero yo hasta que no me quitara la mano de encima no podría hacerlo. Paranoicamente pensaba que la gente debía de creer que yo era el que había provocado esa situación, y que si esta señora me tenía cogido por los cojones sería por mi culpa. La situación era de lo más absurda y yo no podía entender que hacia esa desconocida sesentona agarrada a mi órgano sexual de esa manera. Suélteme de una vez, le dije gritando por segunda vez. Por fin la señora retiro su mano de mi sexo y me dejó en paz. En esos instantes yo estaba que no daba crédito a lo que acababa de pasarme y no supe reaccionar muy bien, quizá por timidez. Algo avergonzado salí del agua con el pene y los testículos doloridos y me fui con la cabeza gacha hacia la zona donde había dejado mi toalla y mi libro.

Habían pasado ya quince largos minutos del infeliz suceso y todavía le seguía dando vueltas al caso y por más que intentaba darle una explicación racional a la cosa no llegaba a entender que era lo que había pretendido esta mujer. Ahora la señora estaba tumbada sobre su toalla en una zona alejada de la mía y yo sabia con certeza, al mirarla de reojo, que tenía clavada su vista en mí, lo que me tenía nerviosisimo. Intenté olvidarme de ella y atribuí todo a que era una loca. Para abstraerme de pensamientos tontos cogí mi libro Lolita de Navokov. Y al abrirlo me llevé una nueva sorpresa cuando encontré entre las páginas una nota que alguien dejó allí mientras nadaba.

La nota ocupaba media cuartilla y decía lo siguiente:

Mi querido niño: quiero que sepas que cuando has entrado por la puerta de la piscina me he fijado mucho en ti, tienes algo especial que me gusta en exceso. Verte llegar con un libro bajo el brazo me entusiasmo aún más No he podido resistir la curiosidad de saber que estas leyendo y me acerqué a tu libro y cuando comprobé que leías Lolita me he propuesto conocerte a toda costa, pues Navokov es mi escritor favorito. Como prueba de fuego me tiraré al agua e iré hacia ti, luego bajo el agua te agarraré el sexo para que sepas que te deseo. Al principio no entenderás nada pero cuando leas mi nota sabrás lo mucho que me interesas y me harás el favor de acercarte hasta donde yo me encuentro y así tendremos los dos una tranquila charla para conocernos. Te espero con ansias mi niño. Firmado por… Enriqueta. La que te acaba de tocar los cojones.

Cuando leí la nota me quedé helado, casi petrificado, y ahora ni siquiera me atrevía a levantar la cabeza del libro pues sabía que la señora me seguía mirando obsesivamente y estaba esperando mi respuesta a su propuesta. Estuve unos segundos con la mente en blanco, como en estado de shock, y decidí al rato dejar de leer el libro. Me tumbé mirando el suelo, casi comiéndome el césped y de espaldas a la vieja permanecí como una media hora en esa postura. Curiosamente, durante estos largos minutos, tuve tiempo suficiente para meditar lo ocurrido y reflexioné como nunca antes en mi vida.

Ahora la situación me empezaba a resultar intrigante y mi pene se empalmó como pocas veces antes lo había hecho, pues ya me estaba imaginando en una cama con esa señora. La verdad, pensándolo bien, es que fue un halago para mí que esta mujer se hubiera obsesionado conmigo y ahora tenía la mente excitadísima y además en esos instantes me estaba imaginando escenas de lo más brutales con esa vieja, que sabia con certeza lo ansiosa que estaba por conocerme. Me incorpore del suelo y me dije, ya mirando a Enriqueta, la cual seguía sin quitarme la vista de encima, que hoy seria un gran día de sexo.

Estaba casi seguro que esa tía intelectualoide accedería a realizar conmigo todo tipo de actos sexuales por muy guarros que estos fueran y aunque yo era un chico sin apenas experiencia, este pensamiento de saberme deseado me daba valor y mucha seguridad para proponerle todo tipo de cosas en materia sexual. Muy decidido fui directamente al encuentro de Enriqueta. Recorrí por el jardín de la piscina los treinta metros que me separaban de ella y al llegar a su lugar me sonrió y me dio las buenas tardes con una dulzura que jamás olvidaré. Me senté en el suelo muy cerca de ella y al segundo me pidió disculpas por el tocamiento de la piscina y me dijo que si me había agarrado tan fuerte de los huevos era solo para que yo me sintiera seguro de sus deseos. Y bien que lo había conseguido, porque yo no tuve ningún reparo en ir a su encuentro con firmeza que es como hay que ir siempre a una cita con mujer desconocida.

Al verla de cerca y sin el gorro de natación en la cabeza, la verdad es que Enriqueta ganaba mucho en atractivo, porque tenía un bonito pelo color azabache a modo de media melena y una cara muy guapa, entre otras cosas porque a sus 62 años su rostro aún no estaba surcado por demasiadas arrugas. Pero he de reconocer que tenia un cuerpo gordo y blanco y una piel celulítica que daba un poco de repelus. Su culo era enorme y eso me gustaba, lo que me provocó en ese instante una rápida fantasía sexual. Enseguida se rompió el hielo entre ambos y estuvimos cómodamente hablando un buen rato sobre literatura y yo que no tenía demasiada idea en la materia asentía con interés a todas sus explicaciones.

Cuando acabó con su rollo sobre Navokov y otros escritores, fue entonces cuando le insinué con mi gesto y con mí mirada lo mucho que me gustaban sus pechos, los cuales eran grandes como melones. Ella parecía complacida por mi insinuación visual y en un rápido movimiento se bajó uno de los sostenes dejando al descubierto su teta derecha, la cual tenía un enorme pezón de color marrón clarito. Esta visión me puso cachondisimo y en un alarde le supliqué que me llevara a su casa y allí siguiera enseñándome más cosas.

Vas muy deprisa, me dijo Enriqueta, pero yo seguía insistiendo y de nuevo le repetí mi proposición.

Por fin, después de estar con un si pero no, Enriqueta me ordeno que recogiera todas mis cosas y que le esperara en la calle, pues ella tenía que pasar antes por los vestuarios para acicalarse y vestirse y tardaría un poco en salir de las instalaciones. Enriqueta, como mi intuición me dictaba, era soltera, vivía sola y sin ataduras de ningún tipo y por eso libremente me llevaba a su casa. Yo estaba convencido que realizaría hoy con ella mis fantasías sexuales más secretas y prohibidas. Al irme de la piscina, el socorrista que dos horas antes me regaño, me decía adiós con una mano, lo que no me gustó nada pues aun llevaba encima el resentimiento de su injusta reprimenda. Esperé ansiosamente en la acera de la calle, justo al lado de la puerta de entrada y tuvieron que pasar como unos diez minutos hasta que por fin salió Enriqueta.

Cuando vi a Enriqueta con ropa de calle parecía otra mujer, no sé si mejor o peor que cuando la vi minutos antes en bañador, pero el caso es que me daba la sensación de que estaba ante otra persona de aspecto muy distinto. Me sonrió con malicia y con una medio carcajada me dijo que a partir de ese momento era toda suya y que me permitiría hacer con su cuerpo lo que me diera la gana. Esas palabras me sonaron a gloria y me sentí en ese instante el dueño y señor de ese pedazo de carne que me llevaba a su hogar.

Su casa estaba muy cerca de la piscina y por lo tanto también de mi casa y en cinco minutillos ya estábamos entrando por el portal. Ella vivía en un primer piso y por eso subimos por las escaleras. Al rato penetramos los dos en la casa que a partir de ese momento seria nuestro nido y refugio de perversión. Nada más cerrar la puerta yo le di a Enriqueta un fuerte bofetón en todos sus morros, lo que la provocó una pequeña hemorragia en la comisura de los labios. Quizá, si hice esto, la causa no fue otra que él devolverle vengativamente el fuerte y doloroso agarrón de huevos de la piscina. Ante mi violenta reacción Enriqueta se quedó paralizada y se quedo un minuto sin saber que hacer apoyando su tremendo cuerpo contra la pared del hall, pero su gesto, en ese largo minuto, no fue de disgusto sino más bien de sorpresa. Le dije que se tranquilizara pues lo íbamos a pasar muy bien. Me guió hasta el cuarto de baño y allí la restregué con papel de water todo el hilillo de sangre por sus carrillos. Ahora estaba guapísima con esos coloretes naturales que la maquillaban graciosamente sus mofletes.

Seguidamente, le dije gritando, que me llevara hasta la cocina pues tenía sed y quería beber agua, bebí agua y me fijé que en la mesa de la cocina había un enorme frutero lleno de plátanos, peras, naranjas, mandarinas y uvas. Le obligué a que cogiera de la cocina un plato, dos vasos, una vela, cerillas y unas cuantas frutas del frutero y también una botella grande de Coca -Cola. Luego la pedí con muy buenos modos que me llevara a su dormitorio y lo hizo sin rechistar y con sumisión.

Entramos en su dormitorio de vieja solterona, el cual estaba decorado de manera rancia. Un verdoso papel forraba las paredes de la habitación y una enorme lámpara rococó de color dorado colgaba del techo. La cama era amplia, de las de matrimonio y estaba cubierta con una colcha de tela amarilla. A los lados de la cama Enriqueta tenía dos pequeñas mesillas de noche de madera de pino, lugar donde ordenó y colocó todo lo traído de la cocina. Tenía sobre una de las mesillas un marco con una vieja fotografía en blanco y negro en donde aparecía la bella cara de una joven y sonriente Enriqueta y también tenía sobre la mesilla un libro a medio leer de la novelista Rosa Regas, que fue una de las últimas ganadoras del Planeta. Me dejé caer en la cama de Enriqueta como solo sabe hacerlo un gañan, con mi bañador aun húmedo y con mis zapatillas de deporte aún calzadas y ordené a Enriqueta con prisas que me descalzara y luego le pedí que me llenara un vaso con coca cola hasta arriba, y así lo hizo, siempre como yo decía, con prisas, con sumisión y sin protestar. Me tiré un sonoro pedo y después de terminado el vaso de coca cola eructé con fuerza expulsando todo el gas hacia la cara de Enriqueta.

Cuando me sentí más relajado fue cuando le dije a Enriqueta que se fuera preparando porque iba a empezar el verdadero juego. Con un tono algo crispado le dije a Enriqueta que se fuera desnudando, pero que lo hiciera despacio pues prefería que se quitara poco a poco la ropa. Antes le di la orden de bajar la persiana pues aun entraba un poco de luz natural y esto restaba intimidad a la escena. Encendí una vela y también conecté la pequeña lamparilla de la mesita de noche para hacer un ambiente mucho más cálido. Enfrente de la cama y ante mi atenta mirada mi sumisa mujer comenzó a desvestirse. Se quito primero su estampada camisa blanca de flores verdes y amarillas y dejó al descubierto su enorme sujetador de color azul oscuro, que escondía las que para mí eran en ese instante las mejores tetas del mundo. Luego se desprendió de su enorme faldón de color pastel, y ahora ya podía deleitarme con sus rollizos jamones y con su fabulosa tripaza blancuzca que me producían en su conjunto un morbo inexplicable. Las bragas que lucía eran como un gran calzón de boxeo, de color beig, que llegaban a taparle parte de la tripa.

Le pedí por favor que se quitara primero las bragas y así lo hizo. Su coño pronto quedo al aire y pude observar que apenas tenia bello en la zona púbica y que si lo tenía era muy escaso, pobre y canoso. Su coñazo parecía una patata deforme partida en dos por una gran raja. Ese coño me resultaba atractivo y ya estaba ideando lo que iba a hacer con el. Le ordené que se diera la vuelta para verle el culo y al verlo me quedé perplejo y gratamente sorprendido. Al rato Enriqueta se quitó el sujetador y dejo al descubierto unas tetas, gigantescas, muy proporcionadas y armoniosas, con unos pezones bien amplios de color marrón clarito que eran muy apetecibles de chupar. Ordené a Enriqueta que me llenara otro vaso de Coca-Cola y en un segundo me lo bebí, después eructé. Tenia mucha sed pues hacia calor y sudaba.

Estaba empalmadísimo y decidí desnudarme para que Enriqueta se fuera excitando con la visión de mi fibroso y juvenil cuerpo. Mi pene era un largo palo erecto que ahora apuntaba como un cañón el cuerpo de Enriqueta. Mi querida y sensual señora seguía en pie, frente a la cama, y ya iba siendo hora que se tumbara junto a mí. Enriqueta se acomodó a mi lado, y yo la recibí con un fuerte abrazo. Las tetas de Enriqueta ahora quedaban aprisionadas contra mi pecho y como dos grandes y cómodos almohadones las sentía latir, me entretuve un rato chupando los pezones y luego le puse la polla en toda su bonita cara y ella me la empezó a succionar con frenesí. Era como si Enriqueta no hubiera probado una polla de hombre desde hacía muchos años, pues me la estaba comiendo de tal forma que el esperma que derramaba mi capullo lo absorbía como cuando se chupa la sustancia de una cabeza de gamba.

Dejó de lamerme la polla y al instante la convencí para que se pusiera boca abajo, pues quería admirar su enorme culo con calma y detenimiento. Cogí sus tobillos y los separé, sus piernas quedaron perfectamente abiertas y ahora tenia, ante mi atónita mirada, el orificio del que me parecía en esos momentos el culo más bello del Universo. Le introduje por el ano dos dedos, y en ese instante Enriqueta dio un respingo en la cama y soltó un “Aaayyyyy” doloroso, y yo le di un sonoro palmetazo en el culo para que no se volviera a quejar más. Cogí un plátano de la mesilla y se lo comencé a meter por el culo. El plátano que se encontraba muy maduro comenzó a deshacerse y la cáscara cedió por uno de los lados derramándose la carne justo en la entrada del ojete. El pastel de plátano poco a poco fue entrando en el culo de Enriqueta y ella ahora tenia en el interior de su culo un plátano derretido. El olor a plátano ya inundaba el cuarto y eso me gustaba. Después cogí un racimo de uvas de la mesilla y ordené a Enriqueta que se pusiera boca arriba.

Con el racimo en la mano no se me ocurrió mejor idea que comenzar a introducirle por su coño las 35 uvas del racimo, pues mientras se las metía yo las iba contando una a una. De esta manera, se formó un dulce caldo en el interior del coño de Enriqueta, que yo me lo bebí sin dejar una sola gota. Después de este arduo trabajo de meter uvas en el chocho de Enriqueta, me bebí otro vaso de coca cola, el tercero, que esta vez me serví solito. Tanto el culo como el chocho de Enriqueta estaban pringosos y yo también lo estaba y esa sensación de pringue me agradaba. Decidí que ya era momento de follarme a Enriqueta y estuve dudando un rato entre sí primero me la follaría por el culo o si lo haría por el coño. Por fin opté por el culo, y la volví a decir muy seriamente, a esta gorda señora, que se colocara otra vez de espaldas y de rodillas, con el culo en pompa, que para mí era la más cómoda posición. La embestí por detrás como un toro y la metí mi rabo hasta la bola, de tal forma que por su culo salió un chorro viscoso de plátano, mezclado con unas motas marrones, que mi vista y olfato me decían que era caca.

Efectivamente mi polla estaba batiendo en el culo el plátano anteriormente metido y lo peor era que lo estaba mezclando con restos de mierda del culo de Enriqueta, lo que me dio bastante asco. Enriqueta jadeaba de placer y me daba las gracias por todo lo que estaba haciendo con ella y no sabía como agradecerme mi fogosidad. La follé analmente dándole repetidos y agresivos envites entre restos de plátano y mierda, hasta que por fin descargue mi semen en su interior.

Luego me tendí en la cama a descansar y de paso me serví otro vaso más de coca cola, a ella como premio también le llené otro vaso, que se bebió en un segundo pues estaba sedienta y tenía la garganta seca. Me entró un repentino sueño y sin decir palabra me quedé dormido, Enriqueta se debió de dormir al rato, pues al despertarme ella seguía durmiendo. Al abrir los ojos me asusté, pues no recordaba bien donde me encontraba, pero cuando vi a mi lado a ese gran cuerpo roncando, enseguida caí en la cuenta de todo. Miré el reloj, ya eran las 3 de la madrugada, tenia que vestirme y salir de allí. El cuarto estaba sin ventilación, me faltaba oxigeno y ya no podía aguantar ni un segundo mas en esa cama. Me vestí, cogí mi toalla, mi libro de Navokov, me calcé mis zapatillas y antes de salir de la habitación miré a Enriqueta y después la besé dulcemente. Confieso que verla dormir me enterneció y a partir de ese momento sentí por ella verdadero amor.

Al llegar a casa me encontraba raro y sucio, me tuve que dar una buena ducha de agua fría y estuve bajo el agua un buen rato frotándome compulsivamente con una pastilla de jabón. Después de la ducha, como sabía que me iba a costar conciliar el sueño, puse la televisión. En esos momentos la segunda cadena emitía un resumen de los juegos olímpicos de Barcelona, en donde vi en imágenes grabadas como el atleta soriano Fermín Cacho ganaba para España esa misma tarde la medalla de oro en los 1.500 metros lisos.

Desde aquel día cada vez que oigo, leo o veo algo relacionado con el atleta Fermín Cacho enseguida me viene a la memoria esa inolvidable noche del verano del 92, año olímpico, noche en que pude hacer realidad algunas de mis fantasías sexuales más secretas, gracias a una mujer llamada Enriqueta.

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