Un desconocido me hizo el amor en el garaje

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En esa época trabajaba de camarera en un restaurante hasta la madrugada.

Gracias a ello viví algo muy especial.

No tuvimos un momento de descanso, porque la gente había decidido salir a cenar y el comedor estaba abarrotado. A medianoche llegaron tres chicos. Uno de ellos estaba como un queso y no me quitaba ojo. Me ponía nerviosa cuando me sentía observada. Para colmo, me tocó servirles y no desaprovechaban ocasión para hablar con frases de doble intención y comentarios subidos de tono. La verdad es que se pasaban, y no tuve más remedio que reírme con alguna de sus ocurrencias.

En una ocasión, cuando yo pasaba junto a ellos, este chico al que me referí antes se levantó para ir al baño y, como si no se hubiera dado cuenta de que pasaba yo, me chocó de frente poniendo las manos sobre mis pechos.

—Perdón —se excusó. Los otros dos se echaron a reír.

—¿Te han gustado? —pregunté sin inmutarme.

—No sé a qué te refieres.

—No te pases, nene —le dije remarcando lo de nene.

Pareció que se había mosqueado, pero cuando me di la vuelta para alejarme, me tocó disimuladamente las nalgas y me dijo en voz baja:

—Me han encantado.

La noche siguió su curso y estos tres siguieron con sus ocurrencias. La verdad es que aquel imbécil me estaba poniendo bien caliente.

Cuando se marchaban, se despidieron amablemente y el que me había tocado me susurró al oído.

—La cena exquisita, y lo mejor, las tocaditas. —dijo mientras me guiñaba un ojo.

Noté cómo se me subía el color a las mejillas. Definitivamente, aquel bebé —así lo veía por la diferencia de edad— sabía cómo ganarse a una. Me había puesto a cien con tanta insinuación y toqueteo.

Eran ya las cuatro de la mañana cuando salí del restaurante. Me dirigí al estacionamiento donde tenía el coche y, cuando pasé junto a un coupé, la ventanilla se bajó y una voz conocida me hizo volver la cabeza.

—¿Quieres que vayamos a tomar algo por ahí?

—¿Ya te deja tu madre estar a estas horas de juerga? —le dije riéndome.

—No. Por eso quiero que me acompañes. Respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

—Gracias, pero estoy cansada.

—No importa, seguro que logro que te relajes.

—En serio, no me parece buena idea. —respondí, conteniendo las ganas de subirme con él al coche.

—Ven, lo pasaremos muy bien.

Me quedé mirando y, cuando iba a aceptar la invitación, me invadió la cordura y le respondí que no podía.

—Como quieras, pero te lo pierdes. «¡Genio y figura hasta la sepultura!», pensé.

Aún cuando me iba a subir al coche, pensé en darme la vuelta y decirle que subiera en el mío, pero nuevamente me arrepentí.

«¿Pero en qué rayos estoy pensando? Pensé en voz alta.

Me subí al coche y tardé unos minutos en arrancar.

—¡Vaya un calentón más tonto!

Arranqué el coche y pensé en Abel, mi novio.

—Si se lo cuento, se va a morir de la risa.

No fui directa a casa, quería dar una vuelta. La noche traía un aire cálido y, cuando salí a la oscuridad, se podía ver un cielo estrellado a través de la ventanilla.

Pasé una de mis manos por mis pechos. Los pezones se me endurecieron. Sonreí al pensar lo mucho que le gustan a Abel mis tetas. Metí la mano por debajo de la camiseta y noté el contacto de mi piel. Estuve unos minutos deleitándome con las caricias, antes de pasar a tocarme la conchita por encima de los ajustados vaqueros. Incluso llegué a cerrar los ojos, lo que me asustó por la posibilidad de tener un accidente. Seguí acariciándome y abrí las piernas todo lo que la postura me permitía. Jadeaba ruidosamente, pero no me importaba. Me imaginé en el coche con ese chico y pensé que era él quien me acariciaba mientras yo conducía. Incluso llegué a pedir más y más, como si pudiese escucharme.

Me quité los pantalones y metí la mano hasta tocar mi inflamado clítoris. Mi vagina segregaba mucha cantidad de flujo que había empapado la tanga. No podía creer lo que estaba haciendo. Nunca me había masturbado en esa situación, pero esa noche…

Chupaba mis dedos y notaba el sabor salado de mi cuerpo. Y otra vez los metía en mi vagina.

Cuando iba a entrar en la ciudad, tuve un orgasmo descomunal. Empecé a gritar y a agitarme en el asiento. Si alguien me hubiese visto, pensaría que estaba teniendo un ataque. Cuando las primeras luces de la ciudad iluminaron el interior del coche, me puse ropa más adecuada.

«¡Qué calentona! ¿Estoy loca? ¡Cómo me ha puesto ese pendejo!

Eché de menos a Abel. Me habría venido bien tenerlo a mi lado esa noche.

Mientras el auto avanzaba por la carretera bajo la tenue luz, mis dedos se aferraban al volante con una tensión que nada tenía que ver con el tráfico. Cada semáforo en rojo, cada mirada fugaz a ese jovencito desconocido del bar —de sonrisa provocativa y manos fuertes — avivaba el fuego entre mis piernas. Fue entonces cuando tuve una de las fantasías sexuales más excitantes de mi vida. Les contaré cómo fue.

Por fin llegué al garaje de casa. Salí del coche y, cuando iba a cerrarlo, se apagaron las luces.

—Pues sí que duran poco. Pensé.

Metí la llave en la cerradura y…

No sé de dónde salió. Todo fue muy rápido. Un hombre me sujetó por detrás y me tapó la boca con la mano.

—Quieta y no te pasará nada. Susurró.

Mi corazón se aceleró y un sudor frío me recorrió la espina dorsal. —Te voy a hacer disfrutar, así que es mejor disfrútalo, putita.

Me susurraba al oído. La voz no me resultaba familiar. Deseaba que se encendiesen las luces y que alguien apareciese, pero ¿Quién demonios iba a aparecer a esas horas? No sabía qué hacer. Me tenía bien sujeta y, si hacía todo lo que me decía, tal vez no me hiciera nada. ¿Pero quién mantiene la calma en una situación así?

—¿Te vas a quedar quieta, bombón?

Asentí con la cabeza. Con el miedo que sentía, era inútil intentar nada, porque me quedé paralizada. Retiró la mano de mi boca despacio, temeroso de que pudiese comenzar a gritar, pero no moví ni un músculo. Aunque no me hubiese sujetado, no me hubiera movido ni por asomo.

—Te lo repito, espero que puedas disfrutar.

Pensé que podría ser el imbécil de la cena, pero no me sonaba su voz. Este pensamiento me tranquilizó. No parecía un tipo malo. Quizás se habría puesto tan caliente como yo y habría pensado en aliviarse de este modo. Sea quien sea, intentaría acatar todo lo que me mandase. Solo esperaba que no fuese un depravado.

—Te voy a tapar los ojos con este pañuelo para que no puedas verme. Es por tu seguridad, así que no te lo quites.

Asentí de nuevo con la cabeza, ¡qué otra cosa podía hacer!. Me colocó un pañuelo suave en los ojos. La verdad es que la oscuridad del garaje ya le ocultaba, tan solo se veían las luces de emergencia.

Me agarró del brazo y me llevó a la parte delantera del coche. Me apoyó las manos en el capó y me hizo abrir un poco las piernas.

En un momento de silencio, me pareció escuchar movimiento a nuestro alrededor. Cuando me giré instintivamente para percibirlo mejor, noté que se colocaba detrás de mí, pegando su cuerpo a mi trasero.

Pasó las manos por mi cabeza y me dio un suave masaje. Aquel movimiento me relajó en cierta medida. Bajó las manos por la cara, tocando cada centímetro, dando pequeños círculos. Se diría que, se trataba de una sesión de masaje. ¡Una locura, ya lo sé!

Sus manos siguieron descendiendo por mi nuca. Los dedos trabajaban cada vértebra, cada tendón. Eran unos dedos que transmitían firmeza. Se recreaba en cada movimiento. Comencé a dejarme llevar y a girar lentamente la cabeza como señal de aprobación silenciosa. Debió darse cuenta de mi entrega silenciosa, porque se dedicó más a las caricias sin prestar tanta atención a que yo escapara.

Descendió por mi espalda siguiendo la ruta de la columna. Cuando llegó a la cintura, metió las manos debajo de la camiseta. Tenía las manos suaves y calientes. Rodeó mi cintura y posó sus palmas en mi vientre, jugueteando con el ombligo.

Volvió a la espalda y comenzó a recorrerla lentamente, dando pequeños pellizcos que, en ningún caso, me produjeron dolor. Suspiré cuando me amasó los agarrotados hombros. ¿Pero qué me estaba sucediendo esa noche? No me conocía. Me estaba manoseando un desconocido y, sin embargo, no podía dejar de sentir placer. Volví a pensar en Abel. Sin duda, él había activado el interruptor de mi sexualidad. Me había enseñado a disfrutar de mi cuerpo, de todo mi ser, de cada una de las terminaciones nerviosas. Y lo que es mejor, a disfrutar de las nuevas circunstancias que se estaban abriendo en mi vida. Esa era una más, ¡peligrosa y diferente!, pero estaba dispuesta a sacar partido de ella tal y como se estaba desarrollando.

Pasaba sus manos por mis hombros, por mis brazos y por mis manos para luego deshacer el camino andado. Volvía a empezar y entrelazaba sus dedos con los míos, ejerciendo una ligera presión que desentumecía mis manos.

Estuvo un buen rato masajeándome la espalda. Para entonces ya se me había olvidado que era un desconocido y le había convertido en mi amante.

Cuando se cansó de mi espalda, o quizá cuando lo consideró oportuno, pasó a mi estómago. Subía con sus manos por el ombligo, el canal de mis pechos y hasta mi garganta. La camiseta y el corpiño dificultaban la maniobra, pero parecía que no le importaba. Hizo el mismo recorrido durante varios minutos, hasta que llegó a mi garganta, abrió sus brazos de un tirón y partió la camiseta por la mitad. Con otro brusco movimiento, rompió lo que quedaba de esta. Me asusté. Durante un momento, pensé que la situación había cambiado. Notaba mi corazón acelerarse, golpeando salvajemente contra mi pecho.

—Tranquila. No pasa nada, sigue igual. Sigue igual.

Volví a tranquilizarme. Procedió a soltarme el corpiño y a liberar mis tetas de su opresión. Facilitó mi salida para que no tuviera que dar más tirones.

Cuando mis pechos quedaron libres de ataduras, procedió a acariciarlos. Con suavidad, hacía pequeños círculos con los dedos alrededor de mis pezones, que se habían puesto duros como garbanzos. Daba pequeños tirones para aumentar su dureza si era posible. Se notaba que le gustaban mis tetas, porque les dedicó buen tiempo. Mojaba sus dedos en mi boca y después los pasaba por mis pezones y aureolas.

Mis gemidos de placer ya eran continuos. Mientras me trabajaba los pechos, frotaba su pene contra mi culo. Podía notar su abultado paquete a través de la tela de los pantalones.

Procedió a besarme en el cuello mientras me desabrochaba los pantalones. Uno a uno, los botones cedían hasta dejar libre la entrada a sus manos, que juguetearon con la tanga. No pasó por alto que estaba toda mojada por la calentura.

Por mi parte, tiraba hacia atrás para no perder el contacto con su verga. Creí que debía de estar alucinando por mi comportamiento, ¡y lo estaba yo misma!

Oí algo metálico caer al suelo y me agaché a recogerlo. Pensé en darle una buena patada y escapar, como había visto hacer en alguna película, pero la postura y el no ubicarle correctamente me disuadieron. Por otra parte, aunque esté mal decirlo, la situación no me estaba disgustando en absoluto.

—Ahora quédate quieta. No te muevas.

Me quedé apoyada en el coche con la tanga como única vestimenta y unas sandalias de tacón bajo. Debía de parecer la chica de un calendario de esos que se ven en los talleres.

Ahora ya sin ninguna prenda que se lo impidiese, comenzó a pasar su lengua por todos los rincones de mi espalda. Empezó por la nuca, haciendo que una corriente eléctrica recorriera toda mi columna vertebral. Después pasó por los hombros, los brazos, las manos y volvió por el interior de los brazos hasta las axilas. Después de varios recorridos, siguió por la espalda hasta el final. En esta zona estuvo más tiempo. Su lengua bajó hasta el cóccix y se entretuvo haciendo círculos. Rodeó mi cintura con las manos y las dirigió hasta mi concha. Se sorprendió de lo mojada que estaba la tanga.

—Parece que esta noche has estado muy caliente.

Solo acerté a decir un suave «sí», mientras mi cabeza se iba lentamente hacia atrás. ¡Cielos! Ni yo misma podía creerme lo que estaba sucediendo. Pude imaginar la cara de este tipo, asombrado ante lo dócil que resultaba su «puta».

No metió sus dedos como era de esperar, sino que se entretuvo jugando con mis labios mayores y mis ingles. Mientras tanto, su lengua no dejaba de recorrerme la espalda hasta dejármela hipersensible.

Me encanta tu sabor. Eres una mujer muy apetecible.

Mordisqueó mis glúteos y siguió lamiendo el interior de mis muslos. En esta postura, su nariz rozaba levemente mi ya humedecida entrepierna. Siguió descendiendo por el interior de mis piernas hasta los tobillos. Alternaba las dos piernas y, con las manos, me las moldeaba. Mi cuerpo se amoldaba a sus manos como si fueran mis creadores.

Volvió a pasar sus manos por mis nalgas y las masajeó con pasión, dándoles algún que otro mordisco. Yo estaba en el séptimo cielo y movía las caderas en un claro síntoma de placer.

Apartó ligeramente la tanga y su lengua se deslizó entre mis glúteos, en busca de los secretos de mi ano. Separó las nalgas para tener mejor acceso y comenzó a hacer círculos con su lengua en los bordes de mi orificio anal. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando su lengua se abrió paso a través de mi culo. Sentí su lengua entrando y saliendo, como si fuera un pequeño pene. Estoy segura de que mi ano se dilató con semejante trabajo. Mi mente voló hacia Martín y sus amigos en las vacaciones. Volvieron a mí las sensaciones de quebrantar lo «prohibido».

Abandonó aquella zona tan sensible y se incorporó. Me agarró de la cintura y me dio la vuelta lentamente. Me dio un cálido beso y, sin dejar de besarme, me tumbó en el capó del coche. La chapa todavía estaba caliente, y esa fue una sensación muy agradable. Las pequeñas gotas de sudor que recorrían mi espalda se evaporaban al contacto con el calor de la chapa.

Se dedicó a besarme el cuello, las orejas, la nariz y los labios, dándome pequeños mordiscos.

Yo definitivamente me abandoné a mi suerte. Iba a intentar disfrutar de aquello todo lo que pudiera.

Descendió su lengua en busca de mis tetas por el cuello. Pasaba de una a otra lentamente, chupando mis pezones endurecidos y tirando de ellos con los labios de vez en cuando. Los fue humedeciendo y absorbiendo como si fueran un postre.

Sus manos se aferraron a mis pechos y fue descendiendo con su lengua en un movimiento de zigzag hasta llegar a mi ombligo, donde se entretuvo poco tiempo, ya que me hacía cosquillas. Su lengua tenía que estar cansada de tanto trabajo, pero no mostraba intención de descansar. Muy al contrario, siguió descendiendo hasta chupar mi vagina por encima de la tanga.

Sus manos abandonaron mis pechos y descendieron por los costados hasta mis caderas. Allí, en un rápido movimiento, agarraron las tiras de la tanga y, de un fuerte tirón, las rompieron, dejando mi conchita al aire. Aquello me recalentó y, en un movimiento involuntario, adelanté las caderas para buscar sus labios.

Su lengua jugueteaba con el pubis depilado mientras sus revoltosas manos seguían masajeando mis glúteos, acariciando mi trasero de vez en cuando.

Mi palpitante concha pronto recibió la visita de su lengua. La pasó suavemente, separando los labios para alcanzar finalmente el inflamado clítoris. Se entretuvo tintineando con el pendientes colocado en ese lugar tan estratégico.

Succionó sin prisas, dándose tiempo, jugueteando a la vez con los labios que lo protegían. Levantó mis piernas hasta colocarlas sobre sus hombros. En esta postura, mi concha se ofrecía vencida, claudicando ante aquel desconocido que me tomaba «a la fuerza». Bajó la cabeza y tuvo las dos piernas como involuntarios rieles que le conducían hacia mi tesoro. Apenas noté su aliento sobre mi húmeda conchita, comencé a notar dentro de mí una fuerza que pugnaba por salir. El placer que sentía era tan intenso que el orgasmo se precipitó como una ola sobre el acantilado, inundando de flujos la boca de «mi amante». Sujeté su cabeza para introducir su lengua más, si era posible. Cuando los últimos golpes del orgasmo cesaron, se incorporó sin dejar de pasar su mano por mi concha.

—Realmente sos una hembra caliente. El que te esté follando tiene que disfrutar de lo lindo.

—No te puedes imaginar lo que disfruta —dije con voz débil mientras me reponía de mi reciente orgasmo.

—Ahora te toca a ti darme placer —me dijo.

Dicho esto, se apoyó en el capó del coche y dejó que le quitara la ropa lentamente y con toda la provocación posible. Para entonces, ya me había acostumbrado a tener los ojos tapados. En esas circunstancias cobraron más protagonismo los sentidos del olfato y el tacto.

Cuando deslicé su slip a través de sus pies, pude comprobar con una mano que su pene estaba totalmente en erección. Era de un tamaño fuera de lo común, pero palpitaba con toda la fuerza de quien llevaba tiempo sin usarla.

Con una mano le masajeé los testículos mientras me inclinaba en busca de su pene. Mis labios encontraron el glande y se abrazaron a él. La succioné utilizando la lengua para sensibilizarlo. Pronto comenzaron los gemidos. Seguí recorriendo con los labios todo lo largo de la pija y metiéndome los testículos uno a uno en la boca. Jugué con ellos pasándoles la lengua por el interior de mi boca. Los tenía muy hinchados y él carecía de bello.

Dejé el choto palpitante y fui subiendo por su pubis, su ombligo, hasta detenerme en su pecho. Iba desabrochando los botones uno a uno con parsimonia, deleitándome en cada movimiento. Llegué a sus pezones y comencé a chuparlos, incluso me atreví a mordisquearlos. Reaccionaron poniéndose erectos y duros. Mientras restregaba mi concha contra su hermosa polla.

Este movimiento debió de gustarle, porque su respiración se aceleró y me agarró fuerte de las nalgas, apretándome contra él. Le besé la boca, metiéndole la lengua y jugueteando con la suya. Estaba totalmente excitada. Mis pechos se fundían contra su pecho. Pensé que iba a acabar, así que me volví a agachar para pajearlo con la mano, pero no iba a dejarme hacerlo.

Me levantó y me llevó al interior del coche. Por la forma en que me seguía mientras me guiaba de la mano, supe el grado de seguridad que tenía a su lado. Se sentó en el asiento del conductor y lo echó atrás todo lo que pudo. Me hizo sentarme encima de él, dándole la espalda.

Empezó a besarme la nuca y me tumbó sobre el volante. Me dio un masaje sensual por toda la espalda, alternando sus manos con sus labios. Gemía y frotaba mi vagina contra su pene. Me elevó un poco para poder introducírmela. Después me dejé caer de golpe, metiéndomela hasta los testículos. Los dos gemimos y nos quedamos quietos.

Temblé unos instantes. A pesar de que se estaba portando bien, no pude evitar sentir escalofríos al pensar que un desconocido me estaba follando así en el interior de mi coche. Las aventuras sexuales que había vivido ese verano habían sido locuras, pero siempre tenía la sensación de tener cierto control sobre la situación. Sin embargo, aquí, a pesar de estar disfrutando, el no saber quién era mi amante ni cómo acabaría la situación, había hecho que dudase unos segundos de si estaba haciendo lo correcto, si quizá debería haber ofrecido resistencia.

Un pequeño empujón suyo me dio la señal para empezar a moverme. Inicié los movimientos de forma automática, como si me hubieran conectado el interruptor de marcha. Hacía grandes círculos a un lado y a otro. Sentía su gruesa pija rozar las paredes de mi concha mientras mis jugos bajaban por mis muslos abundantemente. Agarró mis tetas y las apretó con firmeza, dándome pequeños tirones de los pezones. Tras tanto toqueteo en mis tetas, la piel estaba casi tan delicada como un papel de fumar. Cuando aparecieron los primeros síntomas del orgasmo, comencé a gritar como una loca. Mi cabeza se movía de un lado a otro sin control. Me agarré al volante tirando de él, buscando el aire que me faltaba. Acabé el orgasmo apoyada en el volante. Parecía que me había quedado atascada, no podía moverme.

Cuando notó que mi respiración se normalizaba, me levantó, me dio la vuelta y me penetró. Metió mis dos pezones en su boca, lo que me vuelve loca, y apretaba mis glúteos con las manos. Yo subía y bajaba cada vez más rápido. Quería hacerle acabar, ¡ya era una cuestión de orgullo! Manoseaba mis nalgas, lamía mi cuello, los lóbulos de las orejas, y pensé que acabaría antes que él.

Metió un dedo en mi boca y yo lo chupé como si fuese un segundo pene. Lo ensalivé a conciencia. Después lo sacó y fue directo a mi culo. Se entretuvo en los bordes hasta que acabó metiéndomelo.

Me pareció ver resplandores. Estaba siendo una locura y ya estaba teniendo alucinaciones. Introdujo el dedo cada vez más, aprovechando los movimientos que yo hacía. Me eché hacia atrás apoyándome en el volante. Me recorría con su lengua mientras su respiración se aceleraba.

—¡Acabooooo! —gritó.

Noté un torrente de lechita caliente entrar en mi cuevita. Seguía bombeando y yo le ayudaba moviéndome y refregándome contra él. Terminó de acabar con un grito, agarrándome fuertemente las tetas. Me besó con dulzura, y noté que su aliento perdía intensidad pasado un minuto.

—Ha sido fabuloso, qué manera de cogerte. Dijo con admiración.

El semen comenzó a salir de mi vagina, cayendo por mis muslos; parte se depositó en el tapizado del asiento, como comprobé al día siguiente. Estaba calentísima, fuera de todo control y no quería terminar, así que me levanté, me puse de rodillas fuera del coche y me metí de nuevo la verga en la boca. La tortilla había dado la vuelta y quería acabar con él.

—¡Oh, sí! Eres una mujer muy caliente.

Comencé limpiando los restos de líquidos. Lo recorrí en toda su longitud y no tardó mucho en tener una nueva erección. Sonreí para mis adentros pensando que se iba a ir bien servido. También pensé en Abel, pero enseguida lo descarté. Sus suspiros me devolvieron a la realidad. Me sujetaba por el pelo y me dirigía hacia donde quería que le chupase.

Pronto volvió a tomar la iniciativa. Salió del coche y me hizo apoyar las manos en el asiento, poniendo mis glúteos a su disposición. Esta vez no hubo contemplaciones y me la metió sin miramientos. Sentí cómo su pene me atravesaba hasta las entrañas.

Con las manos, abrí más mis nalgas para facilitar la entrada de su enorme pene y hacía tope para que la penetración no fuese dolorosa. El movimiento era frenético, muy diferente al sutileza de unos minutos antes. Me gustaba ese cambio de ritmo. Volví a apoyar las manos en el asiento porque los embates me desplazaban contra la palanca de cambios. Si antes había deseado que alguien apareciese en el garaje, ahora deseaba que no sucediera. No sabría explicarlo, pero había olvidado por completo que era otro hombre, el pañuelo que tapaba mis ojos y la sensación de que un desconocido me penetraba hasta sentirlo en el paladar. Solo estaba mi deseo, un deseo irrefrenable que me estaba llevando a la locura sexual esa noche.

Se inclinó hacia delante y me agarró las tetas. Las tocó con desesperación, haciéndome gemir y pidiéndole que me la metiera más y más. Me palmeteaba las nalgas como si estuviese montando una yegua. No me dolía. Más bien al contrario, me producía placer. Un nuevo orgasmo recorrió mi cuerpo.

Paró de bombear cuando me recuperé. Mi cuerpo no podía más, aquello tenía que terminar, así que le hice sentar en el asiento. Abrí bien sus piernas y me metí su verga en la boca. La recorrí de nuevo en toda su longitud. Por su tamaño no me resultaba tan fácil, pero para entonces ya me comía cualquier cosa. Metí sus bolas en mi boca y jugué con ellas. Mis manos no estaban quietas, agarraba sus nalgas clavándole las uñas. Me agarraba la cabeza, apretándome más contra él. Él estaba a punto de acabar y no quería que lo hiciera en mi boca si podía evitarlo. Cuando noté que su pene comenzaba a temblar retiré mis labios y fueron mis manos las que siguieron moviendo su verga. Me acabé en medio de grandes gemidos. Su cuerpo saltaba en el asiento, como queriendo ayudar a que la leche saliera. Cuando empezó a salir, puse mis pechos para recibirla. Tras unos segundos, todo había terminado. Pasó las manos por mis pechos y extendió el semen como si fuera una crema.

«¿Puedo quitarme el pañuelo y verte?

—Mejor que no. ¿Has gozado? ¿Te hice daño?

—Ha sido fantástico, bebé. ¿Ha sido una sesión de sexo? «Muy especial».

—Ahora tengo que dejarte. No te quites el pañuelo hasta que no escuches cerrar la puerta. ¿De acuerdo?

Quisiera verte, por favor, para saber quién me cogió de esa manera.

—Mejor que no.

No volvió a hablar. Escuché cómo se movían sus ropas y el sonido de una bolsa de plástico. Le oí alejarse, pero antes me dio un suave beso en los labios. Me quedé allí de pie, desnuda y con los ojos tapados. Cuando escuché que se abría la puerta de salida, me quité el pañuelo de los ojos. Todo estaba oscuro. Fui a encender la luz y pude ver el pañuelo que me había tapado. Era rojo y muy bonito.

«Un recuerdo de esta noche», pensé en voz baja.

Me dirigí al coche para vestirme, ¡pero la ropa no estaba! Tan solo estaba el bolso con las llaves de casa. Tendría que subir desnuda. ¿Y si alguien me veía?

—¡Si será puto!

Cerré el coche y subí por las escaleras, no quería arriesgarme a subir el ascensor y que alguien estuviera en él.

Llegué a casa sin que me vieran. Preparé la bañera y la llené de agua. Estaba llena de semen por todas partes. Al mirarme en el espejo, no pude evitar esbozar una sonrisa. Había disfrutado esa noche, tal y como me había dicho mi exmarido. El agua caliente me envolvió y, al pasar las manos por mi cuerpo para limpiarme, noté una descarga eléctrica. Aún estaba caliente, pero ya era suficiente. Cuando me metí en la cama, cerré los ojos y traté de imaginar el rostro de este hombre. Me dormí entre pensamientos.

Los cinco días de espera a Abel se me pasaron rápido. Los pasé pensando si debería contarle lo sucedido o no y decidí que no, porque no sabría cómo explicárselo. Al menos, de momento, todo quedaría en mi mente.

Me puse muy provocativa para recibirle. Cuando le vi, me abracé a él y le besé como hacía tiempo no lo hacía.

—Estás preciosa.

—Te he echado mucho de menos.

El camino de vuelta se nos hizo largo. No paraba de acariciarme y se me ponía dura.

Hicimos el amor en todas las posiciones imaginables, nos contamos alguna historia picante y no paramos hasta quedarnos los dos rendidos en la cama.

No le conté lo que había sucedido en el garaje cinco días antes. No sé si lo hubiese entendido, pero comenzaba a sentir que le amaba y no quería estropearlo todo por una noche en la que me había comportado como la hembra caliente que había descubierto. Además, le habría tenido que contar mis otras aventuras del verano, y eso debía formar parte de mi vida íntima. O eso creía yo, aunque el tiempo me demostró lo contrario.

Mientras despertaba de aquella fantasía tan excitante, me toque la entrepierna con dedos que aún temblaban levemente. “Esta noche… quizás invite a ese sueño a mi cama de verdad”, pensé, sintiendo cómo el calor entre mis piernas persistía, prometiendo que la aventura no terminaría aquí…”

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Paola 23
Paola 23

Me considero una putita caliente y con ganas de vivir la vida!!

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