Mi adicción a mi padrastro

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Hola, me animaré a contar algunas de mis aventuras y cómo mi curiosidad y deseos me causaron tantos problemas. Actualmente tengo diecinueve años, soy delgada y tengo el trasero normal, ni mucho ni muy poco, ja, ja, ja, aunque mis tetas sí que son enormes, gracias a mi herencia familiar, pues mi madre también es tetona. Y yo aprovecho lo que Dios me dio.
Cuando estaba en secundaria, mis padres se separaron y mi madre decidió que nos iríamos a vivir con su pareja durante un tiempo. No lo conocía muy bien, pues solo lo había visto dos veces, pero era dueño de un rancho cerca de Guanajuato que no era muy grande. La casa era pequeña, solo un cuarto grande y la cocina. Él vivía de sus árboles de limones, sus gallinas y sus pocas vacas. Había muy pocas casas así que todos se conocían. Él me trataba muy poco y, si me hablaba, siempre me decía «Gómez» con desprecio por mi padre. Tendría unos 40 años o menos, no lo sé muy bien.
Mi madre consiguió trabajo en otro rancho y casi no iba a casa los viernes, sábados y domingos. Yo y tres vecinos íbamos a la secundaria juntos porque un padre de uno de ellos nos llevaba a todos. De regreso, pasaba lo mismo. Disfrutaba enseñando mis grandes pechos en comparación con los de mis amigas, llevaba falda corta y siempre iba coqueta. Notaba las miradas de mis amigos, e incluso las de sus padres y mi padrastro. La verdad es que disfrutaba causar esa impresión en ellos.
Un día fuimos al río mi tres vecinos, la hermanita más pequeña de uno de ellos y yo. Me sorprendí al ver que nadaban bien para su edad y yo me quedé en la orilla con la niña que tampoco sabía nadar.
Al regresar, le pregunté a mi padrastro si él sabía nadar y si me podría enseñar.
—¿ Ves, Gómez, por ser de ciudad? —me dijo, y se rió.
—Sí, pero a cambio voy a cortar limones contigo, ¿por qué iba a ir a León a venderlos? —le contesté.
Acepté.
Ya por la tarde fuimos al río después de comer.
—Descansemos un poco para que se baje la comida —me dijo.
No lo veía como mi padre ni nada, pues a pesar de vivir juntos nunca nos tratamos así.
Empecé a quitarme la ropa quedando en tanga y mi bóxer de licra. Mis tetas grandes sobresalían un poco dejando ver mi areola rosada. Noté cómo mi padrastro me recorría con la mirada. Y eso me gustaba, así que me senté adrede junto a él y le dije:
—Bueno, cuando usted quiera.
Empezó a oscurecer un poco y nos metimos en el río. En la orilla, notaba sus miradas y algunos roces de sus manos en mis tetas. Mis pezones estaban duros por el agua ya más fría.
—Después de rato —me dijo—, bueno, vamos a lo hondo a ver si aprendiste algo, Gómez. Él era robusto y algo alto; el agua le llegaba a los hombros, pero a mí sí me tapaba toda si intentaba ponerme de pie.
—Bueno, vamos a ver —me dijo, y me metí abrazándolo para no hundirme. Sentía mi cuerpo rozar el suyo, sobre todo su panza, ja, ja, ja. Me soltaba de él y trataba de nadar, pero cuando veía que no podía, le decía que me agarrara otra vez. En esas agarradas, sentía sus manos apretarme de repente alguna teta, y en una de esas sentí que me ahogaba. Como pude, me agarré a él, pero noté un roce de su verga.
—Perdón, si te he pegado —le dije.
—No te preocupes, Gómez. Mejor ya mañana con luz le seguimos —me respondió.
Me salí del agua y me puse la ropa. Él hizo lo mismo y fuimos a su casa. Nunca habíamos tenido tanto contacto y ese momento cambió todo.
Llegamos a su casa y me dijo que me cambiara. Me quité la ropa y me sequé. Solo me puse una bata sin ropa interior y salí a la fogata. Él estaba tomando tequila y, al verme, me dijo: «Siéntate para calentarte un poco». Él se había quitado la camiseta y los pantalones y solo llevaba bóxer. Ya lo había visto así varias veces, pero nunca me había llamado la atención como esa noche. Me senté frente a él y vi que lo que sentí bajo el agua era real: su verga era gorda y así flácida medía casi 15 cm, se le salía un poco por un lado del bóxer y también podía ver lo peludo que era. Me estaba excitando solo con verlo; se acabó la botella y, ya borracho, dijo:
—Bueno, a dormir, Gómez.
Se trató de parar y se quiso ir de lado, así que me acerqué y le dije:
—Yo le ayudo.
Le echamos tierra con los pies como pudimos a la fogata, entramos y lo llevé a su cama. Se acostó boca arriba y yo veía su boxer con ganas de ver más. Me subí a la cama algo nerviosa, pero pensé que con lo que había pasado no sabría qué pasaría.
—Deje el cobijo para que no le dé frío —le dije.
—Según mi plan —le dije—, quítese el boxer, se siente mojado le hará daño. Yo solo quería ver su gruesa verga.
—Pero me vas a ver —me dijo.
—Lo tapo rápido con la manta —le respondí sin esperar respuesta. Se lo empecé a bajar sin mucha dificultad y, como pude, se lo quité.
Yo estaba embobada con esa vergota, la primera que veía.
—Oiga, dormiré aquí también tengo mucho frío —le dije.
Me acosté junto a él y esperé a que se quedara dormido. Entonces, mis manos empezaron a tocar su pene y sus enormes bolas duras y peludas. Noté que mi vagina se mojaba por primera vez y entonces sentí cómo se ponía más grande y duro: 22 cm y grueso, casi como una lata de refresco. Comencé a masturbarlo sin saber muy bien si lo hacía bien o no.
Entonces me entró curiosidad por probarlo con mi boca. Abrí lo más que pude y la metía y sacaba, pasaba mi lengua por toda esa vergota. Yo estaba como loca, no me cabía toda y, si intentaba meterla más, sentía que me ahogaba. Alrededor de los 20 minutos, sentí mi primera corrida en la boca. Tragué todo lo que salió y con mi lengua lo limpié bien. Sabía amargo, pero me gustaba. Se le empezó a bajar la erección y solo me acosté a su lado, abrazándolo.
Al día siguiente me despertó para ir a estudiar. Pensé que me diría algo, pero todo seguía igual. Apenas me dirigía la palabra. Solo me dijo antes de salir: «Hoy llega tu mamá Gómez, así que a dormir a tu cama. Ya te he puesto cobijas». Solo le dije gracias.
—Hoy recogemos el limón, ¿eh? Para mañana sábado irlo a vender. Le dije que sí y me despedí. Cuando llegué de la escuela, mi mamá ya estaba. Noté que nadie mencionó el río, así que yo tampoco. Recogimos varios cajones de limón entre los tres y ya me fui a acostar, pero no podía dormir. Mi cama quedaba detrás de un mueble, frente a la de ellos. Me asomé y no los vi acostados. Fui a ver dónde andaban. Salí de la casa y escuché ruido cerca de la camioneta, entre los árboles. Por suerte, estaba oscuro en algunas zonas y me escondía bien.
Estaban en la parte de atrás, en una cobija, mi mamá en cuatro y mi padrastro follándola. Mi mamá gemía y gritaba: «Hace mucho que no te la chupo así, dale más». Los veía a escondidas y empecé a tocarme el coño. Así, viéndolos, metí por primera vez los dedos mientras me masturbaba. Vi cómo mi padrastro la levantaba hacia él, apretándole las tetas, y le decía: «Por eso me gustas, por tetona y caliente, perrita». «Síiiii, papi, dame tu verga. Ah, qué rico», decía mi mamá. «Qué putita eres, por eso dejaste a tu esposo, perrita, por mi verga».
Yo estaba muy caliente viendo cómo se la cogía tan duro. Ahora sabía por qué cuando mi madre venía se salían en las noches.
—Chupala, perrita —dijo él, y se acostó. Mi madre empezó a chupársela, y entonces vi cómo mi padrastro sujetaba la cabeza de mi madre con una mano y metía más y más su verga en la boca de ella. Hasta que soltó su chorro porque mi mamá se levantó ahogándose, pero aún así limpiaba esa vergota.
—Le dijo mi mamá:
—Papi, hoy andas muy cachondo. Así me gustas.
Me fui a la casa y me acosté.
Estaba muy caliente con lo que vi y escuché, así que seguí metiendo los dedos hasta que oí que entraron.
Al día siguiente, mi padrastro y yo fuimos a León a vender los limones. Mi madre no quiso venir porque decía que estaba cansada de trabajar y quería dormir hasta tarde. Yo me puse una falda y una sudadera blancas, sin ropa interior, porque sentía celos de mi madre y trataba de llamar la atención de mi padrastro. Aun así, no podía ser tan obvia con mi madre. Llegamos a un lugar llamado Central de Abastos, en León. Fuimos a dos bodegotas, pero en la última mi padrastro tardaba más. Me dijo que no bajara porque los de las bodegas descargaban todo. Aburrida y con hambre, bajé y lo vi hablando con un hombre dentro de la bodega y tomando cerveza.
—Hay, perro, ¿apoco traes eso? —le dijo un hombre.
Pero mi padrastro le respondió:
—Aguanta, cabrón, es la hija de mi mujer.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—Ya le dije que tenía hambre y me dijo dónde comprar comida y me dio dinero.
Regresé casi a la hora prevista para ir a comprar comida. Cuando regresábamos, le dije:
—¿No viene borracho? , Me dijo que no con la cerveza, casi no se me sube.
—¿Por qué? —le pregunté.
—No, nada, cosas de borracheras —me respondió, y se detuvo en un puesto y me compró una cebadina para probarla. Ya me dijo que llevaba carbonato y le puse yo creo de más y se me tiró encima.
—Mi ropa, chingado —dije, y dijo luego blanca y se reía.
—Límpiala y ponla en el tablero para que se seque un poco —me dijo.
Subí el cristal de la camioneta porque era oscuro y casi no me veía por ser una camioneta grande, pero por si acaso y me la quité sin prestar atención a sus miradas, pues no llevaba nada debajo.
—Gómez, tápate —me dijo—. ¿Por qué no traes nada?
—Es que es más cómodo —le contesté.
—Deja que se seque un poco, si no me hará daño —le dije—. Está bien fría la pinche cebadina. Me veía las tetas y le dije que me veía bien, que no me las tocara, que no me gustaba, que me tapara. Me dijo que no me gustaban grandes y me agarró las tetas con fuerza, apretándolas con las manos. Mi mamá me gana con poquito, pero a mí aún me falta crecimiento.
—Deja me quito la falda —se mojo un poco también.
—Pues sí quieres, me dijo, pero no traigo nada de bajo, ¿eh? Y lo miré.
—No, como crees —dijo entonces. Le dije que cuando llegara me pondría la ropa y ya está, a lo mejor no vas a rajar, o sí, ya ves que del río no dijiste nada. Entonces me miró y dijo:
—Es que chulo me veré si le digo que te enseñe a nadar casi desnuda y que dormimos juntos por borracho. Nomás de eso te acuerdas.
—Pues sentí como si me la quisieran chupar —dije—. Pero, pues no hay como las de tu mamá —dijo riendo. Eso me dio más celos y me dije: «Párate un momento, quiero bajar al baño». Ya veníamos por un camino de tierra de camino al rancho cuando se orilló cerca de unos arbustos y dijo: «Ponte eso, te van a ver». Sin hacerle caso, me bajé y le dije: «Ven un momento, échame aguas». Levanté mi falda para que me viera. Tenía poco vello en comparación con mi madre y le dije: «¿Ya no tienes ganas y yo sí?». —me dijo—. ¿Y tú? —Pues yo sí, súbete, yo te echo aguas.
Escuché que terminó y, sin decir nada, me abalancé sobre él por detrás, le agarré su verga y se la sacudí unas tres veces.
—Me vas a meter en líos, Gómez —me dijo, el otro día por qué andabas tomado.
—¿Acaso no ves que te lo chupo? —le respondí, poniendo cara de enojo.
—Ya está bien, si me gusto. Hasta me cogí a tu mamá al día siguiente, que me tenías loquero por cómo me excitabas. Me gustó chuparte la verga. Déjame, sí.
Le frotaba su verga aún flácida.
—Bueno, pero cuando esté tu mamá ni te me acerques, que todo siga como siempre.
—Sí, hombre, ya sé que te gusta cogértela, pero ahora vámonos, que nos está esperando —me dijo.
Nos subimos a la camioneta y le dije:
—Ahora me dejas poquito.
Incliné un poco su asiento y se sacó su verga y comencé a chupársela como loca otra vez. Me volvía loca, y entonces empezó a tocar mis tetas y jugar con mis pezones. Yo chupaba y chupaba su verga cuando sentí que me levantaba la falda y empezaba a meterme un dedo en el coño. Traté de seguir chupando, pero nunca había tenido algo dentro más que mis dedos más pequeños y suaves.
—Ven, siéntate —me dijo. Me senté sobre él, sintiendo su verga en mi raja, y yo solo me movía sobre ella mientras él me chupaba y apretaba mis tetas. Entonces, ufff, sentí mi primer orgasmo sin siquiera ser penetrada por su verga.
—Bueno, ya vámonos —me dijo.
Sentía cómo temblaban mis piernas.
Llegamos a casa, me metí a bañar, comimos y nos dormimos.
Esa noche no salieron y el domingo fueron a pasear y todo; me trajeron ropa y ya, mi padrastro llevó a mi mamá a su trabajo.
Me puse un sujetador de encaje y un sujetador de media copa para recibir a mi padrastro. Estaba tan caliente que quería que me penetrara, pero para mi sorpresa tardó un poco más de lo esperado. Cuando llegó, venía algo tomado con un amigo de unos cuarenta y tantos años. Entraron y me vieron, pero rápido me quise ir a cambiar. Sin embargo, mi padrastro me dijo: «Ven, tráeme mi botella». El amigo me veía y se agarraba su verga sobre el pantalón. Por un lado, me daba pena y, por otro, morbo. Me dijo mi padrastro: «Ven con mi compadre, no hay pedo de nada», y me abraza y besa. Luego, agarraba mis tetas y nalgas. Su compadre solo veía y se reía. Entonces dijo: «Se ve que es igual de perrita que su mamá, compa», y mi padrastro dijo que sí. «La chupan igual de rico», añadió. Entonces me agarró, me sacó la verga, «Chúpala», me dijo, y yo veía a su compadre riendo y tocándose. «Si quieres ser mi mujer, harás lo que diga; si no, mejor solo con tu mamá». Empecé a chupársela. Cuando lo hacía, me volvía completamente otra persona.
A los cinco minutos me dijo: «Atende a mi compa también». Volteé y también ya la tenía dura, algo más corta pero gruesa también. Yo ya estaba muy cachonda, así que sin decir nada comencé a chupársela. El compadre me decía: «Tu mamá también lo hace bien rico. Vieras cómo no la cogemos desde hace mucho. Nomás que en casa está mi vieja y ahí no puedo». Entonces supe que con el trabajaba y que mi mamá era también toda una puta con ellos dos, y ahora sabía por qué dejó a mi papá.
A los veinte minutos los hice terminar y el compadre se fue. Pensé que ya dormiríamos cuando se acostó mi padrastro, pero me dijo: «Ven, quítate todo». Yo obedecí sin decir nada y empezó a meter su dedo en mi raja y a chupar mis tetas. Yo, con mis manos, sobaba su verga.
—Ahora sí te haré mi perrita —me dijo, y me puso en cuatro. Rozaba con su verga mi raja y sentía cómo metía su cabezota y la volvía a sacar, eso me estaba volviendo loca.
—Ya, papi, cógeme, métela toda —le dije. Y me dijo:
—No, perrita, por ahí no. Tu mamá por qué no se preña, pero tú sí podrías.
—Porque tiene papi, quiero sentirte dentro —le dije.
Entonces empezó a rozar mi culito con su verga y me dijo:
—¿Segura que quieres que te coja?
—Sí, papi, ya métela. —Bueno, pero será por tu culo, perrita —me dijo.
Yo no lo pensé dos veces y le contesté:
—Sí, pero ya métela.
Apenas entró la cabeza y solté un grito de dolor.
—Si quieres, paro y lo saco —me dijo.
Pero pegué más mi culito a él y le contesté:
—No, papi, sigue métela. Entonces comenzó a meterla más y me agarraba de la cintura, jalando mi cuerpo hacia él. Yo gritaba y hasta lágrimas se me salieron porque me ardía, pero aún así le pedía más verga, hasta que sentí sus bolas peludas contra mi. Me dice: «Gózala, perrita». Y mi cuerpo se movía en círculos, adelante y atrás, sintiendo y disfrutando esa vergota.
—Ahora sí, putita, te voy a coger como a tu mamá —dijo, y sentí su peso sobre mí. Hizo que quedara toda acostada y así empezó a meter y sacar su verga más rápido y duro. Me hacía gemir y gritar como una perra en celo. Solo quería más y más a pesar del dolor. Por casi dos horas fui suya. A pesar de que me ardía y dolía tanto, mi culito deseaba su verga. Hasta que sentí su leche salir dentro de mi culo. Se acostó sobre mí y luego me puso de lado sin sacarla aún. Así estuvimos hasta que nos dormimos. Yo estaba bien adolorida y bien ensartada por su verga, pero no dejaba de pensar en cómo mamá era penetrada por esos dos y en cómo dejó a mi papá para disfrutar de unas buenas vergas.
Fue algo largo, espero que les gusten mis primeras experiencias sexuales. Luego subiré la otra parte, porque esta ya es muy larga. Adiós.
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