Mi primer trío con Carmen y María
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Una tarde, charlando con Carmen después de haber tenido un pequeño encuentro en el último rellano de la escalera, me preguntó si alguna vez había tenido alguna fantasía que no hubiera podido cumplir, y lo primero que se me vino a la cabeza fue follármela a ella y a una de sus amigas. María era de esas mujeres típicas: casada, abuela, que todavía iba a misa todos los domingos y que seguro que no follaba con su marido desde hacía años. Seguro que este no la había visto empelotas ni la noche de bodas. Yo le sacaba más de 55 años, era rubia, de bote, y medía aproximadamente 1,65 m. Si Carmen tenía las tetas grandes, María no se quedaba atrás; Carmen llevaba una talla 120, y estaba seguro de que las de María eran incluso más grandes. Siempre la había visto bien vestida y, cuando nos cruzábamos por las escaleras y me quedaba mirándola, se acomodaba la ropa para taparse como si estuviera enseñando y no quisiera hacerlo.
No llegaba a estar gorda, pero por cómo podía apreciar la carne de sus brazos, que era lo único que esta mujer enseñaba, le colgaba un poco. Cada vez que entraba por el pasillo, algo que la delataba era el agradable perfume que siempre dejaba por donde pasaba. Carmen me dijo que me olvidara de ella, que me conformara con poder follarme a todas sus amigas, y no eran pocas. Un día llegué a follar con cuatro de ellas en el mismo día, y más de una vez con tres de ellas a la vez. Carmen, Teresa y Juana eran tres auténticas ninfómanas, nunca estaban satisfechas; había días que me dejaban el pene bien dolorido.
Pero mi obsesión era María, así que le pedí a Carmen que la fuera preparando y que me informara de sus gustos. Pero, por mucho que le preguntaba, siempre me decía que no había nada que hacer y que tuviera cuidado con ella, que era capaz de meternos a todos en un buen lío. Lo único que me dijo es que se mareaba cuando se tomaba una copa y se dormía al cabo de un rato si se tomaba más de una. Le dije que una tarde en la que se hubiera tomado más de una copa, me diera un timbre y yo bajaría. Sabía que a Carmen todo esto también la ponía como una moto, y esa tarde no tardó en llegar.
Bajé corriendo al oír el timbre, pero tuve que esperar a que Carmen me abriera la puerta. Me dijo que la tenía en el sofá del comedor. Cuando llegué hasta ella, la encontré sentada casi en el filo del sofá, con la barbilla en el pecho, las piernas estiradas y los brazos descansando en el sofá. Llevaba una falda gris más bien estrecha, medias y una blusa clarita que dejaba ver debajo un body de color crema con encajes y el sujetador. Al verla, se me bajó la erección al pensar que no conseguiría sacarle la ropa, pero había que intentarlo.
Le levanté la cara, María resopló, abrió un poco los ojos, pero ni atinó a decir nada ni a mover un solo brazo. Yo no estaba dispuesto a darme muchos preámbulos, así que, sin esperar, metí la mano por la parte de arriba de la blusa y busqué sus tetas por debajo de toda su ropa. Estaban tan blanditas como cabía esperar, y en cuanto alcancé su pezón y apreté, resopló e intentó sacar mi mano, pero estaba tan borracha que no tenía fuerzas. Carmen insistió en que la dejara, que me costaría mucho trabajo sacarle la ropa, pero yo no me iba a dar por vencido tan pronto. Me coloqué entre sus piernas e intenté subirle la falda, me costó trabajo. Pero poco a poco conseguí dejar su falda enrollada a su cintura, tiré de la blusa y de toda su ropa hacia arriba y también las saqué de dentro de la falda. Desabroché todos los botones de la blusa y subí el body hasta dejárselo por encima de sus inmensas tetas.
María resoplaba y, con las manos, intentaba quitar las mías. Un sujetador blanco quedó a mi vista: de encaje y casi transparente, dibujaba sus aureolas sonrosadas y sus pezones aplastados. Para mi sorpresa, estaban más arriba de lo que estaba acostumbrado a ver en las demás. Ella seguía protestando e intentaba bajarse la ropa con las manos. Balbuceaba palabras ininteligibles. Metí las manos por la parte de abajo del sujetador y le saqué las tetas, dejando el sujetador más arriba. Sus tetas cayeron por el peso de la gravedad: eran blancas, con algunas pecas y inmensas. Caían a cada lado de su cuerpo por su posición en el sofá. Sus aureolas eran tan rosadas que se perdían entre sus tetas y sus pezones rajados estaban aplastados. Me lancé a por ellas. Las apreté con las manos y empecé a chupar y morder cada centímetro de ellas. Al cabo de un momento, como era de esperar, sus pezones se pusieron duros como la piedra. Los chupaba con deleite, mordía y solo conseguía que María resoplara y moviera la cabeza de un lado a otro. Carmen se había desabrochado la blusa y andaba jugando con sus tetas y chupándose los pezones ella misma. Yo habría seguido mamando esas tetas toda la tarde, pero sabía que no tenía mucho tiempo. La faja que llevaba era bastante elástica, por lo que me costó menos trabajo bajársela de lo que esperaba. La braga era conjunto con el sujetador. Estaba lleno de encaje y todo era transparente, dejaba a la vista una mata de vello rizado pero no muy abundante. Con todo lo cuidadosa que se veía con la ropa, me sorprendió ver un pubis tan poco cuidado: sus vellos asomaban por todos los sitios, por encima de la braga y, sobre todo, por los bordes, pero eso me excitaba.
Ella resoplaba, pero ya no hacía intento de apartar mis manos. Su barriguita y el comienzo de sus muslos estaban flácidos y bastante blancos. Le bajé como pude la braga y se la saqué de una de las piernas, mientras Carmen, que ya sabía que tal como estaba me costaría follármela, me miraba. Me dio los cojines para apoyar las rodillas y los dos banquitos para colocar los pies de María, de modo que sus piernas quedaran algo más altas y bien abiertas. Ahora tenía ante mí toda la visión de su coño y de su culo: unos labios oscuros y grandes rodeados de vello y su ano tan oscuro como sus labios. Pero, apretados por la posición de sus nalgas, yo estaba tan excitado que no esperé y, con la ayuda de una mano, abrí sus labios y traté de meter mi polla, pero estaba un poco seco y tuve que jugar con mi capullo pasándosela por los labios y estimulando su clítoris. Hasta conseguir que María volviera a resoplar y, en menos de un minuto, mi polla pudiera entrar en su coño hasta los huevos. Abrió la boca con cara de sorpresa, pero, antes de que fuera capaz de decir o hacer nada, volví a lanzarme a por sus tetas y empecé a moverme dentro de ella. Mi peso le impedía quitarse, tenía las manos en mi cabeza y solo atinaba a decir… —Carmen… Carmen… y entre Carmen y Carmen, resoplaba y gemía. Separé mi cara de sus tetas sin soltárselas para poder darle con más fuerza; mis huevos chocaban con su culo y sonaban.
Carmen estaba de pie a nuestro lado, con la falda subida, la braga echada hacia un lado y metiéndose los dedos todo lo que podía. Lo bueno de follar con mujeres de esta edad es que no hay posibilidad de que se queden embarazadas, así que, sin soltarle las tetas y acompasado con un pequeño movimiento que ella empezaba a hacer con su cadera, solté toda mi leche dentro. No dejé de moverme hasta vaciarme por completo y hasta que no soltó mis manos, que apretaba con fuerza, dando la impresión de que también se había corrido, me aparté un poco de ella. Pero yo quería más, así que me agaché para chupar ese coño que había quedado con los labios abiertos y pringoso y ese clítoris brillante. En cuanto pasé mi lengua por su clítoris, escuché los primeros gemidos de María. A mí me excitaba saborear mi leche mezclada con su flujo cuando salía, así que seguí metiendo mi lengua en su cueva y, de pronto, empezó a correrse en mi boca. Eso me excitó de nuevo, intenté beberme toda la cantidad que pude y, cuando terminó, mi polla estaba de nuevo completamente dura. Coloqué mis manos en el final de sus muslos, detrás de sus rodillas, y le levanté las piernas todo lo que pude.
Ella ya estaba más despierta, pero no hacía intento de apartarse, así que su coño y su culo subieron y quedaron bien expuestos. Volví a meter mi polla en su coño, ella protestó, se la saqué y coloqué sus piernas apoyadas en mis hombros. Ella estaba un poco incómoda, con la mano busqué la entrada de su culo y empujé con fuerza sin miramientos. Ella soltó un grito, pero como tal estaba no podía moverse, saqué y metí rápidamente. Hasta conseguir tenerla toda dentro de su culo. Entonces bajé las piernas de mis hombros, ella me cogió la cabeza y tiró hasta conseguir volver a apretarla contra sus tetas. Con su cuerpo empujó de tal manera hacia abajo que tuve que sacársela para poder sentarme en el suelo. Para mi sorpresa, ella se dejó caer hacia abajo hasta volver a meterse mi polla en el culo. Estaba sentada sobre mí, sollozando, pero tenía mi polla completamente dura dentro de su culo. Apoyó las rodillas en el suelo, se dejó caer hasta colocar los brazos estirados a cada lado de mi cara y empezó a subir y bajar sobre mi polla cada vez más fuerte y rápido. Yo apretaba sus tetas con fuerza y sentía cómo sus nalgas se apretaban contra mi cuerpo cuando se dejaba caer.
En esos momentos, Carmen se colocó de rodillas, mirando a María, se levantó la falda, se apartó la braga con la mano y me dejó enterrado entre sus piernas. Tuve que soltar las tetas de María y coger con fuerza las nalgas de Carmen para que no me ahogara con la cantidad de flujo que salía de su coño y con su peso.
María resopló y se dejó caer por completo sobre mi polla. Gemía mientras sentía su esfínter apretar la base de mi polla.
En ese momento, me empecé a correr, al igual que Carmen, que me meaba toda la cara mientras se corría.
María tardó un poco en sacarse mi polla de su culo; su esfínter me la apretaba y no me dejaba bajar mi erección. Carmen no hizo ni el intento de levantarse de mi cara. En ese momento, sentí cómo María se vestía apresuradamente y salía dando un portazo. Cuando se quitó, me dijo que no me preocupara, que le había gustado y que volvería a por más. Y así fue…
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