Me gusta mucho ser cornudo

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Somos de provincia. Mi esposa se llama Elizabeth, mide 160 cm de altura, es coqueta, atrevida y le gustan las minifaldas, los tacones… En fin, le gusta exhibirse, los escotes, etc.

Era un domingo y fuimos a misa de las 19:00 h como de costumbre. Se puso una tanga negra con una florecilla en la parte de atrás, un sujetador negro que dejaba ver todos sus muslos, y tacones negros de 12 cm. La blusa blanca dejaba ver gran parte de su espalda y sus pechos. En fin, fuimos y regresamos agarrados de la mano, no sin antes hacer algunas compras en el trayecto de regreso, en el que los hombres que nos encontramos aprovechaban para echar «tacos de ojo». Cuando llegamos a casa, apenas entramos en la sala, dejamos lo que habíamos comprado y me acerqué a mi mujer por la parte de atrás y le besé el cuello. Le dije: «Te ves preciosa, mi amor. Eres una diosa. Te amo». Ella jadeaba y se atrevió a decirme algo que me dio celos, pero que me excitó demasiado.

Eli: Y no eres el único que piensa así, mírame cuando me miraban en misa, y cuando pasamos por los tacos y en la tienda.

En especial, viste cómo me miraba Rafa y Othon. Mmm, mi amor. Y a Ismael casi se le caía la baba al verme. Sabes, me encanta ser el centro de atención en la calle. Me gusta cómo me miran con deseo.

Yo no paraba de besarla y ella me tomó del pene y me dijo: ¿Qué te parece si jugamos a un juego especial?

Yo: ¿Qué clase de juego?

Eli: Mientras hacemos el amor, cada vez que te mencione, te cambiaré el nombre, ¿te parece?

Yo: «Bien, está bien», le dije, y le di mi consentimiento.

Entonces empezó a besarme con más intensidad.

Elizabeth: Te deseo tanto, Rafa. Cada vez que vienes a casa, cuando mi marido no está, me coges como a una perra. Me haces tan mujer. Solo tú logras hacerme mujer. Cógeme, Rafa, como sabes hacerlo, porque cuando te veo en la calle con tu mujer, me lleno de celos y rabia al verte con ella. Ahora eres mío, cógeme, mi amor.

Yo: ¿Y si llega tu marido?

Elizabeth: No te preocupes por ese pobre iluso. Me has cogido tantas veces en su cama y no lo nota. La última vez que saliste por la puerta trasera cuando él llegó, no se dio cuenta de nada. Así lo recibí, me beso y no se dio cuenta de que te la había mamado. Chupé su polla y no se dio cuenta de que te la había chupado. Te amo, cógeme como solo tú sabes hacerlo.

Yo no aguante más y acabé exhausto. Esa Eli no la conocía, pero era tan caliente que ya no sabía si era broma o era real.

Eli, por su parte, siguió pidiendo que la cogiera y me seguía llamando por mi nombre: Rafa. Me besaba y se me subía encima. Decía: «Vamos, Rafa, no te rindas. Ahora necesito acabar de nuevo. Me tienes acostumbrada a más. Ven, dame tu verga grande y gorda, mi amor. Te amo, Rafa».

Y cada vez que oía ese nombre, mis celos se convertían en excitación y mi pene se volvía a levantar.

Cogimos como locos esa noche, como nunca antes lo había hecho.

Me dormí y, al despertar, ella me estaba acariciando y me tomó del pelo y me dijo: «Cariño, chupa mi cosita». Metió dos dedos en su boca, los llenó de saliva y después los metió en su rajita. Los sacó llenos de humedad, semen y sus jugos y me dijo: «Límpame lo que me dejó mi amante Rafa anoche en mi puchita, vamos, límpiame, mi amor».

Obedecí y ya no sabía si era un juego o era real, solo sé que me tenía bien excitado…

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