El poder de las grandes tetas de Diana
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Esta es la historia de cómo me enamoré de Diana, una abogada con mucho talento y las tetas más grandes y hermosas que he visto.
Yo, Alicia, soy una mujer que estudió una carrera de hombres. No soy muy interesante, soy de las más bonitas de mi generación, pero la verdad es que no tengo mucho chiste: soy baja, tengo el pecho pequeño y muy sensible; solo con tocarlas puedo llegar al orgasmo, tengo un buen culo y unos cachetes rosas. Por otro lado, Diana acaba de graduarse como una destacada abogada; lo digo porque tiene unas calificaciones perfectas y le gusta enseñar sus enormes tetas y, además, sus hermosas piernas color canela. Es una combinación rara, sí, porque si, Diana viste como puta y es canija.
La conocí cuando empezamos a trabajar en la misma torre ejecutiva, en una papelería cercana. Yo suelo tener un carácter reservado, soy algo tímida, y ella es todo lo contrario. Mientras estábamos en la fila, me hizo la típica conversación forzada de cuando estás esperando, pero de alguna manera se dio para tener la mejor conversación de los últimos años. Comenzamos a encontrarnos más a menudo y, la verdad, yo iba a veces a la papelería para buscarla.
Me gustaba ver sus enormes tetas, imaginar cómo sería tocarlas y me ponía baboso. Yo, al igual que muchos hombres, estaba detrás de ella, pero todo cambió un día en que me invitó a salir. Yo era incapaz de invitarla por temor a ser rechazado. Nunca me dio señales de ser lesbiana, pero en ese momento quería salir a comer y me pidió que la acompañara. Claramente, con esas tetas yo haría lo que fuera, así que salimos, tuvimos una buena tarde y le confesé a ella en confianza que me gustaban los hombres y las mujeres; a ambos sexos me parecían atractivos y tiene muchas ventajas. Cuando ella me escuchó hablar, se quedó callada y no dijo nada. Después de esa salida, me invitó repetidas veces a salir de noche con sus amigos, pero yo no aceptaba porque no me agradaba su círculo de amigos. La verdad es que soy muy selectiva con quién me relaciono, así que le respondía que no podía o ponía algún pretexto.
Eso le molestaba un poco, pero ella también me buscaba. Por mucho que me resistía, no podía ocultar lo mucho que me atraía y ella jugaba conmigo: se acomodaba el sujetador cuando estaba conmigo, se agarraba las tetas e incluso me pegaba a ellas. Les prometo que trataba de respetarla, pero a veces solo con pensar en ella me ponía cachonda. Creo que, después de varios mensajes confusos entre nosotras, se cansó y me citó en un bar a solas, porque quería pasar conmigo.
Yo llevaba unos leggins que le marcaban las pompis, una blusa roja y unos botines. Noté que ella estaba fuera esperando, con un vestido y tacones. Parecía una sirena. Lo primero que me dijo fue: «¿Fue porque no llevas vestido?». Y yo le contesté: «No tengo ni idea, no lo uso». Nos tomamos unos mojitos, me contó toda su vida y yo la mía, hasta que, en cierto punto de la noche, comenzamos a besarnos.
Sus labios eran muy suaves. Cuando nadie miraba, nos agarrábamos los pechos y nos besábamos apasionadamente. Por fin podía masajear sus hermosas tetas, estaba tan extasiada.
A veces, me tocaba las tetas con las manos para mí, me besaba de forma tierna y salvaje, me metía la lengua en la boca, me succionaba y me mordía el cuello. Los camareros nos veían y se excitaban; todos en el bar eran espectadores y, la verdad, esa atención nos excitaba. Cada vez estábamos más cerca una de la otra, pero de forma descarada: se me ponían calentitas las nalgas en las piernas o me recostaba en sus pechos.
Llegó la hora de cerrar y nos fuimos a un hotel con jacuzzi. Ella llegó, se desnudó enseguida y yo no podía creer que era mi primera vez pagando un hotel y con mi obsesión número uno.
Cuando se quitó la ropa y encendió el jacuzzi, me di cuenta de que llevaba la vulva rasurada. Ya lo tenía todo planeado. Seguimos hablando, nos empezamos a excitar y nos fuimos a la cama a follar de verdad. Ella se secó el cuerpo y se acostó; yo hice lo mismo, pero me subí a la cama lista para comerla.
Empecé con un masaje de tetas; me gusta acariciarlas por los costados y sentir cómo se mueven y su peso. Le daba palmadas, lamía sus pezones y el seno completo; eran tan grandes que mis manos se sentían pequeñas.
Me gustaría compartir que una mujer siempre sabe cómo complacer a otra, sabe lo que se siente al recibir una lamida en los pechos, sabe que el pezón no es tan sensible como la piel que lo rodea y cosas así, así que me enfoqué en darle la mejor mamada de pechos y cuerpo que jamás hubiera sentido.
Le abrí las piernas con fuerza y me di cuenta de que nuestras vulvas eran muy parecidas: nuestros labios eran pequeños y nuestro clítoris también, así que lo primero que hice fue acercarme, respirar su olor y darle muchos besos delicados. Bajé por sus piernas, su monte de Venus, hasta llegar a sus labios. Los bajé hasta llegar a los suyos. Así, en seco, delicioso, hasta que se empezó a humedecer. Con la punta de la lengua, toqué su clítoris, le daba mordiscos y, al mismo tiempo, le daba besos muy suaves. Ella no sabía qué hacer, quería comerme, pero le pedí que me dejara hacer mi trabajo.
Ella se relajó y le di tremendas lamidas de coño y ano, me la comí toda, pasé toda mi cara de un extremo al otro. Le agarré las nalgas, las apreté y, cuando la puse en cuatro, las separé todo lo que pude para ver cómo se estiraba su ano. Ella, por su parte, solo se dedicó a disfrutar, moverme las tetas y venirse. Nos lamimos las nalgas y los pechos hasta que nos cansamos. Cogimos toda la noche. En un momento dado, yo estaba sobre ella haciendo una tijera, rozando fuertemente mi vulva con la suya, juntamos nuestros clítoris mojados y también nuestros anos solo para demostrar que sí se podía. Ella también me dio lamidas de coño y ano, y por supuesto me metió tres dedos y el cuarto en el ano. Para entonces yo estaba de lado y ella me penetraba de lado.
Me pegué a sus pezones todas las veces que pude; la cama quedó mojada por todos los fluidos que soltamos y apenas pudimos dormir en una esquina. Fue una noche riquísima, la mejor para mí.
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