La verga más grande en el cine porno

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En los años 90, todos los cines del centro histórico de la capital de mi país exhibían películas porno. Muchas de esas salas habían sido glamorosas en los años 50 y 60, con arquitectura neo-francesa y unos interiores impresionantes. Mi primera visita la hice acompañado de un amigo de la universidad que tantas veces me había insistido en que lo acompañara. Visitamos «El Gran Apolo». Al entrar, mi primera impresión fue de admiración y de tristeza al ver que una sala de teatro tan espectacular se redujera a exhibir películas XXX. Mi amigo, que no solo había visitado esa sala, sino muchas otras, me guió en todo momento.

Al entrar, nos quedamos parados un rato esperando a que nuestros ojos se acostumbraran a la oscuridad para poder ir a sentarnos. Nos sentamos en la antepenúltima fila y empezamos a ver la película. Después de un rato, mi amigo se levantó para ir al baño y tardó bastante, lo cual fue aprovechado por un señor (en ese momento yo tenía 22 años y ahora soy yo quien recibe ese apodo) de unos 45 a 50 años, que se sentó justo en el asiento contiguo al mío. Después de unos minutos, empezó a pegar su pierna a la mía, me ponía cierta presión y yo se la sostenía. A todo esto, regresó mi amigo del baño y, al ver que tenía compañía, se sentó en la siguiente fila y me dejó solo con el señor. Este seguía poniendo presión sobre mi pierna para luego empezar a desabrocharse el pantalón y sacarse la verga. Al ver aquella gran animalía que aún sin estar completamente erecta se veía enorme, me excité.

Yo quería tocarla, pero estaba tan nervioso que no me atrevía hasta que fue él quien me tomó de la mano y se la puso en el pene. La sentí suave y tibia al contacto con mi mano, empecé a acariciarla suavemente y con gentileza. Después de un rato, me preguntó si me gustaría mamármela. Sin esperar respuesta, me incliné para hacerlo. La tenía deliciosa, se la mamaba y la acariciaba a la vez. Al cabo de un tiempo, me dijo que le encantaba cómo lo acariciaba y que quería que saliéramos de ahí porque quería llevarme a su casa y hacer el amor conmigo.
Me incorporé y empezamos a hablar. Me dijo que vivía en uno de los barrios de la zona histórica, muy cerca del teatro. Su verga me tenía en trance, así que le respondí que sí, que fuéramos a su casa, pero que primero tenía que decirle algo a mi amigo. Le conté la idea a mi amigo, que se mostró muy de acuerdo, y me dijo que fuera y lo disfrutara. Mi amigo sabía que me gustaban las vergas grandes y, al parecer, este señor era bien conocido en los cines porno por tener un gran miembro que le gustaba exhibir. Mi amigo lo sabía y le alegró que me cogiera porque, al parecer, a este tipo solo le gustaba que lo vieran y no tenía mayor contacto con nadie.

Después de la pequeña charla con mi amigo, me dirigí a la salida y, mientras lo hacía, iba pensando que, si a este señor no le interesaba el contacto físico, ¿por qué había decidido tenerlo conmigo? Al salir, el tipo me esperaba. Ya a la luz del día vi que era un hombre de aproximadamente 45 años, de mi misma estatura, en muy buena forma física, moreno, con unos brazos bien velludos y complexión gruesa. Empezamos a caminar sin hablar mucho; yo llevaba la cabeza revuelta, iba en piloto automático, y llegamos al área donde vivía.

Eran casas antiguas construidas a mediados del siglo XIX, con ventanas enormes y muy grandes, que al presente se habían subdividido en seis u ocho apartamentos. Entramos por la puerta principal, que daba al patio central. Nuestro apartamento quedaba al fondo, eran dos habitaciones, una que hacía las veces de sala, comedor y cocina, y la otra era el dormitorio, con acceso al baño a través de esta. Todo estaba muy limpio y ordenado, era un lugar muy acogedor. Al cerrar la puerta, me abrazó fuerte, como si me abrazara a alguien querido a quien no veía desde hacía tiempo. Me gustó y le devolví el abrazo con fuerza. Quedamos abrazados unos minutos. Luego me miró a la cara y, por primera vez, pude apreciar que tenía unos ojazos verde esmeralda que hacían un exótico contraste con su piel morena. Tenía una boca muy bien dibujada y rasgos muy bonitos, mientras lo observaba, él hacía lo mismo conmigo. Nos besamos. Tenía un aliento agradable y fresco. Me dijo:
—Sos guapísimo, ya en el cine pude darme cuenta de eso, pero aquí viéndote mejor, la verdad es que estás lindísimo, te ves refinado y para nada el tipo que llega a los cines porno.

Lo interrumpí para preguntarle si llevaba a muchos chicos a su casa y me dijo que no, que era muy temeroso de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual. También me explicó que para mantener la erección con un condón puesto tenía que estar muy excitado y que la persona con la que estuviera tenía que gustarle mucho. Me contó que algunas veces le hacían sexo oral, pero que también en eso era muy selectivo. Le pregunté con una sonrisa pícara si creía que yo lo iba a excitar lo suficiente como para poder ponerse un condón y hacer el amor. Me contestó:
—Ay, papacito, a usted lo voy a llevar al cielo cuando le meta todo esto que tengo y créame que, de ver y sentir lo rico que estás, Se me va a poner dura como un fierro y no se me va a bajar hasta que le eche unos tres polvos». Lo besé y él me correspondió. Mientras tanto, me restregaba el pene. Baje la mano, se lo agarré y, al sentir aquella anímala palpitante, empecé a desvestirme. Él hizo lo mismo. Dejamos la ropa hecha montón en medio de la habitación principal y nos dirigimos al dormitorio. Ahí lo observé desnudo: tenía las piernas y el pecho bien peludos, lo cual me excitó muchísimo. Le acaricié el pecho y hundí mi cara en él. Luego nos tumbamos en la cama y él empezó a besarme todo el cuerpo hasta llegar a mis nalgas, que me besaba y me mordisqueaba.

Como me había preparado antes de ir al cine para una posible penetración, estaba listo. Cuando su lengua encontró mi ano, empezó a darme una mamada de culo de campeonato. Solo paró para decirme que ya no aguantaba más y que tenía que penetrarme, así que fui a donde estaba mi ropa y saqué los condones y el lubricante que llevaba. Volví a la cama y él ya estaba listo con una erección monumental, acostado boca arriba. Le puse lubricante a lo largo y ancho de la verga y luego le empecé a poner el condón, pero se rompió a medias. Tomé otro y volví a intentarlo, pero pasó lo mismo. Pensé que se debían de haber roto por haberlos tenido en la guantera del coche siendo verano. Lo malo es que no los tenía más. Él notó mi contrariedad y me dijo que estaba bien, que solo siguiéramos acariciándonos. Agarró lubricante y se lo puso en los dedos. Empezó a meterme uno, luego dos, y a jugar con mi esfínter hasta que me tenía bien dilatado. .

Sentía que echaba fuego por el culo y deseaba que me follara sin piedad, sin pensar en las consecuencias. Ya no razonaba, solo quería que me follara con esa gran verga, pero sabía que él era temeroso y precavido, y que eso no iba a pasar. Saqué esos pensamientos de mi cabeza y decidí darle una buena mamada. Sin embargo, a medida que se la mamaba, el fuego en mi culo iba en aumento. Me puse lubricante en la mano para masturbarlo y empecé a hacerlo.

Le puse más cuando, de pronto, se incorporó, me puso en cuatro y me la metió por lo menos hasta la mitad, por lo que le pedí que fuera despacio. Se disculpó por lo apresurado, pero me dijo que si no se la metía toda de una vez se iba a arrepentir, así que, con todo y dolor, le dije: «Dale, que ya soy tuya». Con otro movimiento firme de cadera se me fue toda. El dolor era intenso, pero igual de intenso era el placer. Yo no podía creer que de dos empujones me hubiera entrado una verga de semejante calibre.

Una vez dentro, empezó a penetrarme sin compasión, me lo hacía muy rápido y fuerte, tanto que no podía sostenerme con los brazos. Al notar lo que estaba haciendo, me preguntó si me estaba incomodando, y le contesté que hiciera con mi culo lo que le apeteciera, que lo usara a su antojo. Se puso a reír y me dijo:
—No, papacito lindo, así no es la cosa, yo quiero hacerle el amor.
Entonces fui yo quien se rió.
—En serio, le dije.
—Pues por lo que he experimentado hasta este momento, Puedo decirte que me estás dando una follada histórica, pero de hacer el amor, de eso nada.

Me cambié de posición y esta vez estuve boca arriba con las piernas sobre sus hombros. Entonces empezó a penetrarme profundamente y despacio, aumentaba el ritmo y luego desaceleraba, y así seguimos por un buen rato. Esta vez sí hacíamos el amor. Ya me había hecho acabar dos veces, pero él seguía sin hacerlo, hasta que se le empezó a acelerar la respiración y me penetraba con más firmeza y profundidad. Cuando estaba a punto de venirse, me decía: «Ay, ya no aguanto más, pero no quiero sacártela, ay, me voy a venir dentro». —Perdóname, papacito, pero no te la puedo sacar —le dije, y en eso me penetró con todo y en lo más profundo de mi.

Depositó una enorme descarga de semen, se quedó quieto sin moverse por un rato y luego me dijo:
—Qué culo más divino tienes, lo he disfrutado por completo. Sos mío, papacito. ¿Quieres que de hoy en adelante sea yo tu marido? Conmigo vas a tener un hombre de verdad, con una verga de las que no se encuentran con frecuencia y que sé que te ha encantado». A lo que respondí que sí, que me gustaría, y ya con la razón de vuelta en mi cabeza, le dije, más bien le pedí, que nos hiciéramos la prueba del VIH y todos los exámenes de rigor para descartar enfermedades de transmisión sexual. Yo era estudiante de medicina y no creía lo que acababa de hacer. Me dijo que estaba bien y, antes de que dijera nada más, le dije que yo iba a pagar los análisis del VIH (en ese tiempo en mi país costaban el equivalente a 100 $ por prueba y solo los hacían en un laboratorio). El resto de análisis eran más baratos y se podían hacer en cualquier laboratorio.

Nos tomamos las pruebas y tuvimos que esperar casi cuatro semanas por los resultados, pero al final estábamos libres de toda enfermedad. Fue el inicio de un tórrido romance. Me encantaba su verga; hasta entonces, era la más grande y gruesa que me había entrado, y me volví totalmente adicto a esa gran animal y a la forma en que me la metía: a veces bruscamente y la mayor parte de las veces suavemente. Mi amigo, que me acompañó al cine cuando conocí a Rubén (su nombre real), no podía creer que el hombre con la verga más grande que había visto en los cines porno ahora fuera mi marido y lo fuera durante muchos años. Era un hombre bueno en la cama, honesto, trabajador, sincero, respetuoso y con un corazón enorme.

Dynamo.

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